sábado, 11 de julio de 2020

Cuando lo damos todo por Jesús y el Evangelio nunca nos sentiremos ninguneados porque ante nosotros se abren horizontes de plenitud y eternidad


Cuando lo damos todo por Jesús y el Evangelio nunca nos sentiremos ninguneados porque ante nosotros se abren horizontes de plenitud y eternidad

Proverbios 2, 1-9; Sal 33; Mateo 19, 27-29
Después de todo lo que has hecho, de todo lo que te has sacrificado, mira cómo te pagan. Ha sido quizás la reacción que nos ha surgido de forma espontánea, o hemos escuchado a alguien de nuestro entorno, cuando te has visto incomprendido, cuando nos parece que ha sabido valorar lo que hemos hecho por los demás, cuando quizás nos ningunean dándole los méritos a otros que nosotros consideramos que no han hecho nada. 
Cuando nos ponemos serios y solemnes valorando lo que hacemos, - y con carita de niños buenos - decimos que somos altruistas, que no buscamos méritos ni recompensas, que lo que priva en nuestro corazón es la generosidad y así queremos quedar bien, y hasta de manera oculta en nuestra intención lo que queremos es que alaben nuestra generosidad y nuestra humildad.
Y digo esto, porque, es cierto, nos gusta que nos reconozcan lo que hacemos, nos halaga que hablen bien de nosotros, nos sentimos orgullosos aunque tratemos de disimularlo con humildades quizá de apariencias por aquello que hacemos.
Diríamos que son sentimientos muy humanos, que quizá tendríamos que tenerlo más en cuenta en nuestro trato con los demás y en la valoración de las personas que tenemos alrededor. Tendríamos que saber ser humildes para no ir haciendo alarde de lo que hacemos, pero al tiempo tendríamos que aprender a valorar más a los demás, que todo eso se puede convertir en reciproco y todos nos sentiremos muy felices.
¿Y a nosotros que nos toca? Algo así le está planteando Pedro a Jesús, como escuchamos hoy en el evangelio. Hemos venido escuchando el envío que Jesús hace de sus discípulos, la generosidad y disponibilidad que Jesús les pide, la misión que tienen de darse por los demás para crear ese mundo de paz y de amor, conforme a los valores del Reino de Dios; hemos escuchado la generosidad de aquellos pescadores de Galilea que un día lo dejaron todo por seguir a Jesús aparcando las barcas y las redes en la orilla del lago. Y así todo aquel grupo de discípulos que le siguen, a los que Jesús va llamando. Y todo esto ¿para qué? Parecen preguntarse. Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?’, pregunta Pedro.
Seguimos a Jesús por el gozo de estar con El; seguimos a Jesús porque en El encontramos esa verdad de nuestra vida; seguimos a Jesús porque haciendo como El, llenando nuestra vida de amor y generosidad nos sentimos en caminos de plenitud; seguimos a Jesús porque El nos hace trascender nuestras vidas encontrando aquello que de verdad nos llena, aquello que nos puede hacer sentirnos grandes, porque nos abre horizontes de eternidad. Jesús lo expresa diciendo que de todo aquello de lo que se han despojado se van a encontrar el ciento por uno, Jesús les habla de herencia de vida eterna. No hay nada que nos llene más que el vaciarnos de nosotros mismos porque con amor nos hemos dado por los demás.
Nos cuesta entenderlo muchas veces, porque vivimos en un mundo donde parece que tienen que estar sonando siempre las monedas de las ganancias en la bolsa. Nos sentimos tentados muchas veces porque nos parece que los que andan en esas ganancias del mundo son los más ricos y felices, pero tendríamos que ver qué es lo que nos llena de verdad por dentro. Muchas veces nos encontramos alegrías y felicidades efímeras en tantos a los que pronto vemos en la soledad de sus vacíos, mientras cuando sentimos en nuestro interior la satisfacción de lo bueno que hemos hecho por los demás entonces nos damos cuanta de cuál es la verdadera felicidad a la que hemos de aspirar.
Aunque sintamos todas esas tentaciones nunca sabremos lo que es la soledad y el vacío del corazón cuando lo hemos llenado de amor. Con nosotros está siempre la fuerza del Espíritu que nos eleva, que nos hace mirar hacia lo alto, que abre ante nosotros siempre horizontes de eternidad.

viernes, 10 de julio de 2020

Hemos de ser conscientes de que hemos de dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza con el testimonio de una vida que se siente fortalecida por el Espíritu del Señor


Hemos de ser conscientes de que hemos de dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza con el testimonio de una vida que se siente fortalecida por el Espíritu del Señor

Oseas 14, 2-10; Sal 50; Mateo 10, 16-23
Aunque al asumir responsabilidades todos sentimos cierta inquietud en nuestro interior sobre si seremos capaces de afrontar el encargo que se nos hace, la misión que se nos confía, si nos agrada el que con sinceridad nos hablen de las dificultades que vamos a encontrar y cuando son asuntos que entrañan cierto riesgo nos hablen claramente de todo lo que nos puede sobrevenir.
No queremos afrontar una responsabilidad o una misión a ciegas y por otra parte es de nobleza de corazón por parte de quien nos hace el encargo que sea sincero que nosotros hablándonos con claridad. No es solo lo que nosotros podamos intuir sino que quien tiene la experiencia ha de compartirla con nosotros con toda sinceridad. Y entra en su responsabilidad también el ayudarnos a prepararnos para asumirla con toda competencia.
Esto que decimos puede valernos por supuesto en nuestras tareas de la vida de cada día y de las responsabilidades que hemos de asumir pero nos ayuda a entender las palabras que Jesús les dirige a los apóstoles tras la misión que les ha confiado; no les oculta Jesús las dificultades que se pueden convertir en persecuciones incluso cruentas que van a sufrir los que siguen el camino de Jesús.
Son fuertes, incluso, las palabras de Jesús cuando nos habla de ovejas en medio de lobos, y también de denuncias y de tribunales a parte de todo lo va a significar ser como un signo de contradicción en medio del mundo que nos rodea. De Jesús ya había anunciado el anciano Simeón cuando la presentación en el templo de que iba a ser un signo de contradicción en medio de las gentes y a María no le oculta el anciano que una espada la traspasará el alma.
Ya quisiéramos que cuando llevamos un mensaje de paz, porque eso es en el fondo el anuncio de la Buena Nueva de Jesús, en consecuencia pudiéramos vivir en esa paz y todo fuera armonía siempre en nuestro entorno. Hoy en los tiempos convulsos en que vivimos algunas veces, sobre todo los mayores que vivimos otros tiempos parece que nos entra añoranza de esos tiempos en que todo parecía paz y armonía en torno a la Iglesia, ¿Fueron tiempos mejores de los que nos ahora nos ha tocado vivir? También tuvieron sus dificultades porque eso ha estado presente siempre en la vida de la Iglesia.
Pero también hemos de reconocer que vivimos tiempos en que parece que estábamos como adormilados y nos habíamos acomodado de tal manera a los tiempos que corrían que quizá hizo falta en esos momentos el coraje y el ánimo hasta en la misma Iglesia de hacer un anuncio más auténtico del evangelio y de preocuparnos más de evangelizar que no de seguir con unas rutinas como si todos fuéramos buenos, pero no hicimos que calara hasta lo más profundo el mensaje del evangelio.
Así nos encontramos con el abandono de tantos porque Vivian quizás un cristianismo demasiado superficial y cuando se vive en la superficialidad pronto nos cansamos y andamos buscando otras cosas; así nos encontramos hoy con una generaciones a las que les falta hasta una verdadera cultura religiosa y cristiana de manera que para muchos son como extrañas las cosas de la Iglesia.
¿Nos dormimos en los laureles quizá? ¿Nos hicimos una religión demasiado acomodaticia? ¿No nos preocupamos de una formación donde del espíritu cristiano para que pudiéramos llegar a dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza como nos habla de ello san Pedro en sus cartas?
Decíamos antes que en la vida necesitamos estar preparados de verdad para afrontar las responsabilidades que tengamos que asumir. Es lo que tenemos que decir de nuestra vida cristiana donde quizá hemos descuidado muchas cosas fundamentales en nuestra fe y en nuestro seguimiento de Jesús para vivir el evangelio. Siendo conscientes además que vivimos en un mundo que no nos es siempre favorable, porque lo que en verdad tenemos que estar bien preparados para dar razón de nuestra fe, para que nuestro testimonio sea clara y convincente.
No nos asustamos ni nos llenamos de temor porque sabemos de quien nos fiamos, sabemos que el Espíritu está con nosotros para ser nuestra fuerza, para inspirarnos también lo que hemos de decir, el testimonio que tenemos que dar y ser nuestra fortaleza en los momentos de dificultad.

jueves, 9 de julio de 2020

Un talante de misericordia y una disponibilidad generosa del corazón serán necesarios para hacer un buen anuncio de la Buena Nueva del Reino


Un talante de misericordia y una disponibilidad generosa del corazón serán necesarios para hacer un buen anuncio de la Buena Nueva del Reino

Oseas 11, 1-4. 8c-9; Sal 79;  Mateo 10, 7-15
El texto que hoy se nos ofrece en el evangelio es continuación del que ayer escuchábamos. Recordamos que Jesús había escogido de entre los discípulos a los doce que iba a constituir como Apóstoles y los envía a proclamar el Reino de Dios para lo que les hace una serie de recomendaciones. Es el maestro que traza el camino del discípulo para que cuando se les envíe con su misma misión puedan realizarla según el designio y voluntad de Dios. El discípulo sigue siempre los pasos de su maestro.
Por eso, podríamos decir que se necesita un talante muy especial. No se trata solamente de repetir palabras sino que el mensaje que transmitimos tiene que ser en verdad un anuncio de vida. De la misma manera que las gentes decían de Jesús que sí hablaba con autoridad y hacían su comparación con lo que habitualmente escuchaban de los maestros de la ley, así han de hacer ahora sus enviados. Es un anuncio de una buena nueva, de una buena noticia para todos; y como buena noticia que es, en verdad ha de ser anuncio de algo nuevo que se va a producir en el corazón de los hombres. Pero esto tiene que reflejarse en el que lleva el mensaje. Un buen testigo no es el que se reduce a repetir algo sabido sino que nos está ofreciendo un testimonio de algo verdaderamente vivido.
Jesús les envía a hacer el anuncio del Reino de Dios y les da autoridad para curar enfermos, resucitar muertos, expulsar demonios. Es bien significativo, porque el anuncio tiene que ir acompañado de unas verdaderas entrañas de misericordia. Somos conscientes de la realidad de ese mundo al que somos enviados y tenemos que ser capaces de descubrir donde está el sufrimiento del corazón del hombre; enfermedad, muerte, dolor, sufrimiento, mal es lo que tenemos que saber en verdad descubrir.
Pero descubrirlo no es simplemente saberlo y como quedarnos insensibles porque parece que a nosotros no nos toca, sino ponernos manos a la obra para ayudar a salir de ese sufrimiento, de ese mal que se ha metido en el corazón del hombre y que tanto daño nos está haciendo. Por eso como dice el evangelista les da autoridad para curar enfermos ayudando a paliar todo lo que sea dolor y sufrimiento, a llevar vida porque en verdad desterremos todos los signos de muerte de entre nosotros, y a luchar contra ese mal porque ayudemos en verdad a ir transformando el corazón del hombre para arrancar todo egoísmo y toda violencia, para llenarlo de amor e inundarlo con la paz.
Fijémonos que eso es lo que les dice Jesús que han de ir realizando, es su primera palabra; son mensajeros de paz, constructores de paz para en verdad hacer un mundo nuevo. Así se manifiesta el Reino de Dios. Por eso no nos pueden faltar esas entrañas de misericordia, no nos puede faltar esa disponibilidad generosa para estar siempre en esa actitud de servicio. No se siente apegado a nada sino que todo generosamente lo comparte y por todos se da. ¿Qué importan las túnicas o las sandalias, el dinero que llevemos en el bolso o donde nos vamos a quedar? como nos señala Jesús en el pasaje del evangelio de hoy. No nos podemos quedar encerrados porque no seríamos capaces de descubrir entonces el sufrimiento de nuestros hermanos los hombres a los que tenemos que ir a curar y a sanar.
¿Será ese nuestro talante? ¿Serán esas las entrañas de misericordia que nos harán conmovernos ante el sufrimiento de los demás? ¿Habrá todavía quien sea capaz de decir que ya no hay pobres o que si hay gente con pobreza es porque quiere? En más de una ocasión he escuchado reacciones así incluso en personas que por su condición tenían que estar más atentos a lo que sucedía en el entorno de su comunidad. ¿En qué mundo vivían y cual era la sensibilidad de sus corazones? No queremos juzgar ni condenar, porque todos tenemos nuestras arrancadas insolidarias muchas veces, pero duele en el alma que un discípulo de Jesús pueda tener unos planteamientos así. Y son cosas de las que nos podemos contagiar.
Cuánto necesitamos empapar nuestro corazón de misericordia y lleguemos a dar ese testimonio vivo de unos testigos del Reino de Dios. Una iglesia verdaderamente misionera no puede ignorar donde hay alguien con necesidad, una persona atenazada por el sufrimiento, o un anciano que viva en la soledad. No sería la Iglesia de Cristo.

miércoles, 8 de julio de 2020

Tenemos que dejarnos interpelar por el evangelio para descubrir a nuestro lado ‘esas ovejas descarriadas’ a las que tenemos que ir con el mensaje de Jesús

Tenemos que dejarnos interpelar por el evangelio para descubrir a nuestro lado ‘esas ovejas descarriadas’ a las que tenemos que ir con el mensaje de Jesús

 Oseas 10, 1-3. 7-8. 12; Sal 104; Mateo 10, 1-7
Hemos de reconocer una cosa, vivimos, queremos vivir una vida cómoda sin demasiadas complicaciones y está la reacción o la postura de muchos en que cada uno va a lo suyo y a mi que no me compliquen la vida, pero está también la reacción bastante peligrosa de los que nos creemos buenos y nos vamos contentando con hacer lo de siempre, acomodamos incluso lo que escuchamos a lo que es la rutina de nuestra vida y también es que no nos complicamos demasiado.
Hay sucesos de la vida, cosas que pasan en nuestro entorno o que quizá escuchemos en cualquier medio de comunicación, o será un gesto de alguien en nuestro entorno que en un momento determinado toma decisiones que nos pueden parecer drásticas, o será un mensaje que nos llega aparentemente inocente, pero que cuando nos detenemos a pensar resulta que nos revuelve y nos interroga por dentro. Cosas, hechos, gestos, palabras que son como un toque de atención, una llamada, un interrogante por dentro y nos sentimos impactados y parece que tenemos que buscar una salida que quizá nos puede plantear cambios en nuestra vida.
Hay momentos en que la Palabra del Señor que escuchamos nos impacta; es algo que quizá hemos escuchado muchas veces, pero ahora aquel gesto de Jesús, aquella palabra, aquel mensaje nos llama la atención. Puede surgir una lucha interior en que quizá queremos acallar aquello que nos sucede, pero se nos pueden presentar importantes interrogantes sobre la manera como escuchamos habitualmente el evangelio. Necesitamos sinceridad, apertura del corazón, humildad para dejarnos interrogar, disponibilidad para dar los pasos que se nos pueden estar pidiendo, aunque algunas veces todo eso nos cueste mucho.
En el relato del evangelio que hoy se nos ofrece se nos habla de la llamada de Jesús a los doce que iba a constituir apóstoles; el evangelista, por así decirlo, nos da el listado oficial, pero el evangelista también nos habla de las recomendaciones que Jesús hace en aquel momento en su envío a los apóstoles. Es curioso que en esta ocasión les dice que no vayan a tierra de paganos – eso será en otro momento en otro envío – ni que vayan a las ciudades de Samaria; los envía a las ciudades descarriadas de Israel. No los envía a territorios fáciles, a lugares por los que ya habría pasado Jesús y habrían escuchado el primer anuncio, no los envía a aquellos lugares de la gente buena, de los que ya se comportan como buenos israelitas. Los envía a las ciudades descarriadas de Israel.
Es para pensar. El evangelio me está obligando a hacer un parón para dejarnos interrogar por cosas. Es para pensar en nuestra situación, en lo que habitualmente hacemos los cristianos, a lo que es la tarea pastoral ordinaria de la Iglesia. ¿A dónde vamos? ¿Con quienes contamos? Con los que ya habitualmente vienen, con los que ya habitualmente están pidiéndonos unos servicios religiosos, por ejemplo, ya sea por motivos de bautismos, primeras comuniones, matrimonios o defunciones. Pero ¿ahí están todos?
Es cierto que vivimos en unos lugares que decimos cristianos, porque la mayoría de la gente bautiza, se casa o reza por sus difuntos. Pero bien sabemos que la realidad que nos rodea ya no es esa. Que para muchos quizá lo más que les queda es ir a un santuario por devoción a una imagen de la Virgen, del Señor o de algún santo, pero que de ahí no pasan, y ya  no son todos tampoco los que realizan esas prácticas religiosas.
Cuando camino por las calles, carreteras o caminos de mi entorno veo la cantidad de gente que vive a su aire en ese aspecto religioso o cristiano, cuando no alejados totalmente de la fe y de la práctica religiosa. Antes sonaban las campanas llamando a Misa y veíamos salir a la gente hacia la Iglesia, ahora quizá molesta que toquen las campanas porque los pueden despertar de sus sueños, o pueden ser un toque de atención que no quieren recibir. ¿Y la Iglesia llega a toda esa gente? ¿Y los cristianos que nos decimos más comprometidos con nuestra fe nos sentimos preocupados por hacer llegar el mensaje del evangelio a esas gentes?
Nos falta más espíritu misionero; sentir ese envío del Señor que nos envía, no a los de siempre, a los que ya están, sino a los que no vienen nunca, a los que han perdido el rumbo de la fe, a los que ya no les dice nada el evangelio. Quizá también la práctica pastoral de la Iglesia también tendría que cambiar mucho en la formas o en la atención que le prestamos a esos alejados. Decimos mucho, como palabras bonitas, una Iglesia en salida, una iglesia misionera, ponemos bonitos carteles en nuestros templos, pero no nos podemos quedar en eso, tenemos que ir de verdad al encuentro de ‘esas ovejas descarriadas de Israel’, como nos dice hoy Jesús en el evangelio.

El pensarlo ya quizá es un impacto o un interrogante a nuestra conciencia.

martes, 7 de julio de 2020

Diferentes perspectivas nos pueden llevar a un mundo airado y de enfrentamiento pero sepamos aunar nuestra visión para ver cuánto de bueno podemos hacer


Diferentes perspectivas nos pueden llevar a un mundo airado y de enfrentamiento pero sepamos aunar nuestra visión para ver cuánto de bueno podemos hacer

Oseas 8, 4-7. 11. 13; Sal 113; Mateo 9, 32-38
Pudiera sucedernos que estuviéramos contemplando la misma cosa, el mismo hecho, pero no estuviéramos viendo lo mismo. La perspectiva desde donde lo miremos nos cambia el ángulo de visión y uno podrá estar viendo una lado que el otro no ve; esto que desde esa visión natural, desde esa perspectiva natural parece no tener mucha importancia sin embargo ante los acontecimientos de la vida, el actuar que los hombres vamos haciendo en la historia puede hacernos dar un cambio de visión mucho más radical.
Nuestras perspectivas pueden ser las ideologías, nuestra manera de pensar o de la forma que tenemos de ver las cosas, nuestros intereses particulares, los prejuicios que tengamos de antemano y de los que no nos liberamos tan fácilmente motivan esas diferentes maneras de ver la vida y hasta los enfrentamientos que podemos tener. No digamos nada cuando entran en juego nuestras opciones políticas, o cuando entran en juego nuestras expectativas económicas con todos los intereses asociados.
Hoy contemplamos en el evangelio como han llevado a un hombre poseído por un espíritu maligno que le impedía hablar. Jesús le libera de su mal y aquel hombre comienza a hablar; pero aquí vienen las distintas reacciones, mientras la gente sencilla que hay contemplado el hecho alaba y bendice al Señor por las maravillas que realiza Jesús, por su parte los fariseos llenos de malicia que no quieren admitir la obra de Dios en lo que Jesús realiza blasfeman diciendo que Jesús ha expulsado el espíritu maligno por obra del príncipe de los demonios. La gente sencilla que tiene el sentido de Dios sabe descubrir las maravillas del Señor, pero quienes tienen lleno su corazón de malicia y maldad todo lo verán desde la negrura de su espíritu.
Nos hace falta esa mirada limpia, necesitamos quitarnos esas lentes que nos ponemos en la vida y que nos distorsionan lo que vemos. Cuando nos pasa en nuestras relaciones con los demás, cómo nos cuesta aceptar lo bueno que hace el otro, siempre parece que tenemos que poner una objeción pero impulsados quizá por la malicia y la desconfianza que hay en el corazón. Son los enfrentamientos y las luchas que tenemos en la vida de cada día, es el que no querer respetar lo bueno de los otros, es el creemos tan engreídos que nosotros solos sabemos hacer las cosas y los demás no saben, es el espíritu desconfiado que nos lleva a la destrucción y a la ruptura, porque son las rupturas que nos creamos entre nosotros, los distanciamientos y la malicia que ponemos en nuestro corazón.
Y cuidado nos contagiemos de ese virus, porque vivimos en la sociedad en una continua tensión y las violencias se nos meten fácilmente en nuestras palabras y en nuestros gestos. Pareciera que tenemos que estar siempre airados y gritándonos unos a otros, no sabemos tener serenidad en nuestro espíritu para hacer las reclamaciones que quizá tenemos que hacer, porque es lógico que en la sociedad queramos las cosas mejor, pero seamos capaces de ver también los puntos de vista de los demás, busquemos el diálogo y el encuentro, pero desde la ira y la violencia difícilmente podremos llegar a ese necesario entendimiento que necesitamos en nuestra sociedad.
El evangelio de hoy nos daría para más consideraciones porque cuando Jesús ve aquella multitud que le busca y que le sigue, que se encuentran desorientados y como ovejas sin pastor nos está pidiendo que no nos podemos cruzar de brazos ni quedarnos solo en lamentaciones. Es nuestra tentación y la manera fácil que tenemos muchas veces de actuar, quedarnos en llantos y lamentaciones.
Nos enseña a rogar al dueño de la mies que envíe operarios a su mies, pero nos pide también que nos arremanguemos y nos pongamos manos a la obra, que seamos capaces de ir al encuentro de los demás con nuestro mensaje de paz y que busquemos ese entendimiento y esa armonía que tanto necesitamos para entre todos hacer que nuestro mundo sea mejor. Que vayamos encontrando esa perspectiva, como decíamos al principio, donde veamos lo bueno que podemos hacer, el respeto a la acción de los demás y la colaboración que a todos nos enriquece.

lunes, 6 de julio de 2020

Encerrados en nuestra autosuficiencia difícilmente se encenderá la luz de la fe en el corazón sin embargo crece y se fortifica creyendo con toda humildad y confianza


Encerrados en nuestra autosuficiencia difícilmente se encenderá la luz de la fe en el corazón sin embargo crece y se fortifica creyendo con toda humildad y confianza

Oseas 2, 16. 17b-18. 21-22; Sal 144; Mateo 9, 18-26
Nos pueden parecer caminos distintos. Y es que el camino es algo más que el lugar geográfico que recorremos, sino que es el camino que nosotros con nuestras circunstancias distintas en cada uno hacemos. Uno y otro camino, recorrido por una persona o recorrido por otra sin embargo nos pueden llevar a la misma meta. Cada uno con sus circunstancias, con sus propios problemas o dificultades va haciendo el camino, va haciendo su recorrido, va llegando a su meta.
Así es el camino de la fe. Nos conduce a Dios, pero cada uno de nosotros somos distintos y por eso nos pueden parecer también los caminos distintos, pero a pesar de las circunstancias particulares o personales de cada uno ha de tener también unos presupuestos semejantes, podríamos decir, para llegar a esa proclamación o a esa vivencia de la fe. El camino de la fe siempre tiene que estar fundamentado en la humildad porque pobres y pequeños nos sentimos todos ante el misterio de Dios y ante la inmensidad de su amor. Un camino de humildad pero un camino de apertura de corazón y de generosidad para confiar, para fiarnos, para dejarnos hacer y conducir, porque además la fe es un don, un don que recibimos de Dios y que nos pide una respuesta.
Cuando al principio decía que los caminos nos pueden parecer distintos estaba queriendo hacer referencia a lo que hoy nos presenta el evangelio. Dos personas que se acercan a Jesús, si queremos decir en el mismo camino que fue el recorrido desde la entrada de la ciudad hasta la casa de Jairo, pero que fueron caminos diferentes por los que se acercaron a Jesús. Uno era un personaje importante, el jefe de la sinagoga, Jairo, como nos dice uno de los evangelistas que nos relata este hecho que acude abiertamente a Jesús porque su hija se está muriendo y quiere que Jesús vaya a imponerle su mano para que se cure.
Y Jesús se pone en camino. Alrededor mucha gente, quizás atraídos por una parte por la fama de Jesús pero también por el hecho de aquel personaje importante que ha venido a rogarle a Jesús y Jesús ahora se dirige a su casa. Pero en medio de toda aquella gente hay otra persona que también está haciendo un camino; pasa desapercibida, no quiere incluso que nadie se entere de su situación y enfermedad no solo por la vergüenza de sus hemorragias, sino porque eso además la convertía en una mujer impura – todo lo que fuera un flujo de sangre así era considerado causa de impureza -. Y aquella mujer calladamente pero con una fe y una humildad grande por detrás le toca el manto a Jesús porque tiene la confianza de que solo eso basta para ser curada.
Vemos las diferencias de los caminos. Uno entre el bullicio de la gente y la importancia de ser un personaje en la comunidad, jefe de la sinagoga, y la otra en la humildad del silencio pasando totalmente desapercibida. Pero para Jesús no pasó desapercibido; si antes había escuchado a Jairo y había accedido a ir con él hasta su casa, ahora siente que aquella mujer le ha tocado, que allí ha habido una mano llena de fe que se ha acercado hasta Jesús. Pero la fe de ambos hará posible el milagro. ‘Tu fe te ha curado’, le dice Jesús a la mujer. ‘Basta que tengas fe’, le dice Jesús a Jairo cuando llegan las malas noticias de que la niña ha muerto. Y si la mano de la mujer fue la que se acercó a Jesús, ahora es la mano de Jesús la que toma de su mano a la niña para levantarla. ‘A ti te lo digo, levántate’.
En ambos caso resplandece la humildad y la confianza que alimenta la fe. Creyendo humildemente la fe de aquellas dos personas crece y se hace grande como para que Dios obre maravillas en ellos. Como nos enseñaba Benedicto XVI ‘la fe solo crece y se fortalece, creyendo’. Cuando nos cerramos a la fe en nuestras autosuficiencias difícilmente se va a encender esa luz en nuestro corazón.

domingo, 5 de julio de 2020

Aprender de su mansedumbre, de su amor y de su humildad es aprender a ponernos a ras del suelo siendo paño de consuelo, alivio y descanso para los que sufren


Aprender de su mansedumbre, de su amor y de su humildad es aprender a ponernos a ras del suelo siendo paño de consuelo, alivio y descanso para los que sufren

Zacarías 9, 9-10; Sal 144; Romanos 8, 9. 11-13; Mateo 11, 25-30
Lo más contrario a lo que eran los usos de la época y tenemos que decir también los usos que se siguen utilizando en nuestro mundo de hoy cuando queremos expresar triunfos y victorias, cuando se quiere expresar la grandiosidad del poder en todas sus manifestaciones es lo que nos describe el profeta en la primera lectura para hablarnos de la entrada victoriosa del rey en la ciudad. Acostumbrados estamos a ver en películas de época los grandes desfiles que se nos presentan al regreso del rey y su ejército victorioso; pero no son solo las películas, sino que bien sabemos que en nuestra sociedad hay también una serie de protocolos a seguir para expresar lo que es la grandiosidad de quien ostenta el poder.
El profeta con un sentido mesiánico nos habla de esa entrada del rey victorioso que no va sobre un carro de triunfo conducido por briosos corceles sino que humilde entra montado en un humilde borrico que era la cabalgadura a que más pudieran aspirar los pobres y más que nada como instrumento de sus humildes trabajos. Este texto de Zacarías tendrá su eco en el evangelio cuando se nos  habla de la entrada de Jesús en Jerusalén entre aclamaciones de la gente y precisamente montado en un borrico.
Pienso, ¿por qué no?, hasta en la mirada compasiva o más bien burlona de los soldados o del mismo gobernador romano tras sus escudos y relucientes ropajes cuando Jesús entraba entre las aclamaciones de los niños y los pobres en la ciudad santa. Era además todo lo contrario de lo que los mismos judíos soñaban con la llegada del Mesías victorioso que les liberaría de la opresión de los soldados y poderes extranjeros.
Pero es que eso es precisamente lo grandioso del evangelio. Y esa es la revelación de Dios que Jesús quiere hacernos. Es la imagen que Jesús ha ido presentando de sí mismo cuando se acercaba a los pobres y cuantos sufrían y cómo se gozo era estar entre los hijos del hombre, precisamente entre los humildes y los sencillos. Porque es ahí donde se manifiestan las maravillas de Dios; no es el Dios que se nos impone sino que se acerca a nosotros para caminar con nosotros, para vivir nuestra misma vida, para ser en verdad el Emmanuel, el Dios con nosotros. No es en el caballo del poder sino en el humilde borrico del servicio donde se nos va a presentar Dios para que le descubramos y le conozcamos.
Por eso serán los pequeños, los sencillos y humildes de corazón los que podrán conocer los misterios de Dios, porque de los pobres es el Reino de Dios cielos, porque los mansos y humildes de corazón conocerán a Dios, y los que son limpios de corazón podrán ver a Dios, como nos enseña en las Bienaventuranzas.
Hoy da gracias Jesús al Padre porque ha revelado todo este misterio a los pobres y a los sencillos, porque a los que se creen entendidos, a los soberbios de corazón no se les revelará el Señor. ¿Quiénes fueron los primeros que recibieron el anuncio del Ángel de que había nacido Dios sino unos humildes y sencillos pastores que cuidaban al raso sus rebaños en la noche de Belén?
Y es que así se nos manifiesta Dios cuyo rostro humano vemos en Jesús. Es el rostro del amor y de la misericordia de Dios, es el rostro de la cercanía de quien quiere caminar con nosotros, es el rostro del corazón abierto, misericordioso y compasivo siempre dispuesto para acoger pero siempre regalándonos amor. Es el Jesús que se mezcla con los pecadores y come con ellos, que llega junto al paralítico que en su soledad se siente abandonado por todos para levantarlo y ponerlo en camino de vida en dignidad; es el Jesús que se detiene en las calles de Jerusalén para hacer un poco de barro que poner en los ojos del ciego que envía a Siloé; es el Jesús que siente el hambre y como se desfallecen por el camino los que acuden a El para darles en el desierto abundancia de pan que será signo de vida eterna; es el Jesús que se deja tocar por la mujer de las hemorragias o pone su mano sobre el leproso sin temer ni en un caso ni en otro ni el contagio ni el convertirse en impuro con los que los hombres consideran impuros, porque El se pone siempre del lado de los que son discriminados y nadie quiere.
Muchas páginas del evangelio podríamos recorrer para escuchar con todo sentido lo que hoy nos quiere decir. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera’.
Creo que dos cosas importantes podríamos subrayar en estas palabras. La invitación que nos hace para que vayamos a El no importa cual sea nuestra situación. Cansados, agobiados, con el cuerpo o el alma rota en sufrimientos o en dolores de todo tipo, heridos por los desprecios de quienes quizás nos quieren utilizar, con el llanto de nuestras soledades porque nadie nos tiene en cuenta o porque nos van arrimando en las cunetas de la vida. No importa cómo estemos, no importa cuáles sean nuestros dolores y hasta nuestras angustias, cuál sea nuestra necesidad y pobreza porque El encontraremos nuestro alivio y nuestro descanso.
Pero nos dice también ‘aprended de mí que soy manso y humilde de corazón’. Aprender de su mansedumbre, aprender de su amor y de su humildad, aprender de la generosidad de su corazón, aprender de El porque ese tiene que ser el camino que nosotros hagamos para ir al encuentro de los demás. Es nuestra tarea, nuestra labor, nuestra misión, lo que en verdad tenemos que reflejar en nuestra vida. Nosotros y la Iglesia, la Iglesia de Jesús que no puede ser de otra manera que a la manera de Jesús.
¿Será esa la imagen que damos? ¿Será esa la imagen de la Iglesia, que tantas veces decimos, madre de misericordia? ¿No iremos demasiadas veces montados en briosos corceles porque no nos queremos bajar de nuestro poder en lugar de ir en el humilde borrico tal como Jesús entró en la ciudad santa? Ir en el humilde borrico significa bajarnos al suelo y caminar a ras de suelo al lado de nuestros hermanos que sufren; ir a ras de suelo repartiendo siempre misericordia y amor, siendo paño de consuelo para los que sufren y siendo remedio y alivio para tantos que van atormentados por los caminos de la vida.