domingo, 5 de julio de 2020

Aprender de su mansedumbre, de su amor y de su humildad es aprender a ponernos a ras del suelo siendo paño de consuelo, alivio y descanso para los que sufren


Aprender de su mansedumbre, de su amor y de su humildad es aprender a ponernos a ras del suelo siendo paño de consuelo, alivio y descanso para los que sufren

Zacarías 9, 9-10; Sal 144; Romanos 8, 9. 11-13; Mateo 11, 25-30
Lo más contrario a lo que eran los usos de la época y tenemos que decir también los usos que se siguen utilizando en nuestro mundo de hoy cuando queremos expresar triunfos y victorias, cuando se quiere expresar la grandiosidad del poder en todas sus manifestaciones es lo que nos describe el profeta en la primera lectura para hablarnos de la entrada victoriosa del rey en la ciudad. Acostumbrados estamos a ver en películas de época los grandes desfiles que se nos presentan al regreso del rey y su ejército victorioso; pero no son solo las películas, sino que bien sabemos que en nuestra sociedad hay también una serie de protocolos a seguir para expresar lo que es la grandiosidad de quien ostenta el poder.
El profeta con un sentido mesiánico nos habla de esa entrada del rey victorioso que no va sobre un carro de triunfo conducido por briosos corceles sino que humilde entra montado en un humilde borrico que era la cabalgadura a que más pudieran aspirar los pobres y más que nada como instrumento de sus humildes trabajos. Este texto de Zacarías tendrá su eco en el evangelio cuando se nos  habla de la entrada de Jesús en Jerusalén entre aclamaciones de la gente y precisamente montado en un borrico.
Pienso, ¿por qué no?, hasta en la mirada compasiva o más bien burlona de los soldados o del mismo gobernador romano tras sus escudos y relucientes ropajes cuando Jesús entraba entre las aclamaciones de los niños y los pobres en la ciudad santa. Era además todo lo contrario de lo que los mismos judíos soñaban con la llegada del Mesías victorioso que les liberaría de la opresión de los soldados y poderes extranjeros.
Pero es que eso es precisamente lo grandioso del evangelio. Y esa es la revelación de Dios que Jesús quiere hacernos. Es la imagen que Jesús ha ido presentando de sí mismo cuando se acercaba a los pobres y cuantos sufrían y cómo se gozo era estar entre los hijos del hombre, precisamente entre los humildes y los sencillos. Porque es ahí donde se manifiestan las maravillas de Dios; no es el Dios que se nos impone sino que se acerca a nosotros para caminar con nosotros, para vivir nuestra misma vida, para ser en verdad el Emmanuel, el Dios con nosotros. No es en el caballo del poder sino en el humilde borrico del servicio donde se nos va a presentar Dios para que le descubramos y le conozcamos.
Por eso serán los pequeños, los sencillos y humildes de corazón los que podrán conocer los misterios de Dios, porque de los pobres es el Reino de Dios cielos, porque los mansos y humildes de corazón conocerán a Dios, y los que son limpios de corazón podrán ver a Dios, como nos enseña en las Bienaventuranzas.
Hoy da gracias Jesús al Padre porque ha revelado todo este misterio a los pobres y a los sencillos, porque a los que se creen entendidos, a los soberbios de corazón no se les revelará el Señor. ¿Quiénes fueron los primeros que recibieron el anuncio del Ángel de que había nacido Dios sino unos humildes y sencillos pastores que cuidaban al raso sus rebaños en la noche de Belén?
Y es que así se nos manifiesta Dios cuyo rostro humano vemos en Jesús. Es el rostro del amor y de la misericordia de Dios, es el rostro de la cercanía de quien quiere caminar con nosotros, es el rostro del corazón abierto, misericordioso y compasivo siempre dispuesto para acoger pero siempre regalándonos amor. Es el Jesús que se mezcla con los pecadores y come con ellos, que llega junto al paralítico que en su soledad se siente abandonado por todos para levantarlo y ponerlo en camino de vida en dignidad; es el Jesús que se detiene en las calles de Jerusalén para hacer un poco de barro que poner en los ojos del ciego que envía a Siloé; es el Jesús que siente el hambre y como se desfallecen por el camino los que acuden a El para darles en el desierto abundancia de pan que será signo de vida eterna; es el Jesús que se deja tocar por la mujer de las hemorragias o pone su mano sobre el leproso sin temer ni en un caso ni en otro ni el contagio ni el convertirse en impuro con los que los hombres consideran impuros, porque El se pone siempre del lado de los que son discriminados y nadie quiere.
Muchas páginas del evangelio podríamos recorrer para escuchar con todo sentido lo que hoy nos quiere decir. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera’.
Creo que dos cosas importantes podríamos subrayar en estas palabras. La invitación que nos hace para que vayamos a El no importa cual sea nuestra situación. Cansados, agobiados, con el cuerpo o el alma rota en sufrimientos o en dolores de todo tipo, heridos por los desprecios de quienes quizás nos quieren utilizar, con el llanto de nuestras soledades porque nadie nos tiene en cuenta o porque nos van arrimando en las cunetas de la vida. No importa cómo estemos, no importa cuáles sean nuestros dolores y hasta nuestras angustias, cuál sea nuestra necesidad y pobreza porque El encontraremos nuestro alivio y nuestro descanso.
Pero nos dice también ‘aprended de mí que soy manso y humilde de corazón’. Aprender de su mansedumbre, aprender de su amor y de su humildad, aprender de la generosidad de su corazón, aprender de El porque ese tiene que ser el camino que nosotros hagamos para ir al encuentro de los demás. Es nuestra tarea, nuestra labor, nuestra misión, lo que en verdad tenemos que reflejar en nuestra vida. Nosotros y la Iglesia, la Iglesia de Jesús que no puede ser de otra manera que a la manera de Jesús.
¿Será esa la imagen que damos? ¿Será esa la imagen de la Iglesia, que tantas veces decimos, madre de misericordia? ¿No iremos demasiadas veces montados en briosos corceles porque no nos queremos bajar de nuestro poder en lugar de ir en el humilde borrico tal como Jesús entró en la ciudad santa? Ir en el humilde borrico significa bajarnos al suelo y caminar a ras de suelo al lado de nuestros hermanos que sufren; ir a ras de suelo repartiendo siempre misericordia y amor, siendo paño de consuelo para los que sufren y siendo remedio y alivio para tantos que van atormentados por los caminos de la vida.

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