sábado, 4 de julio de 2020

Dejemos ya de lado esa pobreza espiritual que se contenta con hacer cosas para cumplir y busquemos ese odre nuevo para el vino del evangelio



Dejemos ya de lado esa pobreza espiritual que se contenta con hacer cosas para cumplir y busquemos ese odre nuevo para el vino del evangelio

Amós 9, 11-15; Sal 84; Mateo 9, 14-17
La pregunta siempre ha estado más o menos presente de una forma u otra. ¿Qué tengo que hacer para ir al cielo, para poder decir que soy bueno, para ser un cristiano cumplidor? Ahí está la cuestión, en que muchas veces nos hemos querido hacer cristianos cumplidores; y por eso preguntamos qué tengo que hacer. Pero eso pregunta en el fondo está preguntando qué cosas, más o menos fáciles, tengo que hacer y ya con eso cumplo. Hasta dónde como mínimo tengo que llegar, claro porque cumpliendo al menos lo mínimo ya estoy salvado.
Era aquello de devociones de otros momentos, en que quizá surgieron porque había que buscar medios para que la gente se acercara más a la Iglesia y a los sacramentos, suponiendo que una vez entrado en el ritmo, ese ritmo se iba a mantener e incluso crecer; para algunos quizá lo fue, pero otros se quedaron en la materialidad de la promesa y cuando ya lo hicieron no pensaron en un paso más. Me refiero a aquella devoción de los primeros viernes de mes, en que cumplidos los nueve primeros viernes ya no era necesario nada más. Algún amigo ya mayor como yo me ha dicho en alguna ocasión, yo ya no necesito hoy ir a Misa, porque de chico hice muchas veces los primeros viernes.
Con esas componendas le vienen hoy a Jesús, en el texto que hemos escuchado en el evangelio. Los discípulos de Juan Bautista y los discípulos de los fariseos vienen poco menos que a quejarse a Jesús que ellos si ayunan puntualmente pero que sus discípulos – en referencia a los discípulos de Jesús – no ayunan. Ya cumplían, realizaban sus ayunos, sus oraciones eran públicas, estaban dando buen ejemplo, pero en los que seguían a Jesús parecía que no se les había impuesto esas cosas que cumplir. No lo entendían. Cualquier maestro señalaba a sus discípulos una disciplina que había que cumplir, unos ritos que realizar, pero Jesús no imponía esas penitencias a sus discípulos.
Cuánto les costaba entender la novedad del evangelio. El Reino de Dios que Jesús anunciaba y proclamaba no se podía quedar reducido a unos rituales, a unas rutinas, era algo nuevo y distinto, era una transformación que había que realizar desde el corazón, era un nuevo estilo y sentido de vida. ¿Cómo los amigos del novio que están participando con este en su boda van a ayunar? Tienen que estar viviendo la alegría de la fiesta de algo nuevo que comenzaba como era siempre un nuevo matrimonio, siguiendo el ejemplo que propone Jesús.
Por eso Jesús nos está diciendo que vivir el nuevo Reino de Dios no es cuestión de remiendos, porque con los remiendos al final no sabemos en lo que quedamos, con los remiendos puede producirse un roto mayor en el corazón. Por eso es necesario un paño nuevo, una nueva vestidura, un hombre nuevo, como nos dirá más tarde san Pablo. O habla también de los odres nuevos para el vino nuevo; el vino nuevo al fermentar tiene una fuerza grande que puede hacer reventar los odres viejos, y entonces ni odres, ni vino ni nada.
Es la transformación grande que tiene que realizarse en nuestra vida que no se queda en meros cumplimientos. Grande es la renovación que tiene que realizarse en nuestra vida que por eso Jesús nos pide que para creer en la Buena Noticia del Reino de Dios hemos de convertirnos, hemos de darle la vuelta totalmente a nuestra vida. No son unos remiendos, no es decir ahora tengo que cumplir unas cuantas cosas nuevas, pero todo lo demás puede seguir igual.
Así andamos con nuestra vida anquilosada; así andamos con nuestras componendas; así andamos con nuestra falta de compromiso; así andamos buscando algunas cositas que hacer para ya quedarnos contentos; así andamos con nuestras mezquindades y nuestra pobreza espiritual. Y eso no es vivir el Reino de Dios. Así me lo digo a mi mismo. Que la fuerza del Espíritu me haga ser en verdad ese hombre nuevo del Evangelio, ese odre nuevo que pueda contener el vino nuevo evangelio.

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