sábado, 30 de mayo de 2020

Lo importante es estar dispuesto a seguirle, aunque muchas preguntas se agolpen en la cabeza y muchos temores haya en el corazón, no nos faltará la fuerza de su Espíritu


Lo importante es estar dispuesto a seguirle, aunque muchas preguntas se agolpen en la cabeza y muchos temores haya en el corazón, no nos faltará la fuerza de su Espíritu

Hechos de los apóstoles 28, 16-20. 30-31; Sal 10; Juan 21, 20-25
Al amigo lo apreciamos, queremos contar con El y al tiempo queremos hacernos presente en su vida como un buen compañero que comparte camino, sentimos como propias sus preocupaciones y al mismo tiempo queremos ser estímulo en su camino pero siempre dejándolo ser él. La confianza de la amistad no nos da derecho a entrar irrespetuosamente en su vida e influir de tal manera que queramos hacerlo tan semejante a nosotros que de alguna manera le robemos su propia identidad. Por eso es tan importante el respeto para dejar caminar libremente al amigo en sus propias decisiones  y realizando su propio camino en el que no tenemos por qué entrometernos.
No podemos ser influencia que coarte, no podemos ser causa de merma de su propia autoestima, sino con todo respeto ser aliciente y estímulo para que realice su propio camino. Ya sé que nuestro pecado es muchas veces querer meternos en todo restándole o mermándole hasta su propia intimidad, sus propias decisiones y su propio camino. Tenemos que dejar caminar mientras nosotros hacemos también nuestro propio camino en el que no queremos que nadie se nos entrometa. Aunque algunas veces lo hagamos con la mejor buena voluntad, con la mejor intención.
Me viene a la mente toda esta reflexión con que he introducido el tema de hoy contemplando el evangelio que hoy se nos propone. Nos damos cuenta que ya es el final del evangelio de Juan y que es una continuación de la pesca milagrosa en el mar de Galilea después de la resurrección y de la confesión de amor de Pedro a Jesús cuando llega a sus pies, como ya ayer comentábamos. Ha habido un diálogo de una intimidad grande de Pedro con Jesús y éste le ha seguido confiando la misión de pastorear a sus ovejas como un día le había prometido de hacerlo piedra sobre la que se fundamente su Iglesia. Las malas experiencias de Pedro a la hora de la pasión de Jesús con sus dudas y negaciones no han sido razón para que Jesús no siga confiando en él.
Cuando la conversación va tocando a su fin Pedro se da cuenta de que por allí cerca está el llamado discípulo amado. Se nos recuerda en el texto incluso el hecho de que estuviera recostado sobre el costado de Jesús en la cena pascual y por eso le hiciera la pregunta de quién era el que lo iba a traicionar. Pedro que se siente sobrecogido por lo que le ha dicho Jesús ve como un escape de su emoción el interesarse por su amigo y compañero, Juan, que tantas cosas han compartido juntos con el Maestro. Si para mí me tienes reservado todo esto, parece decirle Pedro a Jesús, y para éste, refiriéndose a Juan, ¿qué?
Y es la frase de Jesús que sería mal interpretada por los discípulos Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme’. Elude Jesús la pregunta de Pedro pero le dice que para él ahora es importante seguirle. ¿Qué llegará un momento que ni podrás ceñirte por tí mismo o no podrás ir a donde quieras? Otro te ceñirá, otro guiará tus pasos, pero para tí lo importante es seguirme, parece decirle Jesús.
Seguirle, aunque el camino se haga oscuro en ocasiones; seguirle, aunque signifique también hay que beber de su mismo cáliz; seguirle, aunque no sea comprendido por los demás que lo verán como una locura; seguirle, dejando que se abran caminos nuevos, amplios horizontes que nos hagan salirnos de la rutina de siempre, nuevos campos de trabajo no siempre fáciles pero en los que hay que labrar bien el terreno para sembrar la semilla, un mundo diverso y que algunas veces nos pueda parecer sofisticado que nos cueste entender pero que es donde tenemos que sembrar y pastorear. Lo importante es estar dispuesto a seguirle, aunque muchas preguntas se agolpen en la cabeza y muchos temores haya en el corazón. Seguirle, porque por El hemos de estar dispuestos hasta a dar la vida, como el mismo Pedro prometiera un día. Seguirle porque El nos quiere hacer pescadores de otros mares y en El hemos puesto toda nuestra confianza. No nos faltará la fuerza de su Espíritu.


viernes, 29 de mayo de 2020

Nos pregunta Jesús si le amamos y algunas veces no sabemos qué responder porque cuando nos quitan los ropajes externos parece que nos quedamos sin nada


Nos pregunta Jesús si le amamos y algunas veces no sabemos qué responder porque cuando nos quitan los ropajes externos parece que nos quedamos sin nada

Hechos 25, 13b-21; Sal 102; Juan 21, 15-19
Cuando entretejemos la vida con los hilos y el tejido del amor será algo que lleguemos a vivir casi espontáneamente y prácticamente no es necesario hacer continuas declaraciones de amor y de amistad, porque será algo que fluye por si mismo. No necesita el amigo estar preguntando siempre al otro si es amigo y si siente aprecio por él porque los gestos, la cercanía y la preocupación que sienten el uno por el otro lo está diciendo todo. No sería necesario que continuamente un hijo le pregunte a su padre o a su madre si lo quiere cuando tantos son los signos del amor de unos padres por sus hijos continuamente a lo largo del día.
Sin embargo y sin querer retractarme de lo dicho hasta ahora en el mantenimiento de ese amor o de esa amistad habrá muchos momentos en que no son suficientes los signos que realicemos sino que también hemos de expresarlo con palabras. ¿Me quieres? Preguntará acaso la madre a su hijo en momentos en que se expresa ese cariño, como el amigo expresará cuanto es el aprecio que siente por su amigo y lo dichoso y feliz que se siente con su amistad. Necesitamos expresar también con palabras nuestro amor y nuestra amistad que pueden sonar a un sello fuerte con el que queremos confirmar lo que sabemos que llevamos por dentro.
¿Conocía Jesús el corazón de Pedro? No solo en su visión divina y sobrenatural podríamos decir, sino humanamente después de aquel camino de años que habían hecho juntos Pedro no podía engañar a Jesús manifestando otra cosa que lo que llevaba en su corazón. Muchas porfías de amor había hecho Pedro por Jesús al que quería seguir hasta dar la vida por El, aunque muchas fueran también sus debilidades como para quedarse dormido en Getsemaní o negar que conociera a Jesús como sucedería en el patio del pontífice. Tres veces le había negado como ya se lo anunciara Jesús.
Ahora se había lanzado al agua cuando Juan le susurrara que el que estaba en la orilla era el Maestro y allí estaba a los pies de Jesús queriendo, por así decirlo, remediar sus errores y debilidades anteriores. Y es cuando surge la pregunta de Jesús. ‘Pedro, ¿me amas? ¿Me amas más que estos?’ No había sido una sola vez la que preguntara Jesús sino que se había repetido hasta tres veces el interrogatorio. Ya Pedro no sabia que responder. ‘Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo’.
Pero no nos vamos a quedar en Pedro. ¿Será la pregunta que nos haga Jesús a nosotros también? Estamos finalizando la Pascua y esta pascua que este año ha tenido unas especiales circunstancias. Ha sido básicamente todo el tema de la pandemia con la crisis sanitaria y social que se ha provocado y que a todos nos ha afectado de una forma o de otra.
Pero las circunstancias especiales en que nos hemos visto obligados a vivir con este confinamiento social ha podido tener y ha tenido también sus repercusiones en la expresión religiosa de nuestra vida cristiana cuando nos hemos visto privados de nuestras celebraciones litúrgicas, contentándonos acaso en seguir por radio, televisión u otros medios de las redes sociales dichas celebraciones. Y es cuando nos preguntamos cuál ha sido nuestra reacción y nuestra respuesta, hasta donde ha llegado el nivel de nuestra fe tratando de encontrar otros cauces, otros medios para no perder la intensidad de la vivencia del misterio pascual.
Ha sido quizá como vernos desnudos cuando se ha quitado todo lo externo y esto no ha obligado a ir a lo que tiene que ser siempre el fondo, el meollo de nuestra vida cristiana. Nos podemos vestir de bonitos ropajes externos y con eso pensamos que ya está todo hecho en nuestra vida cristiana, pero cuando nos han quitado esos ropajes, ¿cómo nos hemos quedado? ¿Qué es lo que hemos vivido? ¿Ha sido igual de intensa en nuestro interior la vivencia del misterio pascual que celebramos?
Sí, nos pregunta Jesús, ‘¿me amas?’ El Señor lo sabe, le amamos, sí, pero nuestro amor no siempre es tan intenso; le amamos, pero algunas veces nos quedamos en los ropajes externos y cuando nos los quitan parece que nos quedamos sin nada; le amamos, pero le pedimos que nos haga crecer en el amor. Para eso nos da su Espíritu. Lo vamos a celebrar.

jueves, 28 de mayo de 2020

Oremos con Jesús para que en verdad seamos uno y el mundo crea y aparquemos para siempre de nuestras comunidades divisiones, desconfianzas y desavenencias



Oremos con Jesús para que en verdad seamos uno y el mundo crea y aparquemos para siempre de nuestras comunidades divisiones, desconfianzas y desavenencias

Hechos 22, 30; 23, 6-11; Sal 15; Juan 17, 20-26
Creo que todos estamos cansados de esas situaciones que vemos tantas veces de gente, por ejemplo, que con gran entusiasmo deciden formar un grupo de tipo social o cultural, de altruismo por los demás o simplemente buscando la unidad y la convivencia entre vecinos allí donde viven, pero que tras ese entusiasmo inicial en que se les veía muy unidos, se realizaban cosas hermosas desde esa unidad y buena convivencia, trabajaban generosamente por causas que quizás algunos veían perdidas pero en su entusiasmo supieron sacar adelante.
Todo parecía idílico, pero pronto observamos como la intensidad de las actividades baja, la buena relacion comienza a resquebrajarse, aparecen los intereses particulares que si no son satisfechos llevan no solo al abandono sino quizá también a campañas destructivas que tiran por la borda todo lo anteriormente conseguido. Cuantos que parecían tan amigos pronto se convirtieron no solo en contrincantes sino en enemigos que buscaban la destrucción mutua.
Los intereses egoístas destruyeron la unidad y la convivencia y aquello se alejó mucho de lo que en principio se pretendía. Cosas así observamos en muchos aspectos de la sociedad, sociales, culturales, políticos, y hasta en los grupos que nos parecían más serios con años de historia detrás vemos que la falta de unidad y concordia lo echa todo a perder. No hace falta poner nombres porque todos tenemos en la mente situaciones así.
He querido comenzar la reflexión trayendo a colación estas situaciones que son demasiado frecuentes en nuestro entorno y en nuestro mundo, por la oración que Jesús hace hoy por los que crean en El. Pide la unidad y la comunión. Si somos hijos del mismo Padre ¿cómo podemos andar divididos? Si Cristo va a derramar su sangre en la pasión y en la pascua para la reconciliación de todos los que andaban divididos ¿cómo es posible que no mantengamos esa querida unidad?
¡Qué mal ejemplo damos los cristianos! ¿Creemos en serio que estamos viviendo aquella unidad que Jesús está pidiendo en su oración sacerdotal en la cena pascual? Pide Jesús en su oración por todos los que crean en su nombre ‘para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado’. La razón y el modelo de nuestra unión es la unidad que hay entre Jesús y el Padre, ‘como tú Padre en mi y yo en ti’. ¿Nos amamos nosotros con un amor así?
Recordamos que era la admiración que producían los primeros cristianos entre los que los rodeaban. ‘Mira cómo se aman’, se decían entre ellos los gentiles. Y testimonio claro tenemos en las primeras páginas del libro de los Hecho de los Apóstoles en aquella unidad y amor que había entre todos los creyentes que tenían una sola alma y un solo corazón. No es precisamente lo más que reflejamos nosotros los cristianos. No es lo que se vive en nuestras comunidades cristianas.
No hablo ahora de la terrible ruptura entre las Iglesias que creyendo en el mismo Jesús llevamos apellidos distintos, porque somos de aquí o de allá, la rota unidad de los cristianos. Hablo de lo que vivimos en el día a día de nuestras iglesias, de nuestras parroquias, de nuestras comunidades, de nuestros grupos. Cuántos resentimientos, cuantas desconfianzas, cuántos orgullos, cuánta vanidad en tantas ocasiones, cuántas ganas de aparentar lo que realmente no somos, cuánto desamor y desapego entre unos y otros que vivimos ese espíritu del mundo de echarnos la zancadilla a primeras de cambio para quedar por encima, para buscar poder e influencia. En lugar de apoyarnos, de comprendernos, de ser un estímulo los unos para los otros, en lugar incluso de defendernos, nos destruimos, ante la menor sospecha caemos enseguida sobre los otros. ¿Cómo podemos hablarles de misericordia a los demás si nosotros no tenemos misericordia los unos con los otros dentro de nuestros propios grupos o comunidades?
Oremos con Jesús para que en verdad seamos uno y el mundo crea. Porque todo eso que hemos mencionado lo ve la gente, lo ve el mundo que nos rodea y no es precisamente un ejemplo atrayente para nadie. ‘Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí’. Es la oración de Jesús por su Iglesia. Y orar con Jesús es aparcar para siempre de nuestro corazón y nuestras comunidades divisiones, desconfianzas y desavenencias.

miércoles, 27 de mayo de 2020

En medio de un mundo de mentira y falsedad los cristianos somos santificados en el Espíritu de la Verdad para que demos testimonio de la verdad ante el mundo


En medio de un mundo de mentira y falsedad los cristianos somos santificados en el Espíritu de la Verdad para que demos testimonio de la verdad ante el mundo

Hechos 20, 28-38; Sal 67; Juan 17, 11b-19
Cuando amamos a alguien de verdad, sobre todo si es alguien que está a nuestro cuidado o sobre quien tenemos alguna responsabilidad, no solo nos preocupamos del momento presente, ayudándole a que viva lo mejor y de la mejor manera, o que desempeñe rectamente sus responsabilidades, sino que de alguna manera sentimos preocupación por su futuro; como solemos decir le deseamos lo mejor, y contribuimos en la medida de lo posible a ese futuro mejor de aquellos a quienes tanto amamos.
Si vislumbramos que las cosas no se les pueden presentar bien, que van a tener momentos difíciles o fuertes contratiempos con ellos ya sufrimos previamente y de alguna manera los prevenimos y preparamos para que sepan enfrentarse de la mejor manera posible a esos momentos difíciles del futuro. Pensemos en unos padres que vislumbran un futuro incierto para sus hijos, por ejemplo. La ternura de nuestro corazón se desborda y el amor que sentimos manifiesta también ese sufrimiento que ya llevamos con nosotros.
Es lo que estamos contemplando en la noche de la cena pascual, la ternura del corazón de Cristo por sus discípulos se desborda y se manifiesta de mil maneras. Son momentos de emoción, que quizá los discípulos palpan sin casi darse cuenta del alcance de las palabras de Jesús, pero allí se está derrochando esa ternura de Jesús por los discípulos que le han seguido y que están con El. Se manifiesta en la oración que Jesús hace al Padre en esos momentos, como decíamos de la ofrenda del ofertorio de su sacrificio, y quiere para sus discípulos lo mejor, los ha cuidado, ha estado al tanto de todo lo que les pasaba, allí estaban sus palabras, sus enseñanzas y sus gestos, pero ahora podrían los discípulos sentir el dolor de la ausencia de Jesús, pero quiere Jesús garantizar que nada las faltará y tendrán para siempre su presencia. De ahí la promesa del Espíritu Santo.
‘Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría cumplida’.
Vislumbra Jesús lo difícil que lo van a tener. Parecería que la mejor manera de hacer que no tuvieran que sufrir es liberarlos de ese mundo. Pero en ese mundo han de estar, aunque su sentido y su estilo van a ser bien diferentes. Por eso se van a encontrar con el odio del mundo, el rechazo, lo que ha sido la historia a través de los siglos de las fuerzas del mal en contra de la Iglesia, en contra de los discípulos de Jesús que se ha manifestado de diferentes maneras, pero que ahí ha estado siempre presente la persecución y el rechazo. Como lo tenemos hoy.
No es tarea fácil. Pero el discípulo de Jesús ha de dar testimonio de la verdad. ‘Santifícalos en la verdad’, pide Jesús al Padre. Y es que en el testimonio de la verdad han de ser santificados. No es necesario que digamos muchas cosas pero reconocemos que vivimos en un mundo de mentiras, de falsedades, de hipocresías y vanidades. Se oculta la verdad y se maneja todo a nuestros intereses. Últimamente se nos ha metido en el lenguaje esa expresión del ‘fake news’ que manifiesta muy bien esa mentira en que se quiere vivir en el mundo y se difunden cosas falsas como si fueran verdades y de manera incauta caemos en ello y nos lo creemos entrando en ese mundo de mentira que así nos manipula. Como suelen decir, ‘miente que algo queda’, que muchos tienen como lema y motor de vida.
Y ahí en medio estamos nosotros los cristianos que tenemos que dar testimonio de la verdad, que hemos de ser santificados, como dice Jesús, en la verdad. Pero en medio de ese mundo turbio y de tanta confusión sabemos que no nos sentimos solos, porque con nosotros está el Espíritu de la Verdad, el Espíritu de Jesús que El nos envía y será nuestra fuerza y nuestra sabiduría. Preparémonos con intensidad para la fiesta del Espíritu Santo que celebraremos el próximo domingo con Pentecostés.

martes, 26 de mayo de 2020

Ofertorio y ofrenda de Cristo en que se manifiesta la gloria del Padre y de su Hijo Jesucristo al hacernos partícipes en el conocimiento de Dios que es la vida eterna


Ofertorio y ofrenda de Cristo en que se manifiesta la gloria del Padre y de su Hijo Jesucristo al hacernos partícipes en el conocimiento de Dios que es la vida eterna

Hechos 20, 17-27; Sal 67; Juan 17, 1-11a
En nuestras relaciones de la vida social hay unas costumbres que casi se han impuesto como normas – hoy los llaman protocolos – que nos van marcando lo que es correcto o se debe de hacer en determinadas circunstancias. Y aunque no nos queramos dejar llevar por los protocolos sin embargo es en cierto modo normal que en un encuentro familiar o de amigos, sobre todo cuando se hace por determinados motivos, ya sea un aniversario o cumpleaños, la finalización de una etapa en un trabajo o en un programa que estemos realizando, en un encuentro en que queremos honrar a una persona simplemente porque sentimos agradecimiento hacia ella por lo que ha hecho por nosotros o algo así, alguien tome la palabra para hacer lo que llamamos habitualmente un brindis que no es otra cosa que una ofrenda de gratitud y homenaje. Unas veces con mayor solemnidad, otras veces de manera informal o más en plan compadre, no faltarán esas palabras amigas que pueden ser incluso un resumen de lo realizado y que motiva dicho encuentro.
En un lenguaje más litúrgico y en referencia a lo que son nuestras celebraciones cristianas es el momento de la ofrenda, que no es solo ni principalmente el Ofertorio sino ese momento central de una Eucaristía, momento verdadero de la ofrenda cuando en la plegaria eucarística no solo hacemos memoria del misterio de Cristo sino llegamos a la doxología final verdadera ofrenda porque todo honor y gloria queremos dar por Jesucristo a Dios Padre todopoderoso.
Pues podríamos decir que en la Eucaristía que es la misma vida de Cristo llegamos a ese momento. Va a comenzar no solo la celebración sino la realización de la verdadera Pascua, la Pascua nueva y eterna de la sangre de Cristo derramada, y Jesús, podíamos decir, hace la oración de ofrenda al Padre. Estos capítulos del evangelio de Juan que comenzamos a leer hoy del final de la cena Pascual antes de marchar a Getsemaní suelen llamar la oración sacerdotal de Cristo.
Y efectivamente así es. Son palabras de Cristo que son oración al Padre donde hace entrega de su vida; nos está recordando en lo que hoy hemos escuchado todo lo que es el meollo o el misterio de la vida de Cristo. Es el momento de la gloria, de la gloria de Dios que se está manifestando en la entrega y en el sacrificio de Cristo. Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado’.
Y nos manifiesta en qué está esa gloria de Dios, que significa esa vida eterna que nos quiere dar, que no es otra cosa que participar para siempre de su misma vida. ‘Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo’. Es lo que ha venido Cristo a realizar cuando nos ha hablado a lo largo de todo el evangelio del Reino de Dios.
¿Qué es el Reino de Dios sino ese conocimiento y reconocimiento de Dios? Cuando llegamos a conocer a Dios ya para siempre El será para nosotros nuestro único Señor, nuestro único Rey. Y Jesús nos está diciendo que eso es lo que El ha realizado darnos a conocer ese misterio de Dios, hacernos partícipes de esa vida de Dios que nos llena de eternidad.
Y ruega Jesús en su oración por aquellos que han creído en El, que han comenzado a hacerse participes de esa vida de Dios porque conocen a Dios. Ahora nos queda a nosotros orar con la oración de Jesús, hacer la ofrenda con la ofrenda de Jesús, buscar esa gloria de Dios como Jesús es glorificado haciéndonos nosotros partícipes de esa misma gloria. Es nuestra oración pero es nuestro camino, es la ofrenda de amor de nuestra vida y es lo que nos llena de esperanza de un día poder gozar también de esa visión de Dios.

lunes, 25 de mayo de 2020

Para llegar a la victoria con Cristo hemos de realizar antes un camino de humildad y de purificación porque solo así encontremos el sentido de la verdadera Sabiduría del Espíritu


Para llegar a la victoria con Cristo hemos de realizar antes un camino de humildad y de purificación porque solo así encontremos el sentido de la verdadera Sabiduría del Espíritu

 Hechos 19, 1-8; Sal 67; Juan 16, 29-33
Sí, yo lo sé, lo tengo claro… decimos cuando alguien quiere hacernos una recomendación, cuando nos quieren prevenir de algo, o simplemente dándonos consejos de la vida que siempre necesitaríamos, pues como se suele decir cuatro ojos ven más que dos y el consejo que alguien puede darnos desde su experiencia nos vendría bien. Sin embargo nos creemos autosuficientes, nos creemos que nos lo sabemos todo y no necesitamos los consejos de nadie; cuántas veces hemos pensado y reaccionado así y cuanto lo vemos en personas de nuestro entorno o incluso aquellos que están a nuestro cuidado y tenemos la obligación de prevenirles, de prepararles para la vida, y de darles un consejo.
Lo tengo claro, decimos, y pronto nos damos cuenta que estamos patinando, que no hacemos pie, que no sabemos donde asentarnos, que nos encontramos con las manos atadas ante una actuación porque ya ni recordamos aquel buen consejo que nos dieron.  Necesitamos humildad y apertura de corazón, despojarnos de autosuficiencias y orgullos que lo que hacen es ponernos murallas en derredor nuestro y al final nadie se podrá acercarnos a nosotros para prestarnos una ayuda o nosotros no sabremos o no podremos acudir a nadie que nos eche una mano, nos diga esa palabra que necesitamos, o nos de ese tan necesario impulso para el camino de la vida. Qué mal lo pasaremos entonces.
Cosas así nos van pasando a todos en la vida. Creíamos conocer una persona y nos habíamos hecho una idea equivocada de ella, creímos sabérnoslo todo y pronto nos damos cuenta de cuantas lagunas hay en nuestra vida. Lo malo es que sea tarde ese reconocimiento, lo malo es lo que hicimos mal por no tener la humildad suficiente, lo malo son los tropezones que nos vamos dando contra los demás, que no solo hacen daño a los otros, sino que a nosotros mismos también nos hacemos daño.
¿Les pasaría algo así a los discípulos de Jesús? Decir que se sentían muy seguros mientras Jesús estaba con ellos. Jesús había confiado en ellos y pacientemente les iba enseñando, les hacia participes de su misión y los había mandado a predicar en alguna ocasión con su mismo poder; ellos habían vuelto orgullosos de lo que habían hecho y hasta les parecía que tenían el mundo contestado. Por eso en aquella ocasión que los samaritanos no quieren recibirlos porque van a Jerusalén, por allá andan Santiago y Juan queriendo pedir que bajara fuego de cielo para castigar a quienes no querían recibirlos.
Necesitaban una cura de humildad. Y aquella noche en la cena pascual Jesús se las estaba dando. Primero desde el gesto de ponerse a lavarles los pies, después de todos aquellos signos que iba realizando y que les estaban abriendo los ojos, estaban también sus palabras, sus anuncios y por eso ahora se sienten contentos porque Jesús, dicen, les ha hablado claramente. Pero Jesús para su entusiasmo, les recuerda que pronto se van a enfriar en esos entusiasmos y hasta lo abandonarán, aunque ellos no quieren entenderlo. Pero allí se iban a ir sucediendo los signos de todo aquello que Jesús les anunciaba. Otras tenían que ser sus actitudes y posturas, otra la manera de entender las cosas, otra era la seguridad que habrían de sentir incluso cuando todo se volviera oscuro para ellos. Jesús les anuncia que al final vendrá el triunfo. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo’.
Para llegar a esa victoria con Cristo hemos de realizar antes un camino de humildad y de purificación. Solo así le encontraremos verdadero sentido, porque no serán nuestras fuerzas ni nuestros 'saberes', sino la fortaleza y la sabiduría del Espíritu del Señor que estará con nosotros.

domingo, 24 de mayo de 2020

La Ascensión del Señor nos eleva pero al mismo pone en nuestras manos el testigo para ir a los confines del mundo al que tenemos que ayudar a elevarse también


La Ascensión del Señor nos eleva pero al mismo pone en nuestras manos el testigo para ir a los confines del mundo al que tenemos que ayudar a elevarse también

Hechos 1, 1-11; Sal 46; Efesios 1, 17-23; Mateo 28, 16-20
Hoy es un día en la liturgia de la Iglesia de una especial solemnidad; estamos culminando el tiempo pascual y cuarenta días después de la resurrección del Señor – lo hubiéramos celebrado el jueves pasado – celebramos la Ascensión del Señor al cielo. ‘Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre’, como confesamos en el Credo y como nos lo relata el evangelio. Muchos signos de alegría y de fiesta, de solemnidad y de momentos culminantes han acompañado los signos de la liturgia desde la piedad de los fieles en esta fiesta a través de los tiempos.
 No mermamos ni mucho menos esos aires de triunfo y de gloria que tiene la celebración de la Ascensión del Señor pero vamos a tratar de centrarnos bien en el sentido de esta fiesta y lo que su celebración tiene que ayudarnos en nuestra vida concreta y en las circunstancias también que vivimos. Este año la celebración de la pascua para los cristianos ha tenido un aire y un sentido distinto. Las circunstancias sociales vividas nos hacen notar una ausencia pero al mismo tiempo una presencia y un sentido muy especial de pascua.
Es cierto que el esplendor de las celebraciones nos ayuda y nos enardece espiritualmente hablando para confesar nuestra fe en medio de la alegría de nuestras celebraciones y en el encuentro festivo de los hermanos, en el encuentro festivo que vive la Iglesia. Pero también pudiera sucedernos que nos acostumbramos a esas celebraciones que un año y otro por así decirlo repetimos y hasta puedan hacernos perder esa intensidad espiritual que tenemos que vivir en lo más hondo de nosotros mismos y nos podamos quedar mucho en lo externo. Ha habido, es cierto, una ausencia pero que si no hemos perdido el sentido de la pascua nos ha hecho descubrir una presencia muy especial del paso del Señor por nuestra vida.
Ese paso de Dios, esa pascua de Jesús en su pasión y muerte la fuimos descubriendo en los hermanos que sufrían a nuestro lado y en nosotros mismos que vivíamos, hemos vivido, con gran inquietud estos momentos difíciles. Momentos difíciles fueron la pascua de Jesús que fue su pasión y su muerte, pero que fue también toda la desorientación y en cierto modo abandono de sus discípulos incluso los más cercanos que en Getsemaní a la hora del prendimiento abandonaron y huyeron, o hasta en Pedro que lo negó ante los criados del sumo pontífice. Traslademos todo eso a lo que hemos vivido y seguramente hemos llegado a ver ese paso del Señor que nos invitaba a algo nuevo y distinto.
Ese hambre de Dios que acaso hayamos vivido en la ausencia de las celebraciones bien nos pueden recordar la sed de Jesús colgado del madero en el Gólgota como todo su camino de sufrimiento y de pasión hasta llegar a morir en la cruz con aquel grito del ‘Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?’ pero que terminaría en el ‘Padre, en tus manos pongo mi espíritu’. ¿Lo habremos llegado a vivir nosotros así? ¿Habremos descubierto esa pascua, ese paso del Señor así por mi vida o por la vida de todos los que sufren en estas especiales circunstancias a nuestro lado?
Una ausencia habíamos dicho, pero también una nueva presencia, una nueva forma, que nos es tan nueva porque así nos la enseñó Jesús en el mismo evangelio, de sentir ese paso del Señor, de vivir esa presencia del Señor en lo que ha sido y es nuestra vida concreta. ¿Habremos descubierto muchos signos positivos que también se han dado cuando se ha despertado la solidaridad de tantos? ¿Habremos descubierto la llamada que nos está haciendo el Señor para que vayamos al encuentro de los hermanos que es encontrarnos con El?
La Ascensión aunque nosotros lo veamos como ese momento de triunfo y de glorificación, que ciertamente lo es, sin embargo para los discípulos significó encontrarse con una nueva ausencia. ‘¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?’ era la pregunta que les hacían a los discípulos que se habían quedado extasiados viéndolo irse en su subida al cielo.  Pero ya Jesús les había dicho que no se alejaran de Jerusalén hasta que recibieran el Espíritu Santo que desde el Padre les enviaría.
Convenía que El se fuera, les había dicho en la cena pascual, para que viniera a ellos el Espíritu Santo. En su despedida como nos narra san Mateo les había dicho ‘yo estaré con vosotros hasta la consumación de los tiempos’, y claro que podían pensar ¿cómo iba a estar con ellos si ahora le veían subir al cielo? También le habían preguntado si ya había llegado la hora de la restauración de la soberanía de Israel, a lo que Jesús no les había dado respuesta. No era la hora, no, pero ellos recibirían fuerza de lo alto para ser sus testigos hasta los confines del mundo.
Y aquí estaba la misión que les confiaba con la fuerza del Espíritu Santo. Aquí está la misión que a nosotros nos confía. Tenemos que ir, sí, hasta los confines del mundo, para ser sus testigos. ¿Y donde están esos confines del mundo? No se trata, pues, de irnos a países lejanos – aunque algunos recibirán esa misión concreta – sino a ir a esos confines de esos hermanos nuestros que están cerca de nosotros también con su inquietud, con su desorientación, con sus angustias e incertidumbres ante lo que ha de suceder, con sus preocupación ante este estado de cosas que se hace nuevo en todo lo que nos sucede, con sus deseos también de hacer que el mundo sea distinto, que sea un mundo nuevo.
Ahí están los confines del mundo donde nosotros tenemos que hacernos presentes como testigos, como testigos de Cristo resucitado al que hoy contemplamos subir con gloria al cielo. Siempre hemos dicho que la ascensión del Señor a nosotros nos eleva para llevarnos con El, pues en la Ascensión del Señor nosotros tenemos que ayudar a ese mundo que nos rodea a que se eleve también, para que busque nuevos valores, para que descubra también esos valores del espíritu que muchas veces tenemos olvidados, para que vamos buscando lo que verdaderamente es esencia para la vida y no sigamos quedándonos en cosas superfluas y que nada nos dan con consistencia.
Es la Ascensión del Señor que hemos de saber vivir de un modo nuevo. Es la Ascensión del Señor que nos prepara para que seamos en verdad testigos ante el mundo de ese mundo nuevo que con Jesús se vino a constituir. Celebrémoslo con sentido, vivámoslo con hondura.