lunes, 25 de mayo de 2020

Para llegar a la victoria con Cristo hemos de realizar antes un camino de humildad y de purificación porque solo así encontremos el sentido de la verdadera Sabiduría del Espíritu


Para llegar a la victoria con Cristo hemos de realizar antes un camino de humildad y de purificación porque solo así encontremos el sentido de la verdadera Sabiduría del Espíritu

 Hechos 19, 1-8; Sal 67; Juan 16, 29-33
Sí, yo lo sé, lo tengo claro… decimos cuando alguien quiere hacernos una recomendación, cuando nos quieren prevenir de algo, o simplemente dándonos consejos de la vida que siempre necesitaríamos, pues como se suele decir cuatro ojos ven más que dos y el consejo que alguien puede darnos desde su experiencia nos vendría bien. Sin embargo nos creemos autosuficientes, nos creemos que nos lo sabemos todo y no necesitamos los consejos de nadie; cuántas veces hemos pensado y reaccionado así y cuanto lo vemos en personas de nuestro entorno o incluso aquellos que están a nuestro cuidado y tenemos la obligación de prevenirles, de prepararles para la vida, y de darles un consejo.
Lo tengo claro, decimos, y pronto nos damos cuenta que estamos patinando, que no hacemos pie, que no sabemos donde asentarnos, que nos encontramos con las manos atadas ante una actuación porque ya ni recordamos aquel buen consejo que nos dieron.  Necesitamos humildad y apertura de corazón, despojarnos de autosuficiencias y orgullos que lo que hacen es ponernos murallas en derredor nuestro y al final nadie se podrá acercarnos a nosotros para prestarnos una ayuda o nosotros no sabremos o no podremos acudir a nadie que nos eche una mano, nos diga esa palabra que necesitamos, o nos de ese tan necesario impulso para el camino de la vida. Qué mal lo pasaremos entonces.
Cosas así nos van pasando a todos en la vida. Creíamos conocer una persona y nos habíamos hecho una idea equivocada de ella, creímos sabérnoslo todo y pronto nos damos cuenta de cuantas lagunas hay en nuestra vida. Lo malo es que sea tarde ese reconocimiento, lo malo es lo que hicimos mal por no tener la humildad suficiente, lo malo son los tropezones que nos vamos dando contra los demás, que no solo hacen daño a los otros, sino que a nosotros mismos también nos hacemos daño.
¿Les pasaría algo así a los discípulos de Jesús? Decir que se sentían muy seguros mientras Jesús estaba con ellos. Jesús había confiado en ellos y pacientemente les iba enseñando, les hacia participes de su misión y los había mandado a predicar en alguna ocasión con su mismo poder; ellos habían vuelto orgullosos de lo que habían hecho y hasta les parecía que tenían el mundo contestado. Por eso en aquella ocasión que los samaritanos no quieren recibirlos porque van a Jerusalén, por allá andan Santiago y Juan queriendo pedir que bajara fuego de cielo para castigar a quienes no querían recibirlos.
Necesitaban una cura de humildad. Y aquella noche en la cena pascual Jesús se las estaba dando. Primero desde el gesto de ponerse a lavarles los pies, después de todos aquellos signos que iba realizando y que les estaban abriendo los ojos, estaban también sus palabras, sus anuncios y por eso ahora se sienten contentos porque Jesús, dicen, les ha hablado claramente. Pero Jesús para su entusiasmo, les recuerda que pronto se van a enfriar en esos entusiasmos y hasta lo abandonarán, aunque ellos no quieren entenderlo. Pero allí se iban a ir sucediendo los signos de todo aquello que Jesús les anunciaba. Otras tenían que ser sus actitudes y posturas, otra la manera de entender las cosas, otra era la seguridad que habrían de sentir incluso cuando todo se volviera oscuro para ellos. Jesús les anuncia que al final vendrá el triunfo. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo’.
Para llegar a esa victoria con Cristo hemos de realizar antes un camino de humildad y de purificación. Solo así le encontraremos verdadero sentido, porque no serán nuestras fuerzas ni nuestros 'saberes', sino la fortaleza y la sabiduría del Espíritu del Señor que estará con nosotros.

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