jueves, 28 de mayo de 2020

Oremos con Jesús para que en verdad seamos uno y el mundo crea y aparquemos para siempre de nuestras comunidades divisiones, desconfianzas y desavenencias



Oremos con Jesús para que en verdad seamos uno y el mundo crea y aparquemos para siempre de nuestras comunidades divisiones, desconfianzas y desavenencias

Hechos 22, 30; 23, 6-11; Sal 15; Juan 17, 20-26
Creo que todos estamos cansados de esas situaciones que vemos tantas veces de gente, por ejemplo, que con gran entusiasmo deciden formar un grupo de tipo social o cultural, de altruismo por los demás o simplemente buscando la unidad y la convivencia entre vecinos allí donde viven, pero que tras ese entusiasmo inicial en que se les veía muy unidos, se realizaban cosas hermosas desde esa unidad y buena convivencia, trabajaban generosamente por causas que quizás algunos veían perdidas pero en su entusiasmo supieron sacar adelante.
Todo parecía idílico, pero pronto observamos como la intensidad de las actividades baja, la buena relacion comienza a resquebrajarse, aparecen los intereses particulares que si no son satisfechos llevan no solo al abandono sino quizá también a campañas destructivas que tiran por la borda todo lo anteriormente conseguido. Cuantos que parecían tan amigos pronto se convirtieron no solo en contrincantes sino en enemigos que buscaban la destrucción mutua.
Los intereses egoístas destruyeron la unidad y la convivencia y aquello se alejó mucho de lo que en principio se pretendía. Cosas así observamos en muchos aspectos de la sociedad, sociales, culturales, políticos, y hasta en los grupos que nos parecían más serios con años de historia detrás vemos que la falta de unidad y concordia lo echa todo a perder. No hace falta poner nombres porque todos tenemos en la mente situaciones así.
He querido comenzar la reflexión trayendo a colación estas situaciones que son demasiado frecuentes en nuestro entorno y en nuestro mundo, por la oración que Jesús hace hoy por los que crean en El. Pide la unidad y la comunión. Si somos hijos del mismo Padre ¿cómo podemos andar divididos? Si Cristo va a derramar su sangre en la pasión y en la pascua para la reconciliación de todos los que andaban divididos ¿cómo es posible que no mantengamos esa querida unidad?
¡Qué mal ejemplo damos los cristianos! ¿Creemos en serio que estamos viviendo aquella unidad que Jesús está pidiendo en su oración sacerdotal en la cena pascual? Pide Jesús en su oración por todos los que crean en su nombre ‘para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado’. La razón y el modelo de nuestra unión es la unidad que hay entre Jesús y el Padre, ‘como tú Padre en mi y yo en ti’. ¿Nos amamos nosotros con un amor así?
Recordamos que era la admiración que producían los primeros cristianos entre los que los rodeaban. ‘Mira cómo se aman’, se decían entre ellos los gentiles. Y testimonio claro tenemos en las primeras páginas del libro de los Hecho de los Apóstoles en aquella unidad y amor que había entre todos los creyentes que tenían una sola alma y un solo corazón. No es precisamente lo más que reflejamos nosotros los cristianos. No es lo que se vive en nuestras comunidades cristianas.
No hablo ahora de la terrible ruptura entre las Iglesias que creyendo en el mismo Jesús llevamos apellidos distintos, porque somos de aquí o de allá, la rota unidad de los cristianos. Hablo de lo que vivimos en el día a día de nuestras iglesias, de nuestras parroquias, de nuestras comunidades, de nuestros grupos. Cuántos resentimientos, cuantas desconfianzas, cuántos orgullos, cuánta vanidad en tantas ocasiones, cuántas ganas de aparentar lo que realmente no somos, cuánto desamor y desapego entre unos y otros que vivimos ese espíritu del mundo de echarnos la zancadilla a primeras de cambio para quedar por encima, para buscar poder e influencia. En lugar de apoyarnos, de comprendernos, de ser un estímulo los unos para los otros, en lugar incluso de defendernos, nos destruimos, ante la menor sospecha caemos enseguida sobre los otros. ¿Cómo podemos hablarles de misericordia a los demás si nosotros no tenemos misericordia los unos con los otros dentro de nuestros propios grupos o comunidades?
Oremos con Jesús para que en verdad seamos uno y el mundo crea. Porque todo eso que hemos mencionado lo ve la gente, lo ve el mundo que nos rodea y no es precisamente un ejemplo atrayente para nadie. ‘Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí’. Es la oración de Jesús por su Iglesia. Y orar con Jesús es aparcar para siempre de nuestro corazón y nuestras comunidades divisiones, desconfianzas y desavenencias.

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