sábado, 25 de abril de 2020

Al mundo entero hemos de hacer el anuncio de la Buena Nueva con nuestras palabras y las señales de nuestro amor para despertar esperanza en un mundo que sufre sin la luz de la fe


Al mundo entero hemos de hacer el anuncio de la Buena Nueva con nuestras palabras y las señales de nuestro amor para despertar esperanza en un mundo que sufre sin la luz de la fe

1Pedro 5, 5b-14; Sal 88; Marcos 16, 15-20
Celebramos hoy la fiesta del Evangelista san Marcos. Autor del evangelio que lleva su nombre y el primero posiblemente de los evangelios escritos, aunque bien sabemos que tiene como fuente otro evangelio perdido que se suele señalar como la fuente ‘Q’, del que también como de una fuente bebieron Mateo y Lucas en la composición de sus evangelios.
Marcos probablemente fue aquel joven envuelto en una sábana y testigo del prendimiento de Jesús en el huerto que cuando tratan de apresarlo abandona la sábana y huye desnudo. Entra quizá entre aquellos parientes del Señor propietarios de la sala donde se habían reunido para la cena pascual y con alguna relación también con la propiedad de Getsemaní, el huerto y el molino de aceite, donde Jesús se retiraba a orar y donde fue el prendimiento. Le veremos acompañando a Saulo y Bernabé en el primer viaje apostólico hasta que se decidió no seguir y volver a Jerusalén como más tarde Pablo hablará de él en sus cartas y también el apóstol Pedro que le llama su hijo.
Pero centrémonos en el mensaje que se nos ofrece en su fiesta desde la Palabra de Dios proclamada. Precisamente el evangelio es el final del evangelio de Marcos en esa brevedad que nos habla este evangelio de los acontecimientos de la resurrección de Jesús y hoy en concreto es el envío que Jesús hace a sus discípulos para que vayan al mundo entero a proclamar esta Buena Nueva, este evangelio de salvación. Y fijémonos en el detalle que nos habla de que a los crean les acompañan distintos signos como para corroborar el mensaje del evangelio.
‘ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos’.
Un mensaje que sigue resonando hoy en nuestras conciencias recibiendo de Jesús el mandato de proclamar el Evangelio en el mundo entero, a toda la creación. Hoy resuenan fuertes estas palabras de Jesús porque nuestro mundo de hoy necesita también escuchar esa Buena Nueva. Aunque vivamos en lugares que llamamos de vieja cristiandad no podemos dar por sentado que el evangelio es conocido por todos. Es más hemos de reconocer que incluso los bautizados necesitamos de una nueva re-evangelización, porque esa luz del evangelio no está en verdad iluminando a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, aunque muchos hayamos sido bautizados y llevemos el nombre de cristianos.
Y no es tarea fácil sobre todo cuando nos encontramos a la gente que viene de vuelta en esta era post-cristiana que vivimos. No hace falta ir muy lejos sino ahí en el ambiente de nuestros pueblos, con la gente que nos rodea allí donde vivimos vemos como nos les dice nada a una gran mayoría el mensaje del evangelio y es más se hacen sus propias interpretaciones porque se creen conocerlo todo mientras las actitudes, las posturas, los comportamientos, los compromisos de vida están muy lejos de los valores del evangelio.
Nos encontramos ya incluso que en una cultura que tendríamos que decir cristiana por todos los elementos que dicha cultura tendrían como base un cristianismo teóricamente anclado en el pueblo desde siglos, grandes desconocimientos no solo de los textos del evangelio sino incluso de elementos de la Iglesia que tendrían que ser conocidos por todos. Mucha gente que ha pasado por nuestras catequesis, por la recepción de los sacramentos, por una pertenencia o cercanía de la Iglesia, ahora viven alejados de todo lo que suene a religión o a cristiano o a Iglesia cuando no en clara guerra y oposición. ¿Qué habremos hecho? ¿Dónde ha estado de verdad ese anuncio del evangelio? ¿Ha impregnado el evangelio la vida de nuestra sociedad? Es triste y duro reconocerlo.
Y como nos decía el evangelio tendríamos que acompañar nuestra vida y nuestra predicación con señales y señales que pueda ver y reconocer ese mundo donde tenemos que hacer su anuncio. Señales que son algo más que unos ritos que realicemos; señales que tienen que expresarse desde el compromiso de nuestras vidas en el amor y en la solidaridad, en el trabajo por la justicia y por la paz de ese mundo en el que vivimos.
Señales claras que despierten la esperanza en un mundo lleno de dolor y de sufrimientos de toda clase. Y pensemos en las circunstancias concretas que ahora mismo estamos viviendo que para muchos es una nube muy negra de la que no se sabe como salir. Nuestro mundo hoy necesita renovar la esperanza y todos tenemos un evangelio que anunciar que siembra la verdadera esperanza en los corazones. Con nuestro amor y con nuestro compromiso tenemos que ser en verdad sembradores de esperanza, porque nuestra esperanza de salvación la tenemos puesta en Jesús, nuestro único salvador. Es el anuncio claro y valiente que tenemos que hacer.

viernes, 24 de abril de 2020

Si en aquella ocasión no se hubiera valorado el gesto de aquel chiquillo que ofreció lo poco que tenía no se hubiera realizado el milagro de la multiplicación de los panes



Si en aquella ocasión no se hubiera valorado el gesto de aquel chiquillo que ofreció lo poco que tenía no se hubiera realizado el milagro de la multiplicación de los panes

 Hechos de los apóstoles 5, 34-42; Sal 26; Juan 6, 1-15
¿Dónde estaba la intendencia que supuestamente tenia que preocuparse de que a aquella aglomeración de gente que se había reunido en torno a Jesús tuviera lo suficiente para su subsistencia y para atender las necesidades o accidentes que se pudiera producir ante tanta gente reunida? Si fuera hubiera sido hoy el  hecho que nos narra el evangelio ya estaríamos pidiendo responsabilidades de todo tipo, exigiendo o buscando culpables de la no atención a esas contingencias que podrían surgir.
Hoy lo queremos tener todo preparado y previsto, y está bien que tengamos responsables previsiones, pero quizá habría que mirar también por otro lado en la responsabilidad de cada uno y también hacer surgir los movimientos solidarios que ayuden a la buena convivencia y a la paz que entre todos hemos de vivir, pero antes hemos de construir.
No pretendo hacer comparaciones entre unas situaciones y otras pero si es bueno reflexionar quizá en lo que cada uno puede aportar, debe aportar para el bien común en todo momento. El que confiemos unas responsabilidades a unos dirigentes no nos hace desentendernos por nuestra parte y no solo es la crítica y condena de lo que tenemos que preocuparnos sino también de todo lo que nosotros podemos aportar.
Pudiera parecer que nos estamos alejando del evangelio que hoy se nos propone, pero ni mucho menos. La gente con fe había acudido a Jesús. Le llevaban sus enfermos, acudían todos los que sentían algún tipo de sufrimiento porque ya había corrido la noticia de que en Jesús encontraban no solo cura para sus enfermedades, sino también la paz de los espíritus que tanto necesitaban. ¿Esos poseídos de espíritus inmundos de los que nos habla el evangelio no nos estarán queriendo hacer referencia a todo ese sufrimiento en el espíritu que de una manera u otra tantas veces padecemos?
Venían y querían escuchar a Jesús, estar con Jesús, seguir sus pasos porque sus vidas se llenaban de una esperanza nueva cuando estaban con El. No se terminaban de aclarar quien era en verdad Jesús y hasta querrán hacerle rey, buscando quizá un solucionador de problemas, pero podíamos decir que ciegamente seguían a Jesús y hasta se olvidaban de sus necesidades más perentorias.
Ahora están allí en lugares poco menos que desérticos, lejos de cualquier población y la intendencia se ha acabado, lo que provisoriamente algunos quizás habían llevado ya lo tenían agotado. Es Jesús el que pregunta, ¿dónde podremos comprar pan dar de comer a tantos? Ni con doscientos denarios de pan, si hubiera donde comprarlo, bastaría para dar de comer a tanta gente.
Hay algo que comienza a surgir, la inquietud de los más cercanos a Jesús que seguramente se fue contagiando a unos y otros, para tomar conciencia de la situación, para encontrar solución a los problemas que se presentan, para hacer surgir buenos sentimientos en aquellos que quizá en su despreocupación no habían pensado en los problemas que se planteaban. Y es cuando aparece Andrés diciendo que por allí hay un muchachos con unos cuantos panes y peces, pero, ¿qué es eso para tantos como están allí reunidos?
No podemos resolver los problemas  y nos cuesta encontrar vías de solución. Nos quejamos quizás que somos muchos, pero que no tenemos a mano lo suficiente para llegar a todos, y decimos que no somos capaces o nuestro mundo ya no está en condiciones para poder abarcar a las necesidades de todos, y como siempre tenemos la tentación de las culpas porque cuando culpamos a los otros nos las quitamos de encima como si no tuviéramos ninguna responsabilidad; siempre miramos para atrás o miramos para otro lado, pero nos cuesta tanto valorar lo poquito que otros han podido hacer o han podido ofrecer, pero nosotros tampoco es que pongamos gran cosa. Que son cosas que nos están sucediendo todos los días, que son cosas, actitudes, posturas que estamos viendo ahora mismo con los problemas que tenemos.
Si en aquella ocasión no se hubiera valorado el gesto de aquel chiquillo que ofreció lo poco que tenía no se hubieran alimentado tantos ni hubiera sobrado tanto pan que podía remediar situaciones semejantes en otra ocasión. Jesús quería que no se desperdiciara nada. Y cuantos desperdicios producimos cada día en nuestra sociedad.
Ahí está el hecho del evangelio con tantas lecciones para lo que hoy nos sucede. Pero no olvidemos que en medio de todo esto está Jesús. Habremos cerrado ahora las iglesias por los peligros de contagios, pero Jesús sigue estando ahí, el poder y la gloria del Señor se manifestarán. No olvidemos la intendencia que Jesús nos tiene preparada. Tengamos fe y tengamos esperanza.

jueves, 23 de abril de 2020

Escuchemos a quien viene del Padre y nos habla las palabras del Padre y creyendo en Jesús en El tendremos vida eterna


Escuchemos a quien viene del Padre y nos habla las palabras del Padre y creyendo en Jesús en El tendremos vida eterna

Hechos de los apóstoles 5, 27-33; Sal 33; Juan 3, 31-36
Cuando hablamos largamente con otras personas pronto nos daremos cuenta de cuáles son sus intereses y los valores de su vida. Las palabras expresan nuestro pensamiento, nuestro yo más profundo aunque quizá incluso tratemos de disimular; pero aquello que son nuestros valores, nuestros principios, las cosas que para nosotros son importantes pronto se van a ver reflejados en nuestras palabras y en nuestra conversación.
Por supuesto que en la vida hablamos de todo y es variada nuestra conversación porque saldrán temas de actualidad, cosas de interés común, lo que son las preocupaciones de la gente, pero en la manera de enfocarlo estamos dejando entrever lo que verdaderamente llevamos por dentro. Algunas veces uno se siente insatisfecho en la conversación de la gente porque parece que no tienen tema de conversación o sus intereses son realmente superficiales. Como solemos decir muchas veces hay gente que no saber hablar sino de fútbol y, por qué no lo vamos a decir así también, de sexo. Es una lástima el vacío que muchas veces llevamos por dentro que manifiesta nuestra poca hondura, la superficialidad con que nos tomamos la vida.
Me hago esta reflexión en principio que creo que nos viene bien porque necesitamos darle hondura a nuestra vida, y lo  hago a partir de lo que hoy nos dice el evangelio. El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio…’ Algunos es cierto que no sabemos hablar sino de las cosas de la tierra. Pero nos está señalando de qué nos habla Jesús, cual es su testimonio. ‘Viene del cielo y está por encima de todo’, nos dice. Viene de Dios y nos habla las cosas de Dios.
Ya nos lo expresa Jesús en otros momentos del evangelio cuando nos habla de que El es el enviado del Padre y lo que hace es hacer su voluntad, manifestar lo que es la voluntad de Dios. Viene de Dios y nos habla de Dios. ¿Quién puede hacerlo mejor? ‘De lo que ha visto y oído da testimonio…’ nos dice. ‘El que envió Dios, habla palabras de Dios…’ nos dice. Por eso su gran revelación es hablarnos del amor de Dios, decirnos que Dios es nuestro Padre y nuestro Padre providente que cuida de nosotros, tanto que nos ha entregado a su propio Hijo, y así nos enseña a llamar Padre a Dios. Cuando nos enseña a orar nos dirá, ‘Vosotros decid así: Padre nuestro que está en el cielo…’
¿Qué nos queda a nosotros? Poner nuestra fe en Jesús. Porque ‘el que cree en el Hijo posee la vida eterna’. Es el que se entregó por nosotros para que nosotros tuviéramos vida. Es la manifestación del amor de Dios cuya prueba palpable es Jesús. El que ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia.
A lo largo de todo el evangelio se nos irá repitiendo esa invitación a poner toda nuestra fe en Jesús, porque escuchando sus palabras y cumpliendo sus mandamientos tenemos vida eterna. Porque comiéndole a El nos resucitará en el último día. Porque quien cree en Jesús no morirá para siempre, porque Jesús es Resurrección y Vida. Porque El es la luz verdadera que viene a iluminarnos para que tengamos la luz de la vida. Así podríamos recordar muchos otros momentos del evangelio.
Escuchemos a Jesús y conoceremos a Dios; escuchemos a Jesús y nos llenaremos de vida eterna. Escuchemos a Jesús y en El vamos a tener la salvación eterna porque El nos resucitará en el último día.

miércoles, 22 de abril de 2020

Las cosas tienen solución, hay un camino de salvación siempre abierto para nosotros porque nunca nos va faltar el amor de Dios que se manifiesta en la entrega de Jesús


Las cosas tienen solución, hay un camino de salvación siempre abierto para nosotros porque nunca nos va  faltar el amor de Dios que se manifiesta en la entrega de Jesús

Hechos de los apóstoles 5, 17-26; Sal 33; Juan 3, 16-21
Esto no hay quien lo arregle, esto no tiene solución,  decimos con cierta amargura en el alma pero también con una fuerte carga de pesimismo en muchas ocasiones cuando los problemas se nos acumulan, el agobio en la búsqueda de soluciones nos ciega, o nos vemos desbordados por la situación que no sabemos encarrilar. Es una reacción como muy humana que nos brota, pero tendría que ser algo para un creyente que le tendría que hacer pensar con un poco de más detenimiento.
La misma situación social con todas sus ramificaciones que ahora estamos viviendo en nuestra sociedad nos puede llevar también por esos derroteros. Pero ¿es que no podemos encontrar esperanza? ¿Pensamos acaso que todo es como un caos donde no llegamos a encontrar el hilo del que tirar para que todo pueda volver a su orden? ¿O es acaso que lo que queremos es volver a lo mismo, que se soluciones las cosas más urgentes, para que podamos volver a vivir como vivíamos antes? ¿No encontraremos una luz que nos ayude a descubrir un sentido nuevo a las cosas, a la vida, a los problemas, a nuestro mundo con sus problemas?
Pero los que creemos en Jesús no tendríamos que caminar por esos caminos de pesimismo y de amargura. La fe en Jesús tendría que sembrar en nosotros esperanza y desde esa esperanza con la fuerza del Espíritu del Señor encontrar esos caminos de salida, esos caminos de salvación que nos hagan pensar en esa vida nueva que Jesús quiere para nosotros.
Creo que lo que nos dice hoy el evangelio tendría que hacernos dar un parón, un detenernos en seco para descubrir todo el sentido de vida nueva que tiene que tener nuestra fe en Jesús. La frase que escuchamos en el evangelio es mucho más que una frase lapidaria, una frase para grabar en una piedra y nadie la olvide. Es mucho más porque es algo que da sentido a nuestra vida, y donde en verdad tenemos que grabarla es en nuestro corazón.
‘Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna’. O sea, que el amor de Dios nos está entregando a Jesús para que en El encontremos la salvación. Así de sencillo, pero también de hermoso. Así con esa hondura y con esa alegría también en el alma. No quiere Dios que perezcamos, no quiere Dios la muerte ni la condena. Dios quiere y nos ofrece la vida, nos ofrece a Jesús. Y es claro pensamos en la entrega de Jesús en su cruz, en su pasión y en su muerte. ¿Por qué no pensamos en Jesús, el Emmanuel, el Dios con nosotros, el que se encarnó y tomó nuestra condición humana para viviendo nuestra misma vida estar a nuestro lado y enseñarnos cómo si es posible la salvación?
La cruz fue su entrega suprema, la mayor ofrenda de amor, el amor de quien nos ama y entrega su vida por nosotros. pero es toda la vida de Jesús, caminando a nuestro lado, viviendo también nuestras penurias y nuestros sufrimientos, al lago de nuestras penas y de nuestras angustias El nos va dando el sentido nuevo de nuestra vida, El nos va poniendo en el camino que no libera de nuestro mal y de nuestro sufrimiento, El haciéndose solidario en todo con nosotros nos está diciendo cómo nosotros tenemos que vivir, el amor que hemos de poner en la vida, la solidaridad con la que hemos de envolver todo nuestro quehacer.
Se nos tienen que abrir los ojos para descubrir el valor auténtico de tantas cosas, se no tienen que abrir los ojos para descubrir el valor de la persona y qué es lo que la hace grande, se nos tienen que abrir los ojos para que no sigamos andando con nuestras individualidades insolidarias, para aprendamos a mirar a nuestro lado y descubrir a las personas que caminan junto a nosotros que quizá alguna vez hasta ni en la misma casa habíamos llegado a descubrir, se nos tienen que abrir los ojos para que veamos el valor de lo importante y no nos quedemos en banalidades ni en superficialidades. Y todo eso lo veremos cuando sentimos de verdad que Jesús camina a nuestro lado, que nos está señalando y ofreciendo todo el amor de Dios que se hace entrega en su vida.
Las cosas tienen solución, hay un camino de salvación siempre abierto para nosotros porque nunca nos va  faltar el amor de Dios.


martes, 21 de abril de 2020

Somos unos enamorados que queremos vivir el amor de Cristo, queremos vivir en el amor de Cristo y así queremos nacer de nuevo poniendo amor en nuestra vida


Somos unos enamorados que queremos vivir el amor de Cristo, queremos vivir en el amor de Cristo y así queremos nacer de nuevo poniendo amor en nuestra vida

Hechos de los apóstoles 4, 32-37; Sal 92; Juan 3, 7b-15
‘Tenéis que nacer de nuevo’, nos insiste hoy Jesús en el evangelio. No es tarea fácil. Como hemos comentado muchas veces el seguimiento de Jesús no es cuestión de arreglitos sino de radicalidad, de vida nueva.
Ya sabemos que cuando andamos con componendas porque queremos quedar bien con todos, al final no quedamos bien con ninguno. Así como en la vida tenemos que mostrarnos con sinceridad, con veracidad, con autenticidad, manifestando como somos, lo que son nuestros planteamientos y nuestros ideales, no buscando agradar a este o al otro para que todos queden contentos. El que no se manifiesta auténticamente como es pretende engañar, está llenando de mentira su vida, quien no es totalmente congruente en lo que realiza al final será rechazado porque se descubrirá su engaño, su falsedad y eso es algo que es rechazable.
El cristiano que sigue a Jesús es que en El ha descubierto la verdad de su vida. El evangelio de Jesús se convierte en su meta y en su ideal, aunque se sabe débil y pecador, pero estará siempre en un estado de crecimiento, de superación, de maduración espiritual en su vida. Claro que no es una cosa que logremos de la noche a la mañana, sino que es un proceso que vamos realizando día a día. Igual que toda persona madura es una persona reflexiva, una persona que se examina a sí mismo, que se traza metas por las que lucha, así tenemos que ser maduros en nuestro seguimiento de Jesús.
Reconocemos que no es fácil, que nos cuesta, que exige un esfuerzo, una ascesis día a día, pero su meta es vivir la vida de Cristo. Ya llegaría a decir san Pablo que no vivía él, sino que era Cristo quien vivía en él. Así se sentía identificado, así se había transformado, así había nacido de nuevo, como nos dice hoy el evangelio. Es arrancar todo lo que hay de muerte en nosotros para llenarlo de la vida de Cristo. Lo que nos exige darle hondura a la vida, hacernos reflexivos como decíamos antes, porque tenemos que ir confrontando cada día nuestra vida con el sentido del evangelio. Nos hace escuchar allá en lo  hondo del corazón, nos hace abrirnos a la Palabra de Dios.
Y todo porque nos sentimos cautivados por Cristo. Somos unos enamorados que queremos vivir el amor de Cristo, queremos vivir en el amor de Cristo. Y así queremos poner amor en nuestro corazón, en nuestra vida, en lo que hacemos, en esa nueva manera de relacionarnos con los demás, en esa exigencia que tenemos dentro de nosotros mismos para no dejarnos nunca arrastrar por la desgana, para no dejar enfriar ese amor contagiándonos de la insolidaridad de tantos, en esos pasos que día a día damos para purificarnos por dentro para no caer en la fatuidad del materialismo de nuestro mundo, en esa forma intensa de vivir la vida.
Lejos de nosotros toda superficialidad, lejos de nosotros los paños calientes como se suele decir. Y lo podremos realizar porque Jesús nos ha dado su Espíritu, que es nuestra fuerza y nuestra luz, que es la fuente de nuestro amor y el motor de nuestro vivir. El testimonio lo tenemos claro en lo que querían vivir aquellas primeras comunidades cristianas como nos hablan hoy los Hechos de los Apóstoles.
Nosotros queremos mirar al que ha sido elevado a lo alto porque desde lo alto nos enseña lo que es la verdadera entrega y el amor más auténtico. Hoy termina diciéndonos el evangelio que ‘lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna’.
Lo acabamos de contemplar en la celebración del misterio pascual de Cristo. En nuestra mente y en nuestro corazón está muy presente al que fue clavado en lo alto del madero y hacia El miramos porque sabemos que de ahí nos viene la salvación. Pero a ese crucificado lo contemplamos resucitado, porque es el Señor vencedor del pecado y de la muerte que a nosotros nos llena de vida, a nosotros nos quiere hacer vivir su misma vida. Y para eso, como comenzamos diciendo, tenemos que saber nacer de nuevo.

lunes, 20 de abril de 2020

No olvidemos que por el Espíritu hemos nacido para una vida nueva pero descubramos esas ráfagas de luz y esperanza de la acción del Espíritu en el mundo que nos rodea


No olvidemos que por el Espíritu hemos nacido para una vida nueva pero descubramos esas ráfagas de luz y esperanza de la acción del Espíritu en el mundo que nos rodea

Hechos de los apóstoles 4, 23-31; Sal 2; Juan 3, 1-8
Pero, mira qué cambiado está, decimos para referirnos a alguien que le ha dado la vuelta a su vida, que ha cambiado algunas de sus costumbres, que ha sabido asumir responsabilidades y que le vemos que toma las cosas en serio. Nos admiramos de su cambio, nos alegramos con las nuevas actitudes y posturas que ahora sabe tomar, y nos sentimos gozosos de que quien parecía una bala perdida ha sabido corregir cosas, reformar costumbres, actuar ahora de una forma nueva y con mayor responsabilidad. Son cambios que afectan, es cierto, a la persona, que mejoran su vida.
De algo así, pero con una mayor profundidad y radicalidad es lo que Jesús la habla a Nicodemo. Era un magistrado judío, perteneciente incluso al sanedrín de los ancianos, del grupo de los fariseos, pero un hombre que con sinceridad quería buscar a Dios. Habría oído hablar de Jesús, habría observado las cosas que Jesús hacía y sentía que Jesús no era un maestro cualquiera, era un hombre de Dios, y sentía que Dios tenía que estar con El por las cosas que hacía. Así se lo manifiesta incluso a Jesús mismo cuando aquella noche fue a ver a Jesús.
Un hombre que buscaba a Dios pero que aun andaba envuelto en tinieblas; es significativo que fuera de noche a ver a Jesús. Lo justificamos con explicaciones de que quizá por su posición en medio de los judíos no quería que supiesen que había ido a ver a Jesús. Pero es también el síntoma de quien busca, pero aun no ha encontrado la luz. Como andamos también en ocasiones nosotros con nuestras dudas y con nuestros miedos, con nuestras cobardías para dar la cara por nuestra fe, y por tantos disimulos como andamos tantas veces en la vida. Necesitamos encontrar la luz, necesitamos que se realice de verdad en nosotros lo que vemos hoy que nos plantea Jesús.
‘En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios’, le dice directamente Jesús. Habla de la radicalidad de nacer de nuevo. No son arreglos, no son remiendos como en otro momento nos dirá hablándonos en esa otra ocasión del paño nuevo, del odre nuevo. Ya nos ha hablado desde el principio del evangelio de conversión; nos hemos acostumbrado a esa palabra y la hemos devaluado. Conversión es cambio radical, es dar la vuelta totalmente para coger el  norte de Cristo, para coger la dirección del Evangelio de Jesús.
Hoy nos habla de nacer, nacer de nuevo. Palabras que Nicodemo se las toma demasiado al pie de la letra y de ahí su reacción. ‘¿Cómo puede un hombre siendo viejo volver al seno de su madre para nacer de nuevo?’ Sí entiende Nicodemo que lo que Jesús está pidiendo es algo radical, pero no sabe cómo se puede realizar.
Y habla Jesús de nacer del agua y del Espíritu. ‘En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios’, dice claramente Jesús. Es el Espíritu el que nos transforma, es quien nos hace ese hombre nuevo. Es el Espíritu de Dios que no vemos pero que sopla donde quiere, como nos dice Jesús, para expresarnos como puede actuar en nosotros. Y somos nosotros los que nos tenemos que dejar llevar por esa acción del Espíritu, aunque tantas veces no lo escuchamos, nos hacemos sordos a su inspiración. Pero también hemos de reconocer que se manifiesta en tantas cosas buenas en nosotros pero que hemos de saber contemplar también en ese mundo que nos rodea.
Finalmente dos lecciones podemos sacar hoy de este evangelio que se nos ofrece. Recordar por una parte que nuestro bautismo eso tuvo que significar en nuestra vida, ese nacer de nuevo del que  nos habla Jesús hoy. Tenemos que ser ese hombre nuevo que nos hemos dejado transformar por el Espíritu Santo. De ello tenemos que dar señales. Esta pascua que estamos viviendo a eso tiene que llevarnos. Y necesitamos ser signos de esa vida nueva en medio de nuestro mundo, que necesita de esas señales.
Por otra parte, y es la segunda lección que podemos deducir, sepamos ver las señales de la acción del Espíritu en los demás, en nuestro mundo, en lo que nos sucede. Será como ver esas ráfagas de luz que tanta esperanza tienen que despertar en nosotros. Muchas obras del Espíritu se están haciendo presentes hoy en la vida de los hombres. Tengamos los ojos atentos para descubrirlas y valorarlas.

domingo, 19 de abril de 2020

La presencia pascual del resucitado nos renueva en la fe y en la esperanza, para encontrar la paz en el corazón y ser mensajeros de misericordia y de paz para el mundo que sufre


La presencia pascual del resucitado nos renueva en la fe y en la esperanza, para encontrar la paz en el corazón y ser mensajeros de misericordia y de paz para el mundo que sufre

Hechos de los apóstoles 2, 42-47; Sal 117; 1Pedro 1, 3-9; Juan 20, 19-31
Siempre hemos dicho que la paz es el saludo pascual de Cristo resucitado pero que además a quienes creemos en El nos convierte en mensajeros de paz. Hoy lo escuchamos repetidamente en labios de Jesús en los dos momentos en que se encuentra con los discípulos reunidos en el cenáculo. ‘Paz a vosotros’, les dice. Era la experiencia que vivían todos los que se encontraban con Jesús. Lo vemos a lo largo de todo el evangelio. Cuantas veces lo vemos llevando paz a los enfermos y a los pecadores, a cuantos tenían su corazón y su cuerpo lleno de sufrimientos, y quienes iban a escucharle. ‘Vete en paz y no peques más’.
Es la Buena Noticia que nos trae la presencia de Jesús y el evangelio que tenemos que comunicar. No temáis les dice Jesús a las mujeres en sus apariciones o era la sensación espiritual que Vivian quienes se iban encontrando con Jesús, aunque hubiera momentos en que casi no se daban cuenta de que era Jesús quien estaba con ellos.
Hoy es especialmente intensa esa vivencia de la paz con la presencia de Jesús. Ya nos dice el evangelista que los apóstoles estaban reunidos en el cenáculo pero con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Había sido dura la experiencia vivida con la pasión y la muerte de Jesús y de alguna manera temían por sus vidas pues eran sus seguidores. Aún no habían sentido la presencia del Espíritu con ellos, pues ya veremos como tras la experiencia de Pentecostés se lanzarán a la calle para hablar sin ningún temor de Jesús.
Por eso la primera palabra de Jesús resucitado en su encuentro con los discípulos es la paz. Y fue suficiente esa palabra para que se llenaran de alegría y todos aquellos temores y aquellas dudas que les habían llevado a no creer a los que les habían venido a decir que había resucitado se disipan. Pero es que además ya se sienten llenos del Espíritu de Jesús para la misericordia y para el perdón. Eran ya los enviados con el anuncio de la misericordia, con el anuncio de la paz. ‘A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados’. ¿Y puede haber una paz más intensa en el corazón que la de sentirse perdonado? Son enviados, pues, como mensajeros de paz, como portadores del perdón y de la misericordia de Dios para con todos los hombres. Será una de sus bienaventuranzas, dichosos los constructores de la paz.
Pero había alguien que no estaba con el grupo en aquel momento. Por eso cuando los demás discípulos llenos de alegría le anuncian que ha estado allí Jesús con ellos él sigue con sus dudas y su búsqueda de pruebas. Aún no había llegado la paz a su corazón. Cuando a los ocho días vuelva Jesús a encontrarse con ellos Tomás encuentra aquella paz que le faltaba y ya no será necesario meter el dedo en las llagas de sus manos ni la mano en el costado de Jesús abierto por la lanza. Bastó que él estuviera allí con la comunidad de los discípulos cuando llegara Jesús. Y saldrán de sus labios temblorosos por la emoción las palabras de una fe profunda ‘¡Señor mío y Dios mío!’.
Aquella experiencia pascual es la que nosotros tenemos  hoy que vivir. Nosotros seremos de aquellos de los que habla Jesús de que son dichosos sin haber visto. No estábamos nosotros en el Cenáculo en aquella tarde, pero creemos en la Palabra de los testigos que nos lo han trasmitido de tal manera se hace experiencia en nosotros esa presencia de Cristo resucitado. Es lo que vivimos por la fe y lo que estamos celebrando.
Y podríamos decir este año con unas circunstancias muy especiales, por cuanto no hemos podido vivir en vivo y en directo con nuestra presencia las celebraciones pascuales. Pero no nos tiene que faltar la fe, tenemos que aprender a sentir también en estos momentos y de esta manera esa presencia pascual de Cristo resucitado en nosotros, en nuestra vida, y en la vida de la Iglesia. Y de una manera espiritual muy intensa ser capaces de sentir esa experiencia de la paz que nos trae Jesús, para nosotros y para nuestro mundo.
También nosotros tenemos que convertirnos en mensajeros de paz, en constructores de paz. Cuánto lo necesitamos y cuanto lo necesita nuestro mundo hoy. El momento que vivimos puede agobiarnos, puede hacernos perder esa serenidad espiritual que necesitamos para afrontarlo dignamente. Detrás de ese primer plano de los contagiados, de los que han fallecido, del peligro de poder nosotros contagiarnos también hay otro telón que oscurece nuestras esperanzas, nos llena de miedos, nos interroga sobre muchas cosas, sobre el futuro, sobre la salida de esta situación que tantos problemas de todo tipo ya comienzan a generarse en nuestra sociedad. Y aparecen los miedos y nos podemos encerrar cobardes incluso con posturas de insolidaridad porque pensemos solo en nosotros mismos. Hay inquietud en los corazones y podemos perder la paz y serenidad del Espíritu.
Como los discípulos encerrados en el cenáculo con sus miedos o como los que dispersos, como Tomás, querían quizá buscar otros caminos por su cuenta. La presencia del Señor resucitado en medio de los ellos los renovó, renovó fe y renovó su esperanza, les hizo encontrarse con la paz en el corazón y se convirtieron en mensajeros de misericordia y de paz con el envío de Jesús.
Es lo que sentimos que tiene que ser para nosotros la celebración de esta pascua que queremos seguir viviendo con toda intensidad. Tenemos que convertirnos en mensajeros de paz y de serenidad en medio de nuestro mundo. Con nuestro testimonio convertirnos en verdaderos constructores de esa paz, de ese mundo nuevo que tiene que surgir de las ruinas en las que se está quedando nuestro viejo mundo.
Hay lucecitas hermosas que van apareciendo en tantos gestos de responsabilidad y de solidaridad que nosotros tenemos que avivar aun más. Podemos hacer que nuestro mundo sea mejor, tenemos que hacer que nuestro mundo sea mejor del que desterremos tantas violencias e injusticias, tantos egoísmos y tantos odios, tantas vanidades y tantos orgullos que nos han llenado de vacío el corazón.
Creo que por ahí tiene que ir nuestro compromiso pascual. Es así como con la fuerza de Cristo resucitado transformaremos nuestro mundo. Es así como llegará a tener profundo sentido la pascua que hemos celebrado.