martes, 21 de abril de 2020

Somos unos enamorados que queremos vivir el amor de Cristo, queremos vivir en el amor de Cristo y así queremos nacer de nuevo poniendo amor en nuestra vida


Somos unos enamorados que queremos vivir el amor de Cristo, queremos vivir en el amor de Cristo y así queremos nacer de nuevo poniendo amor en nuestra vida

Hechos de los apóstoles 4, 32-37; Sal 92; Juan 3, 7b-15
‘Tenéis que nacer de nuevo’, nos insiste hoy Jesús en el evangelio. No es tarea fácil. Como hemos comentado muchas veces el seguimiento de Jesús no es cuestión de arreglitos sino de radicalidad, de vida nueva.
Ya sabemos que cuando andamos con componendas porque queremos quedar bien con todos, al final no quedamos bien con ninguno. Así como en la vida tenemos que mostrarnos con sinceridad, con veracidad, con autenticidad, manifestando como somos, lo que son nuestros planteamientos y nuestros ideales, no buscando agradar a este o al otro para que todos queden contentos. El que no se manifiesta auténticamente como es pretende engañar, está llenando de mentira su vida, quien no es totalmente congruente en lo que realiza al final será rechazado porque se descubrirá su engaño, su falsedad y eso es algo que es rechazable.
El cristiano que sigue a Jesús es que en El ha descubierto la verdad de su vida. El evangelio de Jesús se convierte en su meta y en su ideal, aunque se sabe débil y pecador, pero estará siempre en un estado de crecimiento, de superación, de maduración espiritual en su vida. Claro que no es una cosa que logremos de la noche a la mañana, sino que es un proceso que vamos realizando día a día. Igual que toda persona madura es una persona reflexiva, una persona que se examina a sí mismo, que se traza metas por las que lucha, así tenemos que ser maduros en nuestro seguimiento de Jesús.
Reconocemos que no es fácil, que nos cuesta, que exige un esfuerzo, una ascesis día a día, pero su meta es vivir la vida de Cristo. Ya llegaría a decir san Pablo que no vivía él, sino que era Cristo quien vivía en él. Así se sentía identificado, así se había transformado, así había nacido de nuevo, como nos dice hoy el evangelio. Es arrancar todo lo que hay de muerte en nosotros para llenarlo de la vida de Cristo. Lo que nos exige darle hondura a la vida, hacernos reflexivos como decíamos antes, porque tenemos que ir confrontando cada día nuestra vida con el sentido del evangelio. Nos hace escuchar allá en lo  hondo del corazón, nos hace abrirnos a la Palabra de Dios.
Y todo porque nos sentimos cautivados por Cristo. Somos unos enamorados que queremos vivir el amor de Cristo, queremos vivir en el amor de Cristo. Y así queremos poner amor en nuestro corazón, en nuestra vida, en lo que hacemos, en esa nueva manera de relacionarnos con los demás, en esa exigencia que tenemos dentro de nosotros mismos para no dejarnos nunca arrastrar por la desgana, para no dejar enfriar ese amor contagiándonos de la insolidaridad de tantos, en esos pasos que día a día damos para purificarnos por dentro para no caer en la fatuidad del materialismo de nuestro mundo, en esa forma intensa de vivir la vida.
Lejos de nosotros toda superficialidad, lejos de nosotros los paños calientes como se suele decir. Y lo podremos realizar porque Jesús nos ha dado su Espíritu, que es nuestra fuerza y nuestra luz, que es la fuente de nuestro amor y el motor de nuestro vivir. El testimonio lo tenemos claro en lo que querían vivir aquellas primeras comunidades cristianas como nos hablan hoy los Hechos de los Apóstoles.
Nosotros queremos mirar al que ha sido elevado a lo alto porque desde lo alto nos enseña lo que es la verdadera entrega y el amor más auténtico. Hoy termina diciéndonos el evangelio que ‘lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna’.
Lo acabamos de contemplar en la celebración del misterio pascual de Cristo. En nuestra mente y en nuestro corazón está muy presente al que fue clavado en lo alto del madero y hacia El miramos porque sabemos que de ahí nos viene la salvación. Pero a ese crucificado lo contemplamos resucitado, porque es el Señor vencedor del pecado y de la muerte que a nosotros nos llena de vida, a nosotros nos quiere hacer vivir su misma vida. Y para eso, como comenzamos diciendo, tenemos que saber nacer de nuevo.

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