lunes, 16 de noviembre de 2020

Seamos signos de que pasa Jesús Nazareno en los caminos de dolor de la vida y seamos capaces de escuchar el clamor de los que sufren

 


Seamos signos de que pasa Jesús Nazareno en los caminos de dolor de la vida y seamos capaces de escuchar el clamor de los que sufren

Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5ª; Sal 1; Lucas 18, 35-43

‘Pasa el Nazareno’ fue la respuesta a su pregunta. Aquella afluencia de gente en la entrada o en la salida de la ciudad no era habitual; de cuando en cuando grupos de galileos que preferían el camino del valle del Jordán atravesaban Jericó para desde allí subir a la ciudad santa sin tener que pasar por la tierra de los samaritanos, conocida su rivalidad. Ahora el tumulto que se escuchaba era distinto y pregunta. No ve, pero sabe que eran muchos y aquello era algo especial.

Había oído hablar del profeta de Nazaret que en alguna ocasión ya había atravesado la ciudad y se contaba algún acontecimiento especial. Por eso grita con fuerza ‘Jesús, hijo de David, ten compasión de mí’. Quieren hacerlo callar; quizá molestaba a los que querían escuchar las palabras de Jesús, pero él insiste más fuerte. No quiere que Jesús pase de largo. Era su oportunidad; en aquella ocasión no pensaba quizá en las limosnas que pudiera alcanzar de los acompañantes, que ahora en principio parecía que estaban en su contra, pero vislumbraba que algo especial podía suceder dada la fama que el profeta de Nazaret había adquirido y conocidos eran sus milagros.

Jesús no pasa de largo, como hacemos nosotros tantas veces; ni da el rodeo de aquel sacerdote y aquel levita de Jerusalén precisamente en ese mismo camino entre Jericó y Jerusalén. Jesús se detiene y lo manda llamar. ‘El maestro te llama’ y de un salto se postra a los pies de Jesús. ¿Qué podía hacer Jesús por él? ‘Que vuelva a ver’ eran sus deseos. La ceguera era señal segura de pobreza y de miseria, de vivir en la dependencia para siempre de lo que los otros buenamente pudieran dar, porque en su casa no podía entrar ningún jornal, siendo ciego como era y en aquella época los servicios sociales eran escasos.

Es tan poco lo que le está pidiendo a Jesús pero al mismo tiempo tan importante. No pedía riquezas ni poder ocupar primeros puestos en su reino, como desearían algunos de los discípulos cercanos a Jesús; no quería que solucionara los problemas que podrían preséntarsele con los demás, sino solamente recobrar la dignidad perdida. Sí, recobrar la vista era como recobrar la dignidad, porque ya entonces podría valerse por sí mismo. Podría trabajar, podría ganarse su sustento, no significaba salir de la pobreza total, pero sí al menos recobrar su dignidad para poder trabajar dignamente.

¿Qué pedimos nosotros o qué ofrecemos nosotros cuando nos encontramos con alguien en la miseria de su vida? Tendría que hacernos pensar el pensamiento de aquel hombre, como tendría que hacernos pensar la actitud y la postura de Jesús. Se ha detenido al borde del camino donde hay alguien malherido de la vida en su ceguera; pero además Jesús pide la colaboración de los demás, de aquellos incluso que antes querían impedirle que gritara desde su pobreza. Y también las actitudes de aquellas personas cambiaron, porque ahora lo ayudaron a llegar hasta Jesús. ‘El Maestro te llama’, y lo conducen hasta Jesús que allí está esperando la llegada de aquel hombre. ¿Algo así haremos nosotros también con el que vemos caído en el camino? ¿Seremos obstáculo de acercamiento a Jesús o tenderemos nuestra mano para ayudarle a encontrarse con Jesús y una nueva vida?

Claro que Jesús le hizo recobrar la vista, le devolvió su dignidad; aquel hombre se sintió engrandecido y con saltos de alegría alababa a Dios y quería seguir con Jesús. Lo que había recibido le impulsaba a algo distinto en la vida, no podía quedarse al borde del camino, tenía que ponerse también en camino, primero al encuentro con Jesús en su actitud de acción de gracias, siempre a Dios para alabarle por sus beneficios y seguro que ahora su encuentro con los demás, con los suyos o con sus convecinos sería totalmente distinto. Su vida era ya para siempre una alabanza al Señor.

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