martes, 17 de noviembre de 2020

Anda, date prisa, muévete, baja de ahí que vamos a comenzar un camino nuevo, con una nueva perspectiva, es camino de salvación

 


Anda, date prisa, muévete, baja de ahí que vamos a comenzar un camino nuevo, con una nueva perspectiva, es camino de salvación

Apocalipsis 3, 1-6. 14-22; Sal 14; Lucas 19, 1-10

‘Anda, date prisa, muévete…’ apremiamos al amigo o a aquel queremos que haga algo y que nos parece que no hace las cosas tan pronto como se lo pedimos o como tiene que hacerlas. ¿Serán las prisas de la vida? ¿O será ese momento oportuno que no podemos dejar pasar, que tenemos que saber aprovechar porque quizá no se nos vuelve a repetir la ocasión? ¿Será que siempre vamos a la carrera? Nos apremiamos los unos a los hombres en las responsabilidades que tenemos que desarrollar, o apremiamos a las prisas a aquel que parece que siempre tiene todo el tiempo del mundo y parece que nunca se va a morir, como se suele decir.

Aquel hombre había querido conocer a Jesús. Eran muchas las dificultades con que se tropezaba y ahora parecía que había alcanzado la atalaya apropiada para ver lo que deseaba pero de la que le piden que se baje con rapidez. Su baja estatura, hacía que si había gente más alta que él delante no pudiera ver el paso de Jesús, era mucha la gente que se había congregado en aquellas calles o caminos como queramos decirle de Jericó; pero había otra dificultad, que era su condición, su oficio era el de recaudador de impuestos e igual que a nadie le gusta ser amigo de los de Hacienda, en este caso era un colaboracionista con el poder extranjero. Todos lo despreciaban, era un publicano que era lo mismo que decir que era un pecador público con el que ‘nadie’ de buena condición querría juntársele. Eso obstaculizaba el poder ver el paso de Jesús. Quizás también era una forma de pasar desapercibido tras las hojas de la higuera.

Pero quizá necesitaba otras perspectivas, una visión distinta, el ver y mirar sin ser visto ni mirado, una cierta distancia para poder mejor observar, un lugar donde pudiera apreciar quizás gestos, miradas, posturas en las que otros no se fijarían en su entusiasmo que parecía cegar a las gentes de Jericó al paso del aquel profeta de Galilea. Allí desde la altura podía observar mejor y no pensaba que nadie se iba a fijar en él, pero mira cómo aquel a quien buscaba lo buscó a él entre las ramas del sicómoro y ahora lo estaba apremiando para que bajara pronto.

Baja enseguida, le estaba pidiendo Jesús. No te quedes ahí parado con la boca abierta, venga pronto, que quiero ir a hospedarme a tu casa. Baja enseguida que llega la hora y la podemos dejar pasar. Apremiaba Jesús a Zaqueo y Zaqueo sorprendido se bajó enseguida de la higuera para abrir las puertas de su casa a Jesús.

Y ya sabemos lo que Jesús diría al final. ‘Hoy llegó la salvación a esta casa’. Era el apremio de la vida, el apremio de la salvación que llega y no podemos dejar pasar. Aquel hombre buscaba a Jesús sin saber bien lo que buscaba, pero en aquel hombre había hambre de vida, de algo distinto, de salvación. Por eso se salió de su casa, se salió de sus ocupaciones, se puso en camino de búsqueda, quería ver a Jesús pero quería verlo de manera distinta. Una nueva perspectiva, decíamos cuando miraba a Jesús desde su atalaya, creyéndose que no era visto por nadie. Pero Jesús lo vio, Jesús lo llamó, Jesús quiso entrar en su casa aunque eso provocara los comentarios de la gente de siempre, porque había ido a hospedarse a la casa de un pecador. Pero era el apremio de la salvación que llegaba.

Pero en todo este pasaje tenemos que vernos a nosotros, en nuestros caminos de búsquedas, pero que a veces parece que vamos de remolón; a la menor dificultad nos echamos para detrás, no somos capaces de ver otra posibilidad, otra salida. Nos hacen falta esas perspectivas nuevas, no quedarnos con la mirada de siempre, con el comentario de siempre que ya nos lo sabemos y al final parece termina no diciéndonos nada. Pongámonos en otro camino, no temamos subirnos a la higuera, no porque vayamos a ocultarnos sino porque vamos a ver las cosas de forma distinta.

Y cuando sintamos la voz que nos dice baja enseguida, no nos quedemos embobados sino apurémonos a ir al encuentro de Jesús, a ir a donde Jesús quiera llevarnos, dejemos que Jesús se meta en nuestro interior – quiere hospedarse en nuestra casa y es algo más que un edificio -, dejemos que se siente a nuestra mesa y pongámonos ante El como somos, desnudos de prejuicios y prevenciones, llevando con nosotros también esos amigos que algunas veces parecen rémoras que nos pueden frenar, porque con Jesús sentado a nuestra mesa tendremos una mirada nueva sobre la vida, sobre lo que hacemos, sobre esos amigos con los que estamos sentados en la mesa de la vida, sobre nuestras trayectorias pasadas que quizás no nos gusta recordar, y es que con Jesús vamos a comenzar un camino nuevo que nos lleva siempre adelante.

Baja enseguida que llega la salvación, no la dejes pasar.

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