miércoles, 18 de noviembre de 2020

Soñemos que ese diamante en bruto que es la vida que Dios nos ha confiado si no lo enterramos puede transformar nuestra vida y transformar mejorando nuestro mundo

 


Soñemos que ese diamante en bruto que es la vida que Dios nos ha confiado si no lo enterramos puede transformar nuestra vida y transformar mejorando nuestro mundo

Apocalipsis 4, 1-11; Sal 150;  Lucas 19, 11-28

Todos en la vida soñamos. Y no son los sueños mientras estamos dormidos en que la imaginación como la loca de la casa nos hace evocar recuerdos, nos hace imaginar muchas cosas como si la vida fuera una novela, o nos saca cosas que tenemos dentro de nosotros que algunas veces ni queremos confesar; pero esos son sueños de un momento, que quizás alguna vez se repiten, que se olvidan tan fácilmente que al despertar ya ni los recordamos.

Me refiero a otros sueños que tenemos bien despiertos; el niño sueña con ser mayor, crecer para ser como esos seres queridos e ideales que va fraguando en su cabeza; el joven quizá sueña en su futuro, querrá prepararse, querrá alcanzar sus sueños y quizás lucha y trabaja por ellos; el padre contempla a su niño o a su hijo ya mayorcito y sueña en su futuro aspirando a lo mejor, a conseguir que sean algo en la vida y cada paso que den sus hijos lo llenan de orgullo porque en ellos va viendo quizá reflejado lo que para si mismo no consiguió. Pero todos soñamos, y pensamos en nuestro futuro o pensamos en lo que hay a nuestro alrededor que queremos mejor y nos vamos trazando un mundo ideal por el que queremos comprometernos y así van surgiendo las diversas vocaciones en la vida como servicio a esa comunidad que hemos idealizado en nuestro interior y por la que queremos trabajar.


Pero esos sueños un día se pueden desvanecer, porque el niño se da cuenta que cuesta crecer y habrá nuevas exigencias para él y mejor seguir siendo niño; el joven se cansa de luchar porque no encuentra caminos o se le hacen costosos y tendría que renunciar quizá a muchas apetencias que ve reflejadas en tantos que viven irresponsablemente a su lado; y nos sentimos defraudados porque no encontramos la colaboración que desearíamos para conseguir nuestros sueños, y nos falla el compromiso, y nos puede la dejadez o se nos meten miedos en el alma.

Pudimos hacer muchas cosas, alcanzar esas metas soñadas pero los miedos se nos metieron en el alma y no nos sentíamos capaces, y nos encerramos en nuestras rutinas y siempre se han hecho las cosas así y por qué vamos a cambiar, por qué vamos a esforzarnos si tantos viven tan felizmente sin complicarse la vida. Abandonamos los sueños, enterramos nuestros talentos, nos pudo la desgana y la falta de ilusión, fueron muchos los espejismos que nos engañaron y nos hicieron desistir. Claro que no todos tiraron la toalla, hubo muchos que siguieron en su lucha y fueron alcanzando algunas de las metas con las que habían soñado, se labraron un futuro y si nos fijáramos más en ellos podrían ser un buen estímulo para nuestro camino.

Me he ido haciendo esta reflexión a partir de la parábola que nos ofrece hoy el evangelio. El hombre que se marchó a buscar el título de rey pero dejó su dinero confiado a sus servidores para que lo trabajaran y sacaran fruto para su vuelta. Quiero imaginar, ya que hemos venido hablando de sueños, lo que aquellos hombres soñarían con la onza de oro que les habían puesto en sus manos. ¿Castillos en el aire? No, porque algunos supieron hacer producir beneficios a aquella onza de oro y cuando llegó el amo pudieron presentar sus beneficios. Pero hubo uno que cogió miedo, sabía de las exigencias del amo, no quería perder la onza, así que la escondió bien escondida para no perderla ni que se la robaran, pero no pudo presentar beneficios.

Hablábamos antes de sueños, que pueden ser todas esas posibilidades que tenemos en la vida, que como un diamante en bruto están encerradas en nuestra vida. Si miramos el diamante en bruto nos puede parecer un trozo de carbón quizá envuelto en muchas escorias, mucha tierra y mucha suciedad. Pero pacientemente hay que limpiarlo, pulirlo, hacerle salir su brillo y resplandor después del correspondiente tallado. Así nuestra vida, ahí está con sus sueños, con sus posibilidades, que tenemos que trabajar, que tenemos que pulir, que tenemos que tallar. Pero a veces nos da miedo, no nos creemos capaces, nos parece que nos podemos equivocar, que podemos fallar en lo que pretendemos lograr y nos parece que aquello no es para nosotros, que es mucho para nosotros; y desistimos, y enterramos el diamante, lo dejamos perdido entre los carbones y las escorias.

Y todo esto lo miramos con ojos de fe, con una mirada creyente, porque esas posibilidades que hay en nuestra vida Dios las puso en nosotros. Y confía en nosotros como aquel hombre confió en aquellos a los que dio la onza de oro. Tenemos una responsabilidad, sí, ante nuestra conciencia, pero tenemos una responsabilidad ante la sociedad en la que vivimos a quienes hemos de beneficiar con todo eso que nosotros somos en todas nuestras posibilidades, pero tenemos una responsabilidad ante Dios que nos ha dado la vida, que nos acompaña con su gracia, que confía en nosotros y que con nosotros camina a nuestro lado. Miremos a Jesús caminando a nuestro lado.

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