domingo, 15 de noviembre de 2020

Hay un talento que no podemos enterrar y que ahora nuestro mundo necesita más por la situación que vivimos, la esperanza y el optimismo de la fe

 


Hay un talento que no podemos enterrar y que ahora nuestro mundo necesita más por la situación que vivimos, la esperanza y el optimismo de la fe

Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Sal 127; 1Tesalonicenses 5, 1-6; Mateo 25, 14-30

‘Nadie es capaz de saber quién es y de lo que es capaz hasta que no se mide con la realidad, entregándose al bien a través del ejercicio de sus cualidades y habilidades’. Un buen pensamiento que nos da inicio al comentario al evangelio de hoy y que me he permitido tomar de un comentarista de textos evangélicos.

Cuando nos aprietan sacamos a flote todos los recursos que tenemos e ingeniosamente somos capaces de ponerlos a juego; es el momento, sí, de descubrir nuestro valor en la dificultad y cuando tenemos todas las cosas en contra. Pero también sabemos que para algunos es el momento de achicarse, de acobardarse, de esconderse o de huir tirando la toalla, lo que decimos comúnmente es una cobardía, o decimos el poco valor que tenemos. Pero sucede, nos sucede, más de lo que imaginamos o queremos reconocer.

Yo no valgo, decimos acobardados, yo no soy capaz, algunas veces preferimos hundirnos antes que intentar nadar que a fuerza de hacerlo terminaríamos aprendiendo. Aquellas dos moscas que cayeron en un vaso de leche, ¡me ahogo!, pensaron quizás, y una se dejó hundir porque no veía en la orilla a donde agarrarse o por donde salir, pero la otra, sin embargo, comenzó a mover sus patitas intentando nadar, no cejó en el empeño, insistió dando vueltas y vueltas hasta que pronto sintió que bajo sus patitas había algo sólido que parecía crecer y en lo que podía apoyarse, batiendo sus patitas había hecho una bola de mantequilla con la grasa de la leche y al final se salvó.

Tenemos que aprender, tenemos que no cejar en nuestro empeño e insistir, tenemos que aprender a buscar salidas que podemos encontrar, no nos podemos quedar quietos y encerrados; detrás de cualquier obstáculo que nos encontremos puede haber un respiradero, una salida, un rayo de luz que despierte nuestra esperanza y haga aparecer nuestra creatividad. Es difícil, nos decimos muchas veces, esto supera mis fuerzas o mis capacidades, pero nada se ha hecho por si solo sino que ha habido alguien con empeño que ha buscado soluciones, ha abierto caminos, a despejado horizontes.

La pasividad no es buena, es algo negativo y siempre tenemos que intentar ser positivos y con optimismo pensar que podemos encontrar una salida. Ahí están nuestros valores humanos, nuestra constancia, nuestra firmeza, nuestro creer en nosotros mismos, la fortaleza de espíritu, la capacidad de iniciativa que todos tenemos escondida dentro de nosotros; hay que buscar el resorte que le haga saltar.

Y esto en todos los aspectos de la vida; vendrán momentos difíciles pero en nuestras manos siempre hay algún talento que podemos desarrollar; serán muchos o serán pocos, no importa, lo importante es que creamos que podemos negociarlos, que podemos sacar un provecho, un fruto de eso que tenemos.

Son los momentos difíciles que vivimos actualmente que si tenemos que estar encerrados en previsión de posibles contagios del virus, sin embargo nuestro espíritu no lo podemos encerrar, podemos soñar y podemos imaginar, podemos tener creatividad y tener inventiva, podemos aprender lecciones como revisar actitudes y posturas con las que hemos vivido de una forma conformista hasta ahora.

Pero tenemos que salir de nuestro conformismo, despertar de la pasividad, quitar los miedos, creer que en verdad un día encontraremos una luz. No podemos quedarnos pasivamente a que otros nos abran caminos, nos den soluciones o nos resuelvan las cosas; cada uno tiene su parte, y tú y yo tenemos también nuestra parte y nuestra responsabilidad.

Creo que es lo que nos quiere decir Jesús con la parábola que nos propone. Aquel hombre que repartió los talentos entre sus servidores esperando encontrar un fruto y un rendimiento a la vuelta. Unos supieron negociarlos, otros lo enterró y no se obtuvo ningún beneficio, es más, él mismo perdió aquel talento que se le había confiado. Había tenido miedo, como nosotros tantas veces que nos acobardamos. No nos quiere el Señor pasivos. Ha puesto el mundo en nuestras manos y en nuestras manos está el que podamos hacerlo mejor. No nos podemos sentir abrumados por los problemas, por la inmensidad del trabajo, o por el mundo contrario que nos podamos encontrar.

Es lo que nos sucede con nuestra fe, ese tesoro que ha sembrado Dios en nuestro corazón. Y hemos reconocer que estamos en una generación de cristianos pasivos, que nos encerramos, que huimos, que enterramos nuestros valores y nuestros principios. Pero ese Reino de Dios tenemos que construirlo, está en nuestra manos.

Nos cuesta dejarnos renovar para salir de nuestra pasividad y de nuestro miedo; vivimos en una actitud muy conformista simplemente de dejar hacer, pero sin comprometernos; nos contentamos con nuestros cumplimientos como si solo fuera suficiente el que enterremos el talento para que no se nos pierda. Tenemos que despertar y es en momentos como los que vivimos donde tiene que resplandecer esa fe que decimos anima nuestra vida para anime también a nuestro mundo.


Ahora incluso, que por la situación actual nos vemos muy mermados en nuestras actividades pastorales, tendríamos que saber encontrar caminos, medios, formas para seguir haciendo ese anuncio que ahora quizá con más razón nuestro mundo necesita cuando nos encontramos tantos desesperanzados de la vida. Y nosotros tenemos que ser luz de esperanza para nuestro mundo, sembrar un optimismo de la vida que nace de nuestra fe.

No sabemos, quizás, como hacerlo, pero es el momento de reflexionar, de abrirnos al espíritu del Señor que nos inspire nuevos caminos y nuevos campos. Pero tenemos que seguir siendo esa luz del mundo, esa sal de la tierra. No perdamos ese resplandor ni ese sabor que tenemos que transmitir a los demás.

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