miércoles, 3 de junio de 2020

El camino de plenitud que nos conduce a la vida eterna tenemos que aprenderlo a vivir ya desde ahora por el sentido y el valor que le damos a lo que hacemos cada día


El camino de plenitud que nos conduce a la vida eterna tenemos que aprenderlo a vivir ya desde ahora por el sentido y el valor que le damos a lo que hacemos cada día

2Timoteo 1, 1-3. 6-12; Sal 122; Marcos 12, 18-27
Hay contenidos fundamentales de nuestra fe que por más que los proclamemos en el Credo sin embargo son confusos para la mayoría de los cristianos, no tenemos muy claro que es lo que queremos expresar y al final de alguna manera aunque nos llamamos creyentes y cristianos un tanto los aparcamos a un lado de la vida y no les damos demasiada oportunidad para una reflexión. Es el tema de la resurrección final y de la vida eterna.
Hoy nos extrañamos – yo creo que un tanto ficticiamente – de que los saduceos negasen la resurrección de los muertos y en consecuencia los planteamientos que el hacen a Jesús. Nos pudiera parecer en cierto modo hasta de risa lo del matrimonio de aquella mujer con los siete hermanos que fueron falleciendo y como no le habían dejado descendencia tenían la obligación de casarse con la viuda de su hermano según la interpretación de la ley mosaica. Ponemos mucha imaginación en el tema como casi todo lo que son nuestros pensamientos a lo humano que vamos teniendo y por eso no nos cabe en la cabeza que acaso la vida eterna tiene que ser en cierto modo una repetición de la vida que ahora vivimos en el espacio temporal.
¿Quién no se ha encontrado imaginando en alguna ocasión donde habría lugar, por ejemplo, para que físicamente puedan estar todos los que han muerto? Y es que el espacio físico es algo que no podemos dejar de lado y hasta para el cielo queremos darle un espacio físico para estar junto a Dios. si nos sentimos constreñidos en el mundo físico en el que estamos donde la población va en aumento y decimos que al final el mundo no tendría capacidad para soportar tanto crecimiento de la población, que más podríamos pensar de ese mundo futuro donde estaremos todos lo que hemos vivido en esta vida, ¿dónde encontraremos ese lugar? Las imaginaciones humanas nos juegan una mala pasada y al final puede hacer que tampoco queramos creer en la resurrección y en la vida eterna como confesamos en el credo de nuestra fe.
Acaso quizá entra en nuestra mente el pensamiento de la vida eterna y de la resurrección cuando nos enfrentamos al desgarro de la muerte de un ser querido. Un poco a tientas muchas veces porque todo parece que se nos vuelve más oscuro en esos momentos de dolor no queremos perder la esperanza, dirigimos nuestra mirada a Dios para que por una parte sintamos la fortaleza del espíritu en ese momento doloroso, pero también para confiar a la bondad y a la misericordia del Señor el ser de aquel que ha muerto para nosotros, pero que tenemos la esperanza de que vive en Dios.
Decimos con mucha facilidad que todo eso entra en el misterio de Dios y ya nos parece que damos por solucionada toda la cuestión. Sí, en las manos de Dios nos ponemos y vivir su vida queremos, y pensar que en Dios alcanzaremos la plenitud de vida nos llena de esperanza y nos hace en verdad sentirnos caminantes hacia una meta que solo en Dios podemos encontrar. Pero alejemos de nosotros todo tipo de imaginación, como antes decíamos. Como nos dice hoy Jesús estáis equivocados, por no entender la Escritura ni el poder de Dios… Pues cuando resuciten, ni los hombres se casarán ni las mujeres serán dadas en matrimonio, serán como ángeles del cielo’.
Y termina diciéndonos Jesús que Dios no es un Dios de muertos sino un Dios de vivos. Es el Dios de la vida, es el Dios que nos ofrece vida, es el Dios que quiere que vivamos la vida en plenitud no solo en el futuro de la vida eterna, sino también en el hoy de cada día cuando le damos un verdadero sentido y valor a nuestra existencia.
Miramos al cielo es cierto, ansiamos la vida eterna, pero el camino de plenitud tenemos que aprender a vivir ya desde ahora por el sentido y el valor que le damos a lo que hacemos cada día. Disfrutamos de la vida en todo lo bello y hermoso que tiene pero no nos quedamos en gozos efímeros, sino que buscamos todo aquello que le da hondura a nuestro ser y a nuestra relación con los demás.
Es desde ese amor compartido donde sentiremos la paz más profunda para nuestro espíritu, es donde encontraremos las satisfacciones mas hondas, es donde encontraremos esa felicidad que no tenemos muchas veces palabras con que expresar o explicar. Es lo que nos estará conduciendo a ese cielo de vivir en Dios y con Dios en la total plenitud de la vida. Qué distinta es la vida cuando tenemos hermosas metas.

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