jueves, 4 de junio de 2020

Miramos a Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote no temiendo hacer la subida del monte Moria ni el paso por Getsemaní porque nos llega el perfume del huerto de la resurrección



Miramos a Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote no temiendo hacer la subida del monte Moria ni el paso por Getsemaní porque nos llega el perfume del huerto de la resurrección

Génesis 22, 9-18; Sal 39; Mateo 26, 36-42
Algunas veces en la vida nos puede parecer que se nos está exigiendo un sacrificio que supera nuestras fuerzas y capacidades y de alguna manera nos sentimos débiles, nos sentimos como zarandeados por esos bandazos y esas exigencias, nos sentimos incapaces de seguir adelante y realizar un esfuerzo más. problemas de superación personal, problemas de responsabilidades adquiridas, problemas de misiones que se nos han confiado y que nos parece que no tuvieron en cuenta hasta donde nosotros podríamos llegar… pero quizá encontramos allá dentro de nosotros mismos una fuerza que parece que no contábamos con ella y seguimos adelante asumiendo nuestras responsabilidades.
Hablo de una forma que parece genérica pero que cada uno puede ver traducida en situaciones personales por las que haya pasado en alguna ocasión en la vida. ¿Seguimos adelante? ¿Nos volvemos atrás y abandonamos responsabilidades? ¿Qué valentía interior podemos encontrar? ¿Habrá algún apoyo que nos llegue desde el exterior, una mirada de amigo, una mano con pulso firme pero cargada de ternura, un brazo sobre nuestro hombro? Lo necesitamos y no sé si siempre lo encontramos.
Hoy la Palabra del Señor nos ofrece dos hermosos textos en este sentido. Por una parte el sacrificio de Abrahán. Y digo bien, el sacrificio de Abrahán, porque el verdadero sacrificio era el que se estaba inmolando en su corazón. Es cierto le había pedido Dios el sacrificio de su hijo, pero era el sacrificio de su corazón el verdaderamente importante. Todo aquello que sentía, que sufría su corazón mientras iban subiendo al monte Moria. Era la negación de si mismo, de su yo, de su propia voluntad para aceptar confiado la voluntad de Dios. Y el sacrificio se realizará a la perfección aunque no se llegase al momento cruento del sacrificio y muerte de Isaac. Para Dios valía la disponibilidad y la confianza del corazón de Abrahán.
‘Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú. Es la oración de Jesús en Getsemaní. Había dicho que su alma estaba triste con una tristeza de muerte, pues Jesús sabía lo que le esperaba, la pasión que en aquellos momentos comenzaba. Es el ofertorio del sacrificio de Cristo que se está realizando allí en Getsemaní. Es el comienzo del camino de la pasión. Es la Pascua. Era el paso de Dios en medio de la vida de la humanidad, una humanidad también atormentada por el sufrimiento. Jesús está recogiendo todo ese sufrimiento y toda esa negrura de la humanidad. Había venido para realizar lo que era la voluntad del Padre, y qué difícil se le estaba poniendo en su corazón. Ahí vemos el lamento de su oración. Pero ahí vemos la confianza de su corazón. ‘Que no se haga como yo quiero, sino como quieres tú’.
Estamos escuchando hoy estos dos textos que nos ofrece la liturgia en la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Es la ofrenda del Sacerdote, es el sacrificio que ofrece Cristo por la salvación de toda la humanidad, es la ofrenda de su mismo que terminará diciendo en lo alto de la Cruz ‘a tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu’.
Contemplamos el sacerdocio de Cristo, pontífice compasivo y fiel, como nos dirá la carta a los Hebreos, que conocía nuestras debilidades, que estaba de nuestro lado en nuestro camino de sufrimiento, que viene con su humanidad para mostrarnos la cercanía de Dios, que nos sostiene en la patena de su sacrificio cuando nosotros nos vemos débiles para que podamos sentir que hasta estamos por encima de nuestras flaquezas y debilidades, para que nos sintamos fortalecidos para seguir en ese camino de fidelidad que tanto nos cuesta en muchas ocasiones, para que nos demos cuenta que no estamos solos en ese levantarnos hacia lo alto.
Hoy queremos contemplar también a todos los sacerdotes que participan del sacerdocio ministerial de Cristo y queremos decirles también que no están solos aunque muchas veces tengan que vivir muchas soledades. Que detrás está toda la Iglesia, aunque quizá no siempre se sepa manifestar con esa compasión del Cristo sacerdote, pero es que estamos muy llenos de debilidades humanas. Que sepan contar siempre con la gracia de Cristo, porque aunque se sientan abandonados por los hombres, no faltará nunca la presencia y la fuerza del Espíritu del Señor que se manifestará de mil maneras y que llegará en la presencia quizás de quienes menos pensamos. Que no teman subir al monte Moria ni pasar por el huerto de Getsemaní, porque siempre se llegará al huerto perfumado de la pascua y de la resurrección. Lo dice quien lo siente de verdad en su corazón.

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