domingo, 3 de mayo de 2020

Como creyentes estamos siempre llenos de esperanza porque sabemos bien de quien nos fiamos y contemplamos a Jesús que es Puerta y también Pastor de nuestras vidas



Como creyentes estamos siempre llenos de esperanza porque sabemos bien de quien nos fiamos y contemplamos a Jesús que es Puerta y también Pastor de nuestras vidas

  Hechos 2, 14a. 36-41; Sal 22; 1Pedro 2, 20-25; Juan 10, 1-10
La puerta, por así decirlo, es la franquicia por donde nos podemos introducir en algún lugar, o también visto desde el otro lado se abre ante nosotros ante otros lugares, otros mundos, incluso podemos decir otra vida. La puerta abierta o cerrada nos da confianza o nos da seguridad, pero también es incógnita cuando no sabemos lo que vamos a encontrar.
Por la puerta entra el amigo o la persona que consideramos de confianza franqueándole al otro lo que es nuestro hogar, nuestra intimidad, nuestra vida, lo personal o lo que es de los que allí habitan. Por la puerta entra el que es invitado o quien es bien recibido. A quien dejamos entrar le hacemos participar de la riqueza de nuestro hogar y de su sabiduría – nuestra sabiduría – en la acogida que hacemos a quien llegue hasta nosotros. No nos la dejamos arrebatar, por eso la puerta es como filtro para la entrada, pero con generosidad compartimos.
Pero también hemos de reconocer que vivimos en un mundo de desconfianzas y mantenemos la puerta cerrada para preservar la seguridad del hogar, y para mantener a buen recaudo lo que es la intimidad de nuestra vida. Cuando salimos tras la puerta no sabemos lo que nos vamos a encontrar, aunque siempre salgamos con esperanza y optimismo, pero también hay un mundo de incógnitas, de amenazas quizá, como ahora estamos viviendo encerrándonos tras la puerta para preservarnos de peligros; aun así ansiamos salir aun arriesgándonos ante lo desconocido que se nos pueda presentar porque queremos los horizontes amplios que se abren ante nosotros con la puerta ya abierta.
Y hoy Jesús en el evangelio nos habla de la puerta. Pero nos dice que El es la puerta. Este pasaje del evangelio está enmarcado en esa imagen del Buen Pastor de la que Jesús nos quiere hablar y ya tradicional en este cuarto domingo de Pascua. Nos dirá que el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas que es reconocido por ellas. Que el ladrón o salteador no entrará por la puerta sino que saltará por cualquier parte porque no entra sino para robar.
En la vida trashumante de los pastores con sus rebaños al llegar la noche, si no estaban en el aprisco habitual sino que el rebaño era recogido en algún lugar para guarecerse de la noche, allí por donde se entraba aquel lugar se ponía el pastor vigilante. Era como la puerta, para poder llegar a las ovejas había que pasar por el pastor, que cerraba el paso a la fiera dañina que viniera a destrozar el rebaño o al ladrón que viniera a robar. La persona del pastor era como la puerta de seguridad que guardaba a su rebaño.
Es la imagen que hoy Jesús nos quiere ofrecer cuando nos dice que es la puerta. Solo por Jesús podemos llegar al conocimiento del misterio de Dios pero también a la comprensión del misterio de la vida, de nuestra propia vida. ‘Nadie va al Padre sino por mi’, nos dirá en otra ocasión en el evangelio. Y cuando los discípulos le preguntaban que les diera a conocer al Padre les respondía que ‘quien me ve a mi, ve al Padre’. Afirmándonos categóricamente que ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’.
Hoy la imagen que nos está proponiendo precisamente en este domingo que llamamos el domingo del Buen Pastor, es la de la Puerta y la del Pastor. Queremos pasar por esa puerta, queremos adentrarnos en el misterio de Dios. Cristo nos abre esa puerta, nos hace traspasar esa puerta con su revelación de amor. Por eso nos dirá que El es vida y es Luz, que es el Verbo de Dios y que es revelación, que es el Camino y que es la Verdad. Es el Buen Pastor que nos da paso hasta donde encontramos el verdadero alimento de nuestra vida, pero es el Pastor que nos cuida y nos protege frente a las acechanzas y los peligros.
Antes hablábamos de la puerta tras la cual quizá nos encontramos incógnitas y misterios, pero ahora lo hacemos con la confianza de saber que esa Puerta es Jesús. En El vamos a encontrar esa sabiduría de Dios, porque nos revela el misterio del corazón de Dios, que es un misterio de Amor.
Pero decíamos también que la puerta que se abre ante nosotros nos abre a nuevos horizontes, a nuevas perspectivas, a nuevos caminos, también en ocasiones llenos de incógnitas. Vivimos muchas veces en un mundo complejo, un mundo de incertidumbres que nos llenan de dudas y de miedos, un mundo lleno de sorpresas no siempre agradables y que muchas veces desestabilizan nuestra vida, unos acontecimientos que parece que nos quitan las seguridades en las que tanto confiábamos y quizá nos haga descubrir otras cosas que son muy importantes en la vida y que muchas veces en nuestra loca carrera olvidamos.
Como creyentes tenemos que estar siempre llenos de esperanza porque sabemos bien de quien nos fiamos. Hoy contemplamos a Jesús que es Puerta, pero que es también Pastor de nuestras vidas. Sabemos que El no nos falla por muchas inseguridades que sintamos  bajo nuestros pies. El será siempre para nosotros en todo momento esa luz que necesitamos, por eso tenemos que saber acudir a El, confiar en El, escucharle en lo más profundo del corazón porque siempre tendrá para nosotros una palabra de vida.
Queremos buscar soluciones y respuestas por todas partes y nos olvidamos del Pastor que nos guía, que camina junto a nosotros en medio de esas tormentas por las que pasamos en la vida y con El, desde nuestra fe y nuestra esperanza, tenemos que sentirnos seguros. Sepamos contar con El, porque algunas veces nos olvidamos de esa oración de esperanza que tenemos que saber hacer.
Aunque estemos pasando por un cierto desierto espiritual cuando las circunstancias nos impiden el que podamos acercarnos a los sacramentos y a la vivencia de la Eucaristía tenemos que saber encontrar el momento para nuestra oración, para escuchar bien en nuestro interior la voz del Señor, para rumiar todo cuando nos pasa para descubrir en todo ello que siempre Jesús nos deja una luz, hay una rendija de la puerta abierta para que pasemos y vayamos a encontrarnos con El.

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