sábado, 2 de mayo de 2020

Se nos atragantan también las palabras de Jesús cuando nos habla de comerle con todo lo que significa de creer en El y aceptar y hacer vida todo su mensaje


Se nos atragantan también las palabras de Jesús cuando nos habla de comerle con todo lo que significa de creer en El y aceptar y hacer vida todo su mensaje

 Hechos 9, 31-42; Sal 115; Juan 6, 60-69
A veces oímos solo lo que queremos oír. Pudiera parecernos algo incongruente, pero si nos analizamos bien es lo que nos es más fácil hacer. Nos gusta lo que nos resulte agradable, y no son solo palabras bonitas de un momento, sino que de alguna manera nos gusta escuchar promesas de futuro mejor, de algo que nos haga la vida fácil y cómoda, y que las exigencias sean mínimas. Si nos paramos a pensar un poco es lo que nos hacen los populistas que se quieren ganar al pueblo con vanas palabras e ilusiones, encantando los oídos de los que escuchan con promesas de algo mejor, pero que cuando esos dirigentes tienen el poder en su mano los que realmente van a tener una vida mejor son ellos mismos, porque de las promesas al pueblo se olvidan pronto y harán totalmente lo contrario. Estamos cansados de cosas así, aunque algunas veces no aprendemos y seguimos entusiasmándonos con esos sueños que trataran de alentar y fomentar para que al final no lleguemos a ninguna parte. 
Por eso a veces no escuchamos sino lo que queremos oír, como decíamos, pero cuando se presenta alguien que es cierto que despierta esperanzas por su cercanía o su manera de actuar, porque las palabras en verdad tienen profundidad que abre a caminos nuevos, pero que no oculta las exigencias, la respuesta responsable que hemos de dar, el cambio que tendríamos que dar en lo más hondo de nosotros mismos porque no nos podemos quedar ni con remiendos ni con apariencias, eso ya no nos gusta tanto y fácilmente nos vamos quedando en el camino, porque nos puede parecer un camino exigente.
Tendríamos que revisar nuestra manera de dar respuesta a lo que nos pide el evangelio y ver si en verdad llegamos a comprender el mensaje nuevo que nos ofrece y si llegamos a tener la apertura suficiente en nuestro corazón para acoger esa palabra radical del evangelio y somos capaces de poner en camino sin temores ni desconfianzas. Y es que muchas veces nos hacemos nuestros acomodos, nuestros arreglos e interpretaciones, para matizar, para suavizar porque nos decimos que con exigencias lo que vamos a hacer es espantar la gente. Pero nuestros acomodos y arreglos a la larga son un engaño que nos hacemos y con lo que podemos también dañar a los demás.
Hemos venido escuchando esta semana en el evangelio lo que solemos llamar el discurso del pan de vida de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. En la tarde anterior habían querido hacer rey a Jesús cuando milagrosamente multiplicó el pan para que todos comieran. En la mañana se habían venido hasta Cafarnaún buscando a Jesús que les plantea el por qué le siguen. En el fondo por el milagro del pan comido en el desierto, que les recuerda el maná que habían comido sus padres y que le había dado Moisés en el camino hacia la tierra prometida. Jesús les habla ahora del verdadero pan bajado del cielo que les dará vida para siempre. Aunque le piden que les dé siempre de ese pan, cuando Jesús les dice que El mismo es ese pan y que hay que comerle a El, con lo que eso significa y representa, y que su carne es verdadera comida y quien la coma resucitará el ultimo día, las palabras se les vuelven duras para sus oídos y sus corazones y comienzan a desfilar abandonando a Jesús.
‘Dura es esta doctrina’, se dicen unos a otros. Y es algo más que el hecho de comer la carne de Jesús y beber su sangre lo que realmente se les atraganta. Comer a Jesús significa aceptarle en todas sus consecuencias; comer a Jesús es recoger todo aquello que Jesús les dice del amor y del perdón, de la verdadera paz y del autentico culto al Señor y convertirlo en ser de su vida. Mucho tendrían que cambiar sus corazones, y esos cambios cuestan. Arreglitos y remiendos nos podemos hacer, pero darle la vuelta a la vida en su totalidad y en su radicalidad es algo mucho más exigente.
¡Ojo! Que eso nos sucede a nosotros también. Veamos, si no, la superficialidad con que vivimos el seguimiento de Jesús, los arreglitos y componendas que nos queremos hacer tantas veces. Y cuando se nos presenta el evangelio en toda su radicalidad ya estamos diciendo que no son necesarias tantas exigencias, que total siempre hemos vivido así, para qué vamos a cambiar, y pensemos cuantas cosas en este estilo nos decimos o pensamos tantas veces. La exigencia y radicalidad del evangelio no nos gusta, queremos un cristianismo cómodo de cumplir unas cuantas normas que no nos compliquen la vida y así queremos seguir viviendo.
¿Seremos capaces de decir con verdad como Pedro respondió hoy a Jesús cuando les dijo que si ellos querían marcharse también? Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios’. Pero, ¡ojo!, que esto tiene que ser algo más que palabras.


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