martes, 25 de febrero de 2020

Que no nos suceda que no entendemos ni queremos entender pero tampoco nos atrevemos a preguntar en lo que nos plantea Jesús


Que no nos suceda que no entendemos ni queremos entender pero tampoco nos atrevemos a preguntar en lo que nos plantea Jesús

Santiago 4, 1-10; Sal 54; Marcos 9, 30-37
‘No entienden y les da miedo preguntar’, nos comenta el evangelista sobre las palabras que Jesús está pronunciando y la reacción de los discípulos.
Cosa que nos pasa en ocasiones; algo que ha sucedido, algo que nos cuentan, algo que nos hace nuevos planteamientos que nos impactan, no entendemos. No entendemos de qué va a aquello o por qué han sucedido esas cosas, por qué nos las cuentan a nosotros, o a qué vienen esos planteamientos que de alguna manera trastocan nuestras ideas, lo que nosotros pensábamos que tenia que ser, nuestros planes… pero también nos quedamos callados, no preguntamos, quizá quisiéramos saber pero no nos atrevemos a preguntar, nos dan miedo a donde nos llevarán esos planteamientos, cómo se puede complicar nuestra vida. Cosas que nos vienen de repente, o que ya intuyamos pero no nos lo terminábamos de creer.
Pero es necesario que nos quitemos la venda de los ojos, que afrontemos la realidad del momento o que afrontemos también valientemente el futuro que se puede abrir ante nosotros. Bien porque quizá tenemos que reconocer hechos pasados que de alguna manera afectan a nuestra vida, bien porque en lo que se nos está planteando hay una llamada, o hay un camino nuevo que se puede abrir ante nosotros.
Es lo que puede sentir el que afronta las respuestas a los interrogantes que quizá lleven tiempo en su corazón. Puede ser una vocación, puede ser una responsabilidad a asumir, puede ser un compromiso que nos obligue a cambiar cosas de nuestra vida. Alguien que nos está pidiendo algo, un encargo y responsabilidad que quieren confiarnos. Nos cuesta sincerarnos quizá con nosotros mismos, reconocer nuestros miedos, pero también reconocer las posibilidades que hay en nosotros. Quizá preferimos seguir dándole y dándole vueltas a esos asuntos en nuestro interior, o quizá quedarnos en actitudes cómodas, y huimos de exigencias, de las exigencias que pudieran surgir de las nuevas responsabilidades que tenemos que asumir. Nos pondremos quizás a pensar en esos primeros puestos de importancia, como se ponían a discutir los discípulos por el camino.
Es complejo lo que hoy puede plantearnos el evangelio. Está el anuncio que Jesús hace de todo lo que le va a suceder, pero que ellos, como siempre, se quedarán sin entender, o sin querer entender porque ya tenían sus ideas. El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará’, les dice a bocajarro Jesús. Pero es ya algo repetido. Y como siempre no entienden y les da miedo preguntarle.
Mira lo importante y serio que les ha anunciado Jesús, pero mientras van de camina van discutiendo entre ellos sobre quién va a ser el primero y principal en el Reino que Jesús tanto les está anunciando. Y ahora viene la sentencia de Jesús. ‘Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos’. Parece un jarro de agua fría. Hacernos los últimos, hacernos los servidores y esclavos de todos. Y quizá de soslayo se están mirando los unos a los otros a ver cómo reacciona cada cual, o pensando quizá como yo voy a ser servidor del otro, si quizá el otro nunca me ha hecho un favor. Es lo que fácilmente pensamos.
Pero Jesús concluye la lección con una hermosa imagen, un niño. ‘Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado’. Esto ya lo supera todo. Sobre todo para aquellos rudos hombres de una vida dura de trabajos y sacrificios que no son fáciles a delicadezas. ¿Así que un niño se nos va a convertir ahora en el principal? En la mentalidad de los judíos y de los antiguos el niño valía bien poca cosa. Pero hay que acogerlo como si acogiéramos a Jesús, como si acogiéramos y recibiéramos a Dios en nuestro corazón.
¿Nos sucederá a nosotros también que no entendemos o no queremos entender y tampoco nos atrevemos a preguntar?

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