martes, 21 de enero de 2020

La humanidad que hemos de poner en nuestro corazón buscando siempre el bien de la persona es lo que en verdad nos hará agradables ante Dios


La humanidad que hemos de poner en nuestro corazón buscando siempre el bien de la persona es lo que en verdad nos hará agradables ante Dios

1Samuel 16, 1-13; Sal 88; Marcos 2, 23-28
Ahora los llaman protocolos; esas normas que nos detallan lo que tenemos que hacer en determinadas circunstancias y a los que tenemos que ceñirnos en la resolución de los problemas que se nos planteen en cualquier colectivo, para cualquier profesional en el desarrollo de su profesión,  para cualquier actuación en grupos, colectivos, etc.…; parece que todo está previsto, como previstas están las formas de actuar y de responder y conforme a ello tenemos que actuar.
De la misma manera todo está regulado en leyes, reglamentos o normativas y parece que la vida misma está encorsetada con todas esas prescripciones que algunas veces nos hacen reaccionar hasta con cierto rechazo porque nos sentimos agobiados y parece que nos falta aire, que nos falta autentica libertad. Es cierto que todas esas normas, preceptos, leyes, protocolos o como quiera que los queramos llamar tendrían siempre que buscar el bien de la persona y si se nos ofrecen esos cauces es para que no nos salgamos de ellos para no perjudicar, sino todo lo contrario ayudar de la mejor manera.
Claro que todas esas cosas tienen su interpretación a la hora de actuar y nos encontraremos aquellos que pareciera que son esclavos de la norma o del protocolo de manera que parece que se le acaban las iniciativas para buscar algo incluso mejor. Están por su parte los que se saltan toda norma o todo reglamente y anárquicamente quieren ir siempre a su aire, que hay el peligro de que muchas veces sea solo buscando su interés personal y nunca el bien común o el bien de los demás.
¿A qué atenernos en todo esto? Creo que si todo eso que está reglamentado busca en verdad el bien de la persona hemos de saberlo y tenerlo en cuenta y no nos lo podemos saltar así como así, pero también según la inquietud que haya en nuestro corazón creo que tenemos que desarrollar la iniciativa del amor, las iniciativas que surgen desde un corazón lleno de amor que siempre buscarán lo mejor, pero no para su propio interés sino siempre buscando el bien de los demás. Claro que por otra parte sabemos que podemos ser muy fieles a los protocolos pero no tengamos verdadera humanidad en el trato con esas personas a las que queremos atender y entonces ¿de qué nos sirven tantas reglamentaciones si no tenemos humanidad en el corazón?
Creo que todo esto tendría que hacernos reflexionar hondamente dentro de nosotros para descubrir todo lo bueno que tendríamos que ser capaces de hacer en beneficio siempre del otro, en especial, del que más sufre.
Me estoy haciendo toda esta reflexión queriendo llegar a cosas muy concretas de la vida desde lo que hoy vemos en el evangelio. Por allá andan los leguleyos, como sucede en todos los tiempos, esclavos de la ley o de la norma pero que no buscan el bien de la persona. Muy preocupados andaban si los discípulos de Jesús al pasar por el campo en un sábado estrujaban en sus manos unas espigas para llevarse unos granos a la boca que quizá calmase la fatiga de su caminar. Claro, el sábado estaba bien reglamentado en lo que se podía o no se podía hacer para guardar el descanso sabático y aquello acaso lo mirasen poco menos que el segar la cosecha del campo.
‘El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado’, les dice Jesús. Les costará aceptar aquella visión nueva que Jesús quiere ofrecerles sobre el sentido y el valor profundo que hemos de darle a lo que hacemos en la vida. Pero con Jesús llegan esos aires renovadores que buscan siempre el bien del hombre, el bien de la persona. Es la humanidad que hemos de poner en nuestro corazón lo que en verdad nos hará agradables ante Dios.


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