sábado, 9 de noviembre de 2019

De la misma manera que valoramos y cuidamos la dignidad y santidad de nuestros templos hemos de cuidar la santidad de quienes somos morada de Dios y templos del Espíritu




De la misma manera que valoramos y cuidamos la dignidad y santidad de nuestros templos hemos de cuidar la santidad de quienes somos morada de Dios y templos del Espíritu

Ezequiel 47,1-2.8-9.12; Sal 45; 1Corintios 3,9-11.16-17; Juan 2,13-22

¿Cuál seria nuestra reacción si alguien nos avisa de que quiere venir a hospedarse en nuestra casa? Tenemos que reconocer que depende de cuáles serían nuestras actitudes y los valores que tengamos en la vida. Está, por supuesto, la sorpresa de lo inesperado, pero también podamos tener una reacción negativa ante el hecho de que alguien sin saber por qué quiera venir a introducirse en la intimidad de lo nuestro, de nuestro hogar; y surgirán mil disculpas, cuando no queremos ser violentamente negativos, de que ya andamos bien apretados en casa y no tenemos lugar (sobre todo con aquello de que hoy nuestros hogares tienen escasos metros), que si andamos muy ocupados y no podríamos atenderlo debidamente, que tenemos previsto hacer otras cosas y no tenemos ni tiempo ni espacio y así nos buscaríamos muchas disculpas ante el temor, imaginario quizá, de lo que pueda significar la presencia de ese intruso.
Pero puede haber también una apertura de nuestras puertas, sintiéndonos gozosos y honrados con la presencia de esa persona entre nosotros, y aunque nos cueste quizás sacrificio estamos dispuestos a apretarnos un poco si es necesario para rendir la mejor hospitalidad a quien ha querido darnos el honor de venir a estar con nosotros y compartir la interioridad de nuestro hogar. En nuestros buenos deseos hospitalarios revolvemos lo que sea para acoger y hacer agradable la estancia de aquella persona con nosotros.
Me lleva a pensar en estas cosas que pueden rondarnos muchas veces dentro de nosotros la sorpresa inesperada de Zaqueo cuando Jesús se detuvo ante la higuera para decirle que quería hospedarse en su casa. ‘Hoy quiero hospedarme en tu casa’. Muchas consideraciones nos hemos hecho en otras ocasiones de las circunstancias de Zaqueo y lo que significó para El la presencia de Jesús en su hogar con todo el cambio que se realizó en su vida.
En esta ocasión quiero quedarme en esa auto invitación de Jesús. ‘Hoy quiero hospedarme en tu casa’. ¿No podríamos decir que eso es lo que ha significado la Encarnación de Dios en el seno de María para hacerse hombre y ser Dios con nosotros? Creo, sí, que podemos ver en el misterio de la Encarnación esa invitación que Dios nos hace para que abramos las puertas porque El quiere plantar su tienda entre nosotros, como nos dice el inicio del evangelio de Juan. Claro que ahora depende también de nosotros, igual que contó con María para encarnarse en sus entrañas, de las actitudes y valores que nosotros tengamos, como decíamos anteriormente. Porque ya nos dice también el evangelio de Juan que ‘vino a los suyos y los suyos no lo recibieron’.
Me estoy haciendo esta consideración a partir de uno de los evangelios que se nos ofrecen en la fiesta litúrgica que hoy celebramos. Hoy es el día de la Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán en Roma, que como bien sabemos es la catedral de Roma, la catedral del Papa. Un momento que nos hace pensar en el valor del templo cristiano como signo de la presencia de Dios, como imagen de la Iglesia que en el templo se congrega para alabar y bendecid al Señor y alimentarnos de su Palabra y de su gracia, pero que tiene que llevarnos aun más allá.
Cuando Jesús quiso purificar el templo de Jerusalén expulsando a los vendedores del templo al pedirle los judíos razones de su actuar les respondió: ‘Destruid este templo y en tres días lo reedificaré’. Y aunque los judíos entonces no entendieron las palabras de Jesús que adujeron incluso en su testimonio contra El para condenarlo a muerte, el evangelista nos dice que se refería al templo de su cuerpo.
Dios vino a habitar en medio de nosotros y se encarnó en el seno de Maria. Jesús es ese verdadero templo de Dios, que así mismo se convirtió en sacerdote, victima y altar al ofrecerse por nosotros en oblación de sacrificio en la cruz. Pero es que Jesús quizá además habitar en nosotros, convertirnos a nosotros por pura gracia en morada de Dios, en templos del Espíritu.
Y es aquí cuando viene aquella invitación de la que hablábamos al principio. ‘Quiero hospedarme en tu casa’, nos dice a nosotros también. No es a cualquiera a quien tenemos que hospedar en nuestra casa, en nuestra vida, en nuestro corazón, es a Jesús, es a Dios mismo que quiere habitar en nosotros. ‘Vendremos y haremos morada en él’, nos dice Jesús en otro momento del evangelio. También podríamos pensar que cuando estamos acogiendo al hermano, sea quien sea, es Dios que viene a nuestra vida.
Es la consideración que hemos de hacernos, es el reconocimiento de ‘ese honor’ que Dios nos ha otorgado cuando quiere hospedarse en nuestra casa, en el templo de nuestra vida. Que no seamos de aquellos que no lo recibieron, porque a los que le reciben les da el poder de ser hijos de Dios. Nos preocupamos por la dignidad y santidad de nuestros templos ¿nos preocupamos igualmente por la dignidad y santidad con que hemos de vivir nosotros que hemos sido convertidos en templos del Espíritu?

viernes, 8 de noviembre de 2019

No dejemos que se oscurezca el mensaje del evangelio sino mostrémoslo al mundo con alegría, con elegancia, con valentía, porque tenemos la fuerza del Espíritu


No dejemos que se oscurezca el mensaje del evangelio sino mostrémoslo al mundo con alegría, con elegancia, con valentía, porque tenemos la fuerza del Espíritu

Romanos 15,14-21; Sal 97; Lucas 16,1-8
Camarón que se duerme se lo lleva la corriente, es un dicho popular que nos quiere decir que tenemos que andar despiertos en la vida. Así vemos cómo muchos se aplican y con fervor este dicho y así van por la vida poco menos que parece que se quieren comer el mundo apabullando todo lo que encuentren por delante.
Despiertos tenemos que estar, es cierto, pero una cosa que no podemos olvidar son los métodos que empleemos para ello. Todos quieren acaparar para si, todos quieren tener muchas cuotas de poder sea como sea, todos quieren convertirse en reyes y señores para dominar y vemos tantas veces para manipular a los demás. Lo vemos continuamente en la vida social, en las relaciones de unos y otros, en la vida política; cuánta corrupción se nos va metiendo en la vida, en la sociedad; no nos damos cuenta que al final terminamos destruyéndonos solo por tener quizás unos minutos de gloria.
Lo malo es que todos tenemos la tentación de caer en esas redes, de hacer de la misma manera, porque como piensan algunos si los otros sí ¿por qué yo no? Y nos deslumbramos fácilmente y comenzamos a actuar de la misma manera. Es una tentación frecuente y muy presente en la vida. Y hasta en nuestros ámbitos eclesiales nos podemos encontrar con situaciones así de manipulación, de dominio desmedido, de imposición de mis formas de ver las cosas, de sobresalir con mis orgullos y mis vanidades. Y al final caemos en un desprestigio total, y la fe y el evangelio se oscurecerán con estas tinieblas con las que nos envolvemos y lo que tendría que ser un buen testimonio se convierte en un contratestimonio.
Hoy el evangelio nos presenta una parábola desconcertante. En una primera lectura nos cuesta entenderla porque nos hacemos una interpretación superficial sin llegar a caer en la cuenta de lo que realmente Jesús nos quiere decir. Parece como si se alabara la corrupción de aquel hombre que se busca el ganarse el afecto de los que le rodean y no le importa de qué manera. El amo del que habla la parábola habla de la sagacidad de aquel hombre, pero la parábola nos quiere decir que seamos capaces de ser sagaces, despiertos, pero para el anuncio del evangelio, para el buen testimonio de los valores cristianos, de la vida cristiana.
Ojalá pusiéramos nosotros tanto empeño en el anuncio del evangelio como los sagaces de este mundo lo hacen para sus planes. Tenemos que estar despiertos porque en ese deseo de hacer que nuestro mundo sea mejor según los parámetros del evangelio no podemos dejar que otros hagan, sino que nosotros tenemos que poner todo nuestro esfuerzo y voluntad.
Sabemos que no es fácil porque quizá a muchos haya otras cosas que le atraigan más, pero es cuando nosotros hemos de hacer valer ese mensaje del evangelio porque en el testimonio de lo que nosotros vivamos podamos enseñar a los demás la plenitud de vida, de dicha, de realización de nuestra persona que nosotros podemos alcanzar viviendo esos valores del Evangelio.
Pero parece en ocasiones que vamos como acobardados o avergonzados y no damos la cara, no mostramos nuestra alegría, no nos mostramos valientes y con fuerza para hacer ese anuncio del evangelio. Nos dejamos comer el terreno, nos dejamos comer por esas fuerzas de nuestro mundo y algunas veces andamos incluso con componendas que pueden desvirtuar el mensaje del evangelio. No podemos dejar que se oscurezca, tenemos que mostrarlo a plena luz, con energía, con valentía, con elegancia, con alegría honda en el corazón.

jueves, 7 de noviembre de 2019

Ojalá supiéramos alegrarnos con las alegrías de los demás, sentir como nuestras las cosas aunque nos parezcan insignificantes que les suceden a los otros


Ojalá supiéramos alegrarnos con las alegrías de los demás, sentir como nuestras las cosas aunque nos parezcan insignificantes que les suceden a los otros

Romanos 14, 7- 12; Sal 26; Lucas 15, 1-10
Cuántas cosas bonitas se suceden continuamente en la vida y a las que quizá parece que no le damos importancia, pero que sin embargo van amasando la amistad, haciendo crecer la confianza y la convivencia, muestran la cercanía con que vivimos los unos con los otros y nos hace caminar con una alegría que no podemos describir pero que todos en esa bonita convivencia llevamos dentro.
Son esos momentos de placidez donde nos ponemos a charlar, a contar nuestras cosas, a compartir aquello bueno que nos va sucediendo, o son esos momentos en que corremos a contarle al vecino o al familiar más cercano aquello que nos ha sucedido y que no nos podemos aguantar dentro de nosotros sin compartirlo con los demás.
Son esos saludos al paso de la calle cuando nos encontramos con el amigo y nos detenemos para charlar, para interesarnos quizá simplemente por nuestra salud o cómo están las nuestros pero que, como decíamos, amasan nuestra amistad y hacen crecer el cariño que nos tenemos unos a otros.
Mirémoslo en positivo, que ya sé que alguien me va a decir que esos momentos son oportunos para la crítica y la murmuración, pero no tenemos que mirarlo siempre desde el lado oscuro, sino descubrir la luz que proyectamos con nuestra cercanía a los demás y con nuestro compartir; compartir no tiene que ser siempre cosas materiales, sino que compartir es esa conversación en la que charlamos de lo que llevamos dentro, de nuestras alegrías o de nuestras preocupaciones.
Me ha dado pie a esta consideración inicial, aunque nos pudiera parecer que no tiene mucho que ver con el evangelio que escuchamos hoy, en ese detalle del pastor que llama a los amigos para contarle lo que le ha sucedido, o la mujer que llama a las vecinas para compartir la alegría de la joya o moneda que se le había extraviado y al final la había encontrado. Compartían con los amigos, compartían con las vecinas sus alegrías, lo que eran los pequeños detalles de la vida. Ojalá supiéramos hacerlo para alegrarnos con las alegrías de los demás, para sentir como nuestras las cosas aunque nos parezcan insignificantes que les suceden a los otros.
Jesús utiliza esa experiencia humana para trascender a algo más grande que es la búsqueda de Dios que viene a nuestro encuentro cuando andamos perdidos y que nos quiere hacer participar de la alegría de su corazón. El gozo de Dios que es la expresión de su amor por nosotros y que buscará siempre que andemos por caminos de bien. Ese gozo de Dios que hemos de ir viviendo y experimentando también en todo lo que por nuestra parte sea un participar en el gozo de los que están a nuestro lado y en esos buenos deseos que siempre nos hemos de tener los unos a los otros.
Menos perdidos andaríamos por los caminos de la vida si supiéramos vivir esa cercanía con el hermano, con el que camina a nuestro lado, esa preocupación por sentir también como algo nuestro lo que le sucede al otro, ese por nuestra parte compartir también con el otro lo que son nuestras preocupaciones y nuestras alegrías; no andaríamos aislado como tantas veces nos sucede y cuando andamos aislados fácilmente podemos caer por muchas barranqueras de la vida y ya nos costará salir, arrancarnos de esas situaciones que nos hunden. Si viviéramos en esa cercanía de los uno con lo otros siempre vamos a encontrar esa mano amiga cuando caemos o siempre podemos ofrecer nuestra mano amiga cuando nos encontramos con algún caído en el camino de la vida.
Y esas actitudes son las alegrías del cielo. Ojalá supiéramos vivir esas actitudes bonitas de amistad y de cercanía con los que están a nuestro lado, que tantas veces olvidamos.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Ya es hora de que no seamos unos cristianos descafeinados y superficiales sino que con radicalidad sepamos comprometernos por el evangelio


Ya es hora de que no seamos unos cristianos descafeinados y superficiales sino que con radicalidad sepamos comprometernos por el evangelio

Romanos 13,8-10; Sal 111; Lucas 14,25.33
Hay un dicho popular que creo que puede reflejar la novelería – podríamos llamarlo así – con que vamos muchas veces por la vida. ‘¿A dónde vas, Vicente? A donde va la gente’.
Fijémonos, por ejemplo en una calle cualquiera de nuestros pueblos o ciudades. Vemos gente que va de acá para allá, cada uno con sus preocupaciones, deseoso de realizar sus tareas o sus encargos, caminamos deprisa los unos al lado de los otros y casi no nos vemos ni nos percatamos de la existencia de los demás. Pero basta que haya un pequeño accidente, que sucede algo que llame la atención, y pronto quienes íbamos de carrera de un lado para otro nos detenemos y poco a poco se va aglomerando en torno a aquel suceso o aquel hecho multitud de personas, que pronto Irán engrosando su número porque de aquí o de allá van apareciendo nuevas personas atraídas por lo sucedido. Bastó que uno se detuviera ante algo extraño para que pronto a su alrededor se aglomeraran multitud de personas.
Y si lo sucedido no es en aquel lugar en que nos encontramos y oímos que fue más allá, pronto correremos curiosos a ver qué es lo que ha pasado. Vemos incluso aglomeraciones en manifestaciones y nos preguntamos qué hace toda aquella gente allí,  y serán muchos los que se apuntan casi sin tener mucho conocimiento de la razón de lo que se hace, sino simplemente porque todos van nosotros vamos también. Habría, pues, que preguntarse si realmente vamos allí porque es algo de nuestro interés, o lo hacemos solamente por curiosidad, o por dejarnos arrastrar por lo que hacen los demás.
Hoy escuchamos en el evangelio que era mucha gente la que seguía a Jesús, en ocasiones incluso trasladándose en búsqueda de Jesús o simplemente caminando con El, pero parece que Jesús da algo así como un golpe sobre la mesa para plantear seriamente lo que tendría que significar ir con Jesús.
Discípulo es el que sigue el camino de su maestro. No es el que simplemente escucha en una ocasión pero al momento nos vamos tras otra cosa. Ser discípulo es hacer una camino; ser discípulo es no solo escuchar sino asumir los planteamientos que hace el maestro siendo fiel a su enseñanza. Ser discípulo entraña unas exigencias, empezando por querer conocer en profundidad lo que nos plantea el maestro; ser discípulo no es querer ir por varios caminos a la vez, sino radicalmente decidirse a seguir un único camino; ser discípulo no es estar de acuerdo en una cosas pero en otras nos hacemos nuestras rebajas, nuestros arreglos o ponemos nuestras condiciones. Ser discípulo es comenzar a pensar y a obrar de una manera nueva conforme lo que vamos recibiendo de nuestro maestro.
Es lo que nos cuesta entender a la mayoría de los cristianos que nos lleva a vivir un cristianismo descafeinado, una vida cristiana superficial y poco comprometida, una tibieza espiritual tan peligroso que nos lleva a la pendiente de la indiferencia y el abandono, una vida llena de componendas y de arreglos, de estar siempre poniendo mis condiciones para hacer simplemente lo que me sea fácil y para no llegar nunca a compromiso serio, un estilo conformista de decir esto lo hemos hecho siempre así pero sin la ilusión y el coraje de ver lo que tiene que ser mejor o los nuevos campos que se nos abren delante de nosotros.
Nos habla Jesús de radicalidad para ponernos a su lado siendo capaces de renunciar a todo aquello que no entra en la órbita del evangelio, nos habla del que se siente a calcular bien lo que va a hacer para no dejar las cosas a medios y quedarse luego en el ridículo, nos habla de renuncias y saber decirnos no para saber encontrar lo que es fundamental, de buscar unas raíces fuertes y hondas para que haya una verdadera profundidad en la vida, nos habla de una confianza porque sabemos que el camino es exigente siempre estará con nosotros la fuerza del Espíritu que nos ayudará en el camino.
¿Seremos capaces de vivir una vida cristiana exigente y comprometida? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?

martes, 5 de noviembre de 2019

Tenemos la ‘agenda’ tan recargada que nuestros oídos se hacen sordos a la invitación para el encuentro y para disfrutar de lo que verdaderamente tiene importancia



Tenemos la ‘agenda’ tan recargada que nuestros oídos se hacen sordos a la invitación para el encuentro y para disfrutar de lo que verdaderamente tiene importancia

Romanos 12, 5-16ª; Sal 130; Lucas 14, 15-24
Parece que siempre andamos con la agenda recargada y a tope; no tenemos tiempo, decimos, y corremos de un lado para otro y hasta cuando nos invitan para algo grato, decimos que andamos muy liados y veremos a ver si podemos acercarnos aunque solo fuera un ratito. Luego quizá llega ese momento y andamos desganados, quisiéramos hacerlo pero parece que nos ahogamos en un vaso de agua.
Las carreras de la vida; los agobios que incluso no nos dejar ser nosotros mismos y que hasta pueden llevarnos a que una amistad se enfríe y se pierda, porque no le prestamos atención, porque no le dimos tiempo, porque solo pensábamos en nosotros mismos, pero éramos capaces ni de disfrutar de la amistad del amigo; por no disfrutar no disfrutábamos ni de la vida ni de ser nosotros mismos, porque ni para nosotros nos dedicábamos tiempo.
¿Qué es lo que ocupaba tanto nuestra atención? ¿Cuáles eran esas preocupaciones que no podíamos dejar? Pensándolo fríamente después nos decíamos que podíamos haber ido, que hubiéramos pasado unos buenos momentos, pero lo dejamos pasar y quizá fueran oportunidades únicas. No sabemos bien a lo que dedicar el tiempo, porque nos hace falta pararnos un poco para ver las cosas importantes y a lo que tendríamos que dedicar más tiempo, más atención. Al final no terminamos de ser felices.
Y esto lo podemos y tenemos que ver en muchos aspectos de la vida. Nos tendría que llevar a hermosas reflexiones que nos hagan adentrarnos dentro de nosotros mismos y saber encontrar lo primordial, lo que nos va a llenar de verdad por dentro, lo que nos hará sentirnos también más felices. Y con nuestros gestos, nuestros detalles, nuestra atención haremos también felices a los demás. Algunas veces nos lo pensamos después de que ha pasado todo y hemos perdido la oportunidad.
Hoy el evangelio nos habla de un banquete del que se les avisó a los invitados que ya estaba todo preparado y vinieran a participar de aquella fiesta. Pero no tenían tiempo, estaban ocupados en cosas que en aquel momento les parecían importantes, que sentían la desgana de participar y se escudaron en mil disculpas para no asistir y al final el que invitaba desistió de repetir la invitación y fueron otros los que vinieron a participar de aquel banquete. Aquellos primeros invitados no se la merecían porque había otras cosas con las que llenaban su corazón y a esta invitación no le daban importancia.
Jesús nos propone la parábola para hablarnos del Reino de Dios como de un banquete al que todos estamos invitados; y ya sabemos la respuesta que tantas veces damos con nuestras disculpas, nuestras faltas de tiempo, o nuestras preocupaciones por otras cosas. Podemos pensar en esa amplitud de todo lo que es el Reino de Dios al que no siempre damos respuesta, porque otras son nuestras metas, porque otras son las cosas que nos llaman la atención y nos distraen, como podemos pensar ya de una forma más concreta y directa en el banquete de la Eucaristía al que todos estamos invitados.
Suena la campana de nuestra iglesia tantas veces que tan acostumbrados estamos que ya no llama la atención y ni nos damos cuenta de su voz. Estamos absortos en nuestras ‘cositas’ que ya no tenemos tiempo ni para el encuentro con la comunidad ni para nuestro encuentro con Dios. Cuántas disculpas nos damos en repetidas ocasiones. Y la llamada resonará en el vacío porque no hay oídos que le presten atención. Y la sala del banquete sigue vacía, o con alguna persona desperdigada por aquí o por allá cada uno en su rincón y en su banco, echemos una mirada a nuestras iglesias a la hora de la Eucaristía, pero miremos al mismo tiempo otras cosas que en la calle de la vida suceden y comparemos donde realmente estamos, o a lo que verdaderamente los que nos llamamos cristianos le damos importancia.
Mucho tendríamos que pensar también. Nuestra agenda parece que anda también muy recargada.

lunes, 4 de noviembre de 2019

La gratuidad de nuestro amor es amar con un amor como el de Dios que nos amó primero, con una generosidad sin límites y sin esperar recompensa


La gratuidad de nuestro amor es amar con un amor como el de Dios que nos amó primero, con una generosidad sin límites y sin esperar recompensa

Romanos 11,29-36; Sal 68; Lucas 14,12-14
Como solemos decir con demasiada facilidad y frecuencia yo soy amigo de mis amigos. Así lo ponemos en los perfiles de las redes sociales como queriendo decir que somos buenas personas y con sobre todo con los amigos somos buenos. Ya digo que lo decimos con demasiada facilidad y lo vemos con tan natural; entra, es cierto, en una cierta lógica porque con quien nos relacionamos con más frecuencia es con los amigos  y de hacer el bien, de prestar un favor o un servicio parecería de lo más lógico que los primeros son nuestros amigos.
¿A quien invitamos cuando vamos a celebrar una fiesta, hacer una comida especial, en nuestro cumpleaños o en la boda de nuestros hijos? A nuestros amigos, a los que conocemos más, con los que más nos relacionamos, aquellos que mantienen con nosotros unos vínculos más especiales, una cercanía, unos favores prestados y recibidos generosamente, una relación familiar. Entra dentro de nuestras lógica humanas, y no podemos decir que sea mal.
Pero Jesús quiere que tengamos una mirada más amplia, que haya otra generosidad en nuestro corazón, una visión distinta de lo que han de ser nuestras relaciones. Una perspectiva nueva, un enfoque distinto y una mirada distinta.
Lo había invitado un fariseo a comer. Nos pudiera parecer extraño con las fuertes diatribas que solía tener con ellos, pero Jesús no deja de mezclarse con todos, como nos diría en otro momento es el medico no para los sanos sino para los enfermos. No es la primera situación en este sentido y conocido es que algunos incluso venían de noche a escucharle, como aquel noble magistrado Nicodemo. Jesús acepta, como un día también con Simón el fariseo, pero al final tiene la oportunidad de dejar su mensaje.
Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado’, le dice. Han de ser otras las medidas, otras las claves, otros los criterios; no es cuestión de irnos pagando unos a otros lo bueno que hacen o que hacemos. Hay otra clave muy importante, hay otro valor que El quiere destacar en el Reino de Dios, la gratuidad.
‘Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos’ sentencia Jesús. No pueden pagarte, no pueden corresponder, no importa. Como nos diría en otra ocasión ‘tu recompensa será grande en el cielo’. Y esta actitud y este valor nos dejan descolocados. Porque estamos acostumbrados que sean agradecidos con nosotros correspondiendo en una medida semejante a lo que hayamos hecho. Pero vamos a invitar a quien no nos puede corresponder. Y no vamos a decir mira que desagradecidos que no corresponden, porque no lo hagamos por eso sino desde ese amor gratuito y generoso que tiene que haber en nuestro corazón.
Agradecidos tenemos que ser, es cierto, y siempre pero esto no se puede convertir en exigencia, casi como condición previa, por nuestra parte ante el bien que queremos hacer. La gratuidad nos descoloca, porque nos parece que todo hay que pagarlo, todo lo hacemos desde un interés; pero eso significaría falta de generosidad y nos dejaría cojo el amor. Porque tenemos que amar como Dios que El nos amó primero, sin que ni siquiera nosotros los mereciéramos; tenemos que amar con generosidad sin límites; y tenemos que amar sin esperar recompensa.

domingo, 3 de noviembre de 2019

La búsqueda de Zaqueo que a pesar de las murallas quería conocer a Jesús y la búsqueda de Jesús que siempre llega junto al corazón del hombre que más lo necesita


La búsqueda de Zaqueo que a pesar de las murallas quería conocer a Jesús y la búsqueda de Jesús que siempre llega junto al corazón del hombre que más lo necesita

Sabiduría 11, 23 - 12, 2; Sal 144; 2Tesalonicenses 1, 11 - 2, 2; Lucas 19, 1-10
Aunque nos digamos que somos muy liberales, que somos muy abiertos y con todos nos llevamos y nos tratamos hemos de reconocer que luego en la realidad de la vida de cada día no somos tan liberales ni tan abiertos sino que andamos con mucha prevención hacia los demás. No quiero emplear la palabra discriminación pero sí que nos hacemos nuestras distinciones. Realmente con todos no nos juntamos, tenemos nuestro grupito, tenemos siempre aquellas personas con las que sintonizamos mejor – lo que es bastante normal – pero que de alguna manera nos encerramos en ese círculo y de ahí no salimos.
El caso está que no le damos la mano a cualquiera – ejemplo, negativo en este caso, tenemos incluso ante las mismas cámaras de televisión, en que se rehuya dar la mano a alguien porque piensa distinto, nos parece una persona de otro tiempo no sé que otras razones se podrán argüir; pero eso son cosas que suceden continuamente, porque son de otra opinión, porque tienen otra manera de ver las cosas, con ellos no hablamos ni dialogamos porque de sentado lo damos por imposible.
Y no digamos en relación con clases sociales – que todavía existen las clases sociales – donde cada uno va por su lado y ya simplemente porque nos parece que es de otra clase social no voy a decir los epítetos que se utilizan, pero nos sentimos prevenidos hacia esas personas. Mira, sin ir más lejos, los que vamos a la Iglesia los domingos, cómo miramos, reaccionamos o nos relacionamos con esas personas que nos encontramos a la puerta pidiéndonos una ayuda. Y pienso en mi mismo. No quiero ser negativo ni pesimista, pero parece que el evangelio no ha pasado por nosotros ni ha dejado huella en nosotros. Mucho se podría seguir diciendo si seguimos por este camino.
Yendo al texto del evangelio de hoy, ¿cómo reaccionaron algunos de aquellos que se consideraban más puritanos cuando Jesús se detuvo ante la higuera y se puso a hablar con Zaqueo que en ella se había subido para ver pasar a Jesús? Ya hemos escuchado como criticaban luego que Jesús entrara en la casa de aquel pecador para comer allí rodeado además de tantos publicanos y pecadores.
Ya lo hemos adelantado. Jesús camino de Jerusalén iba de paso por Jericó y la gente había salido a su encuentro. También un publicano, el jefe de los publicanos de Jericó también quería ver a Jesús. No podía, la gente se aglomeraba y era bajo de estatura; no habría quien le cediera el puesto siendo un publicano odiado como era por los judíos; se adelantó y se subió a una higuera para poder conocer a Jesús a su paso por delante; pero sucedió lo que nadie esperaba como suelen ser los gestos de Jesús; se detuvo ante la higuera y se puso a hablar con Zaqueo para escándalo de muchos, porque Jesús quería hospedarse en casa de Zaqueo. Bajó corriendo, lo recibió en su casa y preparó una comida.
Nos podemos detener en dos cosas, la búsqueda de Zaqueo que quería conocer a Jesús y la búsqueda de Jesús que se acerca siempre a aquel que más lo necesita. No era la pobreza material de aquel hombre lo que le moviera a esa necesidad, pero sí era su situación; era un discriminado dentro del pueblo, aislado de los demás que solo podía relacionarse con los de su clase, y Jesús ve donde hay un corazón que se siente solo; podemos recordar al paralítico de la piscina. Pero aquella presencia de Jesús en la casa de Zaqueo iba a significar algo grande. ‘Hoy ha llegado la salvación a esta casa’, proclamará más tarde Jesús.
No necesitamos entrar en más detalles, que ya todos conocemos y los hemos escuchado en la proclamación del evangelio, como el cambio grande que va a darle Zaqueo a su vida. Pero estos pequeños detalles que venimos comentando creo que pueden tener mucha incidencia en nuestra vida. La búsqueda de Zaqueo desde su soledad y los gestos de Jesús tendrían que interpelarnos.
Buscamos a Jesús pero muchas veces nos vamos encontrando impedimentos, barreras que se nos atraviesan en el camino. Nos sentimos pequeños y que no podemos alcanzar a ver lo que realmente buscamos; quizá las actitudes de muchos en nuestro entorno no nos estimulan sino más bien en muchas ocasiones parece que nos quitan las ganas, porque aquellos que quizá tendrían que ser signos para nosotros acaso se conviertan en signos negativos; tenemos que buscar otras perspectivas, otros ángulos de visión que nos puedan ayudar a ver claramente, como Zaqueo que se subió a la higuera y aunque detrás de las hojas desde aquella altura podía ver con menos dificultad. Tendríamos quizá que encontrar esa perspectiva que nos anime, aunque nos cueste porque sabemos que al final será Jesús el que nos vaya saliendo a nuestro encuentro, a nuestro paso.
Pensemos nosotros en nuestra búsqueda o quizá pensemos en cómo en ocasiones nosotros podamos ser obstáculo para que otros se encuentren con Jesús. Algo que cada uno tenemos que analizar allá en lo hondo del corazón. Pero pensemos también en nosotros que tendríamos que actuar a la manera de Jesús para buscar, para detenernos al lado de aquel que lo necesita, para romper esos moldes de nuestras prevenciones con que tantas veces vamos actuando, para ir a cara descubierta hasta el otro manifestándonos como signos de Jesús por nuestras actitudes, por nuestros gestos, por nuestros detalles, por la cercanía, por la manera en que vamos por la vida.
¿Alguna vez por ese nuestro actuar se habrá podido decir ‘hoy ha llegado la salvación a esta casa’? ¿No decimos tantas veces que tenemos que evangelizar, que tenemos que ser evangelio en medio de los que nos rodean empezando quizá por nuestra misma casa?