viernes, 8 de noviembre de 2019

No dejemos que se oscurezca el mensaje del evangelio sino mostrémoslo al mundo con alegría, con elegancia, con valentía, porque tenemos la fuerza del Espíritu


No dejemos que se oscurezca el mensaje del evangelio sino mostrémoslo al mundo con alegría, con elegancia, con valentía, porque tenemos la fuerza del Espíritu

Romanos 15,14-21; Sal 97; Lucas 16,1-8
Camarón que se duerme se lo lleva la corriente, es un dicho popular que nos quiere decir que tenemos que andar despiertos en la vida. Así vemos cómo muchos se aplican y con fervor este dicho y así van por la vida poco menos que parece que se quieren comer el mundo apabullando todo lo que encuentren por delante.
Despiertos tenemos que estar, es cierto, pero una cosa que no podemos olvidar son los métodos que empleemos para ello. Todos quieren acaparar para si, todos quieren tener muchas cuotas de poder sea como sea, todos quieren convertirse en reyes y señores para dominar y vemos tantas veces para manipular a los demás. Lo vemos continuamente en la vida social, en las relaciones de unos y otros, en la vida política; cuánta corrupción se nos va metiendo en la vida, en la sociedad; no nos damos cuenta que al final terminamos destruyéndonos solo por tener quizás unos minutos de gloria.
Lo malo es que todos tenemos la tentación de caer en esas redes, de hacer de la misma manera, porque como piensan algunos si los otros sí ¿por qué yo no? Y nos deslumbramos fácilmente y comenzamos a actuar de la misma manera. Es una tentación frecuente y muy presente en la vida. Y hasta en nuestros ámbitos eclesiales nos podemos encontrar con situaciones así de manipulación, de dominio desmedido, de imposición de mis formas de ver las cosas, de sobresalir con mis orgullos y mis vanidades. Y al final caemos en un desprestigio total, y la fe y el evangelio se oscurecerán con estas tinieblas con las que nos envolvemos y lo que tendría que ser un buen testimonio se convierte en un contratestimonio.
Hoy el evangelio nos presenta una parábola desconcertante. En una primera lectura nos cuesta entenderla porque nos hacemos una interpretación superficial sin llegar a caer en la cuenta de lo que realmente Jesús nos quiere decir. Parece como si se alabara la corrupción de aquel hombre que se busca el ganarse el afecto de los que le rodean y no le importa de qué manera. El amo del que habla la parábola habla de la sagacidad de aquel hombre, pero la parábola nos quiere decir que seamos capaces de ser sagaces, despiertos, pero para el anuncio del evangelio, para el buen testimonio de los valores cristianos, de la vida cristiana.
Ojalá pusiéramos nosotros tanto empeño en el anuncio del evangelio como los sagaces de este mundo lo hacen para sus planes. Tenemos que estar despiertos porque en ese deseo de hacer que nuestro mundo sea mejor según los parámetros del evangelio no podemos dejar que otros hagan, sino que nosotros tenemos que poner todo nuestro esfuerzo y voluntad.
Sabemos que no es fácil porque quizá a muchos haya otras cosas que le atraigan más, pero es cuando nosotros hemos de hacer valer ese mensaje del evangelio porque en el testimonio de lo que nosotros vivamos podamos enseñar a los demás la plenitud de vida, de dicha, de realización de nuestra persona que nosotros podemos alcanzar viviendo esos valores del Evangelio.
Pero parece en ocasiones que vamos como acobardados o avergonzados y no damos la cara, no mostramos nuestra alegría, no nos mostramos valientes y con fuerza para hacer ese anuncio del evangelio. Nos dejamos comer el terreno, nos dejamos comer por esas fuerzas de nuestro mundo y algunas veces andamos incluso con componendas que pueden desvirtuar el mensaje del evangelio. No podemos dejar que se oscurezca, tenemos que mostrarlo a plena luz, con energía, con valentía, con elegancia, con alegría honda en el corazón.

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