sábado, 2 de noviembre de 2019

No es solo un recuerdo, una lágrima furtiva que se nos escapa o una luz que encendemos, es una esperanza que tenemos de que los difuntos gocen de la visión de Dios para siempre


No es solo un recuerdo, una lágrima furtiva que se nos escapa o una luz que encendemos, es una esperanza que tenemos de que los difuntos gocen de la visión de Dios para siempre

Apocalipsis 21, 1-5a. 6b-7; Sal 24; Filipenses 3,20-21;  Juan 11, 17-27
Hoy 2 de noviembre es cuando celebramos verdaderamente el Día de Difuntos, como nos dice la liturgia, la Conmemoración de los fieles difuntos. Un día, hemos de reconocerlo, que para muchos se convierte en un día triste; es el día del recuerdo, el día de sentir de manera especial la ausencia, y cuando nos quedamos en solo eso de ahí las manifestaciones que hacemos en ese día.
Queremos decir que no olvidamos, que llevamos siempre en el corazón y visitamos su tumba, llevamos flores allí donde están los restos o las cenizas de nuestros seres queridos y fácilmente se nos escapa una lágrima. Muy humano, normal. En tradiciones y costumbres de otros lugares se lleva incluso comidas – las comidas que más gustaban a nuestros seres difuntos – al lugar donde están enterrados; una expresión de nuestro cariño y nuestro recuerdo que se convierte en una forma de religiosidad natural.
Es costumbre también de estos día de encender luces o velas junto a sus sepulturas, o en nuestros propios hogares junto a una imagen, una fotografía, de nuestros seres queridos difuntos, como una ofrenda decimos por sus almas, ánimas, que luego se pueden convertir manifestaciones algunas veces un tanto llenas de superstición dándole un sentido algunas veces ajeno al sentimiento verdaderamente cristiano.
Pero, ¿es esto solamente lo que ha de hacer un verdadero cristiano? No nos podemos quedar en un recuerdo que humanamente nos llene de forma natural de tristeza; para nosotros tiene que ser algo más, porque lo hacemos desde una esperanza. Queremos y creemos que los que han muerto viven en el Señor; queremos esa vida eterna en Dios para siempre para ellos, porque ha de ser también lo que ha de animar nuestro caminar en cristiano por la vida.
No es pensar en un más allá etéreo, como si las ánimas de los difuntos estuvieran vagando en el aire o en el espacio; cuando solamente lo vivimos así surgen visiones y apariciones de las ánimas en lo que creen tantos. No es extraño que en el recuerdo que tengamos de los seres queridos los veamos en nuestra mente y muchas veces nos parece de una manera tan real, como si estuvieran a nuestro lado; la psicología tiene mucho que decir en este sentido.
Pero nuestra esperanza de vida en Dios es algo distinto, aunque sea muy difícil de definir, y por eso se nos mezclan muchas ideas y muchas en nuestra mente y en nuestras costumbres. Pero a mi me gusta pensar y preguntarme si yo verdaderamente vivo en la esperanza de la vida eterna, de un vivir en Dios más allá de la muerte de nuestro cuerpo. Y es que aunque decimos que tenemos esperanza y eso forma parte de nuestra fe, no siempre, sin embargo, forma parte de nuestra vida, de nuestra forma de vivir. Y eso es lo que verdaderamente tenemos que despertar en nosotros. Y esa esperanza nace de la fe que tenemos en la palabra de Jesús que nos habla de llevarnos junto a El y que donde El está quiere que estemos con El, en una expresión muy humana y antropológica, nos habla de que hay muchas estancias y va para prepararnos sitio.
Por eso la conmemoración que hoy hacemos de los difuntos es algo más que un recuerdo. Es bonito y hermoso que recordemos y recordemos todo lo bello y bueno que vivimos y recibimos de nuestros seres queridos. Pero es algo más, porque tenemos la esperanza de que vivan en Dios y por ellos rezamos a Dios para que hayan alcanzado el perdón y tengan en Dios la vida sin fin. Y si esperamos que estén en Dios – por ellos rezamos y para ello - ¿de donde, pues, esas tristezas si ellos están gozando de la presencia de Dios para siempre? Un día le veremos tal cual es, nos decía san Juan ayer cuando celebrábamos a todos los santos; nos viene bien recordarlo hoy porque tenemos la esperanza de que nuestros seres queridos hayan alcanzado el perdón y puedan gozar de la visión de Dios para siempre en la eterna felicidad del cielo.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Celebramos hoy a todos aquellos que han combatido el buen combate, han concluido su carrera, han guardado la fe y han recibido la corona de salvación



Celebramos hoy a todos aquellos que han combatido el buen combate, han concluido su carrera, han guardado la fe y han recibido la corona de salvación

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a
Comenzamos por aclarar que la fiesta que celebramos hoy, primero de noviembre, día de Todos los Santos, en su auténtico sentido poco o nada tiene que ver con lo que en la tradición o piedad popular hemos convertido este día. Por ser la víspera de la conmemoración de los difuntos, y por aquello del dos de noviembre es un día laborable que hace más difícil la piadosa visita a los cementerios para recordar y orar por nuestros difuntos, se ha convertido casi este primero de noviembre en el Día de difuntos. Ambas celebraciones es cierto las vivimos desde la esperanza cristiana, pero tienen un significado bien distinto.
En el calendario litúrgico a través del año vamos celebrando aquellos a los que la Iglesia ha reconocido su santidad; santos canonizados los llamados, porque están inscritos en el canon o lista, que puede ser su significado, que recoge ese reconocimiento de la Iglesia a través de los siglos. Imposible en los 365 día del año recogerlos todos, porque ni siquiera todos son conocidos por los cristianos de toda la Iglesia.
Así ya casi desde los primeros siglos, sobre todo en Roma después de aquel largo periodo de persecuciones, se quiso celebrar esta solemnidad recogiendo en ella a todos los que ‘han combatido el buen combate, han concluido su carrera, han guardo la fe, han recibido la corona de salvación’. El Panteón romano que construido por Herodes estaba dedicado a todos los dioses romanos – eso significa la palabra pan-theon (todos los dioses) – en épocas de cristiandad en el siglo VII fue dedicado como Basílica de Santa María y todos los santos y mártires de manera especial los que habían sufrido aquellas persecuciones de mano del imperio romano.
He querido detenerme un poco en estos datos de la historia como referencia a esta fiesta de Todos los Santos que hoy celebramos. Queremos celebrar y cantar la alabanza del Señor uniéndonos a todos los santos que en el cielo alaban y bendicen a Dios por toda la eternidad. Hoy nos ha hablado el libro del Apocalipsis de una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, ‘los que vienen de la gran tribulación, los marcados en la frente como los siervos del Señor, los que han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero’.
Estas palabras no son solo una referencia a los mártires, sino a todos los que en la vida fueron fieles, en medio de las tribulaciones de la vida, en medio de las luchas, derrotas y victorias de las caídas pero también de haberse levantado con la gracia del Señor para seguir esos caminos de fidelidad; los que combatieron el buen combate porque el Reino de Dios fue su meta y su ideal y hoy merecen dichosos en la felicidad eterna; los que aunque en la vida se vieran muchas veces envueltos en oscuridades quisieron seguir caminando apoyados en el bastón de la fe pero hoy pueden contemplar en el cielo cara a cara a quien es la Luz y la Vida, contemplar el rostro de Dios.
Dichosos son porque eligieron un camino y unos pasos que pudieran parecer una paradoja para los ojos de este mundo. Las bienaventuranzas de Jesús, que escuchamos en el evangelio son, es cierto, una paradoja para los ojos de este mundo.
Elegir ser pobre y no rico en este mundo con lo que significaría de poder y de sentirse realizado, como se dice hoy, porque he alcanzado puestos que me hacen estar por encima de los demás; elegir los caminos de la justicia antes que ninguna otra cosa que pudiera engrandecerme a mi, que bien sabemos como no se andan con chiquitas los que tienen esas posibilidades en la vida; elegir caminos de mansedumbre y de humildad, caminos de misericordia y caminos de paz, frente a tantos sufrimientos que atenazan el corazón de los hombres, frente a tantas violencias que nos llevan a enfrentarnos los unos a los otros porque todos queremos ganar y decir que tenemos la razón.
No son caminos fáciles; son paradojas que no todos entenderán, cuando solo buscamos ganancias y reconocimientos en este mundo; caminos incomprendidos para muchos que incluso por eso trataran de desprestigiarnos porque no sabemos aprovecharnos como tantos. ‘Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo’ terminará diciéndonos Jesús en el evangelio.
Es la multitud de los santos que nos han precedido y con quienes nos alegramos y por los que nos sentimos estimulados para seguir nosotros también ese camino. Esa gloria de Dios que en ellos contemplamos primero, pero luego ese estímulo y ese ejemplo que para nosotros son en medio de las tribulaciones de la vida. Ellos se sintieron fuertes en la gracia de la Sangre del Cordero en quien se sintieron purificados y fortalecidos. De ellos tenemos la certeza de que gozan ya para siempre de la visión de Dios.
Nosotros hoy, cuando celebramos su fiesta, así nos sentimos también estimulados sabiendo que no nos faltará la fuerza de la gracia del Señor para vivir ese mismo camino y que un día podamos participar de esa gloria del Señor, de esa visión de Dios contemplándole también cara a cara, y con todos los ángeles y con todos los santos cantar para siempre el himno de alabanza.


jueves, 31 de octubre de 2019

Inseguridades, miedos y complejos no nos faltan en muchas ocasiones pero no olvidemos la fortaleza del Espíritu para proclamar nuestro testimonio por Jesús


Inseguridades, miedos y complejos no nos faltan en muchas ocasiones pero no olvidemos la fortaleza del Espíritu para proclamar nuestro testimonio por Jesús

Romanos 8, 31b–39; Sal 108; Lucas 13, 31-35
Hay ocasiones en podemos sentirnos acobardados ante el encuentro con determinadas personas que se manifiestan quizá autoritarios o superiores a los demás porque todos tienen que pensar o actuar a su manera, o acaso sabemos o sospechamos que no les pueden gustar nuestros puntos de vista, nuestra manera de actuar y hasta podrían hacernos la vida difícil o imposible.
En ocasiones quizá no sea la otra persona ante la que nos sentimos acobardados sino quizá la inseguridad que sentimos en nosotros mismos y en una humildad mal entendida quizá preferimos anularnos nosotros antes de que nos puedan decir algo o llamar la atención por lo que hacemos.
Parece que no, pero muchas veces caminamos en la vida llenos de cobardías renunciando incluso a nuestros valores y nuestros principios, decimos por mantener la paz, pero la paz no se puede conseguir de esa manera. Miedos que nos echan los demás, porque también hay quien quiere manipularnos, o miedos que nos creamos nosotros mismos. Es quizá nuestra inmadurez o nuestra superficialidad que nos hace sentirnos inseguros y fácilmente nos ponemos en huida. Cuántas veces incluso llegamos a dejar de hacer cosas que son fundamentales en nuestra vida por esos temores que nos atenazan.
Hoy le vienen a decir a Jesús que Herodes lo anda buscando. Quizá vinieron con buena voluntad para que Jesús se pusiera a buen recaudo porque todos sabían de la tiranía con que actuaba y cómo había decapitado a Juan el Bautista, al que primero había metido en la cárcel. Pero Jesús no tiene miedo. El tiene una misión que cumplir y es fiel hasta el final. Se atreve a contestar incluso con palabras fuertes. Ya en una ocasión hasta sus propios enemigos le habían alabado que era sincero y veraz y no tenía miedo a nadie. Ahora les responde a los que vienen con el recado. ‘ld a decirle a ese zorro: "Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término." Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén’.
Sabe Jesús además que en Jerusalén es donde será su pascua, donde ha de morir. Lamenta que Jerusalén haya sido sorda a sus llamamientos y a sus palabras, pero Jesús continúa con firmeza caminando hacia Jerusalén, aunque se meta en la boca del lobo. Allí en Jerusalén al final se va a encontrar con Herodes que querrá aprovechar la ocasión para hacer una fiesta para sus cortesanos a costa de Jesús, Pero entonces Jesús callará y no proferirá palabra ante Herodes que lo tomará por loco y así con vestiduras de loco se lo devolverá a Pilatos.
Una página del evangelio estimulante para nuestra vida. Cuantas veces nos llenamos de miedos y de complejos y no sabemos como reaccionar ante un mundo que sí sabemos que es adverso. Ya Jesús en otros momentos nos habla de la fortaleza con que hemos de vivir nuestra vida y proclamar nuestro testimonio.
No nos faltará la fortaleza del Espíritu. Pero seguimos con nuestros miedos, no nos gusta que nos hagan frente, no nos gusta la tensión ni el sufrimiento; algunas veces da la impresión que quisiéramos ocultarnos debajo de las piedras. Pero tenemos que dar la cara por Jesús, tenemos que ser testigos, tenemos incluso que sentirnos dichosos, como los apóstoles cuando el sanedrín los castigaba, de padecer por el nombre de Jesús. No temamos al sufrimiento por el Señor es nuestra fortaleza.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Autenticidad, no apariencias, en una vida comprometida desde la fe que profesamos reflejada en nuestras obras


Autenticidad, no apariencias, en una vida comprometida desde la fe que profesamos reflejada en nuestras obras

Romanos 8,26-30; Sal 12; Lucas 13,22-30
Cómo andamos tan preocupados por los números y por las cantidades. En cualquiera de esas manifestaciones de las que hemos oído hablar en estos días en tantos lugares no hemos visto demasiada unanimidad en cuanto al número de asistentes, porque siempre hay quien los aumenta y también quien los rebaja, según sean sus intereses. Había mucha gente decimos, y enseguida echamos a volar la imaginación a ver cuanta gente se había reunido, y queremos contarlos, o al menos dar un numero, porque parece que las cosas tienen su importancia por el volumen.
Pero así en tantas cosas preocupados por la cantidad y quizá no nos damos cuenta de que todos los que estaban allí no lo estaban realmente convencidos del todo, sino que quizás había muchos de esos que se apuntan a todo con tal de hacer ruido. Por eso decimos tantas veces, aunque parece que de boca afuera, que lo importante no es la cantidad sino la calidad. Y eso es lo que realmente tendría que preocuparnos, lo que tendríamos que buscar. Y nos sucede también en lo que hacemos.
Hemos escuchado hoy en el evangelio que fueron algunos también a preguntarle a Jesús si serían muchos o pocos los que salvarían. Ahí vamos con las cantidades. Pero sin responder directamente a la pregunta Jesús quiera hablarnos de la necesaria autenticidad que hemos de tener en la vida. No valen las apariencias, sino lo profundo que llevamos en el corazón que será lo que en verdad ha de manifestarse en la vida.
Por eso Jesús nos dirá que para que mantengamos esa autenticidad tenemos que esforzarnos, poner empeño, luchar realmente por lo bueno aunque nos cueste; muchas veces nos es más fácil dejarnos arrastrar, pero incluso tenemos que saber nadar a contracorriente. Nos habla de puerta estrecha, que no significa que todo sean dificultades, pero es cierto que así como en aquellas puertas estrechas de las murallas de las ciudades, especialmente aquellas que llamaban agujas, no se podía pasar fácilmente con muchas cargas, porque sería un obstáculo, así en la vida tenemos que ir liberándonos de muchas cosas, quitando esos pesos muertos, esas rémoras, que no nos dejan avanzar; y por aquello de nuestras pasiones, nuestras rutinas y malas costumbres cuanto nos cuesta arrancarnos de todo eso.
Nos habla de la puerta que se cierra mientras nos quedamos fuera y ya no somos reconocidos lo que nos recuerda otros momentos del evangelio, como lo de la parábolas de las doncellas a las que se les acabó el aceite, y así otros muchos momentos y palabras de Jesús. No nos basta decir ‘¡Señor, Señor!’ nos dirá en otro momento sino que escuchemos su palabra y la plantemos de verdad en el corazón, en la vida.
Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, se nos dirá en otro momento de la Escritura; es la voluntad de Dios de salvación universal para todos los hombres, y por nosotros y por todos murió Jesús, pero nosotros hemos dar la respuesta. ‘Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios’.  Y nos da una clave importante que hemos de tener en cuenta para esas nuevas actitudes que hemos de tener en nuestra vida. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos’. Hacernos los últimos para ser los servidores, para vivir esa actitud profunda de amor.
Es lo que se nos está pidiendo hoy, esa autenticidad de nuestra vida, esa fe que no se queda en palabras sino que la llevamos enraizada en lo más profundo de nuestra vida.

martes, 29 de octubre de 2019

Siembra cada día una pequeña semilla e irás creando un bosque nuevo a tu alrededor donde todos nos sintamos a gusto, donde saboreemos lo que es el Reino de Dios


Siembra cada día una pequeña semilla e irás creando un bosque nuevo a tu alrededor donde todos nos sintamos a gusto, donde saboreemos lo que es el Reino de Dios

Romanos 8, 18-25; Sal 125; Lucas 13, 18-21
Decimos que no queremos ser tacaños y no recogemos unos céntimos que nos sobran de la compra; total, una moneda tan insignificante, tan pequeño valor, y no le damos importancia. Pero lo de menos es la cuestión de los céntimos y me van a llamar tacaño por hacer esas referencias, pero bien puede ser sintomático del poco valor que le damos a las cosas pequeñas, a las cosas que nos pueden parecer insignificante. Son los gestos y las actitudes que tenemos hacia los demás, es la poca valoración que hacemos de alguien porque nos parece quizás humilde, pero es el no darnos cuenta del valor – y no nos queremos referir a lo económico – de las pequeñas cosas de la vida.
Es cierto que solemos decir que las mejores fragancias se llevan en recipientes pequeños, porque solo una pequeña gota de ese perfume, o el simplemente dejarlo abierto, es capaz de llenar de fragancia aquel lugar en que se derrame. Pero en ese desdén por lo pequeño están los detalles o los valores a los que no damos importancia en la vida. Y a lo grande llegamos desde los pequeños granos de arena, o desde las pequeñas semillas que encierran una vida y que si dejamos germinar veremos plantas no solo grandes sino hermosas en su belleza que nos regalan la vista de ellas o que nos pueden producir hermosos frutos.
Cuánto podemos hacer con una pequeña semilla que sembremos cada día. Por algún lado escuché la campaña que se hizo en un determinado lugar pidiendo a la gente que cuando comieran alguna fruta no desecharan la semilla para echarla a la basura, sino que la guardaran y la dejaran madurar y cuando salieran al campo la fueran arrojando en aquellos lugares que podían parecer más inhóspitos y desprovistos de vegetación; con el paso del tiempo, contaban, que comenzaron a germinar aquellas semillas y fueron surgiendo plantas que poco a poco se convirtieron en árboles que crearon hermosos bosques donde antes había poco menos que unos terrenos desérticos e inhóspitos.
Hoy Jesús en el evangelio nos habla de la pequeña semilla de la mostaza que sembrada debidamente nos dará un hermoso arbusto, y como dice la parábola capaz de que en él anidaran los pájaros del cielo; o nos habla también de la levadura que no en gran cantidad es mezclada con la masa para hacerla fermentar y nos pueda dar hermosos y sabrosos panes. Y Jesús nos pone estos ejemplos, estas parábolas para hablarnos del Reino de Dios. Una pequeña semilla, un puñado pequeño de levadura que hará fermentar a nuestro mundo, que dará un nuevo y sabroso sabor a la vida y al mundo. Es el Evangelio que nos da sentido nuevo a nuestra vida, es el Reino de Dios que hemos de vivir desde los pequeños detalles, desde los pequeños gestos de todo aquello que hacemos con amor y que dará ese sabor nuevo, ese sentido nuevo a la vida y al mundo.
No nos pide el Señor cosas extraordinarias, sino lo extraordinario de valorar lo pequeño, lo de saber hacer esas cosas de cada día allí donde estemos extraordinariamente bien porque en ellas pongamos amor, porque sepamos hacerlas con la trascendencia de quien sabe que hace cosas grandes porque está creando un mundo mejor.
Una palabra, una frase buena que nos haga pensar, un pequeño gesto de cercanía y de ternura para con aquel que ves débil e indefenso a tu lado, una mirada de aliento, una mano tendida o una sonrisa que da ánimo, cuantas cosas pequeñas podemos hacer cada día que despierte la esperanza, que ponga nueva ilusión en quien está hundido a tu lado porque nadie lo tiene en cuenta. Son las pequeñas semillas del reino que podemos y tener que ir sembrando para crear ese nuevo bosque, para crear ese nuevo mundo.
No lo olvides, trata de sembrar cada día una pequeña semilla y estarás haciendo que nuestro mundo sea mejor, estarás haciendo presente el amor de Dios que lleva a nuestra vida con su amor y con su salvación.

lunes, 28 de octubre de 2019

Aprendamos a sentir la presencia de Dios en nosotros para que nuestra reflexión se convierta en oración en la que invoquemos y escuchemos la inspiración del Espíritu



Aprendamos a sentir la presencia de Dios en nosotros para que nuestra reflexión se convierta en oración en la que invoquemos y escuchemos la inspiración del Espíritu

Efesios 2,19-22; Sal 18; Lucas 6,12-19
Un signo de la madurez de la persona es que nos hace reflexivos, nos hace mirar la vida con otros ojos, siempre inquisidores, siempre buscando lo mejor, siempre queriendo sacar lo mejor de uno mismo y de la vida; siempre queremos aprender, enriquecernos de la vida misma, pero también sacando a flote lo mejor de nosotros mismos y desarrollando también nuestros valores; eso que queremos hacer con nosotros mismos queremos hacerlo con los demás ayudando en esa reflexión, ayudando a que cada uno se encuentre a si mismo y encuentre también el lugar y la misión que tenemos en la vida. Es algo bueno y hermoso, para nosotros y también en lo que repercute en los demás.
Cuando llega el momento de tomar una decisión nos lo tomamos en serio, por eso nos lo pensamos una y otra vez para encontrar lo mejor, reflexionamos hondamente lo que algunas veces nos llevar a tener que tomar nuestro tiempo. Pero quiero añadir algo, el hombre de fe, el creyente no solo trata de reflexionar por si mismo queriendo echar mano de sus conocimientos o de su experiencia; el creyente busca la luz e inspiración del Señor. Por eso el creyente acude a la oración.
La simple reflexión no es oración, y es en lo que algunas veces nos creamos confusión incluso dentro de nosotros mismos; la oración es sentir la presencia del Espíritu del Señor en ese momento, es invocarle y es querer escucharle, porque el Señor se nos manifiesta, nos hace sentir su presencia, nos hace escuchar su voz, inspira esa reflexión que nos hacemos.
Oración no es solamente ponernos a pensar, es abrir nuestro corazón a Dios, a su presencia, a la fuerza de su Espíritu. Y es que el verdadero creyente se siente siempre en la presencia de Dios, vive en una comunión con el Señor abriendo su corazón a su Palabra, abriendo su corazón a la presencia del Espíritu Santo. El verdadero creyente es siempre un hombre, una persona espiritual.
Hoy hemos escuchado en el evangelio que paso toda la noche en oración y a la mañana siguiente llamó a los discípulos y escogió a doce a los que llamó apóstoles.  ‘Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles’ que nos dice el evangelio. Un momento importante en el camino de Jesús y en la constitución del Reino de Dios. Iba a escoger a aquellos a los que confiaría una especial misión dentro de la comunidad. Seria lo que estarían siempre a su lado y a los que prepararía de una manera especial porque a ellos les iba a confiar de manera especial la misión del anuncio por el mundo del Reino de Dios. Y Jesús pasó la noche en oración. Hermoso ejemplo para nuestra vida.
Escuchamos hoy este evangelio en la fiesta que estamos celebrando de dos de los apóstoles, san Simón y san Judas Tadeo. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular’, que nos decía el apóstol. Y éste es el sentido profundo que hemos de darle a la celebración de la fiesta de los apóstoles, que nos hace entroncarnos de verdad con la Iglesia. Hemos desvirtuado en muchas ocasiones el sentido de la fiesta de los apóstoles, como un poco maleamos la devoción que le tenemos a los santos. Parece que hemos de tenerle devoción por lo más  menos milagrosos que sean. Hay algo mas profunda que da sentido a su santidad, y es su fidelidad en el camino del Señor, de lo que nosotros tenemos que aprender.
En el caso de los santos apóstoles que  hoy celebramos vemos con demasiada frecuencia que muchos dicen que son muy milagrosos y que son especiales abogados para unos determinados malos, y ahí nos quedamos tan tranquilos. Desvirtuamos lo que tiene que ser la devoción a los santos.
¿Pensamos acaso en estos dos santos que  hoy celebramos que fueron apóstoles del Señor, de los que estuvieron siempre a su lado y a los que Jesús confió la misión del anuncio del Reino de Dios por el mundo? ¿No sería por esos caminos por donde tendríamos que imitarlos en un deseo de vivir una profunda intimidad con el Señor y sentir cómo su misión es nuestra misión y hemos de sentirnos comprometidos en el anuncio del evangelio del Reino en medio de nuestro mundo? Porque tendremos mucha devoción a los santos a los que convertimos en abogados frente a no sé que males, pero quizá muchas veces lo menos que nos interesa en ese anuncio y esa vivencia del Evangelio, del Reino de Dios. Es para pensar.

domingo, 27 de octubre de 2019

Miremos nuestra vida a través de la transparencia del evangelio para ver dónde realmente estamos y las actitudes y posturas con que nos acercamos a Dios y miramos al prójimo

Miremos nuestra vida a través de la transparencia del evangelio para ver dónde realmente estamos y las actitudes y posturas con que nos acercamos a Dios y miramos al prójimo

Eclesiástico 35, 15b-17. 20-22ª; Sal 33; 2Timoteo 4, 6-8. 16-18; Lucas 18, 9-14
El orgullo nos ciega, nos hace prepotentes, nos eleva sobre falsos pedestales porque queremos aplastar al que no obra como nosotros o pretende hacernos sombra, nos hace considerarnos los únicos, superiores a todo y a todos, nos vuelve intransigentes e intolerantes, nos hace pensar que somos merecedores de todo y hasta queremos pasar factura por todo lo que hacemos, no entiende de gratuidades ni de compasión y misericordia, nos impide ver la realidad de lo que somos y de lo que verdaderamente valemos.
A la larga qué triste es un hombre orgulloso porque al final vive el peor vació y soledad y no estoy recargando las tintas. Nadie querrá estar a su lado porque él mismo se ha endiosado y se ha apartado de todos. Por sobresalir creyéndose el centro de todo ha terminado apartándose de cuánto y de cuantos le rodean. Aunque quiera justificarse creyéndose justo no llegará a sentir la paz en su corazón, porque nunca será capaz de reconocer su debilidad y acudir a la fuente de la misericordia y del amor.
Hoy el evangelista comienza diciéndonos que por algunos que se tenían por justos, Jesús les propuso esta parábola. Ya sabemos, la de los dos hombres que subieron al templo a orar, y nos señala concretamente, un fariseo y un publicano.
Con escuetas palabras Jesús nos los describe. Se colocó en medio, de pie delante de todos, y oraba en altavoz para que todos lo escucharan. Palabras de autosuficiencia y orgullo, hace una lista de todo lo que hace porque él sí es un cumplidor, pasa factura de lo que ha hecho pero todo eso le ciega y le encierra en sí mismo pero para no ser capaz ni de verse a sí mismo.
El no es como los demás y aparece el desprecio en su corazón; allí está el publicano, pero él no es como el publicano por eso puede ponerse en medio y recitar todo lo bueno que él hace y que cree que lo justifica. Solo hay orgullo y desprecio a los demás en su corazón que verdaderamente está vacío, por eso no es ni siquiera capaz de postrarse humilde ante la presencia de Dios. Parece que no tiene nada que reconocer ante Dios ni de pedirle.
Su corazón está parapetado detrás de sus cumplimientos de los que se siente orgulloso y un corazón así no llegará a encontrarse con Dios. Ha puesto en torno a sí un círculo que no lo contamine, por eso se pone lejos del otro al que desprecia pero no es capaz de mirarle a la cara, pero ese círculo con el que se aleja del prójimo le está alejando también de Dios.
Mientras el publicano que sí se sentía pecador allá en un rincón no osaba ni siquiera levantar los ojos sino que humildemente pedía la compasión y el amor del Señor. No importaba ya que fuera despreciado por todos a causa de su trabajo y profesión que hacia que casi lo consideraran un espíritu inmundo, sino que él en la presencia de Dios, porque sí sentía a pesar de todo en la presencia de Dios, se consideraba pecador e invocaba la misericordia del Señor.  ‘Sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador’.
Se sentía pecador y buscaba a Dios. Nos recuerda otro episodio del evangelio, Zaqueo, el publicano de Jericó, que quería ver a Jesús y se subió a la higuera. No podía o no se atrevía a ponerse en medio de la gente – y no era solo que siendo de baja estatura los demás le ocultaban la visión de Jesús – pero buscó la forma de ver a Jesús y se encontró con Jesús. ‘Hoy quiero hospedarme en tu casa’, le decía Jesús invitándole a bajar de la higuera en la que se había subido. Y aquel día había sido la salvación para aquella casa. Llegaba también la salvación a aquel publicano que allá en un rincón del templo no se atrevía a levantar los ojos, porque él sí volvió a su casa justificado.
En su humildad, a pesar de que se sentía pecador, había también mucho amor y deseos de Dios y de su misericordia, como aquella mujer pecadora que un día se atrevió a lavar los pies de Jesús con sus lágrimas. ‘Porque ama mucho se le perdonan sus muchos pecados’, le diría Jesús al fariseo que estaba atónito ante los gestos de la mujer pero sobre todo de las palabras y la acogida de Jesús.
Todo esto tendría que llevarnos a sinceras consideraciones para nuestra vida. Mirémosla a través de la transparencia de este evangelio para ver dónde realmente estamos, qué es lo que hay en nuestro corazón, las actitudes y posturas no solo con que vamos a Dios sino con las que nos relacionamos con los demás.

Cada uno tiene que mirarse con sinceridad. Ahí está el espejo del evangelio y miremos cómo nos reflejamos en él. Busquemos a Dios con humildad, y aunque nuestra imagen muchas veces se vea deformada por negruras que llevemos en el corazón, hemos de saber de la acogida de Dios cuando con sinceridad nos vemos y sentimos pecadores. Es el camino de gracia para nosotros.