jueves, 31 de octubre de 2019

Inseguridades, miedos y complejos no nos faltan en muchas ocasiones pero no olvidemos la fortaleza del Espíritu para proclamar nuestro testimonio por Jesús


Inseguridades, miedos y complejos no nos faltan en muchas ocasiones pero no olvidemos la fortaleza del Espíritu para proclamar nuestro testimonio por Jesús

Romanos 8, 31b–39; Sal 108; Lucas 13, 31-35
Hay ocasiones en podemos sentirnos acobardados ante el encuentro con determinadas personas que se manifiestan quizá autoritarios o superiores a los demás porque todos tienen que pensar o actuar a su manera, o acaso sabemos o sospechamos que no les pueden gustar nuestros puntos de vista, nuestra manera de actuar y hasta podrían hacernos la vida difícil o imposible.
En ocasiones quizá no sea la otra persona ante la que nos sentimos acobardados sino quizá la inseguridad que sentimos en nosotros mismos y en una humildad mal entendida quizá preferimos anularnos nosotros antes de que nos puedan decir algo o llamar la atención por lo que hacemos.
Parece que no, pero muchas veces caminamos en la vida llenos de cobardías renunciando incluso a nuestros valores y nuestros principios, decimos por mantener la paz, pero la paz no se puede conseguir de esa manera. Miedos que nos echan los demás, porque también hay quien quiere manipularnos, o miedos que nos creamos nosotros mismos. Es quizá nuestra inmadurez o nuestra superficialidad que nos hace sentirnos inseguros y fácilmente nos ponemos en huida. Cuántas veces incluso llegamos a dejar de hacer cosas que son fundamentales en nuestra vida por esos temores que nos atenazan.
Hoy le vienen a decir a Jesús que Herodes lo anda buscando. Quizá vinieron con buena voluntad para que Jesús se pusiera a buen recaudo porque todos sabían de la tiranía con que actuaba y cómo había decapitado a Juan el Bautista, al que primero había metido en la cárcel. Pero Jesús no tiene miedo. El tiene una misión que cumplir y es fiel hasta el final. Se atreve a contestar incluso con palabras fuertes. Ya en una ocasión hasta sus propios enemigos le habían alabado que era sincero y veraz y no tenía miedo a nadie. Ahora les responde a los que vienen con el recado. ‘ld a decirle a ese zorro: "Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término." Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén’.
Sabe Jesús además que en Jerusalén es donde será su pascua, donde ha de morir. Lamenta que Jerusalén haya sido sorda a sus llamamientos y a sus palabras, pero Jesús continúa con firmeza caminando hacia Jerusalén, aunque se meta en la boca del lobo. Allí en Jerusalén al final se va a encontrar con Herodes que querrá aprovechar la ocasión para hacer una fiesta para sus cortesanos a costa de Jesús, Pero entonces Jesús callará y no proferirá palabra ante Herodes que lo tomará por loco y así con vestiduras de loco se lo devolverá a Pilatos.
Una página del evangelio estimulante para nuestra vida. Cuantas veces nos llenamos de miedos y de complejos y no sabemos como reaccionar ante un mundo que sí sabemos que es adverso. Ya Jesús en otros momentos nos habla de la fortaleza con que hemos de vivir nuestra vida y proclamar nuestro testimonio.
No nos faltará la fortaleza del Espíritu. Pero seguimos con nuestros miedos, no nos gusta que nos hagan frente, no nos gusta la tensión ni el sufrimiento; algunas veces da la impresión que quisiéramos ocultarnos debajo de las piedras. Pero tenemos que dar la cara por Jesús, tenemos que ser testigos, tenemos incluso que sentirnos dichosos, como los apóstoles cuando el sanedrín los castigaba, de padecer por el nombre de Jesús. No temamos al sufrimiento por el Señor es nuestra fortaleza.

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