sábado, 3 de agosto de 2019

Cuidado las pendientes en que nos pongamos en la vida que resbalamos hasta caer y luego vienen las malas conciencias


Cuidado las pendientes en que nos pongamos en la vida que resbalamos hasta caer y luego vienen las malas conciencias

Levítico 25,1.8-17; Sal 66;  Mateo 14,1-12
Cuando tenemos mala conciencia por algo que hemos hecho si hay un mínimo de sensibilidad en nosotros nos sentiremos inquietos, algo pesa dentro de nosotros que no nos deja tranquilos y llegamos incluso a ver en lo que luego nos está sucediendo como consecuencias de aquello malo que hicimos y de alguna manera nos arrepentimos y quisiéramos actuar en delante de otra manera.
Claro que también está el que ha insensibilizado su conciencia y trata de olvidar como si nada hubiera pasado, tratando así de acallar esas voces que pudieran surgirnos en nuestro interior. Quien no tiene conciencia seguirá actuando quizá de la misma manera porque hasta vería como natural el que actuáramos así. Diversas maneras que tenemos de afrontar nuestra propia vida y aquellas cosas en las que hemos errado o en con las que hemos hecho mal a los demás.
Herodes ha oído hablar de Jesús, del mensaje que enseña y de las obras maravillosas que hace. Pero se siente incómodo, como se sienten incómodos los que tienen mala conciencia de lo que hacen cuando se encuentran con una persona que actúa rectamente, que enseña lo bueno y que hasta es ejemplo de vida para los demás. Por eso su reacción es pensar si acaso Jesús, el profeta de Nazaret del que le hablan, no sería Juan Bautista al que él había mandado decapitar. 
Quizá en un primer pensamiento tendríamos que plantearnos cómo nosotros reaccionamos ante lo bueno que vemos en los demás si somos conscientes del mal que muchas veces se nos mete en el corazón.
El evangelio ve ocasión en estas reacciones de Herodes para narrarnos lo que había sucedido. La vida de Herodes no era precisamente una vida recta. Conocida es su vida libidinosa y como se dedicaba más que nada a sus fiestas y sus orgías. Sigue siendo la tentación de los poderosos que se aprovechan de su poder para vivir una vida muchas veces licenciosa. Cuántas corruptelas se ocultan tantas veces detrás del poder. En nuestra sociedad comienza a salir a flote tanta corrupción de los que se aprovechan de la forma que sea de su poder y de su influencia. Demasiado envueltos en maldad vivimos en nuestra sociedad y cómo tendríamos que estar alertas.
Nos narra el evangelista que a Herodes le gustaba escuchar a Juan, pero podía más en él al final sus deseos de placer y sus corruptelas. Juan le hablaba claramente y le denunciaba la situación de pecado en la que vivía. Y por las influencias de quien era causa de pecado para él, termina por meter en la cárcel a Juan. Pero Heroidas no parará hasta lograr quitar de en medio a quien era una denuncia para su vida. La ocasión la da una de aquellas fiestas convertidas en orgías en las que se rodeaba Herodes de sus cortesanos y en la que la hija de Herodías bailó para el rey.
Fue el momento de debilidad final cuando nuestro corazón está ensombrecido y nuestra mirada es turbia. Encantado con el baile de Salomé le ofrece lo que le pida aunque sea la mitad de su reino. Es la ocasión de Herodías que convence a su hija para que pida la cabeza de Juan Bautista. Quien está en la pendiente fácilmente rueda cuesta abajo y es lo que sucedió a Herodes, sus juramentos, sus respetos humanos, su prestigio real, toda la maldad acumulada en su corazón le llevan a dar la orden de decapitar al Bautista. Más tarde vendrá la mala conciencia de la que no se sabe cómo salir.
Un toque de atención a nuestra vida, una llamada. Cuidado con las pendientes en las que nos pongamos en la vida, que resbalamos hasta caer. ‘No nos dejes caer en la tentación’, decimos en el padrenuestro, ‘líbranos del mal’, le pedimos al Señor.

viernes, 2 de agosto de 2019

Necesitamos ojos bien abiertos para dejarnos sorprender por la Novedad que Jesús tiene cada día para nosotros


Necesitamos ojos bien abiertos para dejarnos sorprender por la Novedad que Jesús tiene cada día para nosotros

Levítico 23, 1. 4-11. 15-16. 27. 34b-37; Sal 80; Mateo 13,54-58
Eso sucede también hoy entre nosotros, en nuestros pueblos o en aquellos lugares donde vivimos y convivimos con los demás. Me refiero a lo que nos cuenta hoy el evangelio.
Cuántas veces ante alguien que sobresale en nuestro entorno nos decimos y hasta comentamos quizás, ese yo ya lo conozco, sé lo que busca, conozco su familia o sus antecedentes y de alguna forma nos prevenimos con nuestros prejuicios. Algunas veces nos aparece una cierta desconfianza o unos miedos porque no sabemos a donde nos puede llevar, si no conseguimos lo que a nosotros nos interesa le damos de lado, si sobresale en algo más que nosotros nos ponemos a la defensiva e intentamos buscar lados débiles. Así somos tantas veces incluso con aquellos que parecen más cercanos a nosotros. Los prejuicios o los intereses egoístas algunas veces impiden una buena convivencia.
Es lo que le sucedía a Jesús cuando iba a su pueblo y se ponía a enseñar en la sinagoga como lo hacia en otros lugares. En un primer momento sorpresa y admiración, pero luego surgían esos sentimientos y apreciaciones tan pueblerinas que impedían un acercamiento verdadero y sincero a Jesús para descubrir de verdad lo que Jesús venia a ofrecerles. Por eso nos dice el evangelista incluso que allí Jesús no hizo milagros ni nada extraordinario. Parecía como si ellos se lo supieran todo sobre Jesús y ponían una barrera para no llegar a sus vidas.
Pero esto tendría que hacernos reflexionar sobre nuestra propia acogida a Jesús y a su Palabra. Porque a veces parece también que todo nos lo sabemos, o ya nos hemos acostumbrado a oír las palabras del Evangelio que no las sentimos como nuevas, como una Buena Noticia para nosotros. Son barreras en nuestra mente que nos impedirán acercarnos a Jesús para recibir su vida y salvación.
Pensemos, si no, en cómo salimos nosotros de la Eucaristía cada semana. Satisfechos quizá porque hemos cumplido, pero sin sentir ninguna novedad en nuestro corazón, sin que se despierten en nosotros sentimientos nuevos, actitudes nuevas, nuevos compromisos. Ya cumplimos y ya está, ahora nos vamos a otra cosa. Pero aquella Palabra que escuchamos no se nos queda ahí plantada en nuestro interior, para seguirla rumiando, para sentir en nosotros una nueva inquietud, para descubrir como se refleja en lo que vamos viviendo o en lo que vamos contemplando en nosotros esa Palabra de Dios. Vamos ya con la prevención de antemano de que ya nos lo sabíamos, que ya ese evangelio lo conocemos, pero no nos detenemos a descubrir eso nuevo que quiere el Señor de nosotros y nos llega a través de esa Palabra. Ojos bien abiertos para dejarnos sorprender por la Palabra de Dios de cada día.
Creo que con lo que ya hemos reflexionado al principio también tendríamos que ver cuál es la postura que nosotros tomamos ante los demás. Nos conocemos decimos de toda la vida pero al final no llegamos descubrir los valores de cada persona, la riqueza que en cada persona hay, sino que más bien nos dejamos llevar por nuestros prejuicios. Aprendamos a sintonizar con los otros, en sus vidas puede haber una hermosa melodía que a nosotros también nos puede enriquecer y hacer la vida más bella, como nosotros podemos ofrecer de nuestra riqueza espiritual para hacer dichosos a los que caminan a nuestro lado.

jueves, 1 de agosto de 2019

Tengamos la sabiduría de saber discernir bien lo que nos sucede para que sepamos escoger siempre el camino bueno


Tengamos la sabiduría de saber discernir bien lo que nos sucede para que sepamos escoger siempre el camino bueno

Éxodo 40,16-21.34-38; Sal 83; Mateo 13,47-53
‘¿Habéis entendido todo esto?’ preguntaba  Jesús después de exponer sus parábolas. Si entendemos tenemos que ser como ese hombre sabio, como continúa diciéndonos, que sabe darle sentido a cada cosa en su momento.
No es fácil. No es fácil porque nos confundimos muchas veces, porque interpretamos mal, porque no sabemos darle importancia y trascendencia a cada cosa que hacemos. Todo tiene su valor, en todo podemos encontrar algo bueno, cuanto nos sucede tendría que hacernos pensar. Pero pararse a pensar con lo deprisa que va la vida nos cuesta, seguimos en el ritmo vertiginoso y perdemos los detalles, y en los detalles hemos de descubrir cuanto bueno podemos hacer y podemos vivir.
Las parábolas que nos propone Jesús para hablarnos del Reino de Dios y para en consecuencia hacernos pensar en el sentido que le damos a la vida, son un estímulo, quieren alentarnos y alertarnos. Alentarnos para que sigamos el camino con ilusión, que no le temamos a la lucha, que mantengamos claras nuestras metas, que descubramos el sentido de Dios en la vida y en lo que hacemos. ¿No nos quiere hablar del Reino de Dios?
Pero, como decíamos, quieren alertarnos también, ponernos en alerta ante los peligros, ante las tentaciones, ante las desviaciones que podamos hacer en los cruces de la vida no escogiendo el correcto, ante las cosas que nos pueden confundir, ante lo que el mundo nos puede presentar como bueno y nos distraiga de nuestra meta, ante las materialidades de la vida, ante la posible pérdida del rumbo y del sentido espiritual y trascendente que tenemos que darle a lo que hacemos y vivimos.
Hoy nos habla de la red echada al mar y en la que recogen toda clase de peces. Al final será la criba, pero todos están en la red. Así nosotros en la vida y en el mundo. Pero no nos contentemos en pensar que unos son los buenos y otros son los malos y que nosotros somos siempre los buenos.
Es que en nosotros puede haber de una cosa y de otra, porque no somos tan perfectos, porque somos débiles, porque cometemos errores y nos desviamos en algunas cosas del rumbo certero, porque aunque queremos ser buenos y fieles hay cosas en las que bajamos la tensión y nos vamos permitiendo cosas que luego pueden ser una pendiente peligrosa de la que no podamos salir.
En nuestro corazón hay bondad y buenos deseos, es cierto, pero muchas veces se nos mete también el orgullo y el amor propio, nos sentimos tentados por la indiferencia y la insolidaridad, se nos ponen turbios los ojos con nuestros recelos y hasta con las envidias que pueden aparecer en nuestro corazón. Y es en lo que tenemos que estar alerta, como decíamos antes.
Por eso, como ya nos decía también en la parábola del trigo y la cizaña Dios espera, espera nuestro cambio, espera que emprendamos ese camino de conversión de nuestra vida. Mientras vamos caminando si nos damos cuenta de nuestras debilidades tenemos que saber encontrar la fortaleza para no sucumbir, pero también para levantarnos si hemos tropezado. No podemos decir es que soy así y no hay quien me cambie; sí, podemos cambiar, podemos mejorar nuestra vida, podemos transformarnos en esos peces buenos, en ese buen fruto, en esa buena semilla que algún día florezca para alegrarnos la vida, pero que también dé buenos frutos.
Nos sentimos alentados por la Palabra de Dios y nos llenamos de esperanza. Como el hombre sabio sepamos discernir bien lo que nos sucede para que sepamos escoger siempre el camino bueno y con todo lo que hacemos demos gloria al Señor.

miércoles, 31 de julio de 2019

Busquemos el tesoro escondido que nos ofrece el evangelio y vivamos intensamente la alegría de la fe con la que contagiemos a los demás

Busquemos el tesoro escondido que nos ofrece el evangelio y vivamos intensamente la alegría de la fe con la que contagiemos a los demás

 Éxodo 34,29-35; Sal 98; Mateo 13,44-46
Quien recibe un hermoso regalo se llena de alegría y seguro que en su generosidad compartirá su alegría también con los demás; recordemos cómo, por ejemplo, en un cumpleaños cuando recibimos los regalos de los amigos o de los seres queridos, llenos de alegría se los mostramos a todos compartiendo la dicha que sentimos.
Pero también otras cosas que encontramos o recibimos de los demás que nos llenan de satisfacciones hondas, desde lo bueno que nosotros hacemos, pero también cuando nos sentimos impactados por algo que descubrimos, que vemos en los demás y que nos abre los ojos, nos hace mirar las cosas o la vida de forma distinta, no nos lo guardamos para nosotros mismos sino que con esa alegría que llevamos dentro por aquel descubrimiento tratamos de trasmitirlo o contagiarlo a los demás.
Hoy nos habla Jesús, en ese lenguaje tan peculiar que son las parábolas, de una perla o de un tesoro escondido que hemos encontrado. Y nos habla también de alegría. Todos entendemos que esa perla o ese tesoro del que nos está hablando Jesús en sus parábolas significa encontrarse con El mismo, descubrir en verdad lo que significa el Reino de Dios, encontrar esa fe que da sentido nuevo a nuestra vida, abrirnos a ese mundo maravilloso que El nos ofrece con los valores del Evangelio. Y eso sí que tiene que ser una alegría grande para el ser humano.
Encontrarnos de verdad con el Evangelio de Jesús tiene que significar algo muy grande para el hombre, para toda persona. En medio de ese mundo turbio en que vivimos es encontrar una luz; en medio de esos males que nos envuelven es encontrar una esperanza de salvación y de que es posible un mundo distinto del que desterremos todo ese mal, todo ese odio, toda esa violencia, todas esas cosas que nos enturbian la vida y nos hacen vivir con amarguras en el corazón.
Nos hemos acostumbrado a decir que somos creyentes y cristianos de manera que en nuestra rutina – esa rutina en la que caemos cuando  no somos capaces de renovarnos cada día – hemos dejado de saborear lo que significa tener fe. Por eso ya nos da igual una cosa que otra, nos dejamos influenciar por tantas cosas que no llegamos a descubrir y saborear ese sentido nuevo que tiene todo cuando tenemos fe en Jesús y queremos vivir en el espíritu del Evangelio. Y es que no llegamos a vivir la alegría de nuestra fe. Y eso es triste.
El cristiano, el verdadero creyente tiene que ser una persona inquieta; buscamos y queremos saber, pero no para dejarnos llevar por cualquier corriente o pensamiento, sino para ahondar más y más en nuestra fe. Nos falta esa profundidad que nos llene de vida, vivimos demasiado superficialmente nuestra fe y no somos capaces de dejarnos sorprender cada día por lo que nos ofrece el evangelio. Y claro nos vamos tras cualquier atisbo de luz que relampaguee en cualquier parte.
Es triste que quienes hemos sido bautizados y educados en la fe cristiana como católicos – recibimos al menos unas catequesis para acceder a los sacramentos – luego se nos marchen detrás de cualquiera que toque a su puerta ofreciéndole otra fe u otra religión  y luego hasta vengan a decirnos que nuestra fe no sirve de nada, que estamos llenos de errores y no se cuantas cosas más, pero nunca se preocuparon de conocer a fondo su fe, de profundizar en el evangelio, de escuchar con corazón abierto lo que la Iglesia nos ofrece.
No estudiaste tu fe y ahora vienes a decirnos porque no sé quien te lo dijo o te convenció de que tu fe tiene errores, pero ¿conoces realmente lo que es la fe que vivimos en la Iglesia? ¿Llegaste a vivir la alegría de tu fe? ¿Fue para ti ese tesoro escondido que encontraste y por el que fuiste capaz de darlo todo porque allí encontraste el sentido de tu vida?
Busquemos ese tesoro escondido pero que ahí está delante de nosotros y vivamos la alegría de renovar plenamente tu fe cada día.

martes, 30 de julio de 2019

Que el Señor nos ayude a cambiar nuestros corazones para que podamos en verdad comenzar a cambiar el mundo


Que el Señor nos ayude a cambiar nuestros corazones para que podamos en verdad comenzar a cambiar el mundo

Éxodo 33, 7-11; 34, 5b-9. 28; Sal 102; Mateo 13, 36-43
Mala cosa es que nos consideremos justos e impecables, porque nosotros sí somos buenos y nunca vamos a tropezar en esas cosas; ese orgullo que se nos mete por dentro nos hace creernos mejores y superiores a los demás y no soportamos de ninguna manera los errores que puedan cometer los demás. Los quitaríamos de en medio, así querríamos arrasar el mal que podemos ver en el mundo porque si quitamos de en medio a esos que vemos actuar con injusticia, con hipocresía y con maldad nos parece que somos tan buenos que el mal no va a volver a aparecer. No nos damos cuenta de nuestra propia debilidad que más pronto de lo que pensamos nos hace caer en esas maldades u otras peores de las que vemos en los otros.
Es lo que viene a enseñarnos la parábola que se nos presenta en el evangelio y que conocemos como la del trigo y la cizaña, que Jesús ante la petición de los discípulos hoy nos da su explicación. Se había sembrado buena semilla pero pronto apareció la cizaña que el maligno había sembrado con malicia en aquel campo. ¿Quieres que la arranquemos? Preguntan las discípulos pero el agricultor les dice que lo dejen hasta el final donde se hará la criba para arrojar al fuego las malas semillas y el buen grano guardarlo en el granero.
Como ya comentamos recientemente es la paciencia de quien sabe que podemos cambiar; es la paciencia misericordiosa de Dios con nosotros que siempre estará esperando las buenas señales de nuestra vida, porque ese campo es el mundo y es la vida, esa buena semilla sembrada en el campo con los ciudadanos del Reino. Pero quiere hacernos caer en la realidad de que también los ciudadanos del Reino un día pueden tropezar y convertirse en mala semilla, en cizaña, cuando dejamos que el mal se meta dentro de nosotros. Ya hablábamos al principio de los que se creen justos y sin pecado que desprecian a los demás; no son tan justos porque ya están dejando meter esa cizaña en sus corazones con sus orgullos y sus desprecios.
¿Tendríamos que ser arrancados nosotros desde que entre en nuestro corazón el orgullo y el pecado? Sin embargo la paciencia de Dios es grande y su misericordia es infinita. Dios nos espera. Dios sigue pidiendo la conversión del corazón. Y podemos cambiar si hacemos surgir en nosotros el arrepentimiento y los deseos de conversión. No nos faltará la gracia del Señor que riegue y haga fecunda nuestra vida.
Mirando esa mala semilla que tantas veces vemos brotar en nuestro corazón creo que tendremos humildad suficiente y claridad de pensamiento para darnos cuenta de la realidad de la vida y de la realidad del mundo que nos rodea. Siempre nos vamos a encontrar en contradicción con el mundo y las obras del mundo que reverdecen continuamente; esa contradicción que encontraremos en todas las situaciones de la vida, esa contradicción que muchas veces podemos encontrar en el seno de la Iglesia y en aquellos que con buena voluntad queremos seguir los caminos del Señor. Pero nos aparece la tentación continuamente y esto nos tiene que llevar a comprender esa situación contradictoria que podemos ver en los demás, contemplar en nuestro mundo y hasta en nuestra Iglesia.
No tenemos que escandalizarnos por eso, no pretendemos tampoco arrancar esa maldad de manera violenta, porque siempre quedarían raíces; tenemos que optar por nuestra propia transformación, el propio cambio que realicemos en nuestra vida para con nuestro testimonio llevar a los demás a sembrar esa buena semilla en sus corazones. Pensemos que quizá los creyentes no estamos dando siempre buen testimonio, buen ejemplo y cuanto daño podemos hacer a los demás por esa contradicción de nuestra vida.
Que el Señor nos ayude a cambiar nuestros corazones para que podamos en verdad comenzar a cambiar el mundo.

lunes, 29 de julio de 2019

El testimonio de san Marta nos ayuda a vivir la vida con una madurez probada en el servicio y en el sacrificio con la esperanza cierta de la plenitud


El testimonio de san Marta nos ayuda a vivir la vida con una madurez probada en el servicio y en el sacrificio con la esperanza cierta de la plenitud

1Juan 4,7-16; Sal 33; Juan 11,19-27
La madurez de la vida se manifiesta cuando tenemos que enfrentarnos a momentos difíciles y somos capaces de hacerlo con serenidad, pero también con seguridad, confianza en si mismo y sus propias convicciones. Vivimos habitualmente de forma serena la vida sorteando esas dificultades o problemas que nos van apareciendo cada día; tratamos de vivir con responsabilidad y con alegría y salvo esas pequeñas cosas que cada día hemos de ir superando vivimos con cierta tranquilidad.
Pero hay momentos en que de forma inesperada, nos surgen problemas que quizá nos desestabilizan, que emocionalmente nos afectan en lo más profundo de nosotros, que nos llenan de intranquilidad y angustia, que producen perdidas dolorosas en la vida, que no rompen el corazón y es entonces cuando tenemos que mostrar nuestra madurez; no es que no sintamos dolor o angustia dentro de nosotros, sino que tenemos la serenidad para afrontarlo sin perder totalmente el control de nosotros mismos apoyándonos en aquello que da sentido a nuestra vida y reaccionando con madurez para saber hacer lo que tengamos que hacer en cada momento.
No es fácil, tenemos que tener bien templado nuestro espíritu, es necesario también tener una buena espiritualidad y valernos quizá de la experiencia de lo que hayamos vivido y buscar los mejores caminos. Muchas cosas se podrían decir en este camino de reflexión.
Hoy estamos celebrando a una mujer que se manifiesta madura en su vida y en su fe. Marta de Betania, de lo que hemos oído hablar en el evangelio. Aquel hogar de Betania era un hermoso lugar de acogida, como no hace muchos hemos reflexionado; muchos peregrinos en su camino a Jerusalén después del largo recorrido del valle del Jordán y la costosa subida desde Jericó allí encontrarían agua y descanso en su caminar. Fue también lugar de encuentro para Jesús y allí le veremos en diversas ocasiones con sus discípulos disfrutando de la placidez de aquel hogar y de la acogida de aquellos que iban a ser los amigos de Jesús.
A Marta la veremos siempre afanada en el servicio para tener todo dispuesto para el ejercicio de la hospitalidad, mientras su hermana María la veremos en otra de las funciones de la acogida que era sentarse a los pies de Jesús para escucharle. Cuando llegamos a un hogar y nos sentimos acogido decimos que al final nos sentiremos como en nuestra propia casa. Era lo que aquellos hermanos de Betania ofrecían a Jesús.
Pero surge la enfermedad y la muerte, mientras Jesús se halla lejos más allá del Jordán. Un golpe para aquellos corazones llenos de amor y que tan unidos se sentían la enfermedad de su hermano Lázaro. Es el aviso que serenamente le envían a Jesús aunque sus corazones están angustiados llenos de dolor. ‘Tu amigo, el que amas, está enfermo’. Al recibir la noticia Jesús dirá que no es una enfermedad mortal sino para que se manifieste la gloria de Dios y tardará días en volver a donde lo han llamado.
Al llegar Jesús a Betania Lázaro llevará ya cuatro días en la sepultura. Al llegar la noticia Marta corre al encuentro de Jesús allá casi a la entrada de la aldea. Va con su luto y con su duelo aunque se atreve con la queja a Jesús. ‘Si hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto…’ Y allí comienza un diálogo de altura, porque aquella mujer sabe bien lo que es su fe. Jesús le habla de vida y de resurrección para quien ha muerto, y ella espera la resurrección del último día, que es lo que la mantiene firme en su esperanza.
No ha perdido la esperanza ni la confianza en Dios. Se siente muy segura, aun en su dolor, en la fe que tiene puesta en el Todopoderoso, y que ahora va a manifestar su gloria en la acción que realiza Jesús. Es la madurez de su vida acostumbrada al servicio y también al sacrificio; es la madurez de su fe que ahora se ve aquilatada en su momento de dolor.
Ojalá fuéramos capaces  nosotros también de vivir esa madurez que crece y se hace fuerte igualmente desde el servicio y el sacrificio, dispuestos siempre a confiar y a mantener la paz en el corazón. Santa Marta, a quien hoy celebramos, es un buen testimonio que se nos ofrece para nuestra vida.



domingo, 28 de julio de 2019

Sólo el que vive en el Espíritu de Jesús sabrá rezar el Padrenuestro con el espíritu de Jesús viviendo y gozándonos de la ternura de Dios



Sólo el que vive en el Espíritu de Jesús sabrá rezar el Padrenuestro con el espíritu de Jesús viviendo y gozándonos de la ternura de Dios

Génesis 18, 20-32; Sal 137; Colosenses 2, 12-14; Lucas 11, 1-13
Me atrevo a decir que la buena calidad de una amistad la podemos medir por la intensidad de nuestras mutuas relaciones, nuestros encuentros frecuentes, nuestro diálogo y comunicación. No la distancia física la que nos pueda hablar de esa no calidad de nuestra amistad sino la falta de comunicación y sintonía, porque además cuando queremos encontramos muchos medios para esa comunicación. Si se nos debilita esa comunicación podemos caer en la pendiente del enfriamiento de relaciones y de la muerte de esa amistad.
¿Podríamos decir también, entonces, que la oración es la medida de nuestra fe? Quizá habremos escuchado decir a muchos que son muy creyentes pero que ellos no necesitan rezar. Podríamos permitirnos quizá decirnos o preguntarnos si es lo mismo el rezar que el orar. Claro que tenemos que entender muy bien lo que es la oración. Hablábamos antes de intensidad de nuestras mutuas relaciones, de encuentro frecuente para facilitar y alimentar nuestra amistad, hablábamos de diálogo y comunicación. ¿No sería eso nuestra oración a Dios? Claro está que con aquellos que nos decían que no necesitaban rezar para mantener su fe, si sus rezos no son una verdadera comunicación y diálogo con Dios, podríamos decir que lo entendemos.
La oración no es una cosa que se nos pueda imponer, sino que es verdaderamente una necesidad del espíritu. Creemos en Dios – que por supuesto no hablamos de una fe teórica sino viva – y necesitamos ese encuentro vivo con el Dios en quien creemos, de quien nos sentimos amados y a quien nosotros también hemos de amar.
Hoy nos habla el evangelio de que los discípulos que veían a Jesús orar con frecuencia, un día vienen y le piden que les enseñe a orar. La oración era parte esencial de la espiritualidad del judío creyente; oraban en el templo, oraban en la sinagoga cuando se reunían para escuchar la lectura de la ley y los profetas, pero era algo además que estaba muy presente en la vida de cada día de todo buen judío.
Los salmos que nos trasmite la Biblia son la expresión de esa oración litúrgica, pero también de esa oración en cada situación de la vida, en la pobreza o en la enfermedad, en los momentos de gloria del pueblo de Israel o cuando hacían la ofrenda de la primicias que eran siempre para el Señor, en el nacimiento de un hijo o en las distintas circunstancias de la vida.
Ahora le piden a Jesús que les enseñe a orar. Y Jesús lo que les trasmite es lo que es la vivencia de su vida. Por eso la primera palabra es esa palabra tierna con la que el niño se dirige a su padre, confía en él, se pone en sus manos. ¡Abba! ¡Padre! Es una ternura como la del niño que se fía de su padre con la que se pone uno en las manos de Dios. Y es que la manera de orar que nos enseña Jesús no la podemos entender y no la podemos hacer vida en nosotros si no vivimos en el Espíritu de Jesús porque nos hemos dejado impregnar por su vida, por su Palabra, por su Espíritu. Sólo el que vive en el Espíritu de Jesús, quiere decir Lucas, sabrá rezar el Padrenuestro con el espíritu de Jesús’, nos dicen los maestros de oración y espiritualidad. Y es lo que tenemos que intentar hacer.
Son los discípulos los que le piden a Jesús que les enseñe a orar y la manera de orar que Jesús nos enseña es, pues, para aquellos que en verdad buscan el Reino de Dios, aquellos que en verdad quieren seguir a Jesús viviendo su mismo Espíritu, aquellos que quieren parecerse a Jesús cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre y quieren en todo momento buscar y conocer lo que Dios quiere. Podrán orar con la oración que Jesús nos enseña aquellos que tienen un corazón abierto para escuchar la predicación de Jesús. Cuando Jesús nos enseña cómo y qué es lo que hemos de orar, entonces nos está enseñando implícitamente cómo deberíamos ser y vivir, para poder orar de esta manera.
Orando así mostraremos en verdad, como decíamos al principio, la calidad de nuestra fe, porque así crecerá más y más la calidad de nuestra vida cristiana, nuestra propia espiritualidad. Y quien siente esa ternura de Dios que es su amor no puede menos que con esa misma ternura buscar el encontrarse con Dios. Y qué diálogo más hermoso de amor va a surgir de nuestro corazón. No es necesario que ahora nos detengamos a explicar cada una de las partes de ese modelo de oración que nos propone Jesús, porque así viviendo en el Espíritu de Jesús surgirán, no como rutinas repetitivas, sino como deseos y sentimientos hondos del corazón todo aquello que le queremos decir a Dios, como al mismo tiempo sabremos hacer ese silencio dentro de nosotros para escuchar a Dios.
Luego Jesús en el resto del texto del evangelio de hoy nos hablará de la insistencia y constancia de nuestra oración, hablando del que va a pedir un pan al amigo, o del padre que nunca le dará nada malo a su hijo, y de cómo con confianza siempre hemos de orar, de buscar, de llamar, de pedir porque siempre vamos a ser escuchados y la puerta se abrirá, lo que buscamos lo encontramos, lo que pedimos lo recibiremos y hasta cien veces más.
Que nos gocemos de esa ternura de Dios y con la misma ternura llenos de su espíritu acudamos al Abba, al Padre.