viernes, 2 de agosto de 2019

Necesitamos ojos bien abiertos para dejarnos sorprender por la Novedad que Jesús tiene cada día para nosotros


Necesitamos ojos bien abiertos para dejarnos sorprender por la Novedad que Jesús tiene cada día para nosotros

Levítico 23, 1. 4-11. 15-16. 27. 34b-37; Sal 80; Mateo 13,54-58
Eso sucede también hoy entre nosotros, en nuestros pueblos o en aquellos lugares donde vivimos y convivimos con los demás. Me refiero a lo que nos cuenta hoy el evangelio.
Cuántas veces ante alguien que sobresale en nuestro entorno nos decimos y hasta comentamos quizás, ese yo ya lo conozco, sé lo que busca, conozco su familia o sus antecedentes y de alguna forma nos prevenimos con nuestros prejuicios. Algunas veces nos aparece una cierta desconfianza o unos miedos porque no sabemos a donde nos puede llevar, si no conseguimos lo que a nosotros nos interesa le damos de lado, si sobresale en algo más que nosotros nos ponemos a la defensiva e intentamos buscar lados débiles. Así somos tantas veces incluso con aquellos que parecen más cercanos a nosotros. Los prejuicios o los intereses egoístas algunas veces impiden una buena convivencia.
Es lo que le sucedía a Jesús cuando iba a su pueblo y se ponía a enseñar en la sinagoga como lo hacia en otros lugares. En un primer momento sorpresa y admiración, pero luego surgían esos sentimientos y apreciaciones tan pueblerinas que impedían un acercamiento verdadero y sincero a Jesús para descubrir de verdad lo que Jesús venia a ofrecerles. Por eso nos dice el evangelista incluso que allí Jesús no hizo milagros ni nada extraordinario. Parecía como si ellos se lo supieran todo sobre Jesús y ponían una barrera para no llegar a sus vidas.
Pero esto tendría que hacernos reflexionar sobre nuestra propia acogida a Jesús y a su Palabra. Porque a veces parece también que todo nos lo sabemos, o ya nos hemos acostumbrado a oír las palabras del Evangelio que no las sentimos como nuevas, como una Buena Noticia para nosotros. Son barreras en nuestra mente que nos impedirán acercarnos a Jesús para recibir su vida y salvación.
Pensemos, si no, en cómo salimos nosotros de la Eucaristía cada semana. Satisfechos quizá porque hemos cumplido, pero sin sentir ninguna novedad en nuestro corazón, sin que se despierten en nosotros sentimientos nuevos, actitudes nuevas, nuevos compromisos. Ya cumplimos y ya está, ahora nos vamos a otra cosa. Pero aquella Palabra que escuchamos no se nos queda ahí plantada en nuestro interior, para seguirla rumiando, para sentir en nosotros una nueva inquietud, para descubrir como se refleja en lo que vamos viviendo o en lo que vamos contemplando en nosotros esa Palabra de Dios. Vamos ya con la prevención de antemano de que ya nos lo sabíamos, que ya ese evangelio lo conocemos, pero no nos detenemos a descubrir eso nuevo que quiere el Señor de nosotros y nos llega a través de esa Palabra. Ojos bien abiertos para dejarnos sorprender por la Palabra de Dios de cada día.
Creo que con lo que ya hemos reflexionado al principio también tendríamos que ver cuál es la postura que nosotros tomamos ante los demás. Nos conocemos decimos de toda la vida pero al final no llegamos descubrir los valores de cada persona, la riqueza que en cada persona hay, sino que más bien nos dejamos llevar por nuestros prejuicios. Aprendamos a sintonizar con los otros, en sus vidas puede haber una hermosa melodía que a nosotros también nos puede enriquecer y hacer la vida más bella, como nosotros podemos ofrecer de nuestra riqueza espiritual para hacer dichosos a los que caminan a nuestro lado.

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