martes, 30 de julio de 2019

Que el Señor nos ayude a cambiar nuestros corazones para que podamos en verdad comenzar a cambiar el mundo


Que el Señor nos ayude a cambiar nuestros corazones para que podamos en verdad comenzar a cambiar el mundo

Éxodo 33, 7-11; 34, 5b-9. 28; Sal 102; Mateo 13, 36-43
Mala cosa es que nos consideremos justos e impecables, porque nosotros sí somos buenos y nunca vamos a tropezar en esas cosas; ese orgullo que se nos mete por dentro nos hace creernos mejores y superiores a los demás y no soportamos de ninguna manera los errores que puedan cometer los demás. Los quitaríamos de en medio, así querríamos arrasar el mal que podemos ver en el mundo porque si quitamos de en medio a esos que vemos actuar con injusticia, con hipocresía y con maldad nos parece que somos tan buenos que el mal no va a volver a aparecer. No nos damos cuenta de nuestra propia debilidad que más pronto de lo que pensamos nos hace caer en esas maldades u otras peores de las que vemos en los otros.
Es lo que viene a enseñarnos la parábola que se nos presenta en el evangelio y que conocemos como la del trigo y la cizaña, que Jesús ante la petición de los discípulos hoy nos da su explicación. Se había sembrado buena semilla pero pronto apareció la cizaña que el maligno había sembrado con malicia en aquel campo. ¿Quieres que la arranquemos? Preguntan las discípulos pero el agricultor les dice que lo dejen hasta el final donde se hará la criba para arrojar al fuego las malas semillas y el buen grano guardarlo en el granero.
Como ya comentamos recientemente es la paciencia de quien sabe que podemos cambiar; es la paciencia misericordiosa de Dios con nosotros que siempre estará esperando las buenas señales de nuestra vida, porque ese campo es el mundo y es la vida, esa buena semilla sembrada en el campo con los ciudadanos del Reino. Pero quiere hacernos caer en la realidad de que también los ciudadanos del Reino un día pueden tropezar y convertirse en mala semilla, en cizaña, cuando dejamos que el mal se meta dentro de nosotros. Ya hablábamos al principio de los que se creen justos y sin pecado que desprecian a los demás; no son tan justos porque ya están dejando meter esa cizaña en sus corazones con sus orgullos y sus desprecios.
¿Tendríamos que ser arrancados nosotros desde que entre en nuestro corazón el orgullo y el pecado? Sin embargo la paciencia de Dios es grande y su misericordia es infinita. Dios nos espera. Dios sigue pidiendo la conversión del corazón. Y podemos cambiar si hacemos surgir en nosotros el arrepentimiento y los deseos de conversión. No nos faltará la gracia del Señor que riegue y haga fecunda nuestra vida.
Mirando esa mala semilla que tantas veces vemos brotar en nuestro corazón creo que tendremos humildad suficiente y claridad de pensamiento para darnos cuenta de la realidad de la vida y de la realidad del mundo que nos rodea. Siempre nos vamos a encontrar en contradicción con el mundo y las obras del mundo que reverdecen continuamente; esa contradicción que encontraremos en todas las situaciones de la vida, esa contradicción que muchas veces podemos encontrar en el seno de la Iglesia y en aquellos que con buena voluntad queremos seguir los caminos del Señor. Pero nos aparece la tentación continuamente y esto nos tiene que llevar a comprender esa situación contradictoria que podemos ver en los demás, contemplar en nuestro mundo y hasta en nuestra Iglesia.
No tenemos que escandalizarnos por eso, no pretendemos tampoco arrancar esa maldad de manera violenta, porque siempre quedarían raíces; tenemos que optar por nuestra propia transformación, el propio cambio que realicemos en nuestra vida para con nuestro testimonio llevar a los demás a sembrar esa buena semilla en sus corazones. Pensemos que quizá los creyentes no estamos dando siempre buen testimonio, buen ejemplo y cuanto daño podemos hacer a los demás por esa contradicción de nuestra vida.
Que el Señor nos ayude a cambiar nuestros corazones para que podamos en verdad comenzar a cambiar el mundo.

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