sábado, 27 de abril de 2019

Somos testigos que no podemos callar ni disimular tras otras preocupaciones la fe en Cristo resucitado que da sentido y valor a cuanto vivimos y hacemos


Somos testigos que no podemos callar ni disimular tras otras preocupaciones la fe en Cristo resucitado que da sentido y valor a cuanto vivimos y hacemos

Hechos 4, 13-21; Sal 117;  Marcos 16, 9-15
Estamos llegando ya al final de la semana de la octava de la Pascua y hemos de seguirla viviendo con la misma intensidad y con la misma alegría. Es aún la octava que culminará mañana y no podemos perder el gozo de la resurrección y de la pascua, aunque esto tiene que ser algo que vivamos todos los días de nuestra vida.
Somos los hombres y las mujeres de la Pascua, porque en el misterio pascual de Cristo hemos renacido, ya que esto es lo que hemos vivido desde nuestro Bautismo. Es una participación en el misterio de la muerte y de la resurrección del Señor. Eso ha de marcar el estilo y el sentido de nuestra vida, aunque muchas veces parece que lo olvidamos, nos dejamos influir por otras cosas y olvidamos lo que verdaderamente da sentido a nuestra vida.
Nos preocupamos de tantas cosas en la vida. Es cierto que tenemos que vivir la vida con responsabilidad y nos hemos de tomar en serio nuestras responsabilidades personales y también nuestras responsabilidades sociales; no podemos desentendernos del mundo en que vivimos, pero no nos podemos dejar comer por ese mundo.
Pero hay algo que marca el rumbo y el sentido de nuestra vida. Es nuestra fe en Cristo resucitado, porque en El encontramos vida, encontramos fuerza para esa vida, encontramos el modelo de nuestro amor, encontramos el sentido de nuestra responsabilidad. Y parece en ocasiones que lo olvidamos, no hacemos mención a Cristo y el sentido que Cristo da nuestra existencia y el mundo, como si nuestra vida y nuestro mundo se construyera solo por si mismo. Parece en algún momento que tenemos miedo de mencionar el nombre de Jesús y de su evangelio porque quizás a los que nos rodean no les dice nada o les molesta y queremos acomodarnos.
Quien cree de verdad en Cristo no tiene que acomodarse para caer bien a los demás. Defendemos el valor de cada persona y con todos queremos entrar en diálogo para colaborar entre todos en esa mejora de nuestro mundo, pero no podemos perder de vista lo que da sentido a lo que hacemos y por qué lo hacemos. No nos podemos camuflar sino que con valentía tenemos que manifestarnos. Y parece que algo de eso está pasando, y cuidado no nos pase también en el seno de la Iglesia.
En este sábado antes del final de la octava de la Pascua la liturgia nos ofrece el texto de Marcos que nos habla de la resurrección de Jesús. Así como su evangelio es breve, pocos son los versículos que dedica el evangelista al hecho de la resurrección. En el texto que nos ofrece hace como un resumen de todos aquellos acontecimientos de aquellos días. Pero hay algo importante que hemos de destacar.
Ya había ido apareciendo en los relatos de los otros evangelistas, porque cada vez que había un encuentro con Cristo resucitado se sentían enviados a anunciarlo a los demás. Corrieron las mujeres desde el sepulcro vacío al encuentro con los apóstoles para anunciarles que luego Jesús les había salido al encuentro a la salida del huerto del sepulcro, y corren .los discípulos de Emaús de vuelta a Jerusalén para contar cuanto les había sucedido en el camino y como lo habían reconocido al partir el pan.
Ahora escuchamos el mandato de Jesús de ir por el mundo como testigos haciendo ese anuncio para que todo el que cree alcance la salvación. Lo resaltamos en referencia a lo que veníamos reflexionando. No podemos callar, no podemos ocultar ni disimular lo que es nuestra fe y el sentido de nuestro vivir. Valientemente tenemos que hacer el anuncio. No nos podemos cansar de hablar de Jesús y de su evangelio como sentido de salvación para nuestras vidas. Cuidado con confundirnos y con confundir a los que nos rodean porque no hablemos claramente de Jesús.
Somos testigos que no podemos callar.

viernes, 26 de abril de 2019

Vayamos a Jesús con nuestras redes una veces vacías por las desilusiones y siempre llenas cuando nos fiamos de Jesús


Vayamos a Jesús con nuestras redes una veces vacías por las desilusiones y siempre llenas cuando nos fiamos de Jesús

Hechos 4, 1-12; Sal 117; Juan 21, 1-14
‘Y aquella noche no cogieron nada…’ Habían vuelto a Galilea después de todo lo que había acontecido en Jerusalén. Eran también las indicaciones del Maestro. Allá estaban de nuevo en su tierra y en sus casas. ¿Aburridos quizá cuando tanta había sido la actividad que habían tenido con Jesús? ¿Desalentados porque un poco se habían frustrado sus esperanzas? ¿Qué hacer? ¿Volver a la tarea de siempre? Allí estaban las barcas con todos sus aparejos.
Después de intensas actividades, cuando nos suceden cosas que nos desconciertan y tienen el peligro de apagar nuestras esperanzas, nos quedamos en ocasiones en ese tiempo o ese estado en el que no sabemos que hacer. Quizás aquello que habíamos emprendido con tanta ilusión parece que se nos viene abajo y algo tenemos que recomenzar. ¿Una tarea nueva? ¿Una nueva aventura de explorar nuevos campos? ¿Volvernos quizá a lo de siempre? Nos hace falta algo, un revulsivo que nos despierte; hacemos tentativas pero parece como que no estamos muy estabilizados en aquello que hacemos o las cosas no nos salen.
Es Pedro en este caso como en tantas ocasiones – madera de líder – el que se decide. ‘Me voy a pescar’ Y es cuando los demás dicen también ‘nos vamos contigo’. El evangelista nos detalla aunque no nos da el nombre de todos los que se fueron a pescar aquella noche. Pero una noche más de fracaso; después de tanto esfuerzo y trabajo no han cogido nada. ¿Un nuevo fracaso a añadir para la desilusión?
En la orilla hay alguien que pregunta que si han cogido peces. A la respuesta negativa – y vamos a ver con qué malos humores, porque todos somos humanos – aquel desconocido se atreve a indicarles que lancen la red por el otro lado de la barca. Por probar no pasa nada y se confían. Merecía la pena confiarse, porque la pesca resulto sorprendentemente muy grande cuando se habían pasado toda la noche faenando sin coger nada. Ahora sí que volvía la alegría a sus rostros a pesar del esfuerzo.
Pero es uno de los discípulos – el que era especialmente amado por Jesús – el que le susurra a Pedro que ‘es el Señor’. No hace falta nada más, pues Pedro los deja a todos en la estacada y se lanza al agua tal como estaba porque quería llegar pronto a los pies de Jesús a pesar de que solo estaban como a unos cien metros de la orilla. Es el impulso del amor, de quien tanto amaba a Jesús.
Allí estaba el que podía levantarles los corazones de nuevo, el que les hacia renacer las esperanzas, el que llenaba su corazón de alegría en el amor. Los demás discípulos arrastran la red a tierra y vienen también al encuentro con Jesús. Allí están ante Jesús llenos de alegría; allí están con las redes que habían sido de sus desilusiones pero ahora repleta porque Jesús les ha llenado de vida.
Como tenemos que aprender nosotros ir hasta Jesús, con lo que somos, con nuestros momentos negativos, pero también con esa luz que Jesús nos da y pone un sentido nuevo a nuestra existencia. Tenemos que dejarnos conducir por Jesús, porque no podemos caminar solos y a nuestra manera. Cuando nos quedamos en nuestro yo o en nuestras apetencias nada más, vemos que las redes se van a quedar vacías. No pensemos que por nosotros mismos sabemos manejar los aparejos de la vida, sino que tenemos que aprender a dejarnos llenar por la Sabiduría del Espíritu. Tenemos que aprender a realizar en todo la obra de Jesús.

jueves, 25 de abril de 2019

Tenemos que imbuirnos profundamente del evangelio de Jesús para que no se tambalee nuestra fe frente a las dudas e influencias mundanas que podamos recibir


Tenemos que imbuirnos profundamente del evangelio de Jesús para que no se tambalee nuestra fe frente a las dudas e influencias mundanas que podamos recibir

Hechos 3, 11-26; Sal 8; Lucas 24, 35-48
Hay ocasiones en que la sorpresa, a pesar de que era algo que esperábamos o deseábamos, nos deja mudos y como alelados. Lo esperábamos y lo deseábamos, pero nos sorprende, no nos lo creíamos ni ahora cuando lo tenemos delante terminamos de creer. Ante una cosa así no sabemos si reír o llorar, no sabemos qué decir, se nos reseca la garganta y no nos salen las palabras, pero en el fondo estamos felices, alegres, contentos. Y no digamos nada cuando para llegar a ese momento hemos tenido que pasar precisamente malos momentos, que nos habían llenado de cierta amargura y mucha tristeza.
Creo que algo así les estaba pasando a los discípulos en aquel primer día de la semana. Muchas son las emociones que van viviendo con las noticias que les llegan de unos y otros y ahora la sorpresa es grande cuando Jesús aparece en medio de ellos. Primero las noticias de las mujeres, el encontrarse el sepulcro vacío, las apariciones de ángeles, ahora son los discípulos que se han marchado a Emaús que llegan bien entrada la noche con la noticia de que Jesús ha estado con ellos en el camino y como lo han reconocido al partir el pan, y en medio de todo esto aparece Jesús. No es para menos quedarse mudos de estupor y que por la cabeza pasen muchas cosas.
‘Paz a vosotros. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: - ¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos…’
Dudas, miedos, estupor, alegría… y no se lo terminaban de creer. Jesús les pide algo de comida y ellos le ofrecen. Para disipar dudas, no es un fantasma. Es Jesús. ‘Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras’.
Con Jesús resucitado y con la fuerza de su Espíritu ya podremos comprender muchas cosas, ya tenemos también el espíritu abierto para entender las Escrituras. ‘Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’.
Es lo que nosotros ahora también tenemos que vivir. No nos podemos encerrar en nuestras dudas o en nuestros temores. Muchos podrán seguir apareciendo en nuestra vida que se nos puede llenar de confusiones influido por el mundo que nos rodea. Muchas son las influencias que podemos recibir de la increencia y agnosticismo que tenemos a nuestro alrededor y comenzaríamos a hacernos muchas interpretaciones de Jesús y de su evangelio.
Pero tenemos que mantener la firmeza de nuestra fe. Porque tenemos que ser testigos, y testigos ante ese mundo de increencia que nos encontramos incluso entre los que se llaman cristianos y hasta en el seno de la misma Iglesia influida por el espíritu del mundo. Nos dejamos contagiar fácilmente cuando no nos hemos formado debidamente y nos hemos quedado quizás en una fe demasiado infantilizada. Es la madurez del espíritu que tanto necesitamos. Tenemos que imbuirnos de verdad, profundamente, del evangelio de Jesús para que no se tambalee nuestra fe.

miércoles, 24 de abril de 2019

Una fe que nos abre a la luz, a la vida, al amor, a la acogida, a la hospitalidad, que nos abre a Jesús que está a nuestro lado en los hermanos que hacen el camino con nosotros


Una fe que nos abre a la luz, a la vida, al amor, a la acogida, a la hospitalidad, que nos abre a Jesús que está a nuestro lado en los hermanos que hacen el camino con nosotros

Hechos 3,1-10; Sal 104;  Lucas 24,13-35
Hay acontecimientos, hay cosas que nos suceden en la vida que nos dejan planchados, nos llenan de desilusión y parece que se nos pierden las esperanzas. Esperábamos algo bueno y nos sucede lo contrario; habíamos puesto la esperanza en un proyecto que trabajábamos con ilusión y sucede algo que no nos deja realizarlo o parece que la vida se nos hace imposible; habíamos puesto la confianza en una persona, pero luego descubrimos que las cosas no eran como aparentaban porque nos falló.
Y en esos momentos de desilusión todo se nos vuelve negro y hasta nos cuesta pensar, o encontrar algo positivo por lo que seguir luchando; tenemos la tentación de la huída, de dejarlo todo, de olvidarnos de aquellas ilusiones que teníamos en la vida, y la cabeza nos da vueltas y más vueltas sin encontrar un rayo de luz. Puede haber a nuestro lado cosas muy positivas, pero  no somos capaces de verlo, no tenemos ánimos para tratar de recomenzar de nuevo y poner la ilusión en algo nuevo.
Se nos ciegan los ojos y se nos ciega la mente. Alguna vez habremos pasado por algo así, o contemplamos a alguien a nuestro alrededor que cae en esas depresiones. ¿Cómo levantarnos? ¿Cómo ayudar al que vemos que se encuentra en una situación así?
Así iban en la tarde aquellos dos discípulos que hacían el camino de Emaús. Ya desde la mañana y la tarde del viernes habían aparecido los miedos y comenzaba a caminar el desánimo en sus corazones. Por el descanso sabático encerrados se habían quedado y en la mañana de aquel primer día de la semana aunque llegaban algunas noticias por parte de las mujeres que decían que el sepulcro estaba vacío y hablaban de visiones de ángeles habían aguantado pero ahora se habían marchado camino de su pueblo. Pero en su mente y en sus conversaciones no hay otros pensamientos ni otras palabras sino repetirse una y otra vez todo lo que había sucedido.
Les había alcanzado un caminante que se había puesto a su lado. Intentando entrar en conversación les pregunta qué les pasa que los ve tan sombríos y cabizbajos. ‘¿Eres tú el único que en Jerusalén no se ha enterado de lo que pasa en estos días?' Fue la respuesta. Y le explican lo sucedido y cómo sus esperanzas están por los suelos. ‘Nosotros esperábamos que El fuera el futuro liberador de Israel’, le manifiestan.
Y aquel caminante desconocido – ellos no se habían fijado en quien era – comienza a explicarles todo lo que en la Escritura estaba anunciado y que en Jesús se cumplía. Iban tan absortos en sus explicaciones – mas tarde dirían que les ardía el corazón por dentro mientas les hablaba – que entraba la noche, pero ellos llegaban a su destino. El que les acompañaba hizo ademán de querer seguir adelante en su camino y ahora son ellos los que olvidando sus preocupaciones tratan de convencerle que se quede que los caminos con peligrosos en la noche.
‘Quédate con nosotros por atardece’, le ofrecen y abren las puertas de sus casas en gesto de hospitalidad para que permanezca con ellos y no siga el camino. Se sentían tan a gusto con El, aunque aun no lo habían reconocido. En su hospitalidad y acogida pronto estarán sentados a la mesa compartiendo el pan. Y será entonces cuando reconozcan a Jesús, se les abran los ojos. El amor de la acogida y la hospitalidad abrió sus corazones y en ellos se hizo presente Jesús que caminaba a su lado sin ellos saberlo. En su alegría correrán de nuevo a Jerusalén – no importa ya la noche – para anunciar la experiencia que habían tenido de su encuentro con Jesús y cómo de nuevo renacían sus esperanzas.
Es el camino de nuestra vida, el que recorremos tantas veces y en el que tendríamos que saber descubrir la presencia de Jesús. Vamos demasiado enfrascados en nosotros mismos, en lo que vivimos, lo que son nuestros problemas y nuestras angustias, lo que son nuestras luchas de cada día, lo que son las esperanzas que vivimos en unos momentos pero también las desilusiones que nos aparecen de pronto tantas veces. Nos parece que vamos solos, pero junto a nosotros está y no lo conocemos.
Despertemos nuestra fe. Una fe que no se queda encerrada en unos conceptos que podamos plasmar quizá en unos libros; una fe que tiene que envolver totalmente nuestra vida; una fe que nos abre a la luz, a la vida, al amor, a la acogida, a la hospitalidad, que nos abre a Jesús que llega a nosotros de mil maneras, a Jesús que está a nuestro lado en los hermanos que hacen el camino con nosotros.
Cristo resucitado nos envuelva con su luz.

martes, 23 de abril de 2019

Despertemos también nuestro amor para que nuestros ojos y nuestros oídos se abran de nuevo y seamos capaces de reconocer la luz de Cristo resucitado


Despertemos también nuestro amor para que nuestros ojos y nuestros oídos se abran de nuevo y seamos capaces de reconocer la luz de Cristo resucitado

Hechos 2,36-41; Sal 32; Juan 20,11-18
‘Fuera del sepulcro lloraba María…’ ¿Por qué llora María? ¿Qué es lo que busca María?
Es lo que le preguntan y nosotros también quizás se lo preguntamos, pero también tenemos que preguntárnoslo a nosotros mismos. Andamos tantas veces en la vida con nuestros llantos. Alguien apareció por allí y tanto era su desconsuelo y tantas eran sus lágrimas que no se da cuenta ni de quién se acerca a ella. Piensa que es el encargado del huerto. ¿Dónde lo has puesto? ¿A dónde lo has llevado? ¿Por qué lo has sacado de este sepulcro donde con tanto mimo lo colocamos en la tarde del viernes en nuestros apuros y no lo embalsamos convenientemente por las prisas?
Allí habían llegado aquella mañana, muy temprano, aquel grupo de buenas mujeres con más buena voluntad que fuerzas. No habían caído en la cuenta que necesitaban alguien fuerte que corriera la piedra de la entrada del sepulcro. Pero la piedra estaba corrida y dentro no estaba el cuerpo de Jesús. Aunque los ángeles les habían dicho que no buscaran entre los muertos al que vive, unas habían corrido a llevar la noticia a los discípulos aun encerrados en el cenáculo, pero ella se había quedado allí llorando esperando encontrar quien le diera razones, quien le dijera donde estaba el cuerpo de Jesús. No entendía lo que pasaba.
Tantas veces nos ofuscamos en lo negro, nos quedamos en lo negativo, nos agobiamos con los problemas, se nos viene el mundo encima cuando no salen las cosas como nosotros queríamos, y no somos capaces de ver ni el más mínimo resquicio de luz. Todo nos parecerá oscuro siempre. Parece que nosotros también nos enterramos en la muerte. Todo se nos vuelve oscuro y negativo. Cuántas depresiones nos absorben el sentido cuando los problemas se nos acumulan.
Y si caminamos en negativo, en sombras, todo se nos volverá más negativo y parece que las sombras se crecen. Terminamos muriendo del todo. Son los problemas de la vida, son las inquietudes y dudas que nos meten por dentro en el camino de nuestra fe, es la mirada con que miramos al mundo y sus problemas, es lo incomprensibles que se nos pueden volver muchas veces las cosas y los problemas que descubrimos también en nuestra comunidad cristiana, en la Iglesia. Y con nuestras dudas sentimos la tentación de dejarlo todo, de abandonar los caminos que hemos querido emprender, dejar de lado los compromisos que en un momento habíamos adquirido con buena voluntad, pero que solo la buena voluntad no basta, porque es necesario algo más.
Se nos adormece a veces nuestra fe; ya no sabemos ver ni escuchar aquello que un día nos dio vida, porque ahora todo nos parece muerte. Amamos y queremos seguir amando, pero parece que el mundo desaparece bajo nuestros pies y no sabemos en que apoyarnos, encontrar aquello que de verdad nos sostiene y que fue verdadera luz de nuestra vida un día. El peso de la cruz de nuestros problemas y oscuridades parece que cae como una losa sobre nosotros.
¿Sería algo así lo que le estaba pasando a María Magdalena? Ella había sido una mujer pecadora y un día se había encontrado con la luz. Sintió lo que era el verdadero amor y lo encontró a Jesús. Ahora no vivía sino para amar y para servir. Por eso iba siempre formando parte de aquel cortejo de los que seguían a Jesús. Tanto era su amor y sus deseos de no separarse de El que fue los pocos que lo siguieron hasta el calvario. Allí a los pies de la cruz nos cuentan los evangelistas que con otras mujeres y con Maria, la Madre de Jesús, estaba la Magdalena.
Creía a Jesús, creía en sus palabras, lo amaba profundamente, pero como nos sucede tanta veces la muerte nos descoloca, nos hace perder el tino, el sentido de la vida, todos se nos derrumba. Era lo que estaba viviendo. En su amor con las otras mujeres pasado el sábado a primera hora del primer día de la semana había venido hasta el sepulcro. Buscaban cómo embalsamar el cuerpo muerto de Jesús, pero allí no estaba. Más grande fue su desorientación y desconcierto. Allí quedó a la puerta de la tumba llorando y buscando el cuerpo de Jesús. Y Jesús estaba ante ella y ella no lo reconoció. Por eso el diálogo con quien creía que era el hortelano.
Bastó sin embargo la voz de Jesús que la llamaba por su nombre, para que se le abrieran los ojos. ‘¡Rabonni, Maestro!’, fue su grito y su despertar. Reconoció la voz del Jesús. Era el amor que se despertaba. Despertemos también nuestro amor para que nuestros ojos y nuestros oídos se abran de nuevo y seamos capaces de reconocer la luz, de reconocer a Jesús que por muchas que sean las negruras El está ahí a nuestro lado. Es el Señor que vive y que nos da vida.
No busquemos entre los muertos al que vive. Sepamos ver a Jesús vivo que viene a nuestro encuentro para llenarnos de vida, para disipar sombras, para abrirnos el corazón, para hacernos sentir la fuerza de su Espíritu.

lunes, 22 de abril de 2019

No le hagamos el juego al mundo que quiere la fe encerrada en el sepulcro sino que valientemente anunciemos la buena nueva de Jesús Resucitado


No le hagamos el juego al mundo que quiere la fe encerrada en el sepulcro sino que valientemente anunciemos la buena nueva de Jesús Resucitado

Hechos 2,14.22-33; Sal. 15; Mateo 28,8-15
‘Las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos…’ Seguimos viviendo la alegría de la Pascua. Nos contagiamos en el evangelio de la alegría que, primero las mujeres que fueron las primeras testigos y luego el resto de los discípulos, nos van transmitiendo.
Había ido al sepulcro solo con la preocupación de embalsar el cuerpo muerto de Jesús. La sorpresa fue grande porque la piedra estaba corrida y el sepulcro vacío; pero unos Ángeles del Señor les manifiestan que no busquen allí al crucificado. Ha resucitado y han de ir a comunicarlo a los discípulos.
Es la alegría con que corrían saliendo del huerto pero de pronto se encuentran con Jesús que les sale al paso. Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies’, nos relata el evangelista. Y reciben el mismo encargo, han de ser misioneras que comuniquen la buena noticia; nos enviadas también al encuentro con los demás discípulos para trasmitirle lo que han vivido, se han encontrado con Jesús resucitado.
Es importante esta alegría que vivimos al celebrar la Pascua de la resurrección del Señor. Pero hemos de fijarnos que siempre hay una misión. Los que tienen la experiencia de la resurrección no se pueden quedar con la noticia, con la experiencia para ellos; han de ir a comunicar, se convierten en mensajeros, misioneros de la Buena Noticia de la Resurrección. Es lo que nosotros tenemos que vivir. Ni nos podemos quedar encerrados en nuestras iglesias con nuestras celebraciones, ni nos podemos guardar esa alegría para nosotros.
No es fácil. Son muchos los que celebran de mil formas la semana santa. Son pocos los misioneros de la pascua. ¿Será para muchos como un paréntesis en la vida? Esta semana toca esto, y cerramos el paréntesis y seguimos con otra cosa, o seguimos con las cosas que nos ocupaban o preocupaban de antes como si nada hubiera pasado. Seguimos con la losa del sepulcro echada para mantenerlo bien cerrado. Inconscientemente los cristianos le hacemos el juego al mundo. Como aquellos sumos sacerdotes queremos poner guardias a la puerta del sepulcro  de Jesús para que no sea corrida la piedra, para dejarlo bien enterrado.
Es lo que gran parte de nuestra sociedad quiere realizar hoy con la fe, con la Iglesia, con los cristianos. Nos permiten acaso que tengamos unos días especiales y hagamos nuestras celebraciones de semana santa y hasta contribuyen a nuestras espectaculares procesiones y las convierten quizá hasta en fiestas de interés turístico. Pero cuando termina todo, a otra cosa. Quieren bien enterrada la fe, quieren bien enterrada la Iglesia, quieren bien calladitos a los cristianos.
La Iglesia no puede hablar porque enseguida la tacharán de no sé cuantas cosas, que si hacemos propaganda, que si eso son cosas de otro tiempo…. se montarán buenas campañas de desprestigio de la Iglesia y se aprovechará cualquier fallo o debilidad para hundir y para destruir, la voz de los cristianos más comprometidos se tratará de apagar o hacer que suene en segundo término para que no sean escuchados y ya sabemos cuantas cosas más en ese sentido nos vamos a encontrar.
No podemos hacerle el juego a nuestro mundo y creo que en eso estamos fallando con nuestra cobardía y con nuestras complacencias a tantas cosas siguiendo su rumbo o la hoja de ruta – como ahora se dice – que nos tienen trazada. Tenemos que levantar valientemente nuestra voz, pero la voz autentica del evangelio. No olvidemos lo que hoy escuchamos en el evangelio, aquellas mujeres, testigos de la resurrección de Jesús, fueron enviadas inmediatamente con la misión de anunciar al mundo que Jesús había resucitado. Es lo que tenemos que hacer.

domingo, 21 de abril de 2019

Pasemos la página de la tristeza para encontrarnos en la mañana luminosa de la resurrección llenando de la alegría de la Pascua al mundo que nos rodea




Pasemos la página de la tristeza para encontrarnos en la mañana luminosa de la resurrección llenando de la alegría de la Pascua al mundo que nos rodea

Lucas 24, 1-12
‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea: El Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitará’.
Nos preguntábamos en la tarde del Viernes Santo a quién buscábamos. Más bien era la pregunta que Jesús les hacía a los que habían ido a prenderle en Getsemaní. ‘¿A quién buscáis?’ y habían respondido ‘a Jesús, el Nazareno’. Sigue latente la pregunta. ¿A quién buscamos? ¿A quién buscaban aquellas mujeres que habían ido al sepulcro bien temprano en aquel primer día de la semana? O tenemos quizá que decir ¿a quien buscamos nosotros que venimos esta noche a esta vigilia pascual o a quienes nos reunimos en la mañana de pascua en cualquiera de nuestras celebraciones?
Podemos seguir buscando simplemente el crucificado, podemos seguir buscando un cuerpo muerto en el sepulcro como aquellas mujeres, que incluso se preguntaban cómo podrían descorrer la piedra de la entrada del sepulcro. Incluso con lo importante que es demasiado nos quedamos nosotros en la página del dolor y de la tragedia de contemplar a un cuerpo de Jesús traspasado de dolor entre las sombras de una pasión y muerte y clavado en una cruz y no hemos terminado de pasar la página para encontrarnos de verdad en la mañana luminosa de la resurrección.
En esta noche o en este día de pascua tenemos que terminar de aprender a pasar esa página, porque en verdad hemos de creernos las palabras de Jesús, lo que El había anunciado. Los ángeles aparecidos junto a la tumba vacío fueron buenos maestros para aquellas mujeres y les dejaron un encargo que habían de anunciar. Tenían que anunciar a los demás discípulos que en verdad ya el sepulcro estaba vacío para siempre. ‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado’.
Y recordaron y creyeron en las palabras de Jesús y corrieron a anunciarlo a los discípulos, aunque todavía estos, incrédulos como tantas veces nos sucede, demasiadas tendríamos que decir, corrieran de nuevo al sepulcro para comprobar la veracidad de las palabras que les anunciaban que les parecían más bien ensoñaciones de mujeres, lo ‘tomaron por un delirio’, como lo comenta el evangelista. Pero no lo era; era verdad, el sepulcro estaba vacío, Cristo había resucitado.
Es la certeza con la que tenemos que salir de aquí esta noche o amanecer en el día luminoso de la pascua. ‘No está aquí. Ha resucitado’. Y también tenemos que correr – la mañana de pascua la llamo yo la de las carreras – para salir de nuestros templos, para salirnos de las cosas de siempre, para ir al encuentro con los demás, para anunciarles que en verdad Cristo ha resucitado.
No temamos que nos tomen por locos, o nos digan que es un delirio el que nos absorbe. Nos lo van a decir, nos vamos a encontrar gente que es indiferente a lo que nosotros le podamos anunciar, o que incluso siendo muy religiosa nos pongan en duda lo que nosotros les queremos anunciar. Nosotros tenemos que ir con la experiencia de una vivencia. Lo que nosotros experimentamos dentro de nosotros mismos aunque nos pongan mil razones en contra no deja de ser una experiencia que nosotros vivimos y que no podemos callar. Y esa experiencia luego la vamos a traducir en nuestra nueva vida, en ese compromiso que vamos a vivir por hacer ese mundo nuevo, porque ya tenemos la certeza de que es posible.
Y lo vamos a proclamar con nuestras obras de amor, con esos nuevos gestos que realicemos, con ese nuevo compromiso en el que nos implicamos por hacer que desde el amor nuestro mundo sea mejor; y lo vamos a manifestar a través de esa nueva comunión que vivamos entre los hermanos que nos sentimos una familia, que nos sentimos una nueva comunidad; y lo vamos a proclamar con esa nueva lucha por hacer que todos seamos mejores, aunque tantas veces nos sintamos débiles, y vamos derramando amor y misericordia, comprensión y paz allá por donde vayamos porque queremos creer en el hombre, en toda persona, en la bondad de la vida, y seremos capaces de ir remediando males, uniendo voluntades, creando lazos de una nueva amistad donde todos nos aceptemos y nos respetemos, nos valoremos y seamos capaces de contar los unos con los otros.
Es la fuerza del Espíritu de Cristo resucitado que sentimos dentro de nosotros y nos impulsa a ese amor y a esa vida nueva. Es la fuerza de Cristo resucitado que nos impulsa a hacer también una comunidad nueva, una Iglesia nueva que con el testimonio de cada uno de nosotros anuncia sin cesar el evangelio de Cristo resucitado en quien tenemos la salvación y con quien sabemos que podemos en verdad realizar el Reino nuevo de Dios.
Hoy es un día de inmensa alegría. Es la alegría de la Pascua, el paso salvador del Señor. Con gozo y con fuerza cantamos el Aleluya de la resurrección. Cómo tenemos que contagiar de esa alegría al mundo que muere en tanta tristeza porque sigue habiendo demasiada tristeza y amargura en los corazones de los hombres. Tenemos una alegría que anunciar, un Aleluya que gritar, una buena nueva que anunciar, Cristo ha resucitado. Tenemos que arrancarnos de la sombra de la muerte porque con Cristo nosotros hemos renacido también a una vida nueva. Es la Pascua, es el paso del Señor. Anunciamos a Cristo crucificado pero resucitado. Anunciamos la Vida porque anunciamos a Cristo resucitado.
Es verdad, ¡ha resucitado el Señor! ¡Alegría, hermanos!