jueves, 25 de abril de 2019

Tenemos que imbuirnos profundamente del evangelio de Jesús para que no se tambalee nuestra fe frente a las dudas e influencias mundanas que podamos recibir


Tenemos que imbuirnos profundamente del evangelio de Jesús para que no se tambalee nuestra fe frente a las dudas e influencias mundanas que podamos recibir

Hechos 3, 11-26; Sal 8; Lucas 24, 35-48
Hay ocasiones en que la sorpresa, a pesar de que era algo que esperábamos o deseábamos, nos deja mudos y como alelados. Lo esperábamos y lo deseábamos, pero nos sorprende, no nos lo creíamos ni ahora cuando lo tenemos delante terminamos de creer. Ante una cosa así no sabemos si reír o llorar, no sabemos qué decir, se nos reseca la garganta y no nos salen las palabras, pero en el fondo estamos felices, alegres, contentos. Y no digamos nada cuando para llegar a ese momento hemos tenido que pasar precisamente malos momentos, que nos habían llenado de cierta amargura y mucha tristeza.
Creo que algo así les estaba pasando a los discípulos en aquel primer día de la semana. Muchas son las emociones que van viviendo con las noticias que les llegan de unos y otros y ahora la sorpresa es grande cuando Jesús aparece en medio de ellos. Primero las noticias de las mujeres, el encontrarse el sepulcro vacío, las apariciones de ángeles, ahora son los discípulos que se han marchado a Emaús que llegan bien entrada la noche con la noticia de que Jesús ha estado con ellos en el camino y como lo han reconocido al partir el pan, y en medio de todo esto aparece Jesús. No es para menos quedarse mudos de estupor y que por la cabeza pasen muchas cosas.
‘Paz a vosotros. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: - ¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos…’
Dudas, miedos, estupor, alegría… y no se lo terminaban de creer. Jesús les pide algo de comida y ellos le ofrecen. Para disipar dudas, no es un fantasma. Es Jesús. ‘Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras’.
Con Jesús resucitado y con la fuerza de su Espíritu ya podremos comprender muchas cosas, ya tenemos también el espíritu abierto para entender las Escrituras. ‘Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’.
Es lo que nosotros ahora también tenemos que vivir. No nos podemos encerrar en nuestras dudas o en nuestros temores. Muchos podrán seguir apareciendo en nuestra vida que se nos puede llenar de confusiones influido por el mundo que nos rodea. Muchas son las influencias que podemos recibir de la increencia y agnosticismo que tenemos a nuestro alrededor y comenzaríamos a hacernos muchas interpretaciones de Jesús y de su evangelio.
Pero tenemos que mantener la firmeza de nuestra fe. Porque tenemos que ser testigos, y testigos ante ese mundo de increencia que nos encontramos incluso entre los que se llaman cristianos y hasta en el seno de la misma Iglesia influida por el espíritu del mundo. Nos dejamos contagiar fácilmente cuando no nos hemos formado debidamente y nos hemos quedado quizás en una fe demasiado infantilizada. Es la madurez del espíritu que tanto necesitamos. Tenemos que imbuirnos de verdad, profundamente, del evangelio de Jesús para que no se tambalee nuestra fe.

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