miércoles, 24 de abril de 2019

Una fe que nos abre a la luz, a la vida, al amor, a la acogida, a la hospitalidad, que nos abre a Jesús que está a nuestro lado en los hermanos que hacen el camino con nosotros


Una fe que nos abre a la luz, a la vida, al amor, a la acogida, a la hospitalidad, que nos abre a Jesús que está a nuestro lado en los hermanos que hacen el camino con nosotros

Hechos 3,1-10; Sal 104;  Lucas 24,13-35
Hay acontecimientos, hay cosas que nos suceden en la vida que nos dejan planchados, nos llenan de desilusión y parece que se nos pierden las esperanzas. Esperábamos algo bueno y nos sucede lo contrario; habíamos puesto la esperanza en un proyecto que trabajábamos con ilusión y sucede algo que no nos deja realizarlo o parece que la vida se nos hace imposible; habíamos puesto la confianza en una persona, pero luego descubrimos que las cosas no eran como aparentaban porque nos falló.
Y en esos momentos de desilusión todo se nos vuelve negro y hasta nos cuesta pensar, o encontrar algo positivo por lo que seguir luchando; tenemos la tentación de la huída, de dejarlo todo, de olvidarnos de aquellas ilusiones que teníamos en la vida, y la cabeza nos da vueltas y más vueltas sin encontrar un rayo de luz. Puede haber a nuestro lado cosas muy positivas, pero  no somos capaces de verlo, no tenemos ánimos para tratar de recomenzar de nuevo y poner la ilusión en algo nuevo.
Se nos ciegan los ojos y se nos ciega la mente. Alguna vez habremos pasado por algo así, o contemplamos a alguien a nuestro alrededor que cae en esas depresiones. ¿Cómo levantarnos? ¿Cómo ayudar al que vemos que se encuentra en una situación así?
Así iban en la tarde aquellos dos discípulos que hacían el camino de Emaús. Ya desde la mañana y la tarde del viernes habían aparecido los miedos y comenzaba a caminar el desánimo en sus corazones. Por el descanso sabático encerrados se habían quedado y en la mañana de aquel primer día de la semana aunque llegaban algunas noticias por parte de las mujeres que decían que el sepulcro estaba vacío y hablaban de visiones de ángeles habían aguantado pero ahora se habían marchado camino de su pueblo. Pero en su mente y en sus conversaciones no hay otros pensamientos ni otras palabras sino repetirse una y otra vez todo lo que había sucedido.
Les había alcanzado un caminante que se había puesto a su lado. Intentando entrar en conversación les pregunta qué les pasa que los ve tan sombríos y cabizbajos. ‘¿Eres tú el único que en Jerusalén no se ha enterado de lo que pasa en estos días?' Fue la respuesta. Y le explican lo sucedido y cómo sus esperanzas están por los suelos. ‘Nosotros esperábamos que El fuera el futuro liberador de Israel’, le manifiestan.
Y aquel caminante desconocido – ellos no se habían fijado en quien era – comienza a explicarles todo lo que en la Escritura estaba anunciado y que en Jesús se cumplía. Iban tan absortos en sus explicaciones – mas tarde dirían que les ardía el corazón por dentro mientas les hablaba – que entraba la noche, pero ellos llegaban a su destino. El que les acompañaba hizo ademán de querer seguir adelante en su camino y ahora son ellos los que olvidando sus preocupaciones tratan de convencerle que se quede que los caminos con peligrosos en la noche.
‘Quédate con nosotros por atardece’, le ofrecen y abren las puertas de sus casas en gesto de hospitalidad para que permanezca con ellos y no siga el camino. Se sentían tan a gusto con El, aunque aun no lo habían reconocido. En su hospitalidad y acogida pronto estarán sentados a la mesa compartiendo el pan. Y será entonces cuando reconozcan a Jesús, se les abran los ojos. El amor de la acogida y la hospitalidad abrió sus corazones y en ellos se hizo presente Jesús que caminaba a su lado sin ellos saberlo. En su alegría correrán de nuevo a Jerusalén – no importa ya la noche – para anunciar la experiencia que habían tenido de su encuentro con Jesús y cómo de nuevo renacían sus esperanzas.
Es el camino de nuestra vida, el que recorremos tantas veces y en el que tendríamos que saber descubrir la presencia de Jesús. Vamos demasiado enfrascados en nosotros mismos, en lo que vivimos, lo que son nuestros problemas y nuestras angustias, lo que son nuestras luchas de cada día, lo que son las esperanzas que vivimos en unos momentos pero también las desilusiones que nos aparecen de pronto tantas veces. Nos parece que vamos solos, pero junto a nosotros está y no lo conocemos.
Despertemos nuestra fe. Una fe que no se queda encerrada en unos conceptos que podamos plasmar quizá en unos libros; una fe que tiene que envolver totalmente nuestra vida; una fe que nos abre a la luz, a la vida, al amor, a la acogida, a la hospitalidad, que nos abre a Jesús que llega a nosotros de mil maneras, a Jesús que está a nuestro lado en los hermanos que hacen el camino con nosotros.
Cristo resucitado nos envuelva con su luz.

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