sábado, 16 de febrero de 2019

Hay muchos panes de humanidad en nosotros que compartiéndolos con los demás crearíamos una hermosa cadena de amor para hacer mejor nuestro mundo


Hay muchos panes de humanidad en nosotros que compartiéndolos con los demás crearíamos una hermosa cadena de amor para hacer mejor nuestro mundo

Génesis 3,9-24; Sal 89; Marcos 8,1-10
Los que tenemos asegurados los garbanzos de cada día – es un decir – nos sentimos seguros de nosotros mismos y tenemos el peligro de perder la sensibilidad para darnos cuenta que no todos lo tienen asegurado y pasarán necesidad. Quizá en momentos de campañas especial, como la de la lucha contra el Hambre en el Mundo, celebrada hace pocos semanas, podemos pensar en quienes están pasando esa necesidad, pero los vemos lejos, son cosas que suceden en otros países y aunque en esos momentos quizás no sentimos compasivos pronto esas imágenes se nos quedarán en el olvido. Y esas necesidades, esos problemas pueden estar, y de hecho están, ahí muy cercanas a nosotros pero no siempre tenemos los ojos abiertos como verlas y disponernos a hacer algo.
Estamos hablando del pan material, de esas necesidades materiales como pueda ser la comida y muchas veces solo pensamos en remedios materiales que solucionen los problemas y nos contentamos con dar unas monedas como una contribución de nuestra parte. Pero quizá en nuestra referencia a necesidades que puedan estar pasando las personas tendríamos que abrir nuestros horizontes y darnos cuenta que pueden ser muchas las carencias humanas que tienen tantos y que no siempre se remedian con unas monedas o con un pan material que podamos compartir.
Creo que podemos ser conscientes de que el entorno de la pobreza va acompañado de muchas necesidades que en lo humano pueden hacer sufrir a las personas; fácilmente aparece la soledad y el aislamiento, la falta de metas e ideales que nos den fuerza por dentro y sean un fuego dentro de nosotros que nos impulse a luchar por una mayor dignidad de las personas con todo lo que entraña vivir una vida digna. Podemos encontrarnos con personas luchadoras pero también con quien se siente derrotado ya de antemano y no tiene fuerzas para luchar y hay metas en su vida que le hagan levantar el espíritu a algo nuevo y mejor.
‘¿Dónde compraremos panes para alimentar a toda esta gente?’, se preguntaban los discípulos cuando Jesús les hizo ver la situación en la que se encontraba aquella multitud que le había seguido, que como diría en otro momento se encontraban desorientados y abandonas como quien no tiene un pastor que les guíe. No podemos despedirlos en esta situación porque desfallecerían por camino, les dice Jesús y creo que eso nos tendría que hacer pensar a nosotros también.
Desfallecen de hambre, pero desfallecen cuando han perdido las esperanzas, cuando ya no quedan fuerzas para luchar, cuando no vemos caminos que se pueden abrir delante de nosotros y nos hagan caminar a algo nuevo y mejor, cuando hay carencia de valores en la persona y nos sentimos embrutecidos solo con el deseo de lo material, cuando nos sentimos aislados y como perdidos en la vida porque no tenemos un norte que nos guíe o algo que de un sentido profundo a la vida. Así podemos ver a tantos desfallecidos en los caminos de la vida y que yo no buscan lo que sea lo mejor, sino solo lo que les dé satisfacciones momentáneas; recordemos a tantos arrastrados en el torbellino del alcohol, la droga, o simplemente disfrutar del sexo sea como sea como una satisfacción de la vida.
‘¿Cuántos panes tenéis?’ Es la pregunta de Jesús entonces y ahora. Ante la amplitud de las necesidades nos puede parecer poco lo que tenemos. Los discípulos le dijeron que solo tenían seis panes pero con aquellos seis panes se obró el milagro. Tenemos que convencernos de que aunque nos parezca que tenemos pocos panes, que somos pocos, que poco es lo que nos parece que nosotros podemos aportar, comencemos como aquellos discípulos a compartir lo que tenemos. Y ya sabemos que ahora no estamos hablando de unos medios económicos o materiales. En nosotros que seguimos a Jesús hay algo, porque de lo contrario no lo estaríamos siguiendo. Pues eso poco que tenemos, esos valores que hay en nuestra vida aunque nos parezcan insignificantes tenemos que comenzar a compartir.
¿No podemos trasmitir la fe y la esperanza con que vivimos? ¿No podemos compartir lo que nosotros somos con nuestro tiempo, nuestros pensamientos, nuestras ganas de hacer algo, nuestra sensibilidad, nuestros valores? Ya veíamos antes cuantas son las carencias con las que nos podemos encontrar y ahí podemos poner una semilla, un granito de trigo, ese poquito de pan que es nuestra vida.
Y la gente comió y quedó satisfecha y hasta sobraron trozos de pan que se recogieron para que no se desperdiciaran. Tenemos que aprender. Y no es solo que no podemos tirar alimentos mientras que hay gente que pasa necesidad en el mundo, sino que eso bueno que podemos insuflar en el espíritu de los demás será semilla que germine y florezca para beneficiar a tantos más en nuestro mundo. Qué cadena de amor más hermosa podríamos estar construyendo.

viernes, 15 de febrero de 2019

Que ponga su mano el Señor sobre nosotros para que abramos los oídos del corazón para sentir la llamada del Señor a ir al encuentro con los demás



Que ponga su mano el Señor sobre nosotros para que abramos los oídos del corazón para sentir la llamada del Señor a ir al encuentro con los demás

Génesis 3,1-8; Sal 31; Marcos 7,31 37
‘Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos’. Jesús está caminando fuera de la tierra de los judíos, va atravesando por Tiro y por Sidón, lugares de la gentilidad. Le presentan un sordomudo para que le imponga las manos y lo cure, para que pueda oír y hablar.
Una barrera grande el ser sordo; un mundo de incomunicación y de aislamiento. Ya sabemos como hoy luchan los sordomudos por encontrar un sitio en la sociedad y hacerse entender; se va extendiendo hoy el lenguaje de signos para facilitar esa comunicación y no solo ellos puedan hacerse entender, sino que también puedan entender lo que nosotros decimos y expresamos con nuestra voz. Tendríamos que pensar en aquellos momentos lo difícil que sería la comunicación y el mundo de aislamiento en que vivían. Cuando se enteran que hay alguien que pueda curarlos, que pueda hacerlos oír y comunicarse vemos cómo acuden a Jesús.
Hay limitaciones físicas, como pueda ser esa sordera natural, que nos impiden entrar en relación y comunicarnos, pero también reconocemos que somos nosotros también muchas veces los que ponemos esas limitaciones. No queremos escuchar, aunque oigamos. Los sonidos pueden llegar a nuestras orejas, por decirlo así, pero somos nosotros los que cerramos nuestros oídos, o cerramos nuestra vida porque no queremos oír, porque no nos interesa oír, porque no queremos enterarnos, porque preferimos aislarnos quizá para no comprometernos.
Hoy vamos nosotros a acudir también a Jesús con nuestras sorderas. Espiritualmente tenemos el peligro de insensibilizarnos; dejamos a un lado las cosas del espíritu para ocuparnos más de las cosas materiales y nos embrutecemos encerrándonos en nosotros mismos, en nuestras cosas o intereses, en lo material como si ahí tuviéramos toda la satisfacción para nuestra vida.
Vamos a acudir a Jesús para que ponga su mano sobre nosotros porque necesitamos salir de esa insensibilidad espiritual, de esa sordera a las cosas de Dios en que nos hemos encerrado; somos sordos a su Palabra, somos sordos que cerramos los oídos del corazón a las inspiraciones del Espíritu Santo que nos quiere llevar por otros caminos.
Vamos a acudir a Jesús para que nos abra los oídos y aprendamos a ir al encuentro con los demás, a sintonizar con el hermano, para que seamos capaces de dar tiempo para la escucha, para oír el lamento de tantos que sufren en nuestro entorno pero que tan preocupados que vamos solo por lo que nos pasa a nosotros no somos capaces de escuchar.
Que ponga el Señor su mano sobre nosotros, para que arrojemos de nosotros esas turbulencias interiores de tantas cosas que quieren acallar la voz de Dios en nuestro corazón.
Señor, que pueda oír, oír tu Palabra, oír la inspiración del Espíritu, oír la Buena Nueva del Evangelio de salvación que me ofreces.

jueves, 14 de febrero de 2019

Traduzcamos verdaderos gestos de amor tantas palabras bonitas que nos decimos estos días, para que no sean palabras falaces que se las lleva el viento, mientras seguimos envueltos en las mismas soledades



Traduzcamos verdaderos gestos de amor tantas palabras bonitas que nos decimos estos días, para que no sean palabras falaces que se las lleva el viento, mientras seguimos envueltos en las mismas soledades

Hechos de los apóstoles 13,46-49; Sal 116; Lucas 10,1-9
A estas tempranas horas de la mañana en que me siento a escribir esta reflexión de la semilla de cada día no sé cuantos corazones floreados y atravesados por flechas del amor he recibido ya con múltiples felicitaciones de mis amigos en el día del amor y de la amistad. Confieso que soy alérgico a este tipo de ‘días’ en que celebramos tantas cosas porque uno no sabe qué viene motivado por detrás y quienes son los que mueven los hilos de estas celebraciones.
Sin embargo he tratado de reaccionar a esta alergia y tratar de mirar en positivo estas cosas. Es bonito, sí, que nos felicitemos por el amor y la amistad, es bonito que nos felicitemos por tener amigos, sentir el aprecio que muchos pueden tener por nosotros y que nos lo manifiestan, quizá cayendo en esta espiral muchas veces engendrada por motivaciones publicitarias y económicas, pero que al menos hace que un amigo tenga un recuerdo de ti y manifieste esos buenos deseos de que la amistad no se pierda sino perdure. Es bonito celebrar onomásticas, cumpleaños, fechas que nos recuerdan cosas buenas y positivas de la vida, porque eso también nos hace caminar con ilusión alejando nubes oscuras de desaliento o del olvido.
Sí, feliz día del amor y de la amistad, y que este día acreciente en nosotros esos buenos deseos, que se mantenga vivo el recuerdo de los amigos y de los seres que nos aman, pero que cultivemos cada día esos sentimientos y seamos capaces de vivir emocionados porque sabemos que tenemos amigos que nos quieren, que están a nuestro lado en las duras y en las maduras, y que ese fuego de amor que ponemos en el amigo haga que crezca más y más esa hoguera de amor que incendie nuestro mundo para que todos queriéndonos seamos mas felices y hagamos felices también a cuantos nos rodean.
No quiero alejarme de lo que motiva esta semilla que quiere sembrar cada día por esos medios y que siempre tiene su fuente en la Palabra de Dios que cada día se nos ofrece como alimento de nuestra vida. Por mi parte esa siembra que cada día pretendo realizar arranca de esos deseos de amor y de paz para todos, para mis amigos y para cuantos se acercan a esta página, porque quiero con ello ir sembrando esa buena semilla que  nos ayude a ser mejores, que nos ayude a hacer un mundo más feliz para todos.
Aunque todos recuerdan este día por el día de san Valentín, sin embargo la liturgia de la Iglesia que también hace memoria de ese santo, celebra de manera especial a dos santos que son considerados también patronos de Europa por la tarea evangelizadora y transformadora de la sociedad de su tiempo que realizaron. Celebramos hoy a San Cirilo y san Metodio, dos monjes orientales que sembraron el evangelio en grandes regiones de Europa.
Y el evangelio que se nos propone en esta fiesta es precisamente el envío de los discípulos dedos en dos a hacer el anuncio del Reino. Nada han de llevar para el camino y su mensaje es el mensaje de la paz y del amor, señales que son del Reino de Dios. Un mensaje siempre actual, un mensaje que tanto necesitamos escuchar los hombres y mujeres de hoy, un mensaje que no se puede quedar nunca en bonitas palabras y deseos, sino que tiene que ser un compromiso que llevemos con la vida. 
Hoy, en este día del amor y de la amistad, es algo que repetimos hasta la saciedad, pero me pregunto si acaso a pesar de que tanto hablamos del amor y de la amistad, sin embargo no estaremos huérfanos de ella, no seguiremos con demasiadas soledades en la vida, con tantas carencias de un amor verdadero aunque tanto porfiemos por él. Tenemos que buscar la sinceridad de nuestras vidas, de nuestras palabras y de nuestras actitudes.
Todo eso bonito que nos decimos hoy tenemos que hacerlo palpable, sí, que el otro note que lo amamos con un amor verdadero, que tengamos verdaderos gestos de amor, de amistad, de cercanía, de compañía, de caminar juntos, de tendernos seriamente nuestras manos para no dejar que el amigo caiga o camine solo.
Traduzcamos verdaderos gestos de amor tantas palabras bonitas que nos decimos estos días, pero de lo contrario todo sería vaciedad sin sentido, palabras falaces que se las lleva el viento, mientras seguimos envueltos en las mismas soledades.

miércoles, 13 de febrero de 2019

Purifiquemos el corazón para que sea un cristal limpio y brillante con el que miremos a los demás y lo que hacen viéndolo siempre con un sentido positivo



Purifiquemos el corazón para que sea un cristal limpio y brillante con el que miremos a los demás y lo que hacen viéndolo siempre con un sentido positivo

Génesis 2,4b-9.15-17; Sal 103; Marcos 7,14-23
Se suele decir que cada uno ve las cosas según el color del cristal a través del cual mira; bien sabemos que si tenemos los cristales opacos veremos todo con esa opacidad, esa falta de brillo y de luz, con unos cristales limpios veremos más nítidamente y con una claridad más natural las cosas. Algunos utilizamos los cristales de nuestras lentes, de nuestras gafas como decimos normalmente al menos entre nosotros, con un tratamiento que hace que por la fuerza de la luz solar los cristales se oscurezcan, decimos que para no molestar a nuestros ojos, pero bien sabemos que vemos las cosas con una oscuridad no natural y también tenemos la experiencia que si nuestros cristales están con suciedad o polvo en el contraste de la luz del sol muchas veces se nos convierten como en espejos que más que ver claramente lo externo casi nos vemos a nosotros mismos.
Pero los cristales con que miramos la vida no son los de una ventana a través de la que miremos o los de nuestras gafas con tantos tratamientos y matices de colores que les podemos dar. Los cristales de la vida es lo que llevamos en nuestro interior y bien sabemos que el egoísta no mirará a lo que hay alrededor sino desde su egoísmo acaparador, o los prejuicios que tengamos en nuestro interior desde intereses particulares, ideologías que nos absorben la mente y el corazón nos llevarán a juzgar a los demás desde esos criterios interesados y cuando no coinciden con nuestra idea o interés todo lo que veamos en el otro lo veremos con mirada turbia poniendo en los demás los intereses malignos que llevemos en el corazón.
¿Por qué no somos capaces de valorar lo bueno que hace el otro, lo que ha acertado en su manera de actuar, y siempre estaremos poniendo objeciones al actuar de los que no piensan como nosotros y viéndolo todo desde un sentido negativo? Nos pasa con el consideramos nuestro contrincante o adversario en cuestiones, por ejemplo, sociales o políticas, con el que no sabremos colaborar nunca en lo que plantea desde sus ideas para bien de la sociedad, y a quien veremos siempre casi como un enemigo al que si pudiéramos hacíamos desaparecer. Así vivimos enfrentados en lugar de ser capaces de ponernos de acuerdo y colaborar, mejorando también en lo que hiciera falta de parte y parte, para lograr un bien común. En lugar de colaborar tenemos más bien deseos de destruir todo lo que hago el otro desde otro signo.
Creo que todos podemos entender lo que estamos reflexionando y tendría que hacernos pensar para ser capaces de trabajar de verdad por un bien común que mejore la vida de nuestra sociedad. Pero es que parece que son unos enemigos contra los que tenemos que luchar en lugar de una gente que pueda pensar distinto pero que tendríamos que lograr el ser capaces de colaborar todos juntos.
Ahí está el color del cristal con el que miramos. Pero ese color lo llevamos en nuestro corazón y cuando dejamos meter la maldad dentro de nosotros todo serán rencillas, resentimientos, orgullos heridos, amor propio que nos llega de petulancia y de soberbia, envidias y desconfianzas, ira y violencia que se nos descontrola, y así nos vivimos enfrentados, nos herimos los unos a los otros, no somos capaces de poner comprensión en nuestra vida para entender mejor al otro, y el perdón nunca aparecerá como una buena actitud y un valor que tendríamos que cultivar para encontrar la paz.
Es de lo que nos está previniendo Jesús hoy con sus palabras en el evangelio. Queremos auto-justificarnos en lo que hacemos diciéndonos que nosotros si actuamos así es influenciados por lo que vemos alrededor para así descargar nuestras culpas. Es cierto que podemos recibir muchas influencias negativas de nuestro entorno, pero los actos que nosotros realizamos los hacemos con nuestra libertad personal, y ante lo negativo que podamos recibir nosotros tenemos que ser los que decidimos cual es nuestra respuesta que daremos libremente. Somos nosotros los que dejamos salir de nuestro interior como un torrente embravecido todas esas maldades con las que miramos o con las que tratamos a los que están a nuestro lado.
Parte Jesús del concepto que tenían los judíos de que la impureza nos podría llegar desde fuera y por eso había que purificarse tanto con sus abluciones y lavatorios para que al comer no entrar nada impuro en su corazón. Pero Jesús nos viene a decir que la impureza sale de dentro de nosotros. ‘Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre’, les dice; y luego les explicará a los discípulos más cercanos en casa cuando le vuelven a preguntar: ‘Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro’.
Purifiquemos nuestro corazón para que sea un cristal limpio y brillante con el que miremos a los demás y lo que hacen y lo veamos siempre con un sentido positivo en la vida.


martes, 12 de febrero de 2019

Ni podrá haber mezquindad en nuestra relación con el Señor ni podrá haber mezquindad en nuestra relación con los demás, la generosidad del amor es lo que tiene que imperar



Ni podrá haber mezquindad en nuestra relación con el Señor ni podrá haber mezquindad en nuestra relación con los demás, la generosidad del amor es lo que tiene que imperar

Génesis 1,20–2,4a; Sal 8; Marcos 7,1-13

Seguramente que todos nos habremos encontrado en la vida con personas de escrupulosa conciencia que viven en una continua angustia porque andan midiendo poco menos que con una lupa todo lo que hacen porque en todo parece que están viendo pecado y no solo se atormentan ellos sino que además atormentan a cuantos les rodean porque siempre se están preguntando si esto se puede o no se puede hacer, si ya me pasé de la raya y fui más allá de lo permitido y así viven en una continua angustia. Aunque también por contra nos encontramos a aquellos que miden pero en otro sentido, a ver cuánto se puede permitir, hasta donde pueden llegar y van alargando y alargando lo que se permiten porque viven quizá en un espíritu leguleyo y simplemente cumplen de una forma ritual por cumplir pero sin darle hondura a aquello que hacen.
Recuerdo aquellos, por ejemplo, que se preguntaban hasta qué momento podían llega tarde a Misa pero que cumplian con la obligación de la misa dominical, si ya el sacerdote había leído o no el evangelio, o llegó y estaba todavía a medias y ya con eso cumplía. Y no digamos nada con aquello de pagar la bula para así librarse de unos ayunos y abstinencias penitenciales; cuántas trampas se trataba de hacer para ver de pagar menos, porque todo era según las posibilidades o bienes de las personas, y así con unos duros nos librabamos de la penitencia cuaresmal.
Escrúpulos, conciencias laxas, cumplimientos ritualista o legalistas, pero que en ningún caso quizá había una vivencia profunda sino unos miedos o unos legalismos para quedar bien con el cumplimiento. En referencia, por ejemplo, al culto, ¿es ese el culto que el Señor quiere? ¿Una cosas realizadas así simplemente de una forma ritual es lo que agrada al Señor si es que nuestro corazón está bien lejos de Él? Qué lástima que a eso hayamos reducido muchas veces todo lo que es nuestra práctica de vida cristiana.
El camino de la vida cristiana ha de pasar necesariamente por el amor; es un reconocimiento del amor que Dios nos tiene, porque primero fue el amor de Dios. ‘El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios sino que El primero nos amó y entregó a su Hijo por nosotros’, como nos enseña el apóstol. Es una respuesta al amor de Dios, pero una respuesta de amor que ha de envolver toda nuestra vida, todo lo que hacemos y vivimos, nuestras relaciones con Dios y las relaciones que hemos de mantener con los demás a quienes siempre vamos a mirar como hermanos.
No se trata de hacer cosas por cumplimiento, no se trata de poner medidas para ver hasta dónde podemos llegar o las líneas que no hemos de traspasar; eso son servilismos y los servilismos no tienen nada que ver con el amor. Porque no amamos con medidas, no amamos poniendo límites, no amamos haciéndonos reservas, no amamos con mezquindad. Ni podrá haber mezquindad en nuestra relación con el Señor ni podrá haber mezquindad en nuestra relación con los demás.
Hoy en el evangelio vemos que vienen los fariseos con sus múltiples leyes y preceptos y con sus formalismos sin darle hondura incluso a lo bueno que pudieran realizar. El problema parte de que los discípulos de Jesús no se lavan siempre las manos antes de comer; por ahi podrian entrar impurezas a sus vidas, cuando la impureza nos dirá Jesús que no nos entra por la boca, sino que muchas veces con nuestra malicia la tenemos metida en el corazón, y de ahí con un corazón malicia saldrán muchas maldades que si manchan al hombre. ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está bien lejos de mi’, les recuerda Jesús con palabras del profeta.
¿Por dónde andamos nosotros? ¿cuáles son nuestras actitudes y nuestras posturas? ¿Tenemos en verdad una generosidad sin límites en nuestro corazón?





lunes, 11 de febrero de 2019

Acudimos a Jesús no solo pidiendo la salud para nuestro cuerpo, sino que vamos a pedir y a encontrar en Él la salud más profunda cuando en Él encontremos el sentido de nuestra vida


Acudimos a Jesús no solo pidiendo la salud para nuestro cuerpo, sino que vamos a pedir y a encontrar en Él la salud más profunda cuando en Él encontremos el sentido de nuestra vida

Génesis 1,1-19; Sal 103; Marcos 6,53-56

Jesús recorre los pueblos y aldeas de toda Galilea anunciando el Reino de Dios, atraviesa el lago de orilla a orilla porque a todos quiere llegar, la gente le sale al paso por los caminos o viene a su encuentro cuando llega a cualquier pueblo o aldea; han oído hablar del nuevo profeta que ha surgido entre ellos y quienes le han escuchado llevan la buena noticia a los demás. Se acercan a Jesús desde sus problemas y sus necesidades, con sus enfermos y con todos los que sufren por cualquier causa porque en Él se despiertan esperanzas nuevas; quieren estar a su lado no solo para mejor escucharle sino para sentir su presencia cercana llena de amor; los enfermos quieren tocarle y al menos desean rozar la orla de su manto a su paso.
La situación de pobreza que viven hace que se multipliquen los enfermos de todo tipo; las enfermedades que les azotan aumentan su pobreza y su necesidad cuando no pueden ya valerse por sí mismos o cuando debido a algún tipo de enfermedades como la lepra han de vivir apartados incluso de los suyos condenados a vagar por los despoblados y donde no puedan tener ningún contacto humano. La enfermedad, la pobreza, la discriminación, el desarraigo de la vida de la comunidad son aspectos que se entrelazan y hacen muchas veces perder las esperanzas.
Si hoy nosotros, incluso con los distintos medios de los que disponemos que nos dan una cierta seguridad social cuando nos sobreviene la enfermedad se multiplican los interrogantes en nuestro interior, podemos pensar en las angustias de aquellos espíritus atormentados por el sufrimiento, cercados por la pobreza y condenados en vivir en las más dolorosas miserias. Preguntas sobre el sentido de la vida y sobre el sentido del dolor; preguntas por el abandono en que viven en el que hasta se sienten abandonados de Dios; preguntas cruciales cuando se pierde la esperanza, cuando todo es negrura en nuestro derredor pero más aún cuando esa negrura llena por dentro nuestro espíritu.
El noticia de que hay alguien que está anunciando un mundo nuevo y distinto corre de boca en boca y hace renacer esperanzas cuando ese anuncio lleva implícito la posibilidad de un mundo nuevo donde desaparezcan esas desigualdades, podamos superar esas situaciones de dolor y sufrimiento y prevemos que podamos vivir con mayor dignidad. Es normal que corran hasta Jesús y quieran estar cerca de El, apretujarse en su entorno y querer al menos como si fuera un talismán tocar al menos la orla de su manto.
Encontrar la salud era la posibilidad de poder comenzar una vida nueva, en que con su trabajo pudieran salir de la profunda pobreza en la que vivían; recobrar la salud era volver a reencontrarse con los suyos y sentir de nuevo la cercanía y el calor del amor; recobrar la salud era recuperar de alguna manera la dignidad de la persona que ya por sí misma se podría valer.
Era importante la salud del cuerpo con el movimiento de sus miembros recuperados, con los ojos claros y limpios para poder ver, el cuerpo sano que permitiera una movilidad y un encuentro con los otros, pero no era solo lo físico lo que se iba recuperando sino era la recuperación de la dignidad de la persona que ya no se sentía maldita de Dios y de todos - la enfermedad se consideraba como una condena y una maldición - y podría vivir ya dignamente en medio de los suyos. No era solo la curación externa, sino la curación que desde lo más profundo de sí mismos sentían, porque era como un sentirse perdonados por una culpa que no sabían de donde provenía y era como de nuevo sentirse bendecidos por Dios.
Era reencontrar un sentido nuevo para su vida en cualquier situación en la que se encontraran. Y eso lo podían alcanzar en Jesús. Decíamos antes que nosotros también cuando nos vemos atenazados por la enfermedad nos vemos envueltos en muchos interrogantes y preguntas, porque algunas veces parece que perdemos el sentido de la vida y también el sentido de ese dolor y sufrimiento que nos envuelve. Creo que también nosotros sin ningún complejo tenemos que aprender a acudir a Jesús.
En El vamos a encontrar el valor y el sentido de nuestra vida cualquiera que sea la circunstancia por la que pasemos. Cristo es la verdad del hombre para el hombre. Cristo es nuestra luz y nuestra vida, nuestra salvación y el sentido de nuestro vivir. Acudimos a Él no solo pidiendo quizá la salud para nuestro cuerpo que en cualquiera de sus miembros se vea enfermo, sino que vamos a pedirle y a encontrar en Él la salud más profunda cuando en Él encontremos el sentido de nuestra vida.
Ese es el gran milagro que de Él tenemos que esperar, pero depende de con qué tipo de fe nos acerquemos a Él. Fe es fiarnos, es poner confianza de que aquello que esperamos lo vamos a conseguir de verdad; y esa confianza es Jesús por nuestra fe es algo cierto, algo de lo que hemos de empapar toda nuestra vida.
Hoy precisamente 11 de Febrero y día de la Virgen de Lourdes celebramos en la Iglesia el día del Enfermo. Que María nos ayude a ir al encuentro con Jesús para que sepamos encontrar también el sentido verdadero de nuestra enfermedad o nuestros sufrimientos. Serán una prueba para nuestra vida, pero nunca serán un castigo; serán momentos difíciles que vivimos con dolor, pero convertidos en ofrenda de amor con nuestro sufrimiento estaremos junto a la Cruz de Jesús en su pasión y en su muerte, pero sabemos que como la pascua de Jesús culmina en resurrección, la pascua de nuestro dolor culminará siempre en vida.





domingo, 10 de febrero de 2019

Jesús quiere que salgamos a la orilla del lago, donde están los hombres y mujeres desorientados en medio de sus sufrimientos y desesperanzas, donde quizá nos parece que nada se puede hacer


Jesús quiere que salgamos a la orilla del lago, donde están los hombres y mujeres desorientados en medio de sus sufrimientos y desesperanzas, donde quizá nos parece que nada se puede hacer

Isaías 6, 1-2a. 3-8; Sal 137; 1 Corintios 15, 1-11;Lucas 5, 1-11

Hace falta un voluntario, ¿quién se ofrece? Surgió una voz en medio del grupo, hacía falta un voluntario. La respuesta puede ser diversa; nos miramos unos a otros a ver quien es el que se ofrece, rehuimos la mirada de los otros que parece que nos están señalando para que nos ofrezcamos, sentimos miedo o temor de no saber hacer quizá aquello para lo que se nos pide voluntariedad, alguien quizá se ofrece temerosamente, o quizá nos sentimos como empujados por las miradas insinuantes de los otros, o sentimos un impulso interior que nos hace lanzarnos.
El voluntario puede surgir así, quizá de alguien espontáneamente, o en un momento determinado sin que ni siquiera se oyera esa voz pidiéndolo, nos vimos impelidos a implicarnos en aquella situación o en aquella necesidad; no hubiéramos querido quizá estar allí, o en otras circunstancias no nos hubiéramos ofrecido, pero lo que sucedía en aquellos momentos nos empujó a ser ese voluntario que pusiera su mano, se implicara en el tema, ofreciera su acción. No íbamos con esa intención, pero casi nos pusieron el arado en la mano sin nosotros mucho desearlo y allí estamos arando en aquella tierra, implicándonos y complicándonos en lo que quizá ni soñábamos.
¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?’ es la voz que se oye en medio de aquella teofanía, manifestación de la gloria del Señor que nos describe el profeta. Podríamos decir que los diferentes textos de la Palabra que hoy se  nos ofrecen en la liturgia de este domingo son esa voz que nos está pidiendo un voluntario.
Fijémonos en el evangelio. Jesús caminaba por la orilla del lago en medio de las gentes y todos se agolpaban a su alrededor con el deseo de escuchar su Palabra. Y se va a necesitar una colaboración; había varias barcas allí en la orilla mientras los pescadores que habían llegado de su faena recogían y reparaban las redes para dejarlas preparadas para otra ocasión. Jesús querrá contar con una de aquellas barcas para sentado en ella desde la orilla y donde todos le pudieran oír ponerse a enseñar a las gentes.
Es la barca de Pedro al que le pedirá Jesús cuando terminó de proclamarles la Palabra que remara lago adentro para echar de nuevo la red para pescar. Algo insólito, normalmente se pescaba en la noche o al amanecer, por otra parte ellos se habían pasado la noche de forma infructuosa bregando sin coger nada, y ahora Jesús les pide que de nuevo se adentren en el lago y echen la red para pescar. ¿Qué podría haber pasado por la mente de aquellos pescadores? Nos lo imaginamos, pero Pedro que ha escuchado la Palabra de Jesús quiere confiar. Nos hemos pasado la noche sin coger nada, pero por tu Palabra, echaré la redes’.
Podía ser Pedro pero podría haber sido cualquiera de los otros pescadores, pero fue en su barca en la que se subió Jesús. Aquello era una llamada bien significativa y era toda una invitación. Se necesitaba un colaborador, un voluntario, y allí estaba Pedro.  Pedro que sin pensárselo mucho quizá, aunque tenía sus reticencias porque él conocía bien el lago, se había fiado de la Palabra de Jesús. Ya sabemos lo que sucedió y la necesidad de contar con otros pescadores que les ayudaran, pero cómo Pedro se vió sorprendido interiormente para darse cuenta de su valor o de su indignidad. Apártate de mí, que soy un hombre pecador, le había dicho a Jesús postrándose a sus pies.
Como el profeta cuando contempló la gloria del Señor en aquella visión del templo. Soy un hombre de labios impuros y he visto con mis ojos al Rey y Señor del universo’. Pero se sintió purificado por el Señor de manera que cuando la voz celestial pregunta ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?’ él se ofrece voluntario y generoso: Aquí estoy, mándame’
Ahora será Jesús el que le diga a Pedro y a los otros pescadores que estaban también con él en la barca: No temas: desde ahora, serás pescador de hombres’. Estaba en el sitio oportuno y en el momento oportuno. Se vio implicado al facilitar la barca a Jesús para el anuncio de la Palabra y las cosas se fueron sucediendo hasta sentirse llamado por el Señor.
Era una Palabra de vida la que había escuchado, una palabra que le hacía reconocerse en su indignidad pero que se convertía en una llamada que le abría camino delante de él. Eran pescadores en el lago de Galilea, pero en adelante serán pescadores de hombres, a ellos se les confiaría una nueva misión, la misión de llevar por el mundo el anuncio de esa Palabra de vida y de salvación. Ahora comienzan a caminar con Jesús, siguiendo sus pasos, escuchando con mayor intimidad su Palabra, dejándose transformar por la gracia.
Pero nosotros no estamos ahora aquí como meros espectadores de un hecho sucedido en el tiempo. También queremos arremolinarnos alrededor de Jesús para escucharle y dejarnos transformar por Él, por su presencia de gracia. Nos está pidiendo Jesús la barca de nuestra vida, porque desde nosotros, desde nuestra vida y nuestro actuar El quiere también hacer llegar su Palabra a los demás.
Quienes seguimos a Jesús también hemos de convertirnos en signos de gracia para nuestro mundo, porque otra pesca maravillosa ha de realizarse también en nuestro mundo y Jesús necesita de nuestra barca; nos dice Jesús que rememos también mar adentro de nuestro mundo porque tenemos que ir y estar allí en medio de los hermanos para hacer sentir en ellos su mensaje de salvación.
Jesús estaba allí en medio de las gentes y donde la gente hacia su vida, en aquella orilla del lago; es lo que le pide a la Iglesia, lo que nos pide a nosotros; no será solo en nuestros templos o en nuestros lugares de culto, no será solo en esos lugares que tengamos en nuestras parroquias para nuestras reuniones y nuestros encuentro, sino que Jesús quiere que salgamos a la orilla del lago, allí en la orilla de la vida, allí donde están los hombres y mujeres desorientados y en medio de sus sufrimientos y sus desesperanzas, porque es ahí donde tenemos que ser signos de evangelio, es ahí donde tenemos que ser pescadores de hombres.
El mar habitual donde generalmente estamos o celebramos los cristianos algunas veces parece que está vacío y que ya no hay nada que recoger, pero tenemos que ir a ese otro mar que se abre ante nosotros, donde si podemos tener pesca abundante aunque pensemos que ahí nada se puede hacer.  No olvidemos que no vamos por nuestra cuenta o por nuestros saberes sino que siempre iremos en el nombre del Señor y esa red la vamos a echar siempre por el nombre y por la Palabra de Jesús.