martes, 23 de julio de 2019

Una luz que no se alimenta con el necesario combustible o una planta que no se cuida y abona lo suficiente termina por apagarse y morir, así nos sucede con la fe



Una luz que no se alimenta con el necesario combustible o una planta que no se cuida y abona lo suficiente termina por apagarse y morir, así nos sucede con la fe

Gálatas 2, 19-20; Sal 33; Juan 15, 1-8
No pretendo yo enmendar a nadie. Pero quienes siguen con cierta frecuencia lo que se publica en distintos medios sobre la Iglesia y sobre los cristianos, ya sea en revistas mas especializadas en el tema religioso o eclesial, o también en grandes medios con una amplitud mayor de noticias de todo tipo, nos damos cuenta por los comentarios allí expresados que algo está sucediendo, que el tema de la fe o de la Iglesia hace aguas; continuamente nos están hablando de distintos problemas que surgen en el seno de la Iglesia y que nos ponen a mal parir, que se palpa una cierta crisis en el abandono de muchos, pero también en el poco coraje de los cristianos por hacer un anuncio de la fe.
Podemos ponernos nerviosos, quedarnos intranquilos, tener la sensación de que la cosa se puede ir desmoronando, y nos puede entrar como un cierto pesimismo. Pero creo que en momentos así no es cosa de amilanarse, de esconderse, sino de afrontar las cosas, pero sobre todo de despertar. Preguntarnos que nos puede estar pasando, pero no ya solo a nivel de iglesia institución, sino a pie de calle, en nosotros los cristianos para que de alguna manera hayamos perdido ese ardor misionero.
¿Estaremos siendo higuera que no da frutos o viña que no produce uvas? El evangelio en algún momento nos hace ese planteamiento y quiere que nos preguntemos que hemos hecho de nuestra fe, de la intensidad de nuestra vida cristiana, donde tenemos ese ardor o espíritu misionero o por qué se nos ha apagado. Planteamientos para todo lo que es la vida de la Iglesia pero, como decíamos, preguntas que nos tenemos que hacer a nosotros mismos. ¿Nos habremos detenido lo suficiente en el evangelio que hoy se nos propone?
Nos habla de sarmientos, nos habla de vid y de cepas a las que tienen que estar unidos los sarmientos para que puedan tener vida y llegar a dar fruto, y termina, por así decirlo, con la afirmación de Jesús de que si no estamos unidos a El no daremos fruto sino que moriremos. ‘Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada’.
Nos está hablando de toda la espiritualidad del cristiano, verdadero fundamento de la vida cristiana. Y aquí tendríamos que hacernos serias reflexionemos. ¿Cómo mantenemos esa espiritualidad? ¿Qué unión con Jesús estamos viviendo? Tenemos el peligro y la tentación de convertir nuestra vida en puro activismo. Nos dejamos influenciar por el espíritu del mundo que solo pide efectividad, resultados y todo se va en trabajar, llenando la vida de agobios, pero sin saber detenernos para alimentarnos por dentro, para alimentar nuestro espíritu.
Porque tenemos mucho que hacer, no rezamos, no buscamos ese tiempo para nosotros mismos y para Dios; todo se nos va en planear, trabajar, hacer cosas, tener reuniones interminables, organizar cosas, pero, ¿dónde está el tiempo de oración en nuestra vida? ¿Dónde está el tiempo para nuestra escucha de Dios? Porque no ha de ser solo buenas cosas que organicemos por nosotros mismos buscando los mejores métodos, las formas más eficaces, como si de un negocio se tratara. Es algo mucho más hondo lo que tiene que ser nuestra vida cristiana. Y si nos falla esa unión del sarmiento con la vid, si nos falta esa unión con Jesús todo se nos quedará en bonitas cosas pero realmente no es la gloria del Señor lo que buscamos.
Caemos en un enfriamiento espiritual, y todo es como una pendiente en declive, en que nos vamos cayendo y cayendo sin poder pararnos. ¿Problemas en la Iglesia? ¿Crisis en la vida de la Iglesia? ¿Disminución de los que vivimos comprometidos? ¿Dónde estamos alimentando nuestra vida cristiana? ¿Dónde podremos encontrar ese optimismo y alegría de la fe, ese entusiasmo por el anuncio del evangelio, ese impulso misionero que nos lleve a anunciar a Jesús para que en verdad la Iglesia crezca? Lo sabemos pero no lo hacemos y así nos va.
Mucho se tendría que reflexionar sobre todo esto, porque hay demasiado la creencia en muchos de que lo importante es que hagamos cosas, que vivamos un compromiso por los demás, y dejamos a un lado nuestra vida espiritual, y no tenemos vivencias y experiencias religiosas que nos ayuden a hacer crecer nuestra vida. Y una luz que no se alimenta con el combustible que necesita, al final termina apagándose. Me miro a mí mismo el primero.

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