miércoles, 24 de julio de 2019

Aunque la tierra esté llena de pedruscos y abrojos no seamos pasivos sino que a pesar del lugar inhóspito ayudemos a que la semilla germine y brote una hermosa planta que dé fruto


Aunque la tierra esté llena de pedruscos y abrojos no seamos pasivos sino que a pesar del lugar inhóspito ayudemos a que la semilla germine y brote una hermosa planta que dé fruto

Éxodo 16, 1-5. 9-15; Sal 77; Mateo 13, 1-9
Caminando por la calle o carreteras de nuestros pueblos o nuestros campos es fácil que nos encontremos que en cualquier grieta del asfalto veamos surgir una pequeña planta, una hierba quizá, o en alguna ocasión quizá hasta el brote de lo que pudiera ser un árbol de frutos; te admiras, quizás, de que allí haya germinado una semilla para hacer brotar esa planta en un lugar tan adverso, y piensas cómo es que ha encontrado la humedad necesaria y ha encontrado la tierra donde echar sus raíces. Quizá la adversidad no le dé futuro a esa planta, o quizá encuentre la fuerza necesaria para brotar vigorosa y mantenerse con vida hasta darnos frutos. Poniendo imaginación por nuestra parte podríamos decir cuánto esfuerzo por tener vida en un lugar tan inhóspito, por llegar a ser una planta que nos de una hermosa flor o incluso ricos frutos. Algo nos enseña.
¿Será así también en nuestra vida o en la vida de los que nos rodean? Cada uno sabe los esfuerzos que hace en si mismo para lograr ese crecimiento y esa maduración de la vida. Todos tenemos nuestras debilidades, nuestras tendencias y pasiones que se nos desbordan, apegos en la vida o malas semillas que han ido creciendo también en nuestro interior. Podemos ser conscientes de lo que sucede en nuestro interior, pero quizá desconocemos lo que sucede en el interior de los demás.
Esto nos exigiría respeto hacia la vida de los otros, porque realmente no sabemos lo que sucede en el interior de cada hombre, las grietas que pueda tener en su vida, el mundo adverso que a cada cual rodea, las sequedades de su interior o aquellas cosas en las que tropieza una y otra vez y no permiten que sus raíces pueden ahondarse allí donde pueda encontrar buena tierra y enraizar debidamente. Somos fáciles para el juicio y la condena de los demás, pero pocas veces nos detenemos a ver las dificultades que en si mismo cada uno tiene.
Ya sabemos que necesitamos tierra buena, tierra bien cultivada, libre de pedruscos y de abrojos, pero la realidad de nuestra vida es esa. Son muchas las cosas que influyen en nosotros de manera negativa y nos cuesta levantar cabeza, nos cuesta poner esa positividad en la vida. Cuando en verdad queremos crecer como personas sabemos cuanto nos cuesta, las dificultades que cada día de la vida vamos encontrando. No es que seamos pesimistas, sino que vemos nuestra realidad. Pero tampoco podemos quedarnos en la pasividad, sino que hemos de saber encontrar fuerzas para levantarnos, para crecer, para llevar a madurar en la vida buscando el mejor ideal, la más alta meta.
Hoy el evangelio nos ha propuesto la parábola del sembrador que salio echar la semilla por todo lugar. Hubo, es cierto, semillas que no pudieron germinar, o semillas que aunque germinaron y comenzaron a crecer pronto se vieron agostadas y no llegaron a dar fruto. Pero como decíamos no nos podemos quedar en la pasividad, sino que tenemos que buscar cómo ser la mejor tierra para que lleguemos a dar fruto. Podemos liberarnos de esos abrojos, limpiar esos pedruscos del campo de nuestra vida. Con dificultad, pero podemos. Y es a lo que nos incita la parábola.
Que esa semilla de la Palabra de Dios que cae en nosotros llegue a dar fruto. Somos nosotros los que tenemos que dar respuesta, cada uno en su vida, pero también en lo que podemos hacer para ayudar a los demás. Como nos enseña la parábola y la actitud de Jesús hemos de buscar todo momento y todo lugar para sembrar esa semilla, como Jesús que enseñaba aprovechando la barca de Pedro a la orilla del lago, como el sembrador que fue echando la semilla a voleo por todos los lugares, consciente también de la dificultad para que toda esa semilla germinara y diera fruto.
En nuestras manos está y no podemos ser pesimistas ni por nosotros mismos ni por el campo que podamos ver a nuestro alrededor. Sembremos la semilla respetando lo que suceda en el interior de cada hombre, pero pongamos también algo de nuestra parte para ayudar, para animar, para regar o abonar ese sembrado. Muchas son las cosas que podemos hacer si nos arrancamos de nuestras actitudes pasivas y negativas. Cambiemos nuestra mirada y nuestra actitud.

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