lunes, 22 de julio de 2019

Con María Magdalena se abre camino ante nosotros para que proclamemos valientemente nuestra fe con nuestra vida, evangelio para los demás


Con María Magdalena se abre camino ante nosotros para que proclamemos valientemente nuestra fe con nuestra vida, evangelio para los demás

Cantar de los Cantares 3,1-4ª; Sal 62; Juan 20,1.11-18
‘Mujer, ¿por qué lloras?’, le habían preguntado por dos veces aquella mañana a Maria la de Magdala, ‘¿a quién buscas?’ Sus ojos llenos de lágrimas no le dejaban ver con claridad con quien estaba hablando. Ella había estado valientemente en lo alto del calvario con María, la Madre de Jesús, mientras el resto de los que seguían a Jesús se habían dispersado y huído; solo el discípulo amado había permanecido también allí en lo alto. Atentamente había seguido las evoluciones de la bajada de la cruz y la sepultura, mirando bien donde lo habían depositado para venir pasado el sábado a terminar de cumplir con los ritos funerarios del embalsamamiento. Había venido con las otras mujeres, y allí no estaba el cuerpo de Jesús y la piedra estaba corrida.
‘Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto… si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré’. Fue el monólogo de su respuesta y eran las ansias grandes de su corazón. Se sentía valiente para cargar con el cuerpo de Jesús que ya vería donde lo llevaría para darle correcta sepultura, ya que de donde lo habían puesto había desaparecido.
Son las fuerzas vigorosas del amor, aunque el cuerpo fuera débil y pareciera que se acababan las esperanzas. Había pecado mucho – Marcos de ella dice que Jesús le había expulsado siete demonios – pero también ahora amaba mucho. Por eso había seguido a Jesús, había estado con El hasta el último instante. Ahora recibiría el premio de su amor, porque sería la primera que viera a Jesús vivo, a Jesús resucitado. Ahora bastaría solo una palabra, su nombre, pero pronunciado por los labios de Jesús. Y entonces sí lo había reconocido, se habían caído todos los velos que con las lágrimas y la desesperanza empañaban sus ojos. ‘¡María!’, le diría Jesús.’¡Maestro!’, respondería ella echándose a sus pies.
Y ahora se convertiría en la primera que llevara la Buena Noticia.  ‘Anda, ve a mis hermanos y diles: Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro’. Era anunciar que Jesús, el Señor, estaba vivo. Es la Buena Noticia que seguirá resonando a lo largo de los siglos y que mantiene nuestra fe en El. Solo desde el anuncio de esa Buena Noticia y desde nuestra fe en ella, será cómo en verdad nos llamaremos cristianos, nacerá la Iglesia, se proclamará la salvación a nuestro mundo.
Será la voz que descorrerá muchos velos de dudas y de incertidumbres, será la voz que calmará muchos sufrimientos y secará muchas lágrimas, será la voz que hará renacer la esperanza para nuestro mundo tan lleno de amarguras, será la voz que pondrá la verdadera alegría en nuestros corazones y en los corazones de todos los hombres. Es la voz que nos llama por nuestro nombre y nos da la certeza de la resurrección del Señor. Es la voz que pone nueva luz en nuestros corazones y en nuestras vidas.
Es la voz que nosotros tenemos que trasmitir. Como María de Magdalena cuando corrió del sepulcro al encuentro de los hermanos para anunciarles las palabras de Jesús. Es la voz, el anuncio que necesita escuchar nuestro mundo tan necesitado de una nueva evangelización. Es lo que nosotros los cristianos tenemos que trasmitir con nuestra vida, dejando atrás ya para siempre tantos pesimismos que llenan nuestras vida, tantas cobardías que nos encierran una y otra vez en nuestros cenáculos, tantas indecisiones nacidas de nuestras dudas y de nuestros miedos.
Cuando celebramos hoy esta fiesta de María Magdalena es el testimonio y el camino que se abre ante nosotros para que proclamemos valientemente nuestra fe, no solo porque recitemos de memoria las palabras de un credo, sino porque esa fe la plasmamos en nuestra vida y sea nuestra vida la que hable y sea evangelio, como María Magdalena, para los demás.

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