martes, 2 de julio de 2019

Duras pueden parecernos las tormentas de la vida o las tormentas que vemos también en nuestra Iglesia, pero tenemos la certeza de que el Señor está ahí y no nos falla


Duras pueden parecernos las tormentas de la vida o las tormentas que vemos también en nuestra Iglesia, pero tenemos la certeza de que el Señor está ahí y no nos falla

Génesis 19,15-29; Sal 25; Mateo 8,23-27
‘¿Quién es éste?’ se preguntan ahora tras los momentos de peligro que han pasado en la barca cuando se ha restablecido de nuevo la calma. Una pregunta repetida muchas veces en el evangelio. Se lo preguntan cuando lo escuchan hablar y enseñar y terminan reconociendo que nadie ha hablado como El; se lo preguntan cuando cura a los enfermos, arroja los demonios de los poseídos por espíritus inmundos o ha llegado a resucitar a algún muerto como el hijo de aquella pobre viuda allá por Naim.
Pero también se lo preguntan llenos de dudas porque ¿será un profeta? ¿Será el anunciado que había de venir? ¿Será que de nuevo ha aparecido entre ellos el bautista que había estado predicando allá por el desierto? Quieren ver señales de Dios en aquel profeta de Nazaret, pero su corazón al mismo tiempo está lleno de dudas. Como ahora cuando la tempestad que dormía en un rincón de la barca como si le importara poco que la barca se hundiera y con ella los que en ella iban.
Pero es la pregunta de los que no quieren aceptarle, los que le rechazan, los que incluso llegan a decir que expulsa los demonios con el poder del príncipe de los demonios. Es la pregunta que se hacen y le piden explicaciones sobre su autoridad cuando expulsó a los vendedores del templo, o también los que en su interior se la hacen aunque no quieren manifestarlo mientras luchan contra El y hasta expulsan de la sinagoga a quien se atreva a confesar algún tipo de fe sobre Jesús. El rechazo es expresión muchas veces de lo que duele en el interior y no se quiere aceptar; destruimos aquello que quizá se nos muestre palpable y así no tenemos que dar nuestro brazo a torcer.
Se hacen ahora la pregunta los discípulos que van en la barca, pero están reconociendo su autoridad y poder porque como dicen hasta el viento y mar le obedecen. Pero ¿nos haremos nosotros de alguna manera también esa pregunta? ¿Se la hará la gente del mundo que nos rodea que da la apariencia de tan incrédulo o tan indiferente?
Nosotros queremos decir que lo tenemos claro, que sabemos bien quién es Jesús, pero hay ocasión en que nos entra la zozobra, nos vienen también las dudas, nos sentimos como angustiados porque hay cosas que no entendemos, y no es ya que no entendamos el vértigo del mundo en el que vivimos, sino que no entendemos cosas que nos suceden a nosotros o cosas que vemos en la Iglesia y que quizá nos desagradan. Quizá haya momentos en que nos llenamos de confusión porque parece que cambian las cosas o hasta que nos quieren cambiar la Iglesia o nos quieren cambiar la fe que hemos tenido desde siempre.
Momentos revueltos, porque escuchamos a unos y escuchamos a otros, los que hablan bien, pero también los que están buscándole los tres pies al gato en los asuntos de la Iglesia y nos vemos confundidos, y hasta parece en ocasiones que en el mismo seno de la Iglesia hay gente descontenta y critica todo lo que se haga, y todo nos parece mal. Y estamos dentro de la misma Iglesia y no todo lo entendemos por las cosas enfrentadas que tantas veces escuchamos.
¿Será la tormenta que se levantó en el mar de Galilea, de la que nos habla hoy el evangelio? Cuantos miedos pasaron aquellos discípulos que por otra parta eran avezados pescadores, pero que ahora en la tormenta sentían miedo y estaban confusos porque parecía que Jesús se desentendía de todo y seguía allá durmiendo. ¿No nos preguntaremos nosotros algunas veces también donde está la asistencia del Espíritu prometido por Jesús cuando hay tantas confusiones o tantas divisiones que hasta parece que todo se rompe?
Tenemos que sacar a flote toda la fortaleza de nuestra fe. Tenemos que confesar desde lo más hondo de nosotros mismos que en El tenemos puesta toda nuestra fe y toda nuestra esperanza. Tenemos que dejar que el Espíritu del Señor nos inunde, nos transforme, nos ilumine por dentro, nos haga comprender los caminos del Señor en el ahora y en el hoy de mi vida y de la historia, porque la Palabra de Jesús nunca falla y con El tenemos que sentirnos siempre seguros. Reavivemos nuestra fe y nuestra esperanza. Sabemos que El está ahí, a nuestro lado y con El nos sentimos seguros.

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