miércoles, 3 de julio de 2019

Como Tomás nosotros también damos muchas vueltas en nuestra cabeza a las cosas de la fe, pero que seamos capaces también de hacer una confesión de fe como la suya


Como Tomás nosotros también damos muchas vueltas en nuestra cabeza a las cosas de la fe, pero que seamos capaces también de hacer una confesión de fe como la suya

 Efesios 2,19-22; Sal. 116; Juan 20, 24-29
¿Se había ido Tomás a dar un paseo? Todos estaban encerrados en el Cenáculo menos él. ‘Me voy a dar una vuelta’, decimos nosotros también a veces cuando quizá nos sentimos aburridos en casa y sin saber que hacer, o cuando nos sentimos abrumados por problemas o situaciones que nos lo hacen pasar mal que salimos muchas veces sin rumbo y comenzamos a matar el tiempo dando vueltas y vueltas, porque realmente a lo que estamos dando muchas vueltas en nuestra cabeza son esas cosas que nos agobian o preocupan.
¿Le sucedería a Tomás igual? Los demás se encerraron por miedo a los judíos, quizá Tomás se sentía más liberado o mas fuerte para enfrentase a los demás, pero no era capaz de enfrentarse a lo que pasaba en su interior. Se había ido a dar una vuelta. Había muchas cosas en su cabeza que daban vueltas. Ya en ocasiones le costaba entender todo lo que decía Jesús y él preguntaba y preguntaba; Jesús les hablaba de caminos y ellos no terminaban de entender. Había sido ahora un mazazo muy fuerte el que habían recibido los discípulos que habían seguido a Jesús por todas partes y hasta Jerusalén; pero su prendimiento y luego su muerte en cruz los había dejado destrozados, desorientados, sin esperanza y hasta sin fe. Como se suele decir, estaban por tierra.
Cuando llegan todos le dicen que allí ha estado Jesús, que era verdad que había resucitado, pero Tomás no se lo cree; igual que las mujeres habían venido en la mañana con sus visiones y sus sueños diciendo que el sepulcro estaba vació, que Jesús se les había aparecido, y tampoco las habían creído. Visiones de mujeres, decían. Ahora Tomás quiere pruebas, ver las señales de los clavos y poder tocar las cicatricen con sus dedos, ver la señal de la lanza en el costado y poder poner su mano allí. No lo cree.
Y ahora Jesús estaba allí porque esta ocasión Tomás no se había marchado a dar una vuelta. Y Jesús se dirige directamente a él. Trae tus dedos, trae tu mano, aquí están las señales… no seas incrédulo sino creyente, confía, dichosos los que crean sin haber visto, le dirá Jesús. Y Tomás no sabe que decir, como se dice, no sabia donde meterse, porque se venían abajo todas sus dudas y reticencias. ‘¡Señor mío y Dios mío!’ es lo único que sale de sus labios.
Hoy estamos celebrando al apóstol santo Tomás. Ahí están sus dudas y su fe, ahí están sus preguntas y su querer ver y palpar, ahí están sus caminos sin rumbo, pero ahí está el camino que nos señala Jesús que es El mismo. Contemplamos la escena, contemplamos a Tomás con lo que es su vida y su fe. Contemplamos al Apóstol que la tradición lo lleva hasta la India para predicar el evangelio de Jesús. Y nos vemos a nosotros también con nuestras dudas, nuestras preguntas, nuestras oscuridades, nuestra desorientación tantas veces, con nuestro caminar en ocasiones dando vueltas y vueltas no solo a los caminos sino a las cosas dentro de nuestra cabeza.
Pero a nuestro encuentro viene Jesús resucitado. ¿Será por nosotros por los que Jesús pronuncia la bienaventuranza de lo que creen sin haber visto? Ojalá nos hiciéramos merecedores de esa bienaventuranza, porque seamos capaces de a pesar de todo lo que pueda rondar por nuestra cabeza en tantas ocasiones, seamos capaces de poner toda nuestra fe. Que en verdad nos sintamos fuertes y seguros en esa fe que anida en nuestro corazón, esa fe que hemos recibido porque otros nos la han trasmitido, y que nosotros seamos capaces también de trasmitir a los demás.
Si Tomás después de toda la experiencia que vivió fue capaz de llegar hasta la India para predicar el Evangelio ¿hasta donde seremos capaces nosotros de llegar?

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