lunes, 3 de junio de 2019

Pidamos la fortaleza del Espíritu para que nos mantengamos firmes en nuestro camino y no desfallezcamos, no nos desinflemos ni nos enfriemos de ninguna manera


Pidamos la fortaleza del Espíritu para que nos mantengamos firmes en nuestro camino y no desfallezcamos, no nos desinflemos ni nos enfriemos de ninguna manera

Hechos 19,1-8; Sal 67; Juan 16,29-33
Ojalá en la vida siempre supiéramos mantener una línea estable en nuestros sentimientos, nuestras actitudes hacia los demás, en ese querer superarnos cada día en un deseo de crecimiento interior, pero también en un ir mejorando cada vez más nuestras mutuas relaciones y nuestro compromiso en medio de la sociedad y el mundo.
Pero bien nos conocemos y sabemos de nuestros altos y bajos, de nuestra inconstancia, de cómo en momentos nos sentimos enfervorizados por algo que hemos descubierto, una amistad nueva encontrada en la que parece que hay una buena sintonía, pero que vemos como pronto nos desinflamos ante la menor cosa que aparezca que nos pueda llenar de dudas, que nos produzca cansancio en esa lucha de superación, o por los contratiempos que nos da la vida.
Ahí están nuestros compromisos que se desinflan y lo que nos habíamos tomado con mucho interés y a lo que dedicábamos mucha energía, pronto fácilmente nos enfriamos o los dejamos de lado. Ahí están esas amistades que nos aparecen que en principio vivimos con gran entusiasmo, pero que pronto nos vamos alejando y hasta podemos llegar al desinterés y el olvido; hoy con las redes sociales que nos hacen entrar en comunicación fácil con gentes de todas partes es algo que suele suceder, al principio parece que hemos encontrado al amigo que va a ser único en la vida y enseguida prometemos poco menos que amistad eterna, y pasan los días, las semanas, los meses y los vamos dejando en el olvido. Hay que ser cautos cuando andamos en medio de estas redes, que fácilmente nos pueden enredar.
Son hechos y experiencias que vamos teniendo en la vida y podríamos señalar muchas más cosas. Me surgen estas consideraciones viendo lo que nos dice hoy Jesús en el evangelio. Los discípulos, y en especial aquel pequeño grupo más cercano a Jesús, estaban realmente entusiasmados por Jesús. Le seguían por todas partes, escuchaban con interés sus palabras, se sentían amigos de Jesús, y Jesús así los llama, ‘sois mis amigos’, les dice. Pero van a llegar momentos difíciles.
Los textos que estamos comentando y que nos ofrece la liturgia de cada día, están haciendo referencia a la última cena de Jesús que fue el comienzo de su pasión y de su pascua. Y Jesús les habla claro. Quiere que no se llamen a engaño. Y Jesús que conoce bien la condición del hombre sabe lo que va a pasar. Y ahora se los anuncia con toda claridad aunque a ellos les cueste entender esas palabras de Jesús. Les dice Jesús: -¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre’.
Las palabras de Jesús pueden sonar a un mazazo fuerte. Pero Jesús les dice que les está comunicando todo esto para que  no pierdan la paz, para que no pierdan la confianza en El. Han de pasar ellos también por su noche oscura, que será en cierto modo su pascua, su aprender a morir para poder renacer a una vida nueva. Es lo que va a significar todo lo acontecido aquellos días. Vendrá luego el día de la resurrección del Señor y va a renacer en ellos la alegría y la esperanza; vendrá Pentecostés y se sentirán renovados totalmente en el Espíritu para sentirse con valentía a salir a anunciar el nombre de Jesús.
Estamos en esta semana que media entre la Ascensión de Jesús al cielo y Pentecostés con el cumplimiento de la promesa del Padre. Los discípulos se han quedado reunidos en el cenáculo, ahora ya no encerrados con miedo que ese velo se cayó con la resurrección sino en la espera del cumplimiento de la promesa de Jesús.
Nosotros también queremos entrar en ese cenáculo en la espera de la venida del Espíritu Santo. Será quien fortalezca nuestras vidas y nos hará crecer de verdad; será el Espíritu de paz que llenará nuestros corazones para mantenernos unidos, para mantenernos en ese camino de esperanza, en ese camino de renovación interior para que se acaben nuestros miedos y nuestra inconstancia.
Pidamos para nosotros esa fortaleza del Espíritu para que nos mantengamos firmes en nuestro camino y no desfallezcamos, no nos desinflemos, no nos enfriemos de ninguna manera.

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