martes, 4 de junio de 2019

Con Jesús aprendemos a que toda nuestra vida sea siempre para la gloria del Señor y nosotros seamos glorificados en El


Con Jesús aprendemos a que toda nuestra vida sea siempre para la gloria del Señor y nosotros seamos glorificados en El

Hechos 20, 17-27; Sal 67; Juan 17, 1-11a
Siente uno admiración cuando se encuentra con una persona cuando se encuentra ya casi en el final de sus días – al menos son ya muchos los años que tiene y en los que ha desarrollado quizá una intensa vida – es capaz de hacer como una pausa y una recopilación, por llamarlo de alguna manera, de lo que ha sido el recorrido de su vida, pero resaltando quizá lo que han sido los valores que han marcado su vida, el sentido que le ha dado a lo que ha hecho y con espíritu de fe profundo hace como una ofrenda de lo que ha sido su vida para presentarla ante de Dios. De alguna manera sentimos la ‘magua’ como decimos en mi tierra de nosotros no poder hacer una cosa semejante con nuestra propia vida.
No es querer dejar la hoja de servicios, nuestra hoja de vida bien completada para facilitar quizás que alguien pueda cantar nuestras alabanzas por lo que hemos hecho – echaríamos a perder lo bueno que hayamos podido realizar si con esas intenciones lo hiciéramos-, sino más bien ver qué es lo que llevamos en nuestras manos para presentarnos ante Dios, pero para alabarle y glorificarle por esa presencia de Dios que hemos sentido en nuestras vida y al mismo agradecer la misericordia que ha tenido con nosotros para borrar esas sombras – tantas que hay – en nuestra hoja de vida porque así de grande es el amor que se ha ido derramando en nuestra vida.
Hoy nos encontramos en el evangelio esa ofrenda de Jesús en lo que solemos llamar su oración sacerdotal. Al final de la cena cuando ya el Pontífice está dispuesto a subir al altar de la redención escuchamos esa hermosa oración de Jesús. Es ahora la hora de la ofrenda y del sacrificio, es la hora del amor extremo, sin límites, como nadie ha amado como solo en Jesús podemos encontrar en toda su plenitud. Siente la gloria de Dios en su vida y quiere glorificar al Señor. Y su gloria está en la ofrenda que va a realizar.
Entendemos como esa glorificación de la que habla Jesús es su propia muerte, porque será cuando sea levantado hasta lo alto del madero cuando atraerá a todos junto a si; será el momento de la glorificación, porque todo en su vida es obediencia al Padre – no se haga mi voluntad sino la tuya exclamará en Getsemaní cuando siente la amargura del cáliz de la pasión que ha de beber – porque su alimento ha sido siempre hacer la voluntad del Padre.
Ahora reconoce que ha hecho cuanto el Padre le ha encargado y por eso va a rogar y con gran intensidad por los que el Padre les confió y aquí quedan para seguir haciendo la obra de Jesús. Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste…’ Tantas veces había dicho que aun no era su hora, pero ahora dice que ‘ha llegado su Hora’, como recordaba el evangelista al principio de la cena pascual  que había llegado ‘la hora de pasar de este mundo al Padre’.
En un breve comentario como son las líneas de esta semilla de cada día no podemos llegar a comentar con todo detalle todas las palabras de Jesús. Seguiremos en los próximos días en que la liturgia nos irá ofreciendo la totalidad de la oración sacerdotal de Jesús y tendremos oportunidad de destacar otros aspectos. Sea una semilla que dejamos sembrada en nuestro corazón.
Valga este breve comentario para que sintamos también en nuestro interior ese deseo de tomar en nuestras manos lo que es y ha sido nuestra vida hasta este momento para hacer esa ofrenda de glorificación a nuestro Padre del cielo. Bien recordamos aquella consigna de san Ignacio de que todo sea siempre para la gloria de Dios. Así seremos en verdad glorificados en El.

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