domingo, 2 de junio de 2019

No nos quedamos extasiados mirando al cielo, ni encerrados en nuestros temores, ni tampoco adormecidos en nuestras primeras experiencias pascuales sino que con Jesús hacemos Ascensión


No nos quedamos extasiados mirando al cielo, ni encerrados en nuestros temores, ni tampoco adormecidos en nuestras primeras experiencias pascuales sino que con Jesús hacemos Ascensión

Hechos 1, 1-11; Sal 46; Efesios 1, 17-23; Lucas 24, 46-53
Cuarenta días después de la pascua celebramos en este domingo – hubiera correspondido el pasado jueves – la Ascensión del Señor al cielo. Como el texto sagrado nos hablaba de que durante cuarenta días Jesús se les aparecía resucitado a los discípulos hablándoles del Reino de Dios, la liturgia nos marca esos cuarenta días pascuales y nos señala esta fecha para llegar así a la culminación del tiempo pascual, la fiesta de la Ascensión del Señor.
Como más tarde explicará Pedro en el sermón de Pentecostés a Jesús, a quien habían crucificado Dios lo resucitó de entre los muertos constituyéndole Señor y Mesías. Es el centro de nuestra fe y viene a ser así la culminación de la obra de Jesús y su exaltación para contemplarlo sentado a la derecha del Padre desde donde ha de venir con gloria para juzgar a vivos y muertos como proclamamos en el Credo de nuestra fe.
Esa expresión ‘sentado a la derecha del Padre’ viene a expresarnos cómo contemplamos a Jesús con su mismo poder y gloria. El que se había rebajado y humillado hasta la muerte en la Cruz Dios lo exaltó dándole el nombre sobre todo nombre para recibir el mismo poder y gloria. Por eso a El todo poder y gloria y con El y por El todo honor y gloria a Dios Padre por los siglos de los siglos como proclamamos también en el momento cumbre de la Eucaristía en la doxología final de la plegaria eucarística.
Contemplamos gozosos la Ascensión de Jesucristo al cielo y celebramos hoy una de las fiestas más entrañables del calendario litúrgico tan lleno de signos en sus perfumes, en sus flores olorosas y en el resplandor de una luz especial como la piedad popular ha sabido adornar esta fiesta de la Ascensión. Muchas cosas hermosas se han hoy en nuestras parroquias.
Nos quedamos absortos, es cierto, mirando al cielo viéndole irse, pero como nos enseñaban aquellos Ángeles del Señor no queremos quedarnos solo mirando al cielo sino que por el suelo de esta tierra tenemos que seguir caminando con la esperanza, primero, de la vuelta gloriosa de nuestro Señor Jesucristo como le hemos visto irse, pero también con la esperanza de que un día nosotros también seremos llevados a participar de esa gloria porque El ha ido para prepararnos sitio y llevarnos también con El.
Pero también nosotros tenemos que hacer ascensión. Aun nos quedan los miedos de los discípulos encerrados en el cenáculo de los que tenemos que irnos desprendiendo que para eso hemos de sentir la presencia de Cristo resucitado que viene a nuestro encuentro, que camina a nuestro lado, que nos hace arder el corazón cuando desde lo más hondo de nosotros mismos le escuchamos, y quitándonos todo temor nos llena de su paz. Tenemos que saber levantarnos y no seguir arrastrándonos porque mientras nos llega el momento de esa ascensión definitiva para nuestra vida una misión tenemos que realizar.
Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo’. Tenemos que ser testigos y no dejarnos agarrotar por esos miedos que aun anidan en nuestro corazón. ‘En su nombre hemos de predicar la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos’, como nos encarga Jesús. Esa buena nueva del evangelio no podemos quedárnosla para nosotros solos sino que tenemos que anunciarla en todas partes del mundo.
Tenemos que levantarnos y ponernos en camino. No nos quedamos extasiados mirando al cielo, ni nos encerramos en nuestros miedos y temores, ni nos quedamos tampoco adormecidos gozándonos en lo que fueran nuestras primeras experiencias pascuales. Comenzaremos por la Jerusalén de los que están a nuestro lado, donde quizá muchas veces nos pueda resultar más difícil hacer ese anuncio sobre todo cuando tantos quizá están de vuelta y desconfiados del mensaje que la Iglesia les pueda trasmitir; pero tenemos que ir hasta los confines del mundo, ese mundo de los lejanos, pero ese mundo de las periferias que quizá geográficamente no está tan lejano, pero que anímicamente se ha creado barreras que muchas veces nos pueden parecer infranqueables.
La tarea no es fácil porque nosotros mismos también nos hemos metido en nuestros abismos de los que tanto nos cuesta salir. La tarea no es fácil porque todo lo que significa ascender siempre nos exige esfuerzo y nos resulta costoso. Pero con Jesús a nuestro lado podemos realizarlo, con la fuerza de su Espíritu podemos hacer ese anuncio y por su gracia todopoderosa podremos realizar el camino.
Es la Ascensión del Señor. Es también la esperanza de nuestra ascensión. Es la contemplación de la gloria del Señor, pero es también la esperanza gozosa de que un día también nosotros podamos gozar de esa gloria del Señor.

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