sábado, 20 de octubre de 2018

En la tarea evangelizadora que tenemos entre manos Jesús no nos deja solos, no nos faltará la fuerza y la asistencia del Espíritu.



En la tarea evangelizadora que tenemos entre manos Jesús no nos deja solos, no nos faltará la fuerza y la asistencia del Espíritu.

Efesios 1,15-23; Sal 8; Lucas 12, 8-12

Ir a contracorriente en la vida no es fácil. Como se dice ahora hay que hacer o seguir la corriente de lo que es políticamente correcto. Pero creo que actuar así, solo por lo políticamente correcto, es mermar nuestra libertad. ¿No puedo tener mi propio pensamiento? ¿No puedo hacer lo que yo creo en ese momento que es lo mejor y lo más justo? Creo que sería lo ideal, pero nos sentimos condicionados muchas veces.
Cada uno piensa que su opción o su postura es lo mejor, pero eso no nos da derecho a que queramos imponer nuestra manera de ver las cosas o nuestra manera de actuar a los demás. Una cosa es que tratemos de convencernos, que busquemos razones para lo que hacemos y con lo que queremos convencer al otro, pero porque ahora haya un grupo de presión en la sociedad que nos venga como salvador y nos quiera imponer sus ideas, es otra canción, por decirlo de una forma suave.
Y nos estamos encontrando con eso en nuestra sociedad, y cuatro que gritan fuerte se creen la mayoría y que entonces las cosas haya que hacerlas como ellos dicen. Lo vemos en la política, lo vemos en las relaciones sociales, lo vemos en los grupos de influencia o de presión que nos encontramos a la vuelta de la esquina en cualquier institución o en cualquier grupo social. Y como ellos nos dicen como hay que hacer las cosas ya no se respeta la conciencia individual de las personas.
Nos es difícil nadar a contracorriente, siguiendo cada uno los dictámenes de su propia conciencia. Nos sentimos presionados por el ambiente, por lo que se cocina en nuestra sociedad que muchas veces puede estar muy distante de nuestra manera de ver las cosas. Y esto nos pasa también en el ámbito de nuestra vida religiosa, de nuestro compromiso cristiano. En una sociedad incluso como la nuestra en la que la mayoría están bautizados vemos cómo las cosas cambian y entre esos mismos bautizados que han abandonado la fe, nos encontramos los más fuertes oponentes en muchas ocasiones.
Cuando hacemos números de estadísticas en el mismo ámbito de la Iglesia quizá nos dejamos llevar por los libros de registros de nuestros bautismos, pero luego vemos que en la realidad de la vida, no todos esos que están bautizados han hecho una opción cristiana en su vida, e incluso entre quienes viven alguna forma de religiosidad, incluso relacionada con la Iglesia, sin embargo en sus posturas más profundas están muy lejos del sentir de la Iglesia y de lo que nos enseña el evangelio. Y ahí nos encontraremos quizá en ocasiones la más fuerte oposición cuando queremos hablar radicalmente de una opción por el evangelio y cuando queremos purificar actitudes y posturas que tenemos que de nuevo reenvangelizar.
Y algunas veces quienes queremos vivir un compromiso serio con nuestra fe nos sentimos abrumados por las dificultades, nos podemos sentir cansados en nuestros trabajos apostólicos y en nuestras luchas y nos parezca que es imposible realmente avanzar. Pero no podemos echar en el saco del olvido las palabras de Jesús. Hoy nos lo recuerda en el evangelio. No hemos de temer, porque no nos faltará la fuerza del Espíritu que está con nosotros y El va a poner fuerza en nuestro corazón, energía espiritual – su gracia - en nuestra vida, y hasta palabras en nuestros labios para hacer valientemente ese anuncio del Evangelio.
No es fácil nadar a contracorriente, pero Jesús no nos deja solos. En la tarea evangelizadora que tenemos entre manos no  nos faltará la fuerza y la asistencia del Espíritu.

viernes, 19 de octubre de 2018

Hacen falta cristianos valientes y nos dice Jesús: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo


Hacen falta cristianos valientes y nos dice Jesús: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo

Efesios 1,11-14; Sal 32; Lucas 12,1-7

Muchas veces en la vida los miedos nos paralizan. Cuántas cosas dejamos de hacer cuando se nos mete el miedo en el cuerpo, como solemos decir. Y hay personas que parece que van siempre en la vida con miedo, con temor. Y ante cualquier cosa nueva que tienen que hacer se quedan como paralizados sin saber qué hacer o como hacer; cuando tienen que expresar una opinión, se callan, dan vueltas y disculpas continuamente, responden con vaguedades, pero tienen miedo de manifestar claramente su opinión, lo que piensan o lo que desean de la vida.
Miedos ante el qué dirán, a la opinión de los demás, a lo que puedan pensar de nosotros y no nos manifestamos con claridad ni sinceridad. Miedos ante el futuro, ante el mañana, ante lo incierto y así nunca se atreven a emprender nada. Miedo a lo que puedan encontrar en contra, la oposición de los demás, la opinión distinta con que se van a encontrar y no se atreven a entrar en un diálogo. Miedo porque lo que vamos a hacer o decir nos traerá consecuencias, y claro no queremos sufrir y somos contradictorios entre lo que pensamos y cómo nos manifestamos. Miedo que muchas veces es una cobardía que nos encierra en nosotros mismos.
También los cristianos en muchas ocasiones nos manifestamos con miedo y no damos un claro testimonio de nuestra fe. Nos acobardamos porque sabemos que nos vamos a encontrar un mundo adverso y tratamos de pasar desapercibidos, tratamos de diluirnos en medio del mundo que es la mejor manera de que pronto lleguemos a perder nuestra identidad, y nuestra fe se nos enfríe y se nos muera.
Hoy nos dice Jesús: ‘A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más’. Nos pide Jesús valentía para anunciar el evangelio, que alejemos de nosotros los temores, que seamos capaces de levantar la voz en la plaza publica para anunciar y dar testimonio de lo que hemos recibido. Ya en otro momento nos dirá que no somos aceptamos, que tendremos incluso persecuciones, pero El nos promete la asistencia y fuerza de su Espíritu para que seamos sus testigos.
Se nos hace difícil hoy el anuncio del evangelio. Parece muchas veces que la gente está curada de todo y que no nos van a aceptar ni nos van a escuchar. Pero quizá ese mundo que nos rodea está esperando una palabra de vida, una palabra de esperanza, el testimonio de quien en verdad trabaja por la paz, de quien manifiesta el amor verdadero con los signos de su vida.
Es lo que nosotros tenemos que anunciar, es lo que tenemos que hacer y dejar a un lado nuestros miedos y cobardías. Si somos valientes nos daremos cuenta de que vamos a encontrar una mayor aceptación de lo que nosotros esperábamos o nos temíamos con nuestros miedos. La fuerza de la gracia del Señor mueve de verdad los corazones más reticentes, pero es necesario que nosotros hagamos con valentía el anuncio. Hacen falta cristianos valientes y decididos que abandonen todos los complejos para ser verdaderos testigos de Jesús y de su evangelio.

jueves, 18 de octubre de 2018

Nos ponemos en camino para anunciar la Buena Nueva de la misericordia de Dios para todos los hombres



Nos ponemos en camino para anunciar la Buena Nueva de la misericordia de Dios para todos los hombres

2Timoteo 4,9-17ª; Sal 144; Lucas 10,1-9

Cuando decimos que nos ponemos en camino no es simplemente para un paseo, para dar una vuelta. Ponerse en camino significa que vamos a algo, que tenemos una meta a donde queremos llegar, que queremos o tenemos que hacer algo. Y nos ponemos en camino  no de cualquier manera, hacemos nuestras previsiones,  nos preparamos de alguna manera, buscamos que es lo que llevamos porque podemos necesitar para el camino, no queremos ir a lo loco.
La vida en cierto modo es un ponerse en camino, un estar en camino. Es una semejanza que empleamos con frecuencia para referirnos a nuestro vivir. Es la referencia para la responsabilidad con que nos tomamos la vida, porque vivir no es vivir a lo loco. Tenemos un sentido, una razón, buscamos o queremos conseguir algo, unas metas, nos trazamos consciente o inconscientemente unos objetivos, que es ese plan de vida que tenemos.
Continuamente nos estamos poniendo en camino porque nos renovamos buscando mayor altura cada vez, no nos contentamos con poco, con lo que hayamos conseguido o tengamos ahora, sino que queremos ir más allá. Algunos lo cifran en lo material, pero sabemos que es algo más hondo y más alto que lo económico o lo material. Es la grandeza de las metas que nos trazamos en la vida, del sentido que le queremos dar a nuestra vida.
Son unos pensamientos que se han ido ahora desgranando por mi mente, cuando he escuchado en el evangelio que Jesús puso en camino a sus discípulos. Había escogido a setenta y dos entre todos los que lo seguían y los había enviado de dos en dos por delante a donde pensaba ir luego él. Y les decía: ‘Poneos en camino…’
Y Jesús les habla del mensaje de paz que han de trasmitir como les habla también de la austeridad con que han de hacer el camino. Es la generosidad del corazón, la disponibilidad que les pide para ser fuertes también aunque muchas puedan ser las dificultades. Por eso les habla que les envía como ovejas en medio de lobos, pero no han de temer, el Espíritu de Jesús les acompaña.
Hoy estamos escuchando este mensaje cuando la Iglesia celebra a san Lucas, el evangelista. Transmisor del Evangelio que no solo lo hizo con su vida y con su palabra, sino que nos lo dejo por escrito con todo detalle para que conociéramos bien las misericordias del Señor. Es el evangelio de la misericordia. Ya desde el principio nos trae el mensaje de Isaías porque la Buena Nueva ha de ser anunciada a los pobres y a los oprimidos; el amor de Dios se iba a derramar sobre todos para liberarnos de cuanto nos oprime y nos esclaviza, como se nos dice en el texto proclamado en la sinagoga de Nazaret.
‘Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte…’ cantaba Zacarías. ‘Auxilia a Israel su siervo – como lo había prometido a nuestros padres – a favor de Abrahán y su descendencia para siempre’, cantaría también María en el Magnificat. Es bien significativo que ya desde el inicio del evangelio se cante la misericordia de Dios que se va a derramar sobre nosotros.
Es la Buena Nueva del Evangelio de Jesús. Es la Buena Nueva que nosotros también hemos de anunciar. Una misericordia que tiene que hacerse presente en nuestro mundo por nuestras actitudes y comportamientos, por los gestos de nuestra vida, por la cercanía con que nosotros hemos de estar junto a los demás especialmente de los que sufren. Podemos hablar mucho de la misericordia pero no siempre los gestos y actitudes que tenemos con los demás, que la misma Iglesia tiene, lo manifiestan de verdad. Muchos hay que no sienten que llega a ellos esa misericordia desde la actitud de los que seguimos a Jesús. Es la Buena Nueva que el mundo necesita escuchar y palpar en nuestra vida, en la Iglesia, en todos los que nos llamamos discípulos de Jesús.
Es a lo que Jesús nos pone en camino en el hoy de nuestra Iglesia y nuestro mundo. Es el mensaje que recibimos y que nosotros hemos de trasmitir. Muchas veces nos entretenemos hablando de muchas cosas, pero nos olvidamos de anunciar esa misericordia de Dios que tanto necesitamos. No  necesitamos muchas cosas en nuestras manos, sino los gestos de nuestra vida, la ternura de nuestro corazón que se tiene que desbordar.


miércoles, 17 de octubre de 2018

Dichoso el hombre que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche…


Dichoso el hombre que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche…

Gálatas 5, 18-25; Sal 1; Lucas 11, 42-46

‘Dichoso el hombre que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche…’ así rezamos en uno de los salmos que se nos ofrecen en la liturgia. Y continúa diciendo: ‘Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin’.
¿Será ese nuestro gozo? ¿En verdad nos dejamos guiar y conducir por la ley del Señor? Así tendría que serlo para el verdadero creyente. El gozo del creyente es buscar siempre y en todo la gloria del Señor. Por eso quien se siente inundado por el amor de Dios en todo siempre busca lo que es su voluntad, lo que son los mandamientos del Señor.
Quienes aman y se sienten amados en todo buscan agradarse el uno al otro, el que ama busca siempre la felicidad del amado. Y esto se traduce en nuestra relación con Dios que si en verdad le amamos al buscar su voluntad lo que estamos buscando es la gloria del Señor. Será así como nos manifestaremos por las obras del amor. Y es que el amor del Señor nos nutre, alimenta nuestra vida, hace germinar en nosotros el amor para dar frutos de amor. Lo que decía el salmo.
Pero hemos de reconocer que no es así siempre en nuestra vida. Está nuestra debilidad, está la tentación, está el mal que nos envuelve y parece oscurecer nuestra vida haciéndonos olvidar ese amor que el Señor nos tiene. Si fuéramos conscientes de ese amor nos sentiríamos fortalecidos, pero lo olvidamos, no lo sabemos tener presente y se nos enfría nuestro amor, se nos debilita nuestra fe, caemos fácilmente por la pendiente resbaladiza de la tibieza espiritual y ya no está tan caldeado nuestro corazón en el verdadero amor.
Por eso en la vida necesitamos detenernos, hacer una parada en ese ritmo tan vertiginoso en que vivimos que nos agobia y nos distrae de lo principal, para ponernos a meditar una y otra vez lo que es el amor de Dios que se manifiesta en nuestra vida de tantas maneras. Como decía el salmo ‘medita la ley del Señor día y noche’.
Por ese no sabernos detener nos vienen las rutinas que nos hacen perder el sentido, nos vienen las rutinas con lo que nos contentamos con hacer formalmente las cosas pero sin darles profundidad, y fácilmente nos vamos deslizando por esos caminos fáciles de las apariencias, de los ritualismos vacíos, de esa desgana y atonía espiritual. Necesitamos despertar.
Hoy el evangelio nos llama la atención sobre esas rutinas y ritualismos con los que podamos querer llenar nuestra vida. Denuncia Jesús la manera de ser y de hacer de los fariseos. Como les dice pagáis el diezmo hasta de la hierbabuena pero olvidáis lo principal, ‘mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios’. Nos puede pasar a nosotros algo así también.
Quizá porque damos una limosna en la colecta de la Misa cuando acudimos los domingos a la Iglesia, pensamos que ya lo tenemos todo hecho, pero olvidamos la verdadera misericordia y compasión que hemos de tenernos los unos con los otros, esa compasión que tendría que llevarnos a un compartir de verdad con los necesitados que están a nuestro lado.
Estamos muy formalmente en la Iglesia en una celebración y realizamos al pie de la letra cada uno de los gestos que nos pueda pedir la liturgia, pero nuestro corazón está bien lejos del Señor porque nuestro pensamiento está en otras cosas, y no prestamos atención a lo que la Palabra del Señor proclamada está queriendo decirnos en nombre del Señor para nuestra vida concreta. Así podríamos pensar en muchas cosas en que vivimos como en una dualidad en nuestra vida.
Que en verdad seamos ese árbol plantado junto a la acequia que da fruto en todo momento, porque en verdad anclemos nuestra vida en la Palabra del Señor y nuestro gozo sea escucharla y plantarla en nuestro corazón para que de fruto en nuestra vida.

martes, 16 de octubre de 2018

Convertimos en absolutos cosas que solo tienen una importancia relativa


Convertimos en absolutos cosas que solo tienen una importancia relativa

Gálatas 5,1-6; Sal 118; Lucas 11,37-41

‘El fariseo se sorprendió al ver que Jesús no se lavaba las manos antes de comer’. Convertimos en absolutos cosas que solo tienen una importancia relativa. Lo de lavarse o no lavarse las manos es cuestión de higiene. Es cierto que cuando estamos educando a los pequeños les imponemos y algunas veces con cierta exigencia lo de lavarse las manos antes de comer; los niños juegan con todas las cosas y tocan todo lo que esté a su alcance, y con la misma espontaneidad cuando van a comer en lo que menos piensan es que las manos no estén limpias para coger la comida; en la tarea de la educación hay que acostumbrarlos, poco menos que se exigentes con su higiene, pero eso es suficiente.
Así se había impuesto esa norma higiénica a un pueblo errante por desiertos y por campos y donde quizá el agua no fuera tan fácil de tener, pero que con una falta de higiene se podían provocar enfermedades y hasta epidemias. Pero eso lo habían convertido en ley absoluta, de manera que incluso hasta la pureza espiritual podía depender del cumplimiento de esa norma higiénica. Y los fariseos eran especialmente escrupulosos con estas normas y preceptos.
Es lo que Jesús ahora quiere hacerles comprender. La pureza del corazón, nos dirá en otro momento, no depende de lo que entre por la boca, porque hay maldades que llevamos dentro del corazón y eso si que hace daño no solo a si mismo sino también a los demás. De dentro del corazón del hombre salen las maldades, odios, envidias, malquerencias, etc… por eso lo que hemos de tener puro y limpio de maldad es el corazón, no importa lo exterior y la apariencia.
Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo’. En otros momentos del evangelio Jesús será aun más duro con los fariseos a los que llama sepulcros blanqueados. Por fuera con el blanco de la cal, pero ya sabemos la podredumbre que hay dentro de un sepulcro. Así les dice que es su corazón que es el que tienen que purificar para que luego puedan resplandecer de verdad las buenas obras.
Cuantas apariencias fantasiosas ofrecemos tantas veces en la vida. Queremos siempre aparentar de buenos, que como tales nos tengan siempre los demás, pero miremos la pureza de nuestro corazón. Y tenemos que ser sinceros con nosotros mismos, porque bien sabemos cómo fácilmente aparecen en nuestra mente y en nuestro corazón las sospechas y desconfianzas, cómo la envidia nos corroe por dentro cuando vemos lo bueno que hay en los demás, cómo se enciende en nosotros el amor propio y el orgullo cuando nos dicen algo que no nos gusta, cómo se nos suben a la cabeza las cosas buenas que podamos hacer y enseguida nos subimos a pedestales buscando reconocimientos y cuando no los encontramos nos sentimos heridos por dentro. Pero aunque hierven esas cosas en nuestro interior procuramos mantener la fachada, la apariencia, que nos tengan siempre por buenos.
Purifiquemos nuestro corazón. Pongamos humildad, amor, sencillez, generosidad, buenos deseos en nuestro corazón. Desterremos suspicacias y desconfianzas, nunca juzguemos a los demás porque no sabemos lo que de verdad hay en su corazón. Un corazón generoso y humilde nos hace agradables a aquellos con los que convivimos y es lo que nos dará la más honda y sana satisfacción.


lunes, 15 de octubre de 2018

Con Jesús encontraremos la verdadera paz, es el descanso de nuestra alma y con El nuestro espíritu se siente siempre revivificado


Con Jesús encontraremos la verdadera paz, es el descanso de nuestra alma y con El nuestro espíritu se siente siempre revivificado

Eclesiástico 15,1-6; Sal 88; Mateo 11,25-30

Estamos cansados y necesitamos descansar, encontrar ese lugar y ese momento de relax, de tranquilidad, de silencio, donde quizás en el sueño, o simplemente sin hacer nada recuperar fuerzas, ponernos de nuevo a tono para recuperar el ritmo de la vida y de nuestros trabajos.
Pero hay cansancios y cansancios; no siempre es el cansancio físico tras una tarea agotadora, un trabajo muy intenso, sino que lo que necesitamos es recuperarnos por dentro, poner en orden quizá muchas cosas de la vida, sentir cómo nuestro espíritu se tonifica, porque en ese cansancio no es que no tengamos fuerzas físicas para el trabajo; nos falta el ánimo, nos sentimos en turbulencias interiores, el cansancio quizá es de la vida, de los problemas, de los agobios y es más bien lo que necesitamos es recuperarnos espiritualmente.
Ya no siempre no es un lugar de reposo lo que necesitamos sino saber encontrar una nueva actitud interior, quizá alguien que nos escuche o alguien que simplemente esté a nuestro lado, o nos diga una palabra de animo que levante de nuevo nuestro espíritu. Necesitamos encontrar paz para nuestro espíritu, y el abrazo de un amigo o de quien nos escuche nos puede hacer mucho bien.
Son muchos los agobios de la vida que algunas veces nos hacen perder el  norte y nos entra el desaliento, porque nos sentimos incapaces, porque nos damos cuenta de nuestra debilidad e impotencia, porque los errores o los tropiezos que hayamos tenido en la vida ahora quizá nos atormentan. Muchos secretos quizá se guardan en nuestro corazón que necesitaríamos desprendernos y liberarnos de ellos, pero no sabemos siempre en quien podamos confiar. Quien llegue a nosotros y nos haga sentir de nuevo la paz es como un ángel de Dios que llega a nuestro espíritu.
Hoy nos dice Jesús en el evangelio: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso’. Hermosas y consoladoras palabras de Jesús. Jesús nos abre su corazón y en él sí podremos encontrar verdadera paz. A El podemos acudir porque sabemos que siempre seremos escuchados. Jesús no tiene relojes que midan el tiempo, no hay horarios de consulta y nunca tiene prisa porque siempre tiene su corazón abiertos para escucharnos.
En El encontraremos siempre un corazón compasivo y misericordioso porque siempre va a acogernos y recibirnos con amor y en su amor nos sentiremos en verdad renovados. En El vamos a encontrarnos con la verdad de nuestra propia vida porque florecerá la sinceridad en nosotros mismos, pero al mismo tiempo vamos a tener una luz nueva que nos haga ver las cosas de manera distinta. Con Jesús ya no va a haber secretos en nuestra vida ni nada querremos ocultar porque sabemos que El es compasivo y misericordioso y hasta para las más horribles miserias tendremos siempre su amor y su perdón.
Con Jesús encontraremos la verdadera paz. Es el descanso de nuestra alma y con El nuestro espíritu se siente siempre revivificado. Pongamos nuestra vida en sus manos, depositémosla en su corazón, su gracia nos cura y nos salva.

domingo, 14 de octubre de 2018

Jesús nos está ofreciendo que encontremos el verdadero sentido y sabor de la vida, no en las cosas sino en la capacidad de donación de nosotros mismos


Jesús nos está ofreciendo que encontremos el verdadero sentido y sabor de la vida, no en las cosas sino en la capacidad de donación de nosotros mismos

Sabiduría 7, 7-11; Sal. 89; Hebreos 4, 12-13; Marcos 10, 17-30

Podríamos comenzar diciendo que es de hombre sabio buscar y encontrar el verdadero valor y sentido de la vida. No son las cosas las que le dan ese sentido a la vida; las cosas son caducas y cuando las perdemos y no las tenemos ¿se habrá perdido entonces el sentido de la vida?
Buscamos quizá seguridades, la seguridad que me pueda dar el poder o la riqueza, pero eso es también efímero, porque hoy lo tenemos y mañana podemos no tenerlo, ¿se nos acaba entonces el valor de nuestra vida?  Por eso, me atrevía a comenzar diciendo que es una verdadera sabiduría encontrar ese valor y ese sentido.
Es estabilidad aunque no sea necesariamente una seguridad de apoyo, porque siempre buscamos y en esa búsqueda tenemos también que crecer y es lo que nos irá haciendo llegar cada vez más a la verdadera madurez. Está en nosotros, pero no lo es por nosotros mismos, pero es dentro de nosotros donde tenemos que buscar esos valores que nos den ese sentido, ese rumbo, por así decirlo, a nuestra vida. No son, pues, simplemente las cosas que hacemos o no es hacer cosas por hacer, sino que todo eso que hacemos o que vivimos parte de ese sentido y de ese valor que le damos a nuestra existencia.
Hoy el evangelio nos habla de un joven, al que quizá podríamos considerar un insatisfecho. Era bueno y era cumplidor, pero tenía una aspiración en su corazón porque en él había ansias de algo grande, aunque no sabía bien cómo. Le pregunta a Jesús qué es lo que tiene que hacer para alcanzar la vida eterna. No se andaba con chiquitas, y por eso cuando le manifiesta a Jesús lo que era su vida, Jesús se le queda mirando con cariño.
No era erróneo el camino que estaba haciendo, pero le faltaba encontrar unas metas más altas que le dieran esa profundidad a su vida. No podía quedarse simplemente contento con lo que hacía – por allí podían ir apareciendo unos atisbos de orgullos personales que lo hacían sentirse ya bueno porque era cumplidor desde chiquito de los mandamientos -, ni tampoco quedarse en las seguridades que le daba la vida por los bienes que poseía – que como luego veremos se convertirán en apegos del corazón -.
Y Jesús le pide que se despoje de sus seguridades, que no tenga el corazón apegado a las cosas que poseía, que para poder volar bien alto hay que liberarse de todas esas cosas que pesan y que por la gravedad siempre tirarán de nosotros hacia abajo, que la felicidad no está en las cosas que poseemos sino en el uso que hagamos de ellas en bien no ya de nosotros mismos sino en bien de los demás. Lo que Jesús le pide no es que viva en la miseria, sino que viva con un corazón de pobre porque el pobre lo que tiene lo reparte y lo comparte y se siente libre en lo más hondo de sí. Lo que Jesús le está ofreciendo es que encuentre el verdadero sentido y sabor de la vida, que no está en las cosas sino que está en la capacidad de donación de nosotros mismos.
Las palabras de Jesús suenan a radicalidad porque son el camino de esa sabiduría que nos hace encontrar el verdadero valor y sentido de nuestra vida. Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo–, y luego sígueme’.
Aquel joven decía que tenía deseos de vida eterna, pero parecía que quería comprarla con las cosas terrenas y temporales. Quería seguir a Jesús pero llevando consigo sus riquezas, es decir, sin cambiar de vida. Un día Jesús había pedido a unos pescadores de Galilea que lo siguieran y ellos dejaron atrás sus pobres barcas, sus remendadas redes, aquellas pocas cosas que tenían y que les servían para ganarse su sustento. Pero cuando Jesús les invita lo dejan todo.
Por eso Jesús cuando los envíe a anunciar el Reino les dice que ni siquiera lleven una túnica de repuesto, que no se preocupen de llevar calderilla en el bolsillo por lo que pudieran necesitar, que no estuvieran preocupándose donde iban a vivir sino que allí donde los acogieran allí se quedaran, porque el Hijo del Hombre tampoco tenía donde reclinar su cabeza.
Y ahora este joven se lo piensa, se queda triste, hay muchas cosas que pesan mucho en su bolsillo y la gravedad de ese lastre le impedirán volar. No quería soltar sus apoyos y lo que él creía que eran sus seguridades. ‘¡Qué difícil, dirá Jesús, les va a ser a los ricos entrar en el Reino de los cielos!’
Todo esto ha de traducirse en muchas cosas para nuestra vida. Porque no estamos aquí para juzgar y condenar a aquel joven del evangelio. Tenemos que ver todo esto plasmado en nuestras vidas. También hemos de encontrar esa verdadera sabiduría, también hemos de buscar esos verdaderos valores de nuestra existencia.
Tentados estamos a buscar seguridades, a buscar apegos, a cortar nuestros sueños de volar muy alto, a permitir que haya lastre en nuestra vida que nos arrastre hacia abajo, a estar contando cuantos instrumentos tenemos para realizar nuestra tarea, también podemos estar contabilizando lo que hacemos de bueno para ver cuántas ganancias tenemos. Fue de alguna manera la reacción de los discípulos que le plantean a Jesús que ellos un día lo habían dejado todo por seguirle. ¿Estarían buscando también seguridades y premios?
Ya Jesús por otra parte en el evangelio nos ha enseñado a confiar en la providencia de Dios que cuida de nosotros. Es el Padre bueno que alimenta a los pajarillos del campo o lo embellece haciendo florecer las hierbas del campo. Y la semilla no va a producir más fruto porque tengamos no sé cuantos medios electrónicos para sembrarla, sino que lo importante es por una parte ese anuncio y esa siembra que hemos de hacer en todo momento con la totalidad de nuestra vida, y la apertura de unos corazones que quieren sembrar en ella la Palabra de Dios.
¿Qué estamos haciendo? ¿Cuál es el desprendimiento que hay en nuestro corazón? Mucho tendría que hacernos pensar este evangelio.