domingo, 14 de octubre de 2018

Jesús nos está ofreciendo que encontremos el verdadero sentido y sabor de la vida, no en las cosas sino en la capacidad de donación de nosotros mismos


Jesús nos está ofreciendo que encontremos el verdadero sentido y sabor de la vida, no en las cosas sino en la capacidad de donación de nosotros mismos

Sabiduría 7, 7-11; Sal. 89; Hebreos 4, 12-13; Marcos 10, 17-30

Podríamos comenzar diciendo que es de hombre sabio buscar y encontrar el verdadero valor y sentido de la vida. No son las cosas las que le dan ese sentido a la vida; las cosas son caducas y cuando las perdemos y no las tenemos ¿se habrá perdido entonces el sentido de la vida?
Buscamos quizá seguridades, la seguridad que me pueda dar el poder o la riqueza, pero eso es también efímero, porque hoy lo tenemos y mañana podemos no tenerlo, ¿se nos acaba entonces el valor de nuestra vida?  Por eso, me atrevía a comenzar diciendo que es una verdadera sabiduría encontrar ese valor y ese sentido.
Es estabilidad aunque no sea necesariamente una seguridad de apoyo, porque siempre buscamos y en esa búsqueda tenemos también que crecer y es lo que nos irá haciendo llegar cada vez más a la verdadera madurez. Está en nosotros, pero no lo es por nosotros mismos, pero es dentro de nosotros donde tenemos que buscar esos valores que nos den ese sentido, ese rumbo, por así decirlo, a nuestra vida. No son, pues, simplemente las cosas que hacemos o no es hacer cosas por hacer, sino que todo eso que hacemos o que vivimos parte de ese sentido y de ese valor que le damos a nuestra existencia.
Hoy el evangelio nos habla de un joven, al que quizá podríamos considerar un insatisfecho. Era bueno y era cumplidor, pero tenía una aspiración en su corazón porque en él había ansias de algo grande, aunque no sabía bien cómo. Le pregunta a Jesús qué es lo que tiene que hacer para alcanzar la vida eterna. No se andaba con chiquitas, y por eso cuando le manifiesta a Jesús lo que era su vida, Jesús se le queda mirando con cariño.
No era erróneo el camino que estaba haciendo, pero le faltaba encontrar unas metas más altas que le dieran esa profundidad a su vida. No podía quedarse simplemente contento con lo que hacía – por allí podían ir apareciendo unos atisbos de orgullos personales que lo hacían sentirse ya bueno porque era cumplidor desde chiquito de los mandamientos -, ni tampoco quedarse en las seguridades que le daba la vida por los bienes que poseía – que como luego veremos se convertirán en apegos del corazón -.
Y Jesús le pide que se despoje de sus seguridades, que no tenga el corazón apegado a las cosas que poseía, que para poder volar bien alto hay que liberarse de todas esas cosas que pesan y que por la gravedad siempre tirarán de nosotros hacia abajo, que la felicidad no está en las cosas que poseemos sino en el uso que hagamos de ellas en bien no ya de nosotros mismos sino en bien de los demás. Lo que Jesús le pide no es que viva en la miseria, sino que viva con un corazón de pobre porque el pobre lo que tiene lo reparte y lo comparte y se siente libre en lo más hondo de sí. Lo que Jesús le está ofreciendo es que encuentre el verdadero sentido y sabor de la vida, que no está en las cosas sino que está en la capacidad de donación de nosotros mismos.
Las palabras de Jesús suenan a radicalidad porque son el camino de esa sabiduría que nos hace encontrar el verdadero valor y sentido de nuestra vida. Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo–, y luego sígueme’.
Aquel joven decía que tenía deseos de vida eterna, pero parecía que quería comprarla con las cosas terrenas y temporales. Quería seguir a Jesús pero llevando consigo sus riquezas, es decir, sin cambiar de vida. Un día Jesús había pedido a unos pescadores de Galilea que lo siguieran y ellos dejaron atrás sus pobres barcas, sus remendadas redes, aquellas pocas cosas que tenían y que les servían para ganarse su sustento. Pero cuando Jesús les invita lo dejan todo.
Por eso Jesús cuando los envíe a anunciar el Reino les dice que ni siquiera lleven una túnica de repuesto, que no se preocupen de llevar calderilla en el bolsillo por lo que pudieran necesitar, que no estuvieran preocupándose donde iban a vivir sino que allí donde los acogieran allí se quedaran, porque el Hijo del Hombre tampoco tenía donde reclinar su cabeza.
Y ahora este joven se lo piensa, se queda triste, hay muchas cosas que pesan mucho en su bolsillo y la gravedad de ese lastre le impedirán volar. No quería soltar sus apoyos y lo que él creía que eran sus seguridades. ‘¡Qué difícil, dirá Jesús, les va a ser a los ricos entrar en el Reino de los cielos!’
Todo esto ha de traducirse en muchas cosas para nuestra vida. Porque no estamos aquí para juzgar y condenar a aquel joven del evangelio. Tenemos que ver todo esto plasmado en nuestras vidas. También hemos de encontrar esa verdadera sabiduría, también hemos de buscar esos verdaderos valores de nuestra existencia.
Tentados estamos a buscar seguridades, a buscar apegos, a cortar nuestros sueños de volar muy alto, a permitir que haya lastre en nuestra vida que nos arrastre hacia abajo, a estar contando cuantos instrumentos tenemos para realizar nuestra tarea, también podemos estar contabilizando lo que hacemos de bueno para ver cuántas ganancias tenemos. Fue de alguna manera la reacción de los discípulos que le plantean a Jesús que ellos un día lo habían dejado todo por seguirle. ¿Estarían buscando también seguridades y premios?
Ya Jesús por otra parte en el evangelio nos ha enseñado a confiar en la providencia de Dios que cuida de nosotros. Es el Padre bueno que alimenta a los pajarillos del campo o lo embellece haciendo florecer las hierbas del campo. Y la semilla no va a producir más fruto porque tengamos no sé cuantos medios electrónicos para sembrarla, sino que lo importante es por una parte ese anuncio y esa siembra que hemos de hacer en todo momento con la totalidad de nuestra vida, y la apertura de unos corazones que quieren sembrar en ella la Palabra de Dios.
¿Qué estamos haciendo? ¿Cuál es el desprendimiento que hay en nuestro corazón? Mucho tendría que hacernos pensar este evangelio.

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