sábado, 28 de abril de 2018

Igual que Jesús dice que quien le ve a El ve al Padre, la vida del creyente también tendría que ser un reflejo que le hable de Dios a los demás



Igual que Jesús dice que quien le ve a El ve al Padre, la vida del creyente también tendría que ser un reflejo que le hable de Dios a los demás

Hechos de los apóstoles 13, 44-52; Sal 97; Juan 14, 7-14

‘Señor, muéstranos al Padre y nos basta’, le pide uno de los discípulos a Jesús. Le vale una réplica y casi reprimenda por parte de Jesús. Tanto tiempo que ha estado con ellos, tantas cosas que han compartido, tantos momentos de caminar juntos, tantos momentos de explicarles a ellos las cosas con mayor detalle, tantos momentos en que se ha dejado ir conociendo su corazón, y aun no lo conocen. ‘Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre’, terminará diciéndoles Jesús.
también nosotros queremos conocer a Dios, nos preguntamos cómo es Dios, nos preguntamos donde está sobre todo quizá cuando vemos tantas cosas que no comprendemos en el mundo en que vivimos, nos hacemos preguntas sobre Dios y le damos vueltas y vueltas a nuestra cabeza, pero quizá no somos capaces de abrir los ojos que de verdad pueden conocerle. Y es que lo esencial es invisible a los ojos. Sin embargo hay señales, hay signos, hay sensaciones y sentimientos, hay cosas que podemos palpar de manera distinta y podemos llegar a ver, a encontrar respuestas, pero  nos cegamos.
Nos cegamos porque queremos que las cosas sean a nuestra manera, según nuestros propios parámetros y el misterio de Dios nos desborda. Nos sentimos quizás tan pequeños que sin embargo la grandeza de Dios que se nos manifiesta en lo pequeño no alcanzamos a verla, a descubrirla.
Tendríamos que aprender a mirar más a Jesús. Tendríamos también que aprender a mirar con los ojos de Jesús. El nos está ensañando continuamente, nos está queriendo hacer descubrir esas maravillas de Dios en lo mas sencillo y en lo pequeño, que nos pudiera parecer que está muy lejano de lo que nosotros imaginamos de Dios. Y es que Dios se ha hecho hombre, para que en lo humano de Jesús sepamos descubrir su divinidad. Por eso nos dirá Jesús que viéndolo a El, conociéndole a El conoceremos y veremos al Padre.
Es el rostro de Dios que se manifiesta cercano, al lado de los pobres, atendiendo a los enfermos, escuchando a todos, buscando a los lejanos, yendo tras la oveja perdida hasta encontrarla y hacerla volver a su redil. En esos gestos de Jesús, en todo eso que El nos enseña tenemos que saber escuchar a Dios, saber encontrarnos con Dios, descubrir la cercanía y el amor de Dios.
Mucho más podríamos seguir profundizando en este pensamiento. Pero me está haciendo pensar también en la respuesta que nosotros podemos y tenemos que dar a los que a nuestro lado  nos preguntan por Dios. De una forma o de otra el mundo aunque muchas veces quiera declararse ateo y no creyente continuamente se hace preguntas sobre Dios, nos hacen preguntas sobre Dios de una forma o de otra. Porque no entienden el misterio de Dios, porque los males que hay en la vida los confunden cuando no saben dar respuestas, cuando se encierran quizá en su rebeldía y buscan a quien echar la culpa y les es fácil echársela a Dios.
Y es aquí donde hay algo que tendría que inquietarnos. ¿Podríamos dar nosotros la misma respuesta de Jesús? ‘Quien me ve a mí, ve al Padre’. Es serio esto. Porque nosotros los creyentes con nuestra manera de vivir, con nuestras actitudes y con nuestros comportamientos, con nuestro amor y con nuestro compromiso por los demás, con nuestra vida llena de rectitud pero también muy llena de alegría, tendríamos que ser un reflejo que les hable de Dios a los demás. ¿Seremos capaces de serlo para los otros? ¿Nuestra vida les habla de Dios a los demás? Quede ahí la pregunta y mira cual es la respuesta que puedes dar con tu vida. No es un juicio es un interrogante para pensar.

viernes, 27 de abril de 2018

No quiere desprenderse Jesús de aquellos a los que ama y nos está señalando cómo no hemos de separarnos nunca de El, sino permanecer siempre unidos a El


No quiere desprenderse Jesús de aquellos a los que ama y nos está señalando cómo no hemos de separarnos nunca de El, sino permanecer siempre unidos a El

Hechos de los apóstoles 13, 26-33; Sal 2; Juan 14, 1-6

Los momentos de las despedidas suelen ser muy emotivos y fácilmente afloran todos los sentimientos y se convierten en lugar propicio para confidencias, para manifestaciones de afectos, para promesas de futuro en un recuerdo que no va a borrarse y en donde surge y resplandece lo más hermoso que llevamos en nuestro interior sobre todo hacia aquellos seres a los que más amamos.
Será en la partida hacia un viaje en que las distancias pondrán tentarnos por otra parte al olvido que no deseamos; será el momento en que nos desprendemos de los seres que amamos, como los hijos, porque van a emprender su propio camino; será el momento doloroso de la despedida final porque la vida del ser amado se acaba y quisiéramos expresarle ahora como en un torrente todo aquello que a lo largo de la vida no supimos o no tuvimos la ocasión de expresar.
Es lo que palpamos en lo que solemos llamar la última cena como nombre de lo que significo aquel momento de despedida de Jesús antes de su pasión, antes de su pascua. Era la cena pascual, pero que se estaba convirtiendo en anticipo de lo que sería la pascua definitiva. Los discípulos por su parte están perturbados porque presienten lo que todo aquello puede significa y porque tampoco terminan de entender los signos y gestos que Jesús está realizando.
Pero es el momento en que Jesús derrama sobre sus discípulos amados todo lo que se está desbordando de su corazón. Jesús marcha, pero les dice que seguirá con ellos; Jesús marcha pero les anuncia que quiere tenerlos para siempre junto a El; Jesús les habla de que les prepara sitio, aunque también les hace comprender que ellos también han de prepararse para todo lo nuevo que va a comenzar.
Es la ternura de un corazón que quiere quedarse junto a los suyos y que en la inventiva del amor sabrá encontrar modo para que le siga sintiendo para siempre junto a ellos. Es despertar en ellos también el deseo de emprender un camino que será camino de vida en plenitud; un camino donde hallarán la verdadera sabiduría de la vida, un camino que no puede ser sino vivir su misma vida, seguir sus mismos pasos, hacer su mismo camino, alimentarse de su verdad que les llenara de vida porque les llevará siempre a la plenitud de Dios.
Por eso les invita a poner toda su confianza en Dios, a creer plenamente en su Palabra. Se los asegura, Dios no les fallará. ‘Os llevaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros’, les dice. Y cuando le preguntan y se interrogan como hacerlo, les dice ‘yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie va al Padre sino por mi’ No quiere desprenderse Jesús de aquellos a los que ama. Y les está señalando como ellos no han de desprenderse nunca de El, sino a El siempre han de permanecer unidos.
Se han de acabar para siempre los temores. La esperanza siempre tendrá que resplandecer en la vida, a pesar de tantas sombras que podamos encontrar. No nos faltará su luz, no nos faltará su vida, no nos faltará su gracia y su presencia. ¿Será así cómo verdaderamente nos encontramos y nos sentimos quienes creemos en Jesús y queremos seguir su camino? Nos podrán entrar tentaciones de duda y hasta alguna vez de desconfianza, porque somos así.
 Pero hemos de aprender a poner toda nuestra confianza en Jesús. Nos está descorriendo los velos que podrían ocultar todo el amor que encierra en su corazón. Su ternura de amor se está derramando sobre nosotros. Fundamentemos ahí toda la espiritualidad de nuestra vida.

jueves, 26 de abril de 2018

La luz del evangelio que ilumina nuestra vida y el sabor de Cristo con que sazonamos nuestra existencia se ha de convertir en signo de salvación para cuantos nos rodean


 
La luz del evangelio que ilumina nuestra vida y el sabor de Cristo con que sazonamos nuestra existencia se ha de convertir en signo de salvación para cuantos nos rodean

1Corintios 2, 1-10; Sal 118; Mateo 5, 13-16

Todos sabemos que una comida que no está condimentada con la sal no tiene sabor o incluso fácilmente se echa a perder, que por un lugar totalmente oscuro y sin luz no podemos caminar porque tropezaríamos, nos haríamos daño y hasta podemos tener el peligro no solo de perder la orientación de nuestro caminar sino la vida misma.
Esto que esto diciendo es muy elemental, es cierto, pero son las imágenes que nos propone Jesús en el evangelio para decirnos lo que significa el mensaje del Reino para la humanidad y lo que representa la luz de la fe. Es la vida misma, es el valor de la vida, es el sentido de la existencia y la orientación que le damos a nuestro vivir, es el descubrir lo que es verdaderamente importante y luchar por conseguirlo sin perder el rumbo, son las metas y es el camino de la plenitud de nuestro ser – cuántas veces nos habla de vida eterna – lo que encontramos en Jesús.
Si nos decimos cristianos no es por una tradición sino porque queremos seguir ese camino de Jesús. Por eso decimos que el cristiano es el discípulo de Cristo; y el discípulo es el que ha encontrado un maestro al que quiere seguir porque sus palabras y su vida misma se hacen vida para él. Cuando nos decimos cristianos es porque estamos convencidos que esa es la sal y la luz de nuestra vida y ya no podemos vivir sin ese sentido y sin ese valor que en Cristo encontramos para nuestro existir. Y es importante que esto lo tengamos claro para que nuestra vida no sea una rutina, no sea un caminar de aquí para allá desorientados y sin saber qué rumbo tomar.
Pero eso es también lo que nosotros tenemos que ofrecer a los demás, ofrecer al mundo que nos rodea. Nos damos cuenta de la confusión que nos rodea; parece que cada uno está tirando para su lado y no somos capaces de que haya una concordia para hacer que nuestro mundo sea mejor y marche mejor en todos los problemas que afectan a toda la humanidad. Frente a esa desorientación en que con frecuencia nos encontramos y a tanta confusión nosotros tenemos una palabra que decir y tenemos que saber decirla con valentía y desde el testimonio de lo que nosotros creemos y vivimos.
El evangelio no pretende dar soluciones técnicas a los problemas y los proyectos que se puedan trazar en la vida, pero si puede darnos un valor, hacernos recapacitar en lo que verdaderamente es importante, en el valor de la vida y de la persona, en lo que ha de ser la base de nuestras relaciones y dentro de todo eso podemos aportar desde nuestra fe la trascendencia que le damos a la vida y poner esa metas altas llenas de espiritualidad que llenan y dan plenitud al corazón del hombre.
Jesús nos dice que tenemos que ser sal y ser luz. Desde lo que vivimos, desde lo que es nuestra fe, desde el sentido que desde el evangelio nosotros damos a la vida queremos ayudar a que el mundo encuentre su sabor, encuentre la verdadera sabiduría de la vida, viva en la rectitud de la responsabilidad y encuentre una luz y una orientación para su existencia. Es la tarea y la misión del cristiano.
Es esa espiritualidad que desde Cristo nosotros podemos dar al mundo para que nos arranquemos de los puros materialismos que nos limitan y reducen y no dejemos que se meta en nuestro corazón la corrupción del mal, de la ambición egoísta que nos hace luchar los unos contra los otros y nos llena de tantas violencias que se multiplican desde nuestras palabras, nuestros gestos y nuestras actitudes.
Hoy la Iglesia española celebra a un gran santo que supo ser esa sal y esa luz en su tiempo en la historia de su pueblo. San Isidoro de Sevilla que además fue un verdadero sabio en su tiempo, que así lo reconoce la historia, que si abarcaba toda una enciclopedia de la vida con su múltiple saber como nos dejó reflejado en sus escritos, pero que fue también la sabiduría con que guió a su diócesis de Sevilla y a toda la Iglesia de España.
¿Seremos capaces de ser cada día un poco más de sal y de luz para ese mundo concreto que nos rodea? La luz del evangelio que ilumina nuestra vida se ha de convertir en signo de salvación para cuantos nos rodean; el sabor de Cristo que nosotros queremos vivir con nuestra fe tiene que dar también sabor y sentido a la vida de las gentes del mundo de hoy. Es la sabiduría cristiana que hemos de saber trasmitir.

miércoles, 25 de abril de 2018

Marcos, un testigo del Evangelio que nos invita a proclamarlo también con nuestra vida en medio del mundo que busca y desea una salvación


Marcos, un testigo del Evangelio que nos invita a proclamarlo también con nuestra vida en medio del mundo que busca y desea una salvación

1 Pedro 5,5b-14; Sal 88; Marcos 16,15-20

‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación…’ El cumplimiento de este mandato de Jesús es lo que viene a expresarse en las primeras palabras del relato que Marcos nos hace de la vida de Jesús. ‘Comienzo de la Buena Noticia, Evangelio, de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios’. Es lo que pretende Marcos cuando nos relata la vida de Jesús.
Hoy estamos celebrando la fiesta de San Marcos, evangelista, el que nos trasmitió el evangelio de Jesús, la Buena Noticia de Jesús. Acaso aquel joven envuelto en una sabana que oculto observaba el prendimiento de Jesús en el huerto de Getsemaní y cuanto allí sucedía; probablemente por ser de la familia de quien había facilitado aquel lugar para la cena de la Pascua testigo de los primeros pasos de la comunidad de Jerusalén que en aquel mismo lugar seguía reuniéndose.
Sería él quien acompañó a Saulo y Bernabé en la primera parte del primer viaje apostólico de san Pablo. Más tarde acompañaría a Bernabé de nuevo a Chipre, pero le veremos más tarde junto a Pedro en Roma, que le llama su hijo amado; sabemos que finalmente estaría acompañando a Pablo, superados los desentendimientos de los primeros momentos, que lo mencionará varias veces en sus cartas apostólicas.
Hoy lo recordamos sobre todo por evangelista, el testigo que nos trasmitió la Buena Noticia de Jesús. Es el evangelio que nos trasmitió y que sigue siendo fuente de la Palabra viva de Dios en la Iglesia para todos los hombres. Es lo que necesitamos hoy destacar de manera especial cuando tan importante es que sigamos siendo esos testigos del evangelio en medio de nuestro mundo. Es la gran tarea en la que estamos embarcados y que no podemos abandonar.
El mundo, aunque tantas veces se haga sordo al anuncio que le hagamos, sigue necesitando del Evangelio, porque en el fondo sigue buscando unos caminos de salvación. ¿A quien no le preocupan los problemas de nuestro mundo? No podemos ser insensibles a la pobreza y a la violencia, a la corrupción y un mundo lleno de desigualdades e injusticias, a un mundo confuso en medio de tantas propuestas que de un lado o de otro se hacen para resolver los problemas que tiene nuestra sociedad.
Todos buscamos soluciones; cada uno ofrece sus ideas y proyectos desde las distintas ideologías, desde las distintas maneras de ver nuestra sociedad, desde los diversos planteamientos que se hacen a nivel económico o a cualquiera de los niveles. Es una búsqueda que todos hacemos porque queremos un mundo mejor. Se intentan imponer las diversas visiones de las cosas, a veces olvidamos a las personas y pensamos más en reglamentaciones.
¿Quién es nuestro verdadero salvador? ¿Quién nos puede ayudar a profundizar en el verdadero valor de la persona? ¿Quién nos puede ayudar a encontrar las verdaderas palancas del amor y de la justicia que nos hagan mejores personas y con ello hagamos verdaderamente un mundo mejor?
Creemos en el Evangelio de Jesús. Seguimos creyendo que es la gran buena noticia que el mundo necesita y que nos llevará de verdad a hacer nuestro mundo mejor. El evangelio de Jesús nos ayuda a transformar nuestro corazón, arrancando de nosotros negruras, las negruras del orgullo, de la intransigencia, de la insolidaridad, de las violencias soterradas pero que un día aparecen, de las ambiciones que nos destrozan a nosotros y destrozan cuanto encontremos a nuestro paso, de esos materialismos que nos hacen insensibles a lo espiritual y a lo más noble que podamos tener en nuestro espíritu.
Es lo primero que nos pide Jesús desde el primer anuncio de la Buena Noticia. Conversión para creer en el evangelio; dejarnos transformar el corazón para ser mejores nosotros y así podamos hacer ese mundo mejor. Es el testimonio que nosotros tenemos que dar no solo con nuestra palabra que grita y anuncia, sino con nuestra vida que tiene que ser el verdadero testigo de ese evangelio en el que creemos y queremos anunciar.
Creo que puede ser el mejor compromiso de nuestra vida cuando estamos celebrando a san Marcos Evangelista, testigo del Evangelio de Jesús.


martes, 24 de abril de 2018

En el silencio y soledad de las bandas del sur de Tenerife se fraguó la aventura misionera del Hermano Pedro para evangelizar las tierras de Guatemala


En el silencio y soledad de las bandas del sur de Tenerife se fraguó la aventura misionera del Hermano Pedro para evangelizar las tierras de Guatemala

Hoy celebramos en nuestra tierra la fiesta de nuestro primer santo canario, el Santo Hermano Pedro de San José de Bethencourt. Nacido en Vilaflor, Tenerife, y apóstol de Guatemala donde murió en 1667.
La vida de nuestro Santo Hermano Pedro estuvo en nuestra tierra rodeada de demasiadas tradiciones y en cierto modo leyendas. Todo giraba en otros tiempos en torno a la Cueva del Hermano Pedro, allá en las cercanías de las playas del Médano, en Granadilla y allí recuerdo como siempre la gente acudía sobre todo el día de san Pedro para recordar y festejar al Hermano Pedro, cuando aun no había sido ni beatificado ni canonizado.
La tradición nos habla de esa cueva como un lugar donde se guarecía con sus ganados en las épocas del año en que venia a pastar en las zonas de costa. Un lugar que le servia al Hermano Pedro para el retiro y el silencio, para la oración y la reflexión, como sigue siendo hoy en el espacio religioso que allí se sigue manteniendo.
Quizá allí, en aquellas soledades se fraguara su deseo de ir a América, desde ese espíritu aventurero nacido quizá de la necesidad de ir ‘a la conquista’ de América como tantos y a través de los siglos ha seguido sucediendo, pero que en Pedro habría también deseos de evangelización después de lo escuchado de un familiar suyo religioso que en esas tareas desarrollaba su labor en América.
Era Pedro un hombre devoto y piadoso, que había nacido a espaldas de la Iglesia de san Pedro de Vilaflor, donde hoy precisamente se levanta su santuario sobre lo que fue el solar de su casa. Su trashumancia por las bandas del sur de la isla no le impidieron cultivar su espíritu religioso y de ahí nacería su deseo de ir a América.
Recaló primero en Cuba para trasladarse luego a Honduras y finalmente a Guatemala. Quiso ser sacerdote, pero los estudios eclesiásticos y los latines se le hacían imposible lo que no le impidió entrar en la orden tercera de los franciscanos. Su espíritu pobre le hizo amar de manera especial a los pobres y a los enfermos y pronto buscaría lugar junto a una ermita para recoger a los necesitados y a los enfermos que ni siquiera en los pobres hospitales de la época encontraban cabida.
Proverbial era su salida todas las mañanas por la calles de Antigua con el repiqueteo de su campanilla recordándonos lo efímera que es nuestra vida, pero al tiempo recogiendo limosnas para sostener aquel incipiente hospital de convalecientes. En torno a él pronto surgirían quienes querían seguir sus pasos para atender de igual manera a pobres y enfermos, lo que daría origen a la Orden de los Hermanos de Belén que llegaría a constituirse formalmente después de su muerte.
El Hermano Pedro murió muy joven, de cuarenta y un años, pero dejo tras de si una huella de virtudes y de santidad, estimulo para muchos en el camino del seguimiento de Jesús. El amor al misterio de Belén fue de alguna manera escuela de santidad en la pobreza y la humildad. Su amor a los necesitados y a los enfermos fue un sol que resplandecía fuerte en su vida. su amor a la Virgen, con deseos siempre de volver un día a su tierra para postrarse ante la Virgen de Candelaria, fue el aliento de madre que sintió y que le impulsaba más y más en ese camino de pobreza, de desprendimiento, de caridad.
Que el ejemplo de nuestro Santo Hermano Pedro nos estimule a nosotros también en ese camino de santidad hecho de pequeñas cosas, de pequeños gestos, en la sencillez de nuestra vida ordinaria de cada día. No son grandes cosas las que tenemos que hacer sino eso pequeño y ordinario de cada día realizado con un amor extraordinario que nos haga sintonizar en cada momento con el corazón de Dios. A eso precisamente nos invita el Papa Francisco con su reciente exhortación apostólica sobre la santidad.  

lunes, 23 de abril de 2018

Los que seguimos a Jesús nunca podemos cerrar puertas ni crear barreras sino tender puentes de encuentro y comunión, de convivencia y paz


Los que seguimos a Jesús nunca podemos cerrar puertas ni crear barreras sino tender puentes de encuentro y comunión, de convivencia y paz

Hechos de los apóstoles 11,1-18; Sal 41; Juan 10,1-10

Una puerta que se abre es una invitación a entrar en un mundo nuevo o distinto que se oculta tras esa puerta o esos muros. Pero una puerta cerrada nos impide el paso, la entrada, y es una de no dejar entrar a quien pudiera venir a robar o destrozar, como lo es también de preservar nuestra intimidad y guardar lo nuestro. Demasiadas puertas cerradas nos vamos encontrando hoy en nuestros caminos y vamos incluso vallando nuestras propiedades para impedir la entrada o el paso de extraños. Será una cerca que no se puede saltar o serán unos carteles que nos avisan de que aquello es un lugar privado donde no se puede entrar.
Quizá con las inseguridades que vivimos en el mundo de hoy nos pueda parecer normal esas vallas o esas puertas cerradas, pero creo que en la vida hay otras puertas u otras vallas que interponemos en nuestras mutuas relaciones. Creamos demasiadas veces distancias, vados intransitables entre las personas, discriminamos impidiendo el paso a nuestra vida a los que no nos gustan quizá simplemente por sus apariencias, creamos desconfianzas en el corazón y distanciamientos que nos impiden una relación cordial y una verdadera comunión y comunicación entre unos y otros; aparecen soledades, corazones con amargura y resentimientos, expresión quizá de muchos sufrimientos guardados en el silencio de la impotencia.
Hoy Jesús nos quiere hablar de una puerta abierta. Y El ha venido para ser esa puerta abierta. Es la puerta por la que entrando nos vamos a encontrar con la vida. Es la puerta que traspasándola nos vamos a encontrar toda la revelación del misterio de Dios. El es la Palabra reveladora de Dios que nos hace conocer al Padre y todo lo que es su amor por nosotros; esa Palabra que tenemos que escuchar y que seguir como las ovejas escuchan y siguen la voz de su pastor. Es la puerta que nos señala caminos de amor para que encontrándonos con el amor verdadero que en El se nos manifiesta podamos entender mejor como tenemos que expresar nosotros el amor; con Jesús entraremos para siempre en la sintonía del amor.
Cuando por la fe traspasamos esa puerta que es Cristo, no solo nos vamos a ver acogidos y envueltos en el amor de Dios – Jesús como Buena Pastor nos va a conducir a los verdaderos pastos de la vida – sino que necesariamente vamos a sentirnos en una nueva comunión con todos donde se rompan y se caigan todas las barreras que han impedido hasta ahora que nos encontremos y convivamos de verdad; con Jesús sabremos lo que es la verdadera reconciliación, porque El con su muerte ha derribado para siempre el muro del pecado que nos separaba.
Queremos entrar por esa puerta; queremos escuchar y seguir a Jesús; queremos abrir nuestras puertas también derribando tantos muros que nos separan de los que están a nuestro lado o de los que nos vamos encontrando en los caminos de la vida. Los que seguimos a Jesús siempre tenemos que estar abiertos a la comunión y a la paz, al amor y a la concordia, comprometidos a hacer un mundo nuevo y mejor.

domingo, 22 de abril de 2018

La misión del Buen Pastor que da su vida por sus ovejas nos abre horizontes para llegar a esos otros mundos a los que hemos de hacer también el anuncio de la Buena Nueva de Jesús


La misión del Buen Pastor que da su vida por sus ovejas nos abre horizontes para llegar a esos otros mundos a los que hemos de hacer también el anuncio de la Buena Nueva de Jesús

Hechos 4, 8-12; Sal. 117; 1Juan 3, 1-2; Juan 10, 11-18

¿Hasta dónde somos capaces de llegar en el cumplimiento de las responsabilidades que hayamos adquirido o se nos hayan confiado en la vida? Asumir una responsabilidad y más cuando media en ello también el amor algunas veces nos cuesta y parece como si quisiéramos ponerle límites o decir hasta aquí llego pero complicarme la vida más allá ya no estoy tan dispuesto. Ya decimos que no a todos se les enfrían sus responsabilidades y podríamos descubrir muchos testimonios admirables de quienes pierden para si, pero son capaces de mantener su fidelidad hasta el final.
En el cumplimiento de nuestras responsabilidades algunas veces quizá tengamos que enfrentarnos a quienes no actúan con toda ética y rectitud y que desde sus lugares de influencia quizá hasta pudieran hacernos daño con sus manipulaciones. Es difícil y cuesta, pero sí nos podemos encontrar personas que actúan con esa rectitud aunque eso les pueda traer otros perjuicios por otros lados.
Es responsabilidad, es rectitud, es fidelidad, es sentir como propio lo que tenemos en nuestras manos, aunque sea cosa que nos haya confiado alguien, es el amor a la justicia y la bondad que brillan en tantos corazones buenos también. ¿Hasta donde seremos capaces de llegar nosotros también? ¿Habremos puesto junto a esa tarea de la responsabilidad el abono del amor que la hace verdaderamente fecunda?
Hoy lo aprendemos de Jesús en el evangelio. Nos habla del pastor que cuida con responsabilidad de sus ovejas, pero donde todo además lo vemos impregnado por el amor. Es el verdadero pastor que ama a su rebaño, que lo cuida y lo protege, que le ofrece los mejores pastos, pero que también lo defiende. Es el pastor que las ama y las conoce, a cada uno le ha dado un nombre, y cada una conoce a su pastor porque así se sienten amadas, protegidas y cuidadas por él. Si acaso alguna se le extravía la busca por collados y barrancos hasta que la encuentra llenándose de alegría que comparte incluso con los demás.
No es el asalariado que se comporta de manera irresponsable, porque aunque trata de cumplir con su deber de llevar a pastar a las ovejas, cuando viene la dificultad y el peligro, huye, abandona, no protege ni cuida aun a riesgo de su propia vida. El que no es dueño de las ovejas porque no las siente como algo propio de su vida, ve venir al lobo y las abandona, dejando que el lobo haga estrago entre las ovejas.
Y Jesús nos está diciendo que ese buen pastor es El que da su vida por las ovejas, que da su vida por nosotros. Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas… Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas…’
No es necesario que digamos muchas cosas para que veamos reflejada esa imagen del Buen Pastor en Jesús. Basta que le contemplemos en el evangelio, en su cercanía con la gente, en la acogida misericordiosa a cuantos a El se acercan con sus dolencias del cuerpo o del espíritu, en su recorrer los caminos de Galilea y toda Palestina, en su saber estar al lado de los pecadores y de cuantos eran despreciados por todos, en su entrega hasta el final dando su vida por nosotros. Es la vida de Jesús, son sus gestos y son también sus palabras, es su mirada y es su mano tendida, es su corazón misericordioso siempre abierto y es ese acercarse incluso a aquel que está abandonado de todos.
Hoy es un momento para ponernos a contemplar y a considerar cuanto es el amor que el Señor nos tiene, pero también para que consideremos cómo nosotros le escuchamos y conocemos su voz. Esa voz del Buen Pastor que llega a nosotros por tantos caminos, porque nos llega a través de la Iglesia y de quienes en la Iglesia tienen una misión y un oficio pastoral, pero que nos llega también a través del hermano que camina a nuestro lado y muestra alguna preocupación por nosotros. ¿Por qué no ver ahí ese cuidado amoroso de Jesús Buen Pastor que llegue también así a nuestra vida?
Hay un pequeño detalle en el evangelio en el que también hemos de caer en la cuenta. Nos dice Jesús que hay otras ovejas, que no están quizá en nuestro rebaño, pero que también tienen que oír la voz del Pastor, recibir esa atención del Pastor que también ha de cuidar de ellas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor’.
En un sentido ecuménico habitualmente hemos querido ver ahí a quienes se han separado de la Iglesia y hemos utilizado este texto como una motivación para nuestra oración por la unidad de los cristianos. Pero creo que puede decirnos algo más. ‘Otras ovejas que no son de este redil…’ nos dice. ¿No somos una Iglesia en salida, una iglesia que no puede apagar su espíritu misionero?
En cuantos podemos pensar en este mundo en el que vivimos, por un lado unos que se han alejado de la Iglesia aun cuando se dicen todavía creyentes y cristianos; pero tantos a los que quizá ya no les diga nada la religión, ni Cristo ni la Iglesia, cuantos con otras maneras de pensar, con otras ideologías que marcan sus vidas, tantos quizás personas de buena voluntad y que hacen el bien o trabajan por la justicia y por un mundo mejor pero que no han descubierto la luz de la fe o el sentido cristiano de la vida incluso con los buenos valores por los que trabajan. Tenemos que reconocer claramente que no todo es negativo en quienes no profesan nuestra misma fe.
A tantos que miramos de lejos, porque tienen otro estilo de vida o porque desde nuestro punto de visto sus vidas se ven marcadas por muchas cosas que a nosotros no nos pueden parecer buenas. Y ¿qué hacemos ante todo eso? ¿Qué inquietud sentimos por ese mundo que nos rodea y que ya no quiere llamarse ni sentirse cristiano? Y no pienso solamente en países lejanos que llamamos de misión.
Jesús es el Buen Pastor que piensa en esas otras ovejas que no son de este redil. Pero Jesús quiere que nosotros pensemos en ellos también. Porque ahí también tenemos que hacer presente y visible al que es el Buen Pastor que entrega su vida por las ovejas, también por estas ovejas.