sábado, 10 de marzo de 2018

Un corazón humilde siempre será generoso para el amor porque sabe agradecer todo el amor que recibe y así está dispuesto a repartir amor con los demás.


Un corazón humilde siempre será generoso para el amor porque sabe agradecer todo el amor que recibe y así está dispuesto a repartir amor con los demás.

Oseas 6,1-6; Sal 50; Lucas 18, 9-14

Que malo es cuando en la vida vamos de prepotentes subiéndonos a un pedestal y esperando que todos nos hagan la reverencia. Es como si  nos creyéramos dioses. Nuestra autosuficiencia nos hace creer que solo dependemos de nosotros mismos y que no necesitamos contar con nadie; el orgullo nos infla de tal manera que ya nunca cabremos al lado de los otros y siempre querremos ocupar su puesto y así vamos desplazando a tantos por la vida porque los creemos inútiles o que nada saben hacer; en su corazón no hay sino desprecio y no importa ya humillar al que sea con tal de sobresalir por encima de todos. Pero esos pedestales con pies de barro un día se desplomarán y nos veremos hundidos y quizás sin saber como reponernos de la humillación que sufrimos en nuestra caída.
Son cosas que pasan, que con demasiada facilidad vemos en los demás y juzgamos y condenamos, pero que se nos hace difícil verlo en nosotros porque muchas veces tenemos algo de todo eso en nuestras actitudes o en nuestros comportamientos. Y es que ser humildes para reconocer la realidad de nuestra propia vida y ser capaces de ver también esas cosas que nos hacen tropezar no nos es fácil. Siempre pueden aparecer esos resabios en nuestro corazón y hemos de estar atentos para no echarlo todo a perder.
Ser humildes no significa que tengamos que arrastrarnos ante los demás, sino ser capaces de reconocer la realidad de nuestra vida; y no somos perfectos porque todos tenemos siempre nuestro lado débil y nuestros tropiezos. Que tenemos cosas buenas también en nuestra vida, lo reconocemos y damos gracias a Dios por ello, pero al mismo tiempo nos damos cuenta que eso que somos no es solo para nosotros mismos sino que está también en bien de los demás, es riqueza para todos.
Hoy nos propone Jesús en el evangelio una parábola y ya nos dice el evangelista que era por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás’. Y nos habla de los dos hombres que subieron al templo a orar, un fariseo y un publicano. Fuerte es el contraste entre los hombres; se expresa en la actitud y postura de su oración.
Altivez en uno y humildad en el otros, auto justificación creyéndose ya el santo y el justo por alguna cosa que hacia pero que la envenenaba con su soberbia y con su orgullo por una parte, mientras que el publicano se sentía pecador y pedía perdón a Dios por sus pecados. ¿Quién era más pecador? El tema está en que uno lo reconoce y alcanzará el perdón, pero el otro no será capaz de reconocerlo y no podrá nunca sentirse satisfecho.
Seamos capaces de reconocer, sí, lo bueno que hay en nosotros y que sea estímulo para hacer más cosas, y al mismo tiempo seamos conscientes de nuestra debilidad y de nuestro pecado que solo en Dios podremos encontrar ese perdón y esa paz que necesitamos.
Que distinta es nuestra vida y que agradable se hace nuestra relación con los demás cuando vamos actuando en la vida con sinceridad y humildad. Un corazón humilde siempre será generoso para el amor porque siempre sabe agradecer todo el amor que recibe y así está dispuesto a repartir amor con los demás.



viernes, 9 de marzo de 2018

Nosotros nos sabemos muy bien los mandamientos, pero no es eso suficiente para que Jesús pueda también decirnos que no estamos lejos del Reino de Dios


Nosotros nos sabemos muy bien los mandamientos, pero no es eso suficiente para que Jesús pueda también decirnos que no estamos lejos del Reino de Dios

Oseas 14,2-10; Sal 80; Marcos 12, 28b-34

Demasiado andamos en la vida con medidas, con límites, a ver qué es lo que tengo que hacer, hasta donde tengo que llegar o donde ya puedo pararme porque es suficiente para cumplir. Somos un poco rácanos, porque las mediciones queremos siempre que sean a favor nuestro, para no tener que dar más de lo que tengamos que hacer porque no tengo por qué sobrepasarme, porque no voy a hacer más de lo que otros hacen, porque me contento con llegar mismamente al limite. Y eso es en el cumplimiento de obligaciones, en lo que tengamos que hacer a favor de los demás, o en el esfuerzo que tengamos que hacer para superarnos y al menos no quedar por debajo de los otros pero tampoco esforzarme más de la cuenta. En muchas cosas concretas de lo que hacemos en la vida podríamos fijarnos conforme a lo que estamos diciendo.
Así andamos en nuestras relaciones y comportamientos con los demás, pero así andamos en ese camino de superación que tendría que haber en nuestra vida para llegar a la meta más alta, y así andamos también en nuestros caminos de la fe y de nuestra relación con Dios y en consecuencia en el compromiso que desde esa fe tendría que tener con los demás.
Una vez vienen a preguntarle a Jesús por lo que es lo principal. Como aquel joven que preguntaba un día que es lo que había que hacer para heredar la vida eterna; o como aquel otro que vino con una pregunta semejante a la de hoy pero luego seguía preguntan quien era ese prójimo al que había que amar; o como Pedro a quien hemos escuchado cuantas son las veces que tengo que perdonar, queriendo poner también un numero, y así tantos en el evangelio.
Hoy viene un escriba, un maestro de la ley, y poco menos que quiere pasar a examen a Jesús. Claro como Jesús no había estudiado en ninguna escuela rabínica, ¿sabría Jesús cual es el mandamiento principal El que se presentaba ahora como maestro o como profeta en Israel? ¿Dónde ha estudiado todo esto? Se preguntaban también un día en su propio pueblo de Nazaret. Otras veces le preguntaran por la autoridad con que hace lo que hace o enseña lo que enseña. Siempre andaban al acecho.
‘¿Qué mandamiento es el primero de todos?’ Para que no hubiera dudas Jesús respondió citando de memoria lo que decía el Deuteronomio y lo que todo judío se sabia de memoria porque demás lo repetía casi como oración muchas veces al día, al levantase, al salir de casa, al emprender cualquier tarea.
‘El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.’ Pero Jesús añade: ‘El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti’. Y el escriba querrá corroborar - ¿con su autoridad quizás? o eso pretende – que lo que Jesús ha dicho es cierto, está en consonancia con la Escritura. Pero será Jesús el que le dirá finalmente ‘no estás lejos del Reino de Dios’, como queriéndole decir si sabes esto, ponlo por obra y estarás comenzando a caminar los caminos del Reino.
Nosotros nos lo sabemos muy bien, pero ¿Jesús podrá decirnos a nosotros también que no estamos lejos del Reino de Dios? No es cuestión de sabernos las cosas. El árbol bueno será tal cuando dé frutos buenos; será un buen frutal cuando nos ofrezca sus ricos frutos. No es manzano o peral simplemente porque digamos es tal, sino por los frutos que podemos recoger, deseando siempre que sean los mejores.
¿Daremos esos mejores frutos y siempre andaremos con nuestra mezquindad, nuestra superficialidad, nuestro contentarnos con el mínimo esfuerzo, con llegar mismamente al límite del cumplimiento?


jueves, 8 de marzo de 2018

No bajemos la guardia sino que en todo momento luchemos, sí, pero busquemos la gracia de los sacramentos que alimenten y fortalezcan nuestra vida.


No bajemos la guardia sino que en todo momento luchemos, sí, pero busquemos la gracia de los sacramentos que alimenten y fortalezcan nuestra vida.

Jeremías 7,23-28; Sal 94; Lucas 11,14-23

No podemos bajar la guardia. Es cosa que todos sabemos. Esta frase tiene sus connotaciones quizá militares o de estrategia de defensa porque al que se le ha confiado la guardia de un puesto o una ciudad tiene que estar vigilante y no se puede dormir; en cualquier momento aparece el ladrón o el que ataca la ciudad y si nos coge desprevenidos nos robará o nos vencerá.
Pero es la vida de cada día, las metas que nos propongamos, los negocios en que nos metamos, las responsabilidades que hemos de asumir en cualquier ámbito social. Es aquel hombre que luchó y luchó para sacar adelante un proyecto y cuando estaba comenzando a pregustar las mieles del triunfo, de la meta conseguida, bajó la guardia, perdió la intensidad de sus preocupaciones y responsabilidades y pronto las cosas comenzaron a ir para detrás y el fracaso se atisbaba en el horizonte.
Es la tarea de la construcción de la propia vida con sus esfuerzos y sus luchas, con nuestro deseo constante de superarnos, de quitar malas costumbres o no dejar que el mal se vaya adueñando de nuestro corazón, es la intensidad con que hemos de vivir nuestro amor para que no se merme ni se enfríe, son esas ganas de mantener bien altas nuestras metas y no olvidarnos de adonde queremos ir o queremos llegar.
Es el camino de santidad que como cristianos queremos emprender y en donde tenemos que estar vigilantes para no caer en la tentación que nos lleve al pecado de nuevo, pero también la tentación de la tibieza o del cansancio que nos puede acechar en cualquier momento. Experiencia quizás tenemos de momentos de gran fervor, donde nos parecía que ya aquellas pasiones las teníamos controladas o aquellas situaciones difíciles las teníamos superadas y creíamos que no volveríamos a tropezar, pero un día nos encontramos débiles y volvimos a tropezar y caer en el mismo pecado.
Es como nos dice hoy Jesús en el evangelio el enemigo está al acecha, como león que nos está rondando, y las tentaciones se pueden volver más fuertes y sutiles y quizás nos habíamos debilitado, no manteníamos la misma tensión para luchar y parecía que todo se nos venia abajo. Nos sucede también en el ámbito de la fe, que si no la cuidamos nos aparecerán las dudas, nos entrará confusión con todo lo que vemos a nuestro alrededor e influye en nosotros y tenemos el peligro de perder la fe.
La vida del hombre en todos los aspectos, la vida del cristiano en este ámbito de la fe y de la gracia ha de ser siempre una ascesis, un deseo de crecimiento pero limando asperezas, enderezando lo torcido que nos pueda ir apareciendo en la vida aunque muchas veces nos duela, pero es la certeza de poder llegar a la meta.
El cristiano sabe que no puede enfriarse en su espíritu de oración, que no puede dejar de lado los sacramentos, que necesita continuamente revisarse y renovarse, que tiene que buscar siempre ese alimento de gracia que recibe en los sacramentos. Qué importante para todo cristiano el sacramento de la Penitencia; que necesaria y fundamental la Eucaristía alimento de su alma, viático para nuestro caminar.
No bajemos la guardia. Luchemos, sí, pero busquemos la gracia de los sacramentos que alimenten y fortalezcan nuestra vida.



miércoles, 7 de marzo de 2018

Somos constructores de un mundo nuevo llevando lo mejor de nosotros mismos a la plenitud que en Jesús podemos encontrar


Somos constructores de un mundo nuevo llevando lo mejor de nosotros mismos a la plenitud que en Jesús podemos encontrar

 Deuteronomio 4,1.5-9; Sal 147; Mateo 5,17-19

Vivimos unos tiempos en que no sé si está reapareciendo un cierto anarquismo o qué es lo que está pasando. No estamos conformes con nada, todo lo queremos cambiar, las leyes parece que no nos sirven de nada, queremos que todo se nos permita así sin más, vamos dejando a un lado todo tipo de referencia ética para lo que vivimos, lo que hacemos o lo que pensamos, porque todo nos parece igualmente bueno.
¿Serán esos caminos los que realmente nos harán más libres? ¿Pensamos que así vamos a ser realmente más felices porque hacemos lo que nos da la gana y cada uno hace de su capa un sayo sin importarle los demás o lo que verdaderamente nos va a llevar a la mejor convivencia para vivir en paz y ser más felices? Son cosas que se discuten y hay opiniones para todos los gustos.
Pero creo que eso  no solo sucede hoy sino que es algo que se repite de una forma o de otra a lo largo de todos los tiempos. ¿Será una rebeldía interior que se rebela contra todo y todo lo quiere cambiar? ¿Será que los vienen ahora son o se creen más sabios que los que vivieron antes que nosotros? Creo que esto en todos los ámbitos de la sociedad que vivimos nos tendría que hacer pensar mucho y de una manera serena.
Esto sucedía también en tiempos de Jesús. también había mucha gente que vivía esa rebeldía, digámoslo así, contra muchas de las costumbres y leyes, o de los normas y más normas que se habían ido añadiendo y acumulando y al final parecía que eran mas importantes esas normas que se iba estableciendo que lo que en si era la ley del Señor. Por allí andaban los escrupulosos y puritanos fariseos que todo lo median y todo lo tasaban pero conforme a unas medidas que ellos mismos se habían ido imponiendo y que trataban de imponer en las costumbres del pueble de Israel.
Surge un nuevo profeta, así consideraban en principio a Jesús, que les hablaba de un mundo nuevo, del Reino de Dios y que estaba pidiendo una transformación de los corazones. Por allá ya había algunos que pensaban que todo se iba a abolir porque todo había de cambiarse.
Y Jesús, allá en el Sermón del Monte que viene a ser como la presentación de lo que era el programa de una vida nueva, les dice que no viene a abolir sino a dar plenitud. Hay que ir a lo fundamental y lo fundamental ha de vivirse en plenitud. Hay que ir a lo fundamental y es cierto que hay que ir levantando más y mas el listón para poder llegar a metas superiores de plenitud pero eso no significará nunca olvidar lo que es la ley del Señor.
Por eso les dirá que es cierto, que hasta los preceptos más mínimos hay que saberle dar su importancia y valor. Eso que nos sucede tantas veces, bueno eso es una minucia, es poca cosa, porque un día faltemos en eso no tiene importancia, que nos decimos. Pero Jesús nos está enseñando que las cosas grandes se hacen a partir de las pequeñas cosas, que cada granito de arena tiene su importancia, porque el conjunto de esos granitos de arena es el que hará una hermosa playa, o será el material para hacer un hermoso edificio.
Recogiendo esta ultima imagen recordemos que tenemos que ser siempre constructores, y estamos partiendo de lo que es nuestra vida, que es cierto que no es perfecta, pero que ahí está nuestra tarea de mejorar, de crecer, de llevar a plenitud lo mejor que hay en nosotros. Pongamos verdadero amor en nuestra vida, centremos todo en el amor de Jesús que es quien nos llevará a plenitud.

martes, 6 de marzo de 2018

Aprendamos a limpiar el cristal de nuestra mirada curando las heridas que llevemos en el alma y sabremos lo que es el gozo del amor y del perdón


Aprendamos a limpiar el cristal de nuestra mirada curando las heridas que llevemos en el alma y sabremos lo que es el gozo del amor y del perdón

Daniel 3,25.34-43; Sal 24; Mateo 18,21-35

Los que usamos lentes o gafas ya sean de visión o para protegernos del sol sabemos bien que hemos de tener muy limpios sus cristales porque la suciedad nos dará una visión borrosa o llena de manchas que nos impiden ver con nitidez y claridad y que con el reflejo de una luz intensa del sol la visión casi se hace imposible porque poco menos que se nos convierten en un espejo.
Nos preocupamos habitualmente de tener limpias esas lentes pero quizá olvidamos otras lentes que nos pueden hacer borrosa la vida o darlos una mala imagen o visión. Es ese filtro que ponemos entre nosotros y el mundo que nos rodea, que ponemos entre nosotros y las otras personas con las que nos encontramos o con quienes convivimos y que nos producen en muchas ocasiones reacciones negativas. Y eso es lo que tendríamos que cuidar con mucho detalle y mimo.
Las gafas o lentes con que miramos la vida están muchas veces manchadas por nuestras malicias o desconfianzas, por nuestra falta de amor o por nuestra poca sensibilidad y así miramos a los demás con lo que llevamos de negativo en nuestro corazón. Por eso nos cuesta tanto amar de verdad; por eso nos cuesta tanto perdonar. Para amar y para perdonar tenemos que mirar siempre con una mirada limpia, porque de aquello que llevamos en el corazón tintamos los cristales de nuestras lentes.
Si tenemos sombras con sombras miraremos, si hay negatividad en nuestra con ese mismo sentido miramos a los demás para ver solo lo negativo, si ennegrecemos demasiado ese cristal no dejará traspasar nunca la luz y a lo mas se convertirá en un espejo donde solo veamos lo que llevamos en nosotros, pero si hay ternura y compasión en nuestro corazón nuestra mirada será bien distinta.
Tenemos que limpias esos cristales quitando desconfianzas y poniendo amor, arrojando lejos de nosotros los orgullos y poniendo mucha humildad, desterrando de nosotros los recelos o las envidias para poner confianza y búsqueda de entendimiento. Y limpiar esos cristales comienza por curarnos a nosotros mismos por dentro para sanar las heridas que con la vida se hayan ido produciendo en nosotros, porque mientras mantengamos esa herida en nuestro corazón veremos con dolor al otro y fácilmente lo llenares de la pus de la infección de maldad que tenemos en nosotros. Tengamos paz en nuestro corazón porque hayamos curado esas heridas y llenaremos de la paz del perdón y del amor a todo el que quizá un día nos haya podido dañar en algo.
Pedro le preguntaba a Jesús cuantas veces había que perdonar al que le hubiera ofendido y ponía algunas cifras significativas y bien simbólicas. Pero no decía nada del otro mundo que nosotros no hayamos pensado más de una vez. Conocemos la respuesta de Jesús y la parábola que nos propone. Aquel hombre al que le habían perdonado su deuda no soboreó el perdón que se le concedió porque no quiso curarse por dentro. Por eso con aquella misma ponzoña que llevaba dentro quiso ser poco menos que un tirano para quien le debía una minucia. No había querido aprender lo que es el amor y el amor que antes quería derramarse en el con el perdón que le habían concedido. Nos puede pasar a nosotros muchas veces.
Aprendamos a limpiar el cristal de nuestra mirada curando las heridas que llevemos en el alma. Sabemos que siempre hay un bálsamo de amor que se puede derramar sobre nosotros y que nos curará y nos llenará de paz para llevarla también a los demás.



lunes, 5 de marzo de 2018

Tratemos siempre de descubrir lo que Jesús quiere trasmitirnos que nos ayude a crecer espiritualmente y a vivir el compromiso de nuestra fe con intensidad


Tratemos siempre de descubrir lo que Jesús quiere trasmitirnos que nos ayude a crecer espiritualmente y a vivir el compromiso de nuestra fe con intensidad

2Reyes 5,1-15ª; Sal 41; Lucas 4,24-30

Orgullo de un pueblo son sus hijos; cuando se ve que alguien nacido en nuestro pueblo sobresale en la vida por las cosas que hace o por su saber todos se sienten orgullosos y todo se vuelve alabanzas hacia esa persona que todos quieren y, repito, por la que se sienten orgullosas. Todos son familia o todos son amigos de la infancia aunque quizá nunca antes habían tenido mucha relación con esa persona. Es un orgullo en cierto modo egoísta porque puestos a su lado nosotros queremos también destacar y aparecer como importantes.
Pero bien sabido es enseguida se quiere sacar partido; que esa persona que destaca haga cosas especiales por los suyos, todos se sientan beneficiados; pero bien sabemos que si no salen bien esas consecuencias de la misma manera que lo elevamos por las alturas en nuestras alabanzas, también pronto estamos dispuestos a tirarlo del pedestal y hasta en cierto modo renegar de esa persona a la que ya desde entonces queremos desconocer. Así somos variables, cambiantes en la vida.
¿Sería algo así lo que le sucedió a Jesús en su pueblo de Nazaret? Ya sabemos de la admiración que sintieron por Jesús cuando aquel sábado se levanto en la Sinagoga para hacer la lectura de la Ley y los Profetas y su comentario. Todo eran alabanzas, elogios, reconocían que había salido de su pueblo, que allí estaban sus parientes y de alguna manera parecía que en aquel pequeño pueblo todos eran parientes de Jesús.
Pero pronto comenzaron a preguntarse de donde le había salido toda aquella sabiduría porque solo era el hijo del carpintero. Y cuando esperaban que hiciera los milagros que habían oído que hacia en Cafarnaún y en otros sitios, esperaban que allí también se prodigara obrando prodigios. Y ahora Jesús comienza a hablarles con cierta dureza para hacerles comprender qué era en verdad lo que habían de buscar en él.
No eran las obras prodigiosas su principal mensaje, sino que en ellos se despertara la verdadera fe. Los signos eran solamente eso, signos, algo que quería llevarles a lo que verdaderamente era importante, pero eso ya les constaba entender. Pero ¿qué les iba a enseñar Jesús a ellos que se creían muy seguros en su manera de entender las cosas? Eso nuevo que les enseñaba Jesús que tendría que hacerles profundizar en su vida ya no les gustaba tanto. Y vemos como termina el episodio.  ‘Todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo’.
Un pasaje del evangelio que tiene que hacernos reflexionar en muchas cosas. Nunca los orgullos fueron buenos. Ni en nombre de nuestros orgullos querer manipular las cosas y las personas queriendo buscar provechos personales. Ya sabemos cuan interesados nos volvemos tantas veces.
Pero por otra parte tenemos siempre que saber ir a lo fundamental. Pero es también en el camino de nuestra fe. Siempre abiertos a un crecimiento espiritual, siempre atentos al Espíritu del Señor que nos habla al corazón, siempre con deseos de saber escuchar para crecer espiritualmente, siempre en camino de un verdadero compromiso de amor que nos lleve a aceptar a las personas, a comprender, a amar, a darnos por los demás.




domingo, 4 de marzo de 2018

Un signo con mucho significado el que Jesús realiza con la expulsión de los vendedores del templo para señalarnos cual es el verdadero culto que hemos de dar a Dios


Un signo con mucho significado el que Jesús realiza con la expulsión de los vendedores del templo para señalarnos cual es el verdadero culto que hemos de dar a Dios

Éxodo 20, 1-17; Sal 18; 1Corintios 1, 22-25; Juan 2, 13-25

Hay ocasiones en la vida en que no nos sentimos bien ante cosas que vemos que suceden y por las que sentimos una querencia especial. Sentimos quizá una rebeldía interior porque lo consideramos injusto o que aquella manera de hacer las cosas no es demasiado ético; es algo que rumiamos en nuestro interior y que podría hacer saltar la chispa de nuestra ira y violencia en cualquier momento.
Parece como si estuviéramos esperando el momento oportuno o encontrar la ocasión en que de una manera valiente podamos denunciar aquello que consideramos irregular y poco ético. Pueden ser muchos los momentos en que nos encontremos así, muchas las situaciones que contemplamos en nuestra sociedad corrupta y hasta el fondo alabamos la valentía de quien se atreve a rebelarse hasta con cierta violencia contra ese mal que contemplamos. Nos gustaría que en verdad las cosas cambiasen.
¿Se sentiría así Jesús ante lo que contemplaba en el templo de Jerusalén? Ya de entrada tenemos que decir que la reacción de Jesús fue realmente un gesto profético. El templo de Jerusalén a lo menos que se podía parecer era realmente a un templo. En torno a los sacrificios que diariamente se ofrecían, las ofrendas que hacían los fieles al templo, aquello parecía más que un mercado.
En su entorno habían proliferado puestos de ventas de animales para luego ser sacrificados en el templo; como la moneda que podía ser utilizada en el templo para las ofrendas no podía ser sino la propia de los judíos porque la corriente impuesta por la dominación romana era considerada como algo impuro, allí se levantaban las mesas de los cambistas con su negocios adyacentes. Aquello seguramente crearía una baraúnda en torno al templo que poco podría ayudar a que fuera en verdad una casa de oración y encuentro con el Altísimo. Cómo nos recuerda el mercado que en torno a nuestros santuarios se ha ido levantando a través de todos los tiempos y en nuestros días.
Jesús aquello lo había contemplado desde su niñez cuando con sus padres subía a la fiesta de la Pascua, como el mismo evangelio nos relata. Era lo que ahora contemplaba en sus visitas al templo y donde también quería enseñar como lo hacían los maestros y doctores de la ley a lo largo de sus soportales. La reacción de Jesús derribando mesas de cambistas y expulsando a todos aquellos vendedores nos puede parecer esa reacción de ira que, como reflexionábamos anteriormente, nosotros también podemos sentir inconformes con aquel estado de cosas. Pero la reacción de Jesús es algo más, es un gesto profético con el que también nos quiere enseñar, no solo a los judíos de su tiempo, sino a través de los siglos a nosotros también.
Era el gran signo, la gran señal de lo que El quería enseñarnos de cuál es el verdadero culto que hemos de dar a Dios a quien hemos de adorar en espíritu y en verdad y eso lo podemos y tenemos que hacer también en cualquier lugar, como le señalaría a la mujer samaritana junto al pozo de Jacob. Nos puede ser fácil la ofrenda de cosas externas a nosotros mimos, aunque nos cueste el sacrificio de privarnos de unas posesiones materiales, pero lo difícil es que nosotros pongamos corazón, pongamos nuestra vida en esa ofrenda al Señor.
Llegar a decir como María ‘aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mi según tu palabra’ o como fue el grito del mismo Jesús en su entrada en el mundo ‘Oh Dios, aquí estoy para hacer tu voluntad’, es algo que no es tan fácil decir si lo queremos hacer con toda nuestra vida. Fue el grito de Jesús en su entrada en el mundo como nos dice la carta a los Hebreos, pero fue el grito ultimo de Jesús en la cruz porque en las manos de Dios entregaba su espíritu, entrega su vida en la más profunda entrega de amor.
Esa ofrenda de nuestro yo que tenemos que saber hacer cuando por seguir a Jesús y ser su discípulo somos capaces de negarnos a nosotros mismos cargando con la cruz de cada día en nuestra vida. Es la ofrenda de obediencia a Dios aunque la vida se nos presente tormentosa y llena de sufrimientos, como supo hacer Jesús en Getsemaní que aunque pedía al Padre que pasara de El aquel cáliz, estaba dispuesto a que por encima de todo se cumpliera la voluntad del Padre, ‘no se haga mi voluntad sino la tuya’ que entre sudores y lagrimas proclamaba Jesús.
Reconozcamos cómo cuántas veces rezamos el padrenuestro, participamos en una celebración sagrada, queremos expresar nuestras religiosidad a través de muchos gestos o de muchos actos piadosos, pero luego seguimos con la misma frialdad en nuestro corazo en el trato y en la relación con los demás, cuando no seguimos manteniendo nuestros rencores y resentimientos, la violencias en nuestros gestos y palabras con todo el que esté a nuestro alrededor, o nos mantenemos en nuestras actitudes y posturas altivas y orgullosas con desprecio hacia los demás, seguimos actuando injustamente contra los demás o no somos capaces de vivir con toda intensidad nuestras responsabilidades personales, familiares o sociales. ¿Será ese el culto que Dios quiere?
Es un signo con mucho significado el que Jesús realiza con la expulsión de los vendedores del templo. ¿Cuáles son esos ‘vendedores’ que seguimos guardando en nuestro corazón mientras decimos que queremos darle culto al Señor, mientras venimos a nuestras celebraciones litúrgicas? Muchas más cosas podríamos reflexionar desde este gesto de Jesús. ¿Tendría que hacer algo así también en nuestra Iglesia hoy?