martes, 6 de marzo de 2018

Aprendamos a limpiar el cristal de nuestra mirada curando las heridas que llevemos en el alma y sabremos lo que es el gozo del amor y del perdón


Aprendamos a limpiar el cristal de nuestra mirada curando las heridas que llevemos en el alma y sabremos lo que es el gozo del amor y del perdón

Daniel 3,25.34-43; Sal 24; Mateo 18,21-35

Los que usamos lentes o gafas ya sean de visión o para protegernos del sol sabemos bien que hemos de tener muy limpios sus cristales porque la suciedad nos dará una visión borrosa o llena de manchas que nos impiden ver con nitidez y claridad y que con el reflejo de una luz intensa del sol la visión casi se hace imposible porque poco menos que se nos convierten en un espejo.
Nos preocupamos habitualmente de tener limpias esas lentes pero quizá olvidamos otras lentes que nos pueden hacer borrosa la vida o darlos una mala imagen o visión. Es ese filtro que ponemos entre nosotros y el mundo que nos rodea, que ponemos entre nosotros y las otras personas con las que nos encontramos o con quienes convivimos y que nos producen en muchas ocasiones reacciones negativas. Y eso es lo que tendríamos que cuidar con mucho detalle y mimo.
Las gafas o lentes con que miramos la vida están muchas veces manchadas por nuestras malicias o desconfianzas, por nuestra falta de amor o por nuestra poca sensibilidad y así miramos a los demás con lo que llevamos de negativo en nuestro corazón. Por eso nos cuesta tanto amar de verdad; por eso nos cuesta tanto perdonar. Para amar y para perdonar tenemos que mirar siempre con una mirada limpia, porque de aquello que llevamos en el corazón tintamos los cristales de nuestras lentes.
Si tenemos sombras con sombras miraremos, si hay negatividad en nuestra con ese mismo sentido miramos a los demás para ver solo lo negativo, si ennegrecemos demasiado ese cristal no dejará traspasar nunca la luz y a lo mas se convertirá en un espejo donde solo veamos lo que llevamos en nosotros, pero si hay ternura y compasión en nuestro corazón nuestra mirada será bien distinta.
Tenemos que limpias esos cristales quitando desconfianzas y poniendo amor, arrojando lejos de nosotros los orgullos y poniendo mucha humildad, desterrando de nosotros los recelos o las envidias para poner confianza y búsqueda de entendimiento. Y limpiar esos cristales comienza por curarnos a nosotros mismos por dentro para sanar las heridas que con la vida se hayan ido produciendo en nosotros, porque mientras mantengamos esa herida en nuestro corazón veremos con dolor al otro y fácilmente lo llenares de la pus de la infección de maldad que tenemos en nosotros. Tengamos paz en nuestro corazón porque hayamos curado esas heridas y llenaremos de la paz del perdón y del amor a todo el que quizá un día nos haya podido dañar en algo.
Pedro le preguntaba a Jesús cuantas veces había que perdonar al que le hubiera ofendido y ponía algunas cifras significativas y bien simbólicas. Pero no decía nada del otro mundo que nosotros no hayamos pensado más de una vez. Conocemos la respuesta de Jesús y la parábola que nos propone. Aquel hombre al que le habían perdonado su deuda no soboreó el perdón que se le concedió porque no quiso curarse por dentro. Por eso con aquella misma ponzoña que llevaba dentro quiso ser poco menos que un tirano para quien le debía una minucia. No había querido aprender lo que es el amor y el amor que antes quería derramarse en el con el perdón que le habían concedido. Nos puede pasar a nosotros muchas veces.
Aprendamos a limpiar el cristal de nuestra mirada curando las heridas que llevemos en el alma. Sabemos que siempre hay un bálsamo de amor que se puede derramar sobre nosotros y que nos curará y nos llenará de paz para llevarla también a los demás.



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