martes, 10 de julio de 2018

Pidamos a Jesús que ponga luz en nuestros ojos y en nuestro corazón y aprendamos a mirar con una mirada distinta para ser capaces de sentir verdadera compasión en nuestro corazón



Pidamos a Jesús que ponga luz en nuestros ojos y en nuestro corazón y aprendamos a mirar con una mirada distinta para ser capaces de sentir verdadera compasión en nuestro corazón

 Oseas 8,4-7.11.13; Sal 113; Mateo 9,32-38

Necesitamos aprender a ir por la vida con una mirada limpia. Cuantas veces vamos caminando por la calle y llevamos los cristales de nuestras lentes empañados o manchados y nos cuesta ver con facilidad lo que sucede a nuestro alrededor; en esa hora en que el sol está bajo en horizonte, ya sea en la mañana o en el atardecer como vayamos caminando enfrente de la luz del sol nos quedamos como sin visión porque con los reflejos de la luz y las manchas que llevamos en nuestros cristales todo se nos vuelve borroso y no podemos distinguir con claridad ni los objetos más cercanos, ni los paisajes que embellecen nuestra naturaleza; en lugar de disfrutar de lo bello que nos rodea se nos entorpece nuestro caminar y nada nos parece agradable.
Así en la vida. La malicia mancha los ojos de nuestro espíritu y no solo nos impide ver lo bello que hay en la vida, sino que por contrario todo nos parece envuelto en esa maldad que sobre todo está en nuestro corazón. Los ojos del alma ven a través de nuestros malos deseos y todo se nos puede volver borroso y confuso. Por eso muchas veces lo que contemplamos lo vemos como negativo, y estamos siempre más prontos para ver malicias y maldades en los demás que las buenas acciones que realizan; incluso llegamos a tergiversar lo que hacen los demás, porque a nosotros nos puede parecer que solo lo hacen por interés, desde esos intereses mezquinos que nosotros llevamos en el alma.
Una mirada turbia así nos llena de insensibilidad y no llegaremos a captar el sufrimiento que pueda haber en tantos que nos rodean; nos envolvemos en nuestros propios sufrimientos como si fueran únicos y quejándonos siempre de que nadie comprende nuestra situación, no somos capaces de compadecernos del sufrimiento de los demás. En esa turbia mirada que tenemos incluso seriamos capaces de llegar a culpabilizar al que sufre de sus propios sufrimientos.
En el evangelio que hoy se nos ofrece Jesús cura a un hombre enfermo, una persona discapacitada porque no puede hablar. Por allá andan los maliciosos de siempre que no quieren ver ni reconocer lo que hace Jesús. Le atribuyen al poder de Satanás el que Jesús pueda hacer milagros y curar a los enfermos. Sus ojos maliciosos enturbian sus vidas y quieren enturbiar la visión que los demás tienen de Jesús.
Pero la gente sencilla seguía tras Jesús, le acompañaban por todas partes, cada uno con sus sufrimientos, con lo que era su vida se acercaba a Jesús. Cuánto dolor y cuanto sufrimiento. Aunque no todos lo quisieran ver y reconocer. Pero los ojos de Jesús sí llegan al alma de aquellos que acuden a seguirle. Por eso nos dice el evangelista que Jesús sintió compasión porque andaban como ovejas descarriadas, como ovejas que no tienen pastor. En el corazón de Cristo no hay otra lente que de luz a su vida que la del amor. Ojalá aprendiéramos de Jesús.
Y Jesús les pide los discípulos que están cercanos a El para que rueguen al Padre porque la mies es mucha y los operarios son pocos, para que mande obreros a su mies. Es lo que ha de ser nuestra oración. Pero pidámosle también que ponga luz en nuestros ojos y en nuestro corazón para que aprendamos a mirar con una mirada distinta. Que seamos capaces de sentir verdadera compasión en nuestro corazón ante el sufrimiento de todos que caminan a nuestro lado desorientados y con falta de una luz que dé sentido a sus vidas.

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