lunes, 9 de julio de 2018

La mano de Jesús que en sí misma es vida y es bendición llega a nosotros para levantarnos a nueva vida y ponernos en camino para que ser signos de vida para los demás



La mano de Jesús que en sí misma es vida y es bendición llega a nosotros para levantarnos a nueva vida y ponernos en camino para que ser signos de vida para los demás

Oseas 2,16.17b-18.21-22; Sal 144; Mateo 9,18-26

Una mano tendida puede significar muchas cosas; una mano que nos ponen sobre el hombro puede significar mucho animo en momentos de decaimiento; una mano que se nos ofrece y nos aprieta fuertemente puede ser ese empuje que necesitamos para decirnos que confían en nosotros y nos hace caminar con mayor seguridad; la mano de un padre o una madre sobre nuestra cabeza significa bendición para decirnos que están a nuestro lado pero que Dios tampoco nos abandona nunca.
Es ese calor humano que sentimos y que nos dice mucho más que mil palabras; es el afecto que se siente en el corazón y nos hace vivir con una nueva ilusión; es la confianza de la amistad que da cercanía, del cariño que nos hace sentir calor en el corazón, del aire fresco que llega a nuestro espíritu rompiendo barreras y parece que nos da nueva vida. Una mano sobre nosotros cuando nos sentimos hundidos porque nos creemos aislados es como resucitar un muerto. Así es la nueva vida que sentimos.
Muchas mas cosas podríamos seguir diciendo, aunque sabemos que también hay personas que rehuyen todos esos contactos; se sienten como mancilladas en si mismos si alguien los toca como si fuera una mano impura que llega hasta ellos. ¿Será que son secas en su corazón? ¿Será que están poniendo barreras que impiden la cercanía y la confianza de los amigos? ¿Expresará la malicia que quizás ellos llevan en el corazón? Hay personas que ponen distancias y rehuyen todo tipo de contacto como si quisieran mantenerse dentro de una urna que les aislé.
‘Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá’. Es lo que le pide aquel personaje que ha llegado y se ha postrado ante Jesús. Por el relato paralelo de los otros evangelistas sabemos que es el encargado de la sinagoga. Viene con fe hasta Jesús. Solo pide una cosa, que ponga su mano sobre su niña muerta para que viva. Y Jesús se pone en camino a la casa de Jairo. Ya sabemos, la tomará de la mano y la levantará con vida. La mano de Jesús.
Pero mientras en medio del relato nos aparece otro personaje, una mujer humilde y enferma. Ella nada dice. Ella lleva la fe en su corazón. Ella sabe que con solo tocarle la orla de su manto podrá sanarse de su enfermedad que lleva padeciendo muchos años y en lo que lo ha gastado todo. Jesús siente que le han tocado. ¿Cómo va a sentir ese toque si son tantos los que se arrebujan en su entorno que todo el mundo lo toca, se siente estrujado por toda la gente?, como dirá el discípulo en el relato paralelo ante la pregunta de Jesús de quien le ha tocado. Ahora se dirige directamente a la mujer. ‘Tienes fe, te has curado’.
Es la mano de Jesús que en si misma es vida y es bendición. Les imponía las manos a los niños para bendecirlos, se nos dirá en otra ocasión. Es la mano de Jesús que también nosotros queremos sentir sobre nosotros que nos llene de bendición, que nos llene de gracia, que nos impulse a nueva vida. es la mano de Jesús que nos levanta porque nos ofrece su perdón y su salvación; es la mano de Jesús que nos pone en camino, para que dejamos atrás tantas camillas y tantas muletas que llevamos como un estorbo en la vida; es la mano de Jesús que nos llena de esperanza porque nos está diciendo que confía en nosotros aunque tantas veces hayamos fallado; es la mano de Jesús que nos hace llegar el amor y la ternura de Dios para inundarnos de vida, para hacernos amar de manera distinta.
Pero finalmente pienso en algo más. ¿No podremos ser nosotros esa mano de Jesús que quiere llegar a los demás a través nuestro? Nuestra cercanía, nuestra ternura, nuestro amor, nuestros gestos humildes y sencillos, nuestra sonrisa, nuestra mirada que quiere llegar al corazón del otro. Podemos tocar la orla del manto del hermano que sufre a nuestro lado cuando lo ayudamos a levantarse, a tener fe y a tener esperanza. Estamos llamados a llevar vida, a llevar luz, a llevar ilusión por algo nuevo a aquellos que nos rodean. Somos signos de esa mano de Jesús, de amor de Jesús que quiere llegar a todos, pero que quiere contar con nosotros.

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