domingo, 8 de julio de 2018

Tenemos la tentación de ponernos de frente, como las gentes de Nazaret, ante el mensaje de Jesús que nos trasmite la Iglesia


Tenemos la tentación de ponernos de frente, como las gentes de Nazaret, ante el mensaje de Jesús que nos trasmite la Iglesia

Ezequiel 2, 2-5; Sal. 122; 2Corintios 12, 7-10; Marcos 6, 1-6

Lo estamos viendo todos los días; alguien en cualquier aspecto de la vida en nuestra sociedad sobresale por algo, porque trabaja por los demás, porque se entrega, porque la gente comienza a ver en él un líder y lo valoran y pronto comenzarán a surgir por acá y por allá comentarios maliciosos, rumores que crean desconfianzas, rebuscan bajo cualquier rincón a ver si encuentran algo con lo desprestigiar; se corren bulos sin fundamento, pero la gente se lo cree todo, porque se ha creado un ambiente de crispación y desconfianza que hace que ya no se pueda creer en nadie.
Tira barro a la pared que algo queda; será solamente barro, pero la mancha y la desconfianza quedan ahí. Es cierto que habrá que pedir rectitud a los dirigentes de nuestra sociedad pero no podemos andar así a la rebusca de lo que sea con tal de quitarlo de en medio y si es rival en nuestras ideas políticas cuanto más pronto mejor.
Pero ¿es así como de verdad queremos construir? Hay cosas que en verdad nos desconciertan. Cuanto cuestan los caminos de dialogo y entendimiento; cuanto cuesta aprender a valorar lo bueno de las otras personas aunque no piensen como nosotros. Estamos creando unas espirales que no sabemos en lo que quedarán. 
Pero es la historia que se repite a lo largo de los tiempos. Parece como si esa malicia la lleváramos muy prendida en el corazón los hombres y mujeres de todos los tiempos. Ya le sucedió a Jesús, como nos cuenta el evangelio de este domingo. Jesús había iniciado su anuncio del Reino por las orillas del lago de Tiberíades y poco a poco se había extendiendo en su actividad por todas las aldeas y pueblos de Galilea. Y va también a su pueblo de Nazaret donde se había criado. Y el sábado comenzó también a enseñar en la sinagoga; san Lucas nos refiere también este episodio.
En principio, como siempre sucede en los pueblos pequeños donde vemos a uno de los nuestros sobresalir, la gente esta admirada por lo que ahora allí, en la sinagoga de su pueblo, enseñaba, y por las noticias que le llegaban de los pueblos vecinos donde Jesús había realizado también su actividad. Pero pronto la admiración se iba transformando en desconfianza. ¿De donde le viene esta sabiduría?
Y seguramente y no sería por el hecho de hablar en publico y con aquella soltura y sabiduría, sino que seguramente ese anuncio nuevo que Jesús hacia les desconcertaba, podía poner en crisis sus formas tradicionales de su actuar porque lo que Jesús enseñaba en verdad era algo nuevo que pedía una transformación de los corazones. No olvidemos que su primer anuncio era siempre la conversión para poder creer en esa Buena Nueva que anunciaba. Había que darle la vuelta a la vida, a la manera de pensar y de ver las cosas porque era el anuncio de algo nuevo lo que trasmitía Jesús.
Las dudas y las reacciones se van multiplicando porque ya comienzan a preguntarse por su autoridad para enseñar tales cosas. ¿Dónde lo había aprendido si no había ido a ninguna escuela rabínica? No estaba respaldado por la autoridad de los rabinos, porque no aparecía como discípulos de ellos. Jesús se manifestaba con una autoridad especial pero ellos se preguntaban si no era aquel Jesús que de niño había corrido por el pueblo y de joven había trabajado con José el artesano. Qué autoridad podía tener si allí estaban sus parientes, su madre, su familia. Ya no lo podían aceptar. Ya comenzaban las pegas, ya comenzaba el intento de desprestigio, como siempre sucede. Y Jesús se extrañó de su falta de fe y allí no hizo ningún milagro, apostilla el evangelista.
¿Cuál había sido la autoridad de los antiguos profetas? Habitualmente ni pertenecían al grupo de los sacerdotes ni salían de las escuelas de los rabinos. El verdadero profeta era el que estaba lleno del Espíritu de Dios y se dejaba conducir por El.
En el texto paralelo que nos ofrece san Lucas, en su visita a la sinagoga de Nazaret Jesús había proclamado aquel texto de Isaías que lo anunciaba como el que estaba lleno del Espíritu que lo había enviado a anunciar aquella Buena Nueva a los pobres, a los sufren y a los oprimidos. No era la raza o la sangre ni nada aprendido en lo humano sino la autoridad del Espíritu que lo había elegido y consagrado profeta de su pueblo. ‘El Espíritu del Señor está sobre mi, y me ha elegido y me ha enviado…’
Estas consideraciones que nos venimos haciendo sobre lo sucedido en la sinagoga de Nazaret ante la presencia y la palabra de Jesús nos tienen que llevar a hacer muchas consideraciones personales para actitudes y comportamientos que nosotros tenemos en la vida, y en nuestra vida cristiana en concreto.
Partíamos de hechos y situaciones humanas y sociales que vemos en nuestro entorno. Pero también tendríamos que ver lo que nos sucede en este aspecto en nuestra vida de fe, en nuestra pertenencia a la Iglesia y en nuestra acogida a la Palabra de Dios y a la enseñanza de la Iglesia. ¿Nos sucederá algo así?
Muchas veces también nosotros pasar todo por el tamiz de nuestros criterios, de nuestra manera de ver las cosas o por la consideración o el respeto que tengamos de quien nos anuncia o trasmite el mensaje. Y aceptamos o no aceptamos lo que la iglesia nos propone, por ejemplo, según nuestros criterios, según la afinidad o no que tengamos con quien nos lo esté trasmitiendo.
También nos ponemos exigentes con nuestros pastores según nos convenga y nos hacemos nuestras catalogaciones. También en ocasiones tiramos barro, como decíamos al principio, a ver si pega. Que si más avanzado o menos avanzado, que si más tradicionalista y conservador o que si es un lanzado y nos preguntamos que a donde vamos a llegar con esas innovaciones y aperturas, o nos queremos quedar anclados en un pasado mucho más cómodo, y así no sé cuantas cosas más que decimos tantas veces, con las que reacciones ante los pastores de la Iglesia.
También nosotros como aquellas gentes de Nazaret la sacaron su filiación a Jesús y se preguntaban por su autoridad nosotros también en muchas ocasiones tenemos la tendencia de ponernos de frente a lo que la Iglesia nos pide o reclama de nosotros en nuestro tiempo.
Creo que esta reflexión nos puede dar para hacernos muchas preguntas sobre nuestra propia sinceridad y para revisar muchas actitudes que se nos pueden colar en nuestro interior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario