Tenemos la tentación de ponernos de frente, como las gentes de Nazaret, ante el mensaje de Jesús que nos trasmite la Iglesia
Ezequiel 2, 2-5; Sal. 122; 2Corintios 12, 7-10; Marcos 6,
1-6
Lo estamos viendo todos los días; alguien en cualquier aspecto de la vida
en nuestra sociedad sobresale por algo, porque trabaja por los demás, porque se
entrega, porque la gente comienza a ver en él un líder y lo valoran y pronto
comenzarán a surgir por acá y por allá comentarios maliciosos, rumores que
crean desconfianzas, rebuscan bajo cualquier rincón a ver si encuentran algo
con lo desprestigiar; se corren bulos sin fundamento, pero la gente se lo cree
todo, porque se ha creado un ambiente de crispación y desconfianza que hace que
ya no se pueda creer en nadie.
Tira barro a la pared que algo queda; será solamente barro, pero la
mancha y la desconfianza quedan ahí. Es cierto que habrá que pedir rectitud a
los dirigentes de nuestra sociedad pero no podemos andar así a la rebusca de lo
que sea con tal de quitarlo de en medio y si es rival en nuestras ideas políticas
cuanto más pronto mejor.
Pero ¿es así como de verdad queremos construir? Hay cosas que en
verdad nos desconciertan. Cuanto cuestan los caminos de dialogo y
entendimiento; cuanto cuesta aprender a valorar lo bueno de las otras personas
aunque no piensen como nosotros. Estamos creando unas espirales que no sabemos
en lo que quedarán.
Pero es la historia que se repite a lo largo de los tiempos. Parece
como si esa malicia la lleváramos muy prendida en el corazón los hombres y
mujeres de todos los tiempos. Ya le sucedió a Jesús, como nos cuenta el
evangelio de este domingo. Jesús había iniciado su anuncio del Reino por las
orillas del lago de Tiberíades y poco a poco se había extendiendo en su
actividad por todas las aldeas y pueblos de Galilea. Y va también a su pueblo
de Nazaret donde se había criado. Y el sábado comenzó también a enseñar en la
sinagoga; san Lucas nos refiere también este episodio.
En principio, como siempre sucede en los pueblos pequeños donde vemos
a uno de los nuestros sobresalir, la gente esta admirada por lo que ahora allí,
en la sinagoga de su pueblo, enseñaba, y por las noticias que le llegaban de
los pueblos vecinos donde Jesús había realizado también su actividad. Pero
pronto la admiración se iba transformando en desconfianza. ¿De donde le viene
esta sabiduría?
Y seguramente y no sería por el hecho de hablar en publico y con
aquella soltura y sabiduría, sino que seguramente ese anuncio nuevo que Jesús
hacia les desconcertaba, podía poner en crisis sus formas tradicionales de su
actuar porque lo que Jesús enseñaba en verdad era algo nuevo que pedía una
transformación de los corazones. No olvidemos que su primer anuncio era siempre
la conversión para poder creer en esa Buena Nueva que anunciaba. Había que
darle la vuelta a la vida, a la manera de pensar y de ver las cosas porque era
el anuncio de algo nuevo lo que trasmitía Jesús.
Las dudas y las reacciones se van multiplicando porque ya comienzan a
preguntarse por su autoridad para enseñar tales cosas. ¿Dónde lo había
aprendido si no había ido a ninguna escuela rabínica? No estaba respaldado por
la autoridad de los rabinos, porque no aparecía como discípulos de ellos. Jesús
se manifestaba con una autoridad especial pero ellos se preguntaban si no era
aquel Jesús que de niño había corrido por el pueblo y de joven había trabajado
con José el artesano. Qué autoridad podía tener si allí estaban sus parientes,
su madre, su familia. Ya no lo podían aceptar. Ya comenzaban las pegas, ya
comenzaba el intento de desprestigio, como siempre sucede. Y Jesús se extrañó
de su falta de fe y allí no hizo ningún milagro, apostilla el evangelista.
¿Cuál había sido la autoridad de los antiguos profetas? Habitualmente
ni pertenecían al grupo de los sacerdotes ni salían de las escuelas de los
rabinos. El verdadero profeta era el que estaba lleno del Espíritu de Dios y se
dejaba conducir por El.
En el texto paralelo que nos ofrece san Lucas, en su visita a la
sinagoga de Nazaret Jesús había proclamado aquel texto de Isaías que lo
anunciaba como el que estaba lleno del Espíritu que lo había enviado a anunciar
aquella Buena Nueva a los pobres, a los sufren y a los oprimidos. No era la
raza o la sangre ni nada aprendido en lo humano sino la autoridad del Espíritu
que lo había elegido y consagrado profeta de su pueblo. ‘El Espíritu del
Señor está sobre mi, y me ha elegido y me ha enviado…’
Estas consideraciones que nos venimos haciendo sobre lo sucedido en la
sinagoga de Nazaret ante la presencia y la palabra de Jesús nos tienen que
llevar a hacer muchas consideraciones personales para actitudes y
comportamientos que nosotros tenemos en la vida, y en nuestra vida cristiana en
concreto.
Partíamos de hechos y situaciones humanas y sociales que vemos en
nuestro entorno. Pero también tendríamos que ver lo que nos sucede en este
aspecto en nuestra vida de fe, en nuestra pertenencia a la Iglesia y en nuestra
acogida a la Palabra de Dios y a la enseñanza de la Iglesia. ¿Nos sucederá algo
así?
Muchas veces también nosotros pasar todo por el tamiz de nuestros
criterios, de nuestra manera de ver las cosas o por la consideración o el
respeto que tengamos de quien nos anuncia o trasmite el mensaje. Y aceptamos o
no aceptamos lo que la iglesia nos propone, por ejemplo, según nuestros criterios,
según la afinidad o no que tengamos con quien nos lo esté trasmitiendo.
También nos ponemos exigentes con nuestros pastores según nos convenga
y nos hacemos nuestras catalogaciones. También en ocasiones tiramos barro, como
decíamos al principio, a ver si pega. Que si más avanzado o menos avanzado, que
si más tradicionalista y conservador o que si es un lanzado y nos preguntamos
que a donde vamos a llegar con esas innovaciones y aperturas, o nos queremos
quedar anclados en un pasado mucho más cómodo, y así no sé cuantas cosas más
que decimos tantas veces, con las que reacciones ante los pastores de la
Iglesia.
También nosotros como aquellas gentes de Nazaret la sacaron su
filiación a Jesús y se preguntaban por su autoridad nosotros también en muchas
ocasiones tenemos la tendencia de ponernos de frente a lo que la Iglesia nos
pide o reclama de nosotros en nuestro tiempo.
Creo que esta reflexión nos puede dar para hacernos muchas preguntas
sobre nuestra propia sinceridad y para revisar muchas actitudes que se nos
pueden colar en nuestro interior.
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