miércoles, 11 de julio de 2018

Quienes se vacían de las cosas temporales podrán llenar su corazón de valores de eternidad



Quienes se vacían de las cosas temporales podrán llenar su corazón de valores de eternidad

Proverbios 2,1-9; Sal 33; Mateo 19,27-29

Entra en la humano en que cuando hacemos algo bueno de alguna manera se vea compensado y agradecido por aquello que hicimos. De alguna manera es como un estimulo en nuestro esfuerzo y, no es porque uno haga el bien buscando siempre recompensas o beneficios, pero es como sentir una satisfacción en nuestro interior al ver que lo que hicimos es valorado, tenido en cuenta, y ha podido servir para ayuda de los demás.
Ya sabemos que las cosas no se hacen por interés y la gratuidad es un don maravilloso. Aunque vivimos en un mundo en que todo se paga y a algunos les pueda resultar extraño lo de gratuito. Prevalecen de manera excesiva las ambiciones, el materialismo de la vida, las ansias de poder que queremos manifestar en las riquezas que hemos obtenido para ponernos como en un estado superior al resto de los mortales. Tampoco hemos de hacer el bien buscando agradecimientos con los que de alguna manera nos sentiríamos pagados, sino que calladamente hemos de saber hacer las cosas buenas que beneficien a los demás.
Son unas características muy importantes del Reino de Dios que nos enseña Jesús y que queremos vivir. Nuestro corazón tiene que estar lleno de generosidad que nos haga estar disponibles siempre para el servicio y para hacer el bien. La propia vivencia del Reino de Dios ha de ser el gozo más hondo que hemos de sentir dentro de nosotros y ese gozo de ese mundo nuevo que hacemos nos ha de llenar de satisfacción y felicidad. Una felicidad que no cuantificamos a lo material sino en el gozo del mismo amor que vivimos. Somos felices amando; seremos felices de verdad cuando nos damos desinteresadamente; seremos felices de verdad olvidándonos incluso de nosotros mismos.
En los discípulos de Jesús también afloraban esos sentimientos y muchas veces se llenaban de una cierta confusión con sus aspiraciones y ambiciones humanas. Pesaba sobre ellos la idea que aun no tenían suficientemente clara de cual era el sentido del Mesías. Escuchando a Jesús su corazón se llenaba de esperanza por ese mundo nuevo que Jesús les anunciaba, pero eso no quitaba para que también tuvieran sus aspiraciones. Ya recordamos como discutían por los primeros puestos, como alguno incluso se atrevía a pedírselo a Jesús como había sucedido con los hermanos Zebedeos.
Ahora habían contemplado como Jesús le pedía al joven rico que vendiera todo lo que tenia para tener un tesoro en el cielo, cosa que les había costado comprender, más cuando Jesús les había dicho que si tenían un corazón de rico les sería difícil entrar en el reino de los cielos. Pero ellos lo habían dejado todo; un día habían abandonado la barca y las redes allá en la orilla del Tiberíades y se habían ido tras Jesús. Lógico podríamos decir que surgiera la pregunta en Pedro. Y para nosotros que lo hemos dejado todo por seguir, ¿qué hay?
Y Jesús les habla del Reino, y les habla de los doce tronos de las tribus de Israel, y les dirá que quien ha dejado muchas cosas recibirá cien veces más, y al final la vida eterna. No sé si llegarían a comprender el alcance de las palabras de Jesús y quedaran satisfechos con la respuesta. Pero aquí primaba el amor tan grande que sentían por Jesús que les llevaba a aceptar sus palabras. Y es que los que por el Reino lo dejamos todo por Jesús entra en una órbita nueva, entra en una familia distinta, entra en otros sentidos y estilos de comunión en los que se verá siempre arropado de manera que ya las cosas materiales no son las que le van a satisfacer.
¿Quiénes son mi familia? Se había preguntado un día Jesús. Y nos descubría una amplitud diferente, una familia nueva que formamos todos los que creemos en Jesús, aceptamos su palabra y optamos por el Reino. Quienes se vacían de las cosas temporales podrán llenar su corazón de valores de eternidad. Nos vaciamos de ambiciones, nos vaciamos de esos tesoros efímeros que no nos darán nunca la verdadera satisfacción porque siempre nos dejaran hambrientos y sedientos. Por eso la recompensa será grande aunque sea solo un vaso de agua lo que compartamos con el sediento. Es un valor nuevo, es un sentido nuevo, es un nuevo vivir que nos llenará siempre de plenitud.

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