domingo, 10 de junio de 2018

El mensaje del Evangelio que siempre nos inquieta, no nos deja adormilados, nos interroga por dentro, nos compromete y nos pone en camino de una vida nueva


El mensaje del Evangelio que siempre nos inquieta, no nos deja adormilados, nos interroga por dentro, nos compromete y nos pone en camino de una vida nueva

Génesis 3, 9-15; Sal. 129; 2Corintios 4, 13–5, 1; Marcos 3, 20-35

El mensaje de Jesús no es como para dejarnos como adormilados y relajados en nuestras rutinas y en la insensibilidad de una vida cómoda. La presencia de la figura de su Jesús y su mensaje siembra inquietud en los que lo contemplan y lo escuchan cuando hay un mínimo de sensibilidad y de sinceridad en la escucha.
Algunas veces una lectura en cierto modo superficial del evangelio nos puede hacer pensar que en torno a Jesús todos lo tenían claro y siempre todo eran aclamaciones de gentes entusiasmadas que lo escuchaban y seguían. Pero si hacemos una lectura atenta nos iremos dando cuenta que aquello que había anunciado el anciano Simeón cuando la presentación de Jesús niño en el templo se hacia realidad continuamente. Era en verdad un signo de contradicción.
Por eso tenemos que acercarnos siempre al Evangelio sin ideas preconcebidas en un sentido o en otro sino con una sinceridad de conciencia para ponernos frente a frente con Jesús y su evangelio, con sus enseñanzas y sus signos aunque pudieran dejarnos intranquilos porque se produzca una inquietud en nuestro corazón. Inquietud que no significa pérdida de paz, sino interrogantes, deseos de búsqueda, descubrimiento de las contradicciones que tantas veces pueden aparecer en nuestra vida.
Ejemplo lo tenemos en la página del evangelio de hoy. Nos habla de que acudía tanta gente que no le dejaban tiempo ni para comer, pero inmediatamente vienen algunos familiares y tratan de llevárselo porque no estaba en sus cabales. La preocupación de los familiares porque veían que no podía seguir con una vida así y aquello podía acabar mal.
Pero al mismo tiempo por allá andan diciendo los que siempre estaban en contra que lo que Jesús hacia lo hacia con el poder del demonio. Realmente es que les desconcertaba lo que Jesús hacia y decía, no podían entenderlo, rompía sus esquemas, y para ellos eso era como echar abajo aquella religión en la que siempre habían creído. Cuanto de eso puede seguir sucediendo cuando ella alguien que con sus palabras o con sus gestos nos provoca inquietudes que nunca habíamos sentido y que nos hace tener unos planteamientos serios sobre lo que hemos venido haciendo siempre. Cuando nos tratan de arrancar de nuestras rutinas y comodidades ya no nos gusta y nuestra reacción puede ser el desprestigiar a aquel que nos hace pensar, que nos hace reflexionar para entrar en revisión de nuestras posturas.
Ya nos responde Jesús haciéndonos ver la contradicción que realmente donde está es en nosotros por nuestra frialdad, por nuestros legalismos, por los ritualismos en que convertimos todo el hecho religioso y cristiano. Ya tendríamos que pararnos a pensar y a reflexionar más a fondo en lo que hacemos y como y por qué lo hacemos. Ya tendríamos que revisarnos de esa tibieza espiritual en la que hemos metido nuestra vida donde de verdad no terminamos de definirnos si estamos o no estamos por el evangelio. Ya tendríamos que revisarnos y plantearnos seriamente nuestra falta de compromiso, y hasta de la incongruencia en que podemos estar viviendo nuestra vida cristiana, porque no terminamos de entregarnos como tendríamos que hacerlo.
Y habla Jesús de ese pecado terrible de la blasfemia contra el Espíritu Santo. Atribuir al espíritu maligno la acción del Espíritu de Dios. Es ese hacernos oídos sordos a la inspiración del Espíritu en nosotros. ¿Cómo podemos avanzar en el camino de nuestra vida, de nuestra fe, de la respuesta que como cristianos tenemos que dar si no  nos dejamos conducir por el Espíritu Santo? Es el pecado que nos hace caer por la pendiente del mal; es el meternos en ese torbellino de las obras malas que comienzan por nuestra tibieza y superficialidad del que luego nos será difícil arrancarnos y en el que nos iremos hundiendo más y más.
Y finalmente nos ofrece otro detalle que a primera vista nos puede parecer desconcertante. Parece que Jesús no hace caso cuando le dicen que allí están su madre y sus hermanos, su familia. ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ se pregunta Jesús ante el anuncio que le hacen. Parece que se desentendiera, pero sin embargo nos deja un hermoso mensaje. Podemos entrar en la órbita de su familia si hacemos como María, como el proclamara en otro momento. Ahora nos dice que serán su madre y sus hermanos los que cumplen la voluntad de Dios, los que de verdad plantan en su corazón la Palabra de Dios y la ponen en práctica.
Un evangelio que nos puede hacer reflexionar sobre muchas cosas. Un evangelio, como lo es siempre como Buena Nueva que es, que nos inquieta, nos hace preguntar, no nos deja adormilados, nos pone en camino de vida nueva, nos hace renovarnos de verdad. Porque quien escucha y la escucha de verdad, con total sinceridad, la Buena Nueva de Jesús ya su vida no puede seguir siendo igual. Dejémonos interpelar por el Evangelio de Jesús.

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