sábado, 21 de abril de 2018

Aunque aparezcan las dudas y las debilidades tenemos que ser capaces de confesar que solo Jesús tiene para nosotros palabras de vida eterna


Aunque aparezcan las dudas y las debilidades tenemos que ser capaces de confesar que solo Jesús tiene para nosotros palabras de vida eterna

Hechos de los apóstoles 9, 31-42; Sal 115; Juan 6, 60-69

Es una tentación fácil, la huida. Queremos vivir en un mundo de comodidades y cuando no lo podemos conseguir nos sentimos inquietos y hasta molestos. Queremos que las cosas sean como nosotros nos las imaginamos o las planteamos y cuando en el devenir de la vida encontramos dificultades, oposición con otra manera de ver las cosas, ya no sabemos qué hacer. Nos cuesta pensar, profundizar en las cosas, queremos vivir a lo fácil y sin muchas complicaciones intelectuales, y cuando se nos acerca alguien con una conversación y unas ideas que nos hacen pensar, nos echamos para detrás.
Pero nos sucede en nuestra vida cristiana en que no queremos salir del cascarón, de lo que siempre hemos hecho y a eso lo llamamos tradiciones, nos cuesta plantearnos nuevos compromisos, se nos hace difícil llegar, como nos está pidiendo hoy el Papa, a las periferias, a los lugares difíciles, ser misioneros de verdad en un mundo cambiante o en un mundo en el que ya todos no piensan como nosotros o vienen de vuelta de todo tipo de referencia religiosa. Y ya no sabemos qué hacer, porque no queremos complicarnos la vida.
Muchas más cosas así podríamos pensar desde lo que nos sugiere el evangelio nos presenta la liturgia. Era algo en verdad novedoso lo que Jesús les estaba planteando allí en la sinagoga de Cafarnaún. Se toman como inmasticables las palabras de Jesús que les hablaba de comer su carne y beber su sangre. Intentar profundizar para comprender todo lo que significaría ese vivir unidos a Jesús para hacerse una cosa con El les parecía de todo punto imposible.
Realmente era mucho la exigencia que Jesús les planteaba. Ya en otro momento dirá Jesús que no hay que andar con paños calientes, con remiendos, con odres viejos para el vino nuevo. Era una Buena Nueva, era una Novedad grande lo que Jesús les estaba planteando cuando les decía que había que creer en El y dejarse transformar plenamente el corazón y la vida. La conversión no era un adorno a la vida, sino algo que había que tomarse muy en serio porque había que darle la vuelta a la vida, a la manera de pensar, a la manera de actuar, a las actitudes profundas del alma de una forma total y radical.
Y muchos se marchan, ya no querrán ir más con Jesús. Se sienten defraudados porque no era lo que ellos pensaban sino que las exigencias eran mayores y no estaban dispuestos a eso. La disculpa era lo de comer la carne de Cristo. No se sentían con fuerzas para aceptar plenamente lo que Jesús les decía que El era el verdadero Pan bajado del cielo. Y eso significaba mucho.
Los discípulos cercanos a Jesús también dudan. Jesús lo nota. Por eso les pregunta que si ellos también quieren irse, si ellos también se sienten defraudados y van a abandonar. Pero por allá está Pedro siempre el primero en saltar y hablar. Era mucho el amor que sentía por Jesús. No sé si El realmente estaría entendiendo plenamente lo que Jesús les estaba planteando, pero allí estaba su amor. El amor que tantas veces le salvaría, a pesar de que en momentos más tarde se presentara débil. ‘Señor, ¿a quien vamos a acudir si Tú tienes palabras de vida eterna?’
¿Seríamos capaces nosotros de decir con toda intensidad esas mismas palabras de Jesús? creo que es un planteamiento serio que nos hace el evangelio. Nos cuesta. Pero no podemos andar con más tibiezas en el camino del seguimiento de Jesús. Sabemos todo lo que implica el que creamos en Jesús y vivamos unidos a El. Es algo muy serio que vayamos a comer a Jesús, a comulgar, porque en verdad queremos vivir su vida con todas sus consecuencias a pesar de nuestras debilidades.

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