sábado, 2 de diciembre de 2017

Madurez, equilibrio interior y paz para afrontar la responsabilidad del momento y no dejarnos aturdir por los agobios de la vida y vivir en plenitud el hoy de Dios en nosotros


Madurez, equilibrio interior y paz para afrontar la responsabilidad del momento y no dejarnos aturdir por los agobios de la vida y vivir en plenitud el hoy de Dios en nosotros

Daniel 7, 15-27; Sal. : Dn 3,82.83.84.85.86.87; Lucas 21, 34-36

Hay cosas que a veces nos aturden, nos dejan como embotados y ensimismados; algo impresionante que hemos contemplado, un suceso extraordinario e inesperado que nos sucede en la vida, preocupaciones por los problemas que nos vamos encontrando en el camino, una enfermedad que nos afecta mucho en un ser querido, cosas que nos van ensombreciendo en la vida y que van haciendo que nuestro pensamiento ande girando siempre en torno a ellas y parece que no hubiera otra cosa que nos preocupara. Nos cruzamos con las personas y no las vemos, nos hablan y no nos enteramos, vamos como encerrados por aquel acontecimiento o aquella preocupación.
También nos puede suceder cuando vivimos una vida muy liviana y absorta quizás en superficialidades que entonces no le prestamos a ninguna cosa que se nos presente en profundidad y que quizá pudiera hacernos pensar; pero son también los que se dejan arrastrar por vicios y malas costumbres que viven atados a esas cosas sin las cuales ya no se pueden pasar y no saben hacer ni pensar otra cosa.
Cuesta mantener el equilibrio, vivir con una sana libertad interior, saberle dar a cada cosa su importancia y su valor, tener tiempo para cada situación que se nos presente, liberarnos de ataduras, no dejarnos arrastrar por prejuicios, no perder la paz interior por muchas que sean las dificultades o las tormentas a las que tengamos que enfrentarnos en la vida, estar atentos a la vida para vivir la intensidad de cada momento y saber ser feliz con lo que somos o tenemos aunque siempre con deseos y ansias de superación y de lo mejor.
Todo esto que es muy humano y manifestará la madurez de nuestra persona todavía se ve engrandecido mucho más cuando en la vida queremos tener actitudes y posturas de verdadero creyente. Es saber descubrir, como quizá muchas veces hemos reflexionado, esa presencia de Dios en nuestra vida y escuchar la voz de Dios que nos habla desde esas situaciones invitándonos a una vida superior, a un crecimiento interior y a un saber sobrenaturalizar nuestra vida porque siempre está la gracia de Dios que nos acompaña y nos fortalece.
Hoy Jesús nos previene diciéndonos que no nos dejemos embotar nuestra mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida y se nos eche encima de repente aquel día. Y nos pide que andemos alertos y despiertos. Una referencia, es cierto, al día final de la historia donde será el juicio de Dios, pero una referencia también al día a día de nuestra vida. Como momento para el creyente es el día del Señor, porque en cada momento el creyente sabe descubrir y sentir esa presencia de Dios que viene a nuestra vida. Es el hoy de nuestra vida que es el hoy de Dios en nosotros.
Vivir y sentir esa presencia de Dios en nosotros; vivir y sentir cada momento con toda intensidad, con la intensidad de nuestra responsabilidad y de nuestro amor. Por eso nos pide estar despiertos, alertas, atentos; el que tiene una responsabilidad no se puede dormir, sino que ha de estar atento en aquello que hace, en aquello que se le ha confiado. Así nuestra vida, la responsabilidad de cada momento.
Atentos porque siempre tendremos la oportunidad de expresar nuestro amor; atentos porque con amor siempre hemos de ir al encuentro con los demás; atentos porque nuestra vida es servicio y esa es nuestra mayor riqueza, el bien que podemos hacer a los demás. Vigilantes y atentos, despiertos para ir logrando ese crecimiento interior, esa superación de nuestra vida, esa madurez y serenidad con que afrontamos los problemas y vivimos con paz la lucha de cada día.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Saber leer lo que la vida misma nos enseña es una gran sabiduría y aprender lecciones de cuanto nos sucede nos hace verdaderamente más sabios porque nos hace también más humanos

Saber leer lo que la vida misma nos enseña es una gran sabiduría y aprender lecciones de cuanto nos sucede nos hace verdaderamente más sabios porque nos hace también más humanos

Daniel 7,2-14; Sal.: Dn 3,75.76.77.78.79.80.81; Lucas 21,29-33

Saber leer lo que la vida misma nos enseña es una gran sabiduría; aprender lecciones de cuanto nos sucede nos hace verdaderamente más sabios. Sin embargo muchas veces vamos ciegos por la vida, absortos en el día a día, muy preocupados por lo inmediato, atentos quizá solo en resolver los problemas del momento que no sabemos sacar lecciones de cuanto nos va pasando o de lo que vemos que le sucede a los demás. Se suele decir que no escarmentamos en cabeza ajena, pero es que muchas veces ni en lo que cae sobre nuestra cabeza sabemos aprender, sacar lecciones.
Hay quien lo hace, quien sabe hacerlo, y se hace reflexivo, y a aprende a limar asperezas de su vida y se previene ante cuanto pueda suceder, y de lo que le va sucediendo va sacando lecciones para en otras ocasiones tomar decisiones más acertadas, para evitar que vuelva a suceder lo mismo, va madurando porque va adquiriendo una hermosa sabiduría. Ya se dice que el hombre es el animal que tropieza dos veces en la misma piedra, y es por eso porque muchas veces somos irreflexivos cuanto tenemos una inteligencia que nos pudiera ayudar.
El hombre creyente no solo reconoce que esa inteligencia es un don de Dios, que le ha creado a su imagen y semejanza, como nos dice la primera página de la Biblia, sino que es providente porque descubre también el actuar de Dios a través de esos hechos y acontecimientos. No quiere Dios lo malo para el hombre cuando nos ha creado para ponernos en un paraíso, es la imagen también de la Biblia, pero quiere que de eso que nos sucede, también lo malo, los problemas o los contratiempos aprendamos, descubramos los caminos de Dios, caminos que nos llevan a Dios, pero caminos también para la felicidad del propio hombre.
Hoy nos dice Jesús en el evangelio que sabemos leer algunos signos de la naturaleza pero sin embargo  no sabemos leer los verdaderos signos de los tiempos, en los acontecimientos que nos suceden. Interpretamos las palabras de Jesús como si fuera exclusivamente una referencia a los últimos tiempos, pero creo que Jesús quiere hacer referencia a los tiempos que vivimos en cada momento.
Algunos, es cierto, leen de una forma excesivamente negativa las catástrofes que se suceden en nuestro mundo viendo un castigo apocalíptico de Dios a causa de la maldad de los hombres, pero no saben quizá descubrir la llamada que Dios nos está haciendo para que aprendamos a tener actitudes nuevas que nos lleven a una verdadera paz y a una solidaridad autentica en nuestras relaciones humanas.
Se suceden, es cierto, muchas cosas que hacen sufrir a los hombres, pero busquemos la raíz en el propio mal que hay en nuestro corazón, en tantos que hacen daño, que no cuidan la vida y la naturaleza, que actuan de una forma egoísta e insolidaria pensando solo en si mismos;  y tenemos que descubrir que otras tienen que ser las actitudes y posturas, otra la forma de actuar en ese mundo en que vivimos para no destruirlo, pero también para que cuando surgen esas rupturas de la naturaleza sepamos estar allí con corazón solidario para evitar sufrimientos, para resolver problemas, para poner una nueva esperanza en cuantos sufren porque con nuestras acciones y actitudes hagamos que nuestro mundo sea un poquito mejor. Son las semillitas que siempre tenemos que estar dispuestos a sembrar.

jueves, 30 de noviembre de 2017

Desde las inquietudes por algo nuevo y distinto sentimos en nuestro interior dejémonos conducir hasta Jesús y encontraremos respuestas que nos abren nuevos caminos



Desde las inquietudes por algo nuevo y distinto sentimos en nuestro interior dejémonos conducir hasta Jesús y encontraremos respuestas que nos abren nuevos caminos

Romanos 10, 9-18; Sal 18; Mateo 4, 18-22

Inquietudes por algo nuevo y distinto sentimos en ocasiones en nuestro interior; son deseos de crecimiento, de maduración como persona que nos hace estar inquietos y en búsqueda. No termina de satisfacernos la situación en que vivimos, queremos algo nuevo, tenemos ansias quizás de una libertad mayor. Hace unos días chateando con un joven amigo de repente surgió en la conversación una frase, ‘necesito libertad’, me decía. Son las ansias y deseos que llevamos dentro por algo mejor para nosotros, pero también para cuentas nos rodean. Y eso es bueno porque nos arranca de rutinas, de pasividades, de conformismos que son cosas que nos llevarían por caminos de vejez interior, en cierto modo de muerte.
Andrés, era un hombre inquieto. Pescador en el lago de Galilea, había apartado por unos días las redes para ir a escuchar a un profeta que predicaba en las orillas del Jordán quizá allá más al sur. Juan al que llamaban el bautista por los ritos que hacia en el Jordán en los que creían en sus palabras, anunciaba unos tiempos nuevos, porque anunciaba la llegada del Mesías tan esperado para la salvación del pueblo.
Mucha gente acudía al Jordán a escuchar al Bautista. Allí estaba Andrés y algunos más que habían venido desde Galilea, como uno de los hermanos Zebedeos, también pescador como él. Y allí había escuchado al profeta que señalando a quien pasaba le mostraba como ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’. Y Andrés con Juan, uno de los Zebedeos, se había tras Jesús.
Conocemos el dialogo sencillo, escueto podríamos decir. ‘¿Qué buscáis?... ¿Dónde vives?... Venid y lo veréis’. Y se habían pasado aquella tarde y aquello noche con Jesús. ¿Dónde vives? ¿Qué es de tu vida? ¿Qué dices de ti? ¿Qué nos quieres enseñar? ¿Qué nos ofreces? Muchas preguntas en su interior, mucha búsqueda que no es solo buscar una casa o un hospedaje. Era buscar respuestas a las preguntas más profundas que llevamos en nuestro interior; era querer conocer a fondo; era saber si aquellas inquietudes que llevaban en el interior podrían tener una respuesta, un planteamiento de vida. ¿Qué hablaron? No lo sabemos, sino que al día siguiente salio convencido para contarle a su hermano ‘hemos encontrado al Mesías’.
Venid…’ les había dicho Jesús. Yendo con Jesús podrían conocer, podrían saciar su sed, podrían convencerse por si mismos. Ahora solo se trataría de ver, de escuchar, de encontrar luz a las oscuridades que siempre entenebrecen la vida cuando andamos desorientados y sin saber que partido tomar. Más tarde Jesús volvería a emplear la misma palabra, ‘Venid…’ pero ahora ya con una finalidad concreta, era para caminar con Jesús, era para aprender porque un día tendrían que realizar la misma obra de Jesús, pero antes necesitarían estar con El. ‘Venid y os haré pescadores de hombres’, les diría Jesús mas tarde una vez en la orilla del lago mientras andaban en sus tareas de repasar las redes después de la pesca, o también allá en medio del mismo lago tras la pesca milagrosa.
En esta fiesta de san Andrés que hoy estamos celebrando quiero quedarme aquí en mi reflexión. Hay otros momentos del evangelio en que volverá a aparecer Andrés, que si primero llevo hasta Jesús a su hermano Simón, serán unos gentiles los que a través de él en Jerusalén llegarán también hasta Jesús.
Quiero quedarme en esas inquietudes y en esas búsquedas. Todos tenemos preguntas en nuestro interior a las que no siempre sabemos responder. Hay inquietudes que no sabemos a donde nos van a llevar. Hay oscuridades donde no sabemos encontrar un camino de luz. Pero siempre habrá alguien que a la manea del Bautista nos señalará caminos que tenemos que saber emprender. Serán caminos de búsqueda pero que tenemos que saber orientar en dirección a Jesús, para quedarnos con El, para escucharle y para intentar caminar a su lado, para bebernos sus palabras, o para dejar que sintamos el calor de su presencia en nuestro corazón.
Cuando nos acercamos a Jesús y simplemente intentamos estar con El, aunque fuera en silencio, o mejor, queriendo estar en silencio a su lado, podemos escuchar muchas cosas, podemos sentirnos nuevos impulsos dentro de nosotros, podrán abrírsenos caminos delante de nuestra vida, podremos sentirnos iluminados por una nueva luz que nos hará ver las cosas distintas. Pero tenemos que saber estar con Jesús. No digamos nada. Dejemos que esos interrogantes se planteen en nuestro interior, agucemos los oídos del corazón y escuchemos esa Palabra de vida que necesitamos.
Jesús nos dice a nosotros también, ‘Venid…’

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Difícil es nadar contra corriente, pero ahí tiene que manifestarse nuestra madurez humana y nuestra fortaleza cristiana con nosotros está la presencia del Espíritu que Jesús nos prometió


Difícil es nadar contra corriente, pero ahí tiene que manifestarse nuestra madurez humana y nuestra fortaleza cristiana con nosotros está la presencia del Espíritu que Jesús nos prometió

Daniel 5,1-6.13-14.16-17.23-28; Salmo: Dn 3,62.63.64.65.66.67; Lucas 21,12-19

Qué difícil es nadar contra corriente; hay que estar muy fuerte y ser bien experto. En los caminos de la vida se nos hace difícil en ocasiones mantenerse en unos principios, fijar una postura en la vida y mantenerse fiel porque serán muchas las cosas que tratan de arrastrarnos por otros caminos, seremos vistos quizá como bichos raros por los que nos rodean, son tantas las influencias que recibimos de la sociedad que nos envuelve que en ocasiones nos hacen dudar de aquello que nos hemos planteado o del camino que hemos escogido. Pero ahí tiene que manifestarse nuestra madurez humana y nuestra fortaleza.
Nos sucede en nuestra vida cristiana; decimos que son las tentaciones que nos arrastran al pecado, pero es mucho más. Algunas veces incluso desde otros que se dicen cristianos también no entienden nuestras posturas y les parece que no tenemos que ser tan radicales y nos dirán que aflojemos el paso, que no nos tomemos las cosas tan a las bravas, que hay que ir consintiéndonos algunas cosillas porque no es para tanto, y la oposición entonces la encontramos desde dentro.
Y ya sabemos como en nuestra sociedad actual parece que todo lo que huela a religioso y cristiano es rechazado, incluso ridiculizado, nos trataran de hacer callar, y para ellos nuestros valores y nuestro pensamiento no tienen significado algo y se ven como cosas del pasado o de otros tiempos. Cualquiera puede opinar hoy en la sociedad en la que vivimos y escuchamos las propuestas mas dispares, pero cuando un cristiano quiere expresar su punto de vista, cuando la Iglesia trata de expresar lo que es el sentido del evangelio o de Jesús, eso ya enseguida se trata de acallar.
Cuando pensamos en las persecuciones no viene la imagen de los antiguos tiempo cuando los cristianos eran arrojados a los leones, o en tiempos más cercanos cuando eran metidos en la cárcel o fusilados. Cosas así siguen sucediendo, pero hay otras persecuciones más sutiles que pretenden acallarnos, ocultar el hecho religioso, desterrar todo lo que sea un signo cristiano y muchas otras cosas. En verdad intentan acosarnos, quitarnos de en medio, hacer desaparecer la religión o mirarlo a lo sumo como un hecho cultural de otro tiempo que hoy no tiene sentido.
Pero es ahí donde tenemos que manifestar nuestra fortaleza, nuestra madurez cristiana, nuestro valor. Es ahí cuando tenemos que recordar las palabras de Jesús como las que hoy escuchamos. Es ahí cuando tenemos que sentir dentro de nosotros la fortaleza del Espíritu Santo que Jesús nos prometió y está con nosotros siempre para ayudarnos en el camino de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. No nos podemos acobardar, no nos podemos callar, no nos podemos encerrar tras los muros de nuestras iglesias; en ese mundo tenemos que seguir haciendo el anuncio del mensaje de Jesús; en ese mundo tenemos que dar nuestro testimonio cristiano; en ese mundo tenemos que vivir y proclamar nuestra fe.
‘Yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro…’ nos dice Jesús. Y nos recuerda que ‘hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía’. Pero no hemos de tener miedo sino mantenernos firmes como nos dice Jesús: ‘ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’.

martes, 28 de noviembre de 2017

Confianzas y desconfianzas envuelven nuestra vida pero nunca nos ha de faltar la esperanza que nos ayude a tener criterios claros y a no perder la paz

Confianzas y desconfianzas envuelven nuestra vida pero nunca nos ha de faltar la esperanza que nos ayude a tener criterios claros y a no perder la paz

Daniel 2,31-45; Salmo: Dn 3,57.58.59.60.61; Lucas 21,5-11

‘Cuidado con que nadie os engañe’, nos previene Jesús. En ocasiones somos un tanto desconfiados ante lo que nos puedan decir, ante la interpretación que se hace de lo que sucede, pero también en algunas cosas nos confiamos demasiado porque quizá no analizamos lo suficiente las cosas, lo que nos dicen, o porque simplemente nos fiamos de la autoridad de los que nos hablan.
No hay que ser desconfiado, pero sí hemos de saber analizar bien lo que nos dicen para tener nuestro propio criterio; algunas veces quizá callamos lo que pensamos en nuestro interior por ciertos recelos o respetos que tengamos con los que hablamos, o también por falta de un criterio claro y creo que tendríamos que ser valientes para expresar nuestra opinión aunque nos pueda parecer dispar con lo que la gente de nuestro alrededor comúnmente piensa.
Valga este breve comentario que nos sirva para reflexionar para el día a día de nuestra vida y eso nos impulse a ser más reflexivos, a formar nuestros propios criterios, a ser valientes y al mismo tiempo respetuosos en el diálogo que mantengamos con los demás; sabemos que nos encontraremos quienes quieran imponernos sus ideas o sus criterios y nosotros también podamos tener la misma tentación y en nuestro diálogo no llegamos a escucharnos lo suficiente.
¿Por qué nos dice Jesús esto de que tengamos cuidado con que nadie nos engañe? En el texto del evangelio parte primero de una ponderación que se hace de toda aquella belleza del templo de Jerusalén que estaban contemplando, quizá bajando por el monte de los Olivos desde donde se puede admirar la belleza de la ciudad de Jerusalén con el templo en primer termino. Jesús les anuncia que todo aquello un día será destruido no quedando piedra sobre piedra. Quizá el evangelista cuando nos cuenta este episodio ya ha contemplado lo que fue la destrucción de Jerusalén cuarenta años más tarde aproximadamente por parte de los romanos.
Pero en el texto se entremezclan otras cosas que Jesús nos anuncia del final de los tiempos. Escucharemos en estos días diversos textos en este sentido. Jesús quiere que vivamos los acontecimientos de la historia, que no son siempre fáciles, sin perder la paz del corazón de la misma forma que tenemos que enfrentarnos así con esperanza al final de nuestros días. Habrá momentos de gran confusión ante las cosas que se suceden y las interpretaciones demasiado en sentido catastrófico que muchas veces nos hacemos. A veces parece que hay quien quiera meternos miedos en el cuerpo, como se suele decir.
Más de una vez en los años de nuestra vida habremos escuchado también cosas parecidas, anuncios e interpretaciones de castigos en las catástrofes que se producen en la propia naturaleza, en mas de una ocasión habremos oído hablar de visiones y de apariciones sin ningún sentido que nos pueden producir confusión. Los mismos enfrentamientos humanos entre pueblos que producen las guerras son también momentos duros y de confusión. Y hemos de saber afrontar todas esas cosas, no perder la serenidad ni la confianza, mantener la esperanza, buscar siempre caminos de paz.
Jesús nos está diciendo que no nos dejemos confundir. Nosotros vivimos siempre con una esperanza porque ponemos nuestra confianza en el Señor que está a nuestro lado y es nuestra fuerza y nuestra vida. Es el Padre bueno que nos ama y de mil maneras, aun en esos momentos difíciles y de horror, siempre nos hará sentir su presencia y su amor.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Ni nos valoremos nosotros ni valoremos a los demás por las apariencias sino sepamos descubrir donde está la verdadera belleza de nuestro corazón y nuestra riqueza interior

Ni nos valoremos nosotros ni valoremos a los demás por las apariencias sino sepamos descubrir donde está la verdadera belleza de nuestro corazón y nuestra riqueza interior

Daniel 1, 1-6. 8-20; Salmo: Dn 3, 52. 53. 54. 55. 56; Lucas 21, 1-4

Hay quienes quieren valorarse a si mismos solamente por lo que aparentan; quieren aparecer como guapos, como poderosos, como gente importante, como quienes todo se lo saben, siempre considerándose por encima de los demás, pero luego tienen un interior vacío, no cuidan la belleza interior, y aquellos valores que son los que realmente pueden hacer grande a la persona están lejos de si mismos porque no hay sinceridad en sus vidas, porque poco les importan la verdad y la justicia, porque en sus corazones no saben sino amarse a si mismos sin tener en cuenta a los demás con los que tienen que convivir. Es tentación que todos podemos sufrir y con pena y tristeza hay que decir que son muchos los que viven en esa incongruencia de sus vidas.
Jesús quiere resaltarnos siempre en el evangelio cómo tenemos que vivir desde nuestro interior, porque solo de lo que tenemos atesorado en nuestro interior es la riqueza que aparecerá en verdad en nuestra vida, en nuestras acciones, en nuestras actitudes y comportamientos, en nuestro trato y relación con los demás.
Tendremos, sí, que reconocer nuestras debilidades y que nuestra vida no es perfecta, pero desde esa humildad es donde pueden brillas luego los verdaderos valores. La persona humilde y sencilla es transparente, se mostrará siempre tal como es y será capaz de ser comprensiva con los demás, para llegar a compartir su pobreza con los que están a su alrededor. Esa persona humilde y sencilla hará siempre agradable su presencia junto a nosotros, porque además estaremos aprendiendo mucho de ella, porque hay una riqueza que no veremos con nuestros ojos sino que se comunicará directamente a nuestro corazón.
Pero tenemos que tener nosotros ojos limpios para que no nos encandilen los brillos exteriores de apariencia, sino que lleguemos a descubrir su belleza interior. Nuestros ojos se pueden enturbiar en ocasiones como cuando tenemos llenos de suciedad los cristales de nuestras lentes que entonces con el brillo del sol se convertirán casi en una cortina que nos impide ver la realidad de lo bueno que está a nuestro lado. Cuantas veces decimos que no vemos claramente y es que no nos damos cuenta que los cristales de nuestras lentes están llenas de polvos y arañazos, así nos sucede que se nos puede enturbiar la visión de lo bueno que hay en los demás.
Cuando muchos ricos y poderosos hacían ostentación a la puerta del templo de lo que aparentaban generosas limosnas, pero que era la mezquindad de lo que les sobraba, Jesús nos hace fijarnos en la humilde mujer que calladamente, quizá con pena y vergüenza porque no podía ofrecer mas, sin embargo depositaba allí todo lo que en su pobreza tenía para su propia subsistencia. Jesús alaba la humildad, la generosidad, la disponibilidad y la confianza en la providencia de Dios de aquella mujer que todo lo da. Nos ayuda Jesús a descubrir allí donde parecía que nada había lo que era la verdadera riqueza del corazón de aquella mujer.
Cuanto tenemos que aprender. De qué manera tenemos que aprender donde está la verdadera riqueza de nuestra vida. Cómo siendo humildes y sencillos podremos llenar nuestro corazón de la mayor de las riquezas que es el amor y la generosidad para darnos por los demás.

domingo, 26 de noviembre de 2017

Proclamamos hoy que Jesús es el Rey y Señor del universo porque queremos vivir en su reino con las actitudes y valores nuevos que nos llevan al amor y al servicio

Proclamamos hoy que Jesús es el Rey y Señor del universo porque queremos vivir en su reino con las actitudes y valores nuevos que nos llevan al amor y al servicio

Ez. 34, 11-12. 15-17; Sal. 22; 1Cor. 15, 20-26.28; Mt. 25, 31-46
Llegamos a la finalización del año litúrgico. De entrada decir, porque alguien podría decir que nos queda más de un mes para que finalice el año, que el ritmo de la liturgia no sigue exactamente el ritmo del año natural. El ritmo de la liturgia de las celebraciones de los cristianos gira en torno a Cristo, como lo es toda la vida del cristiano.
En cada ciclo anual celebramos los grandes misterios de nuestra redención teniendo como centro del todo la celebración de la Pascua, la celebración de la muerte y la resurrección del Señor. En torno a ello giran todas las conmemoraciones que hacemos del misterio de Cristo en lo que por una parte tenemos siempre unos tiempos que nos preparan y otros tiempos que nos prolongan la celebración del gran misterio de Cristo.
Comenzaremos un nuevo ciclo preparándonos para la celebración del nacimiento de Cristo en las semanas del Adviento que ya iniciaremos el próximo domingo, por eso ahora concluyen el ritmo anual de todas las celebraciones. Y en este último domingo, casi como un compendio de todo lo que hemos venido celebrando proclamamos a Jesucristo Señor y Rey del Universo.
Y su reino no tendrá fin, le había dicho el ángel de la Anunciación a María en Nazaret. Y Jesús había comenzado su tarea pública la llegada del Reino de Dios que estaba cerca y eso nos exigía el creer y convertirnos en esa Buena Nueva. Sí, era una buena nueva, una buena noticia lo que Jesús proclamaba, la llegada del Reino de Dios.
Había que creer en la Palabra que Jesús era y pronunciaba para nosotros y nos exigía una transformación del corazón; un darle la vuelta total al corazón – no eran simplemente arreglitos o remiendos lo que habríamos de hacer - para hacer que en verdad en el Reino de Dios se centrara nuestra vida. Fue el anuncio continúo que siguió realizando en toda su vida; las parábolas, los signos que realizaba, toda la profundidad de su mensaje eran un irnos señalando las características de ese Reino de Dios.
Su entrega hasta la muerte fue la expresión más sublime de lo que habría de significar en nuestra vida el Reino de Dios. No era ya solo el Rey de los judíos, como puso Pilatos en el letrero de la sentencia, sino que se convertía así en el Rey de toda la creación. Se había rebajado como uno de tantos, como un esclavo porque su vida toda era un servicio – no había venido a ser servido sino a servir, le diría a los discípulos – hasta someterse a la muerte mas ignominiosa, la muerte de Cruz. Pero Dios lo levantó y su nombre está por encima de todo nombre en el cielo, en la tierra, en el abismo, como cantarían las primeras comunidades cristianas y san Pablo  nos recoge en sus cartas, y toda lengua proclamará por siempre que Jesús es el Señor. A El la gloria y el imperio, como proclamaremos en la liturgia.
Ese es su trono y la corona de su gloria, el amor y el servicio, la entrega hasta la muerte y el amor y la gracia que derramará ya para siempre sobre todos. Lo proclamamos el Señor; Dios lo constituyó Señor y Mesías, como nos diría san Pedro. Y ahora nosotros hemos de reconocerlo actuando y viviendo en el mismo sentido. Solo podremos proclamar que El es el Señor si nosotros amamos con su mismo amor, y nos hacemos servidores de los demás porque es ahí donde está nuestra grandeza.
Será entonces cómo lo reconoceremos como el Señor, en la fracción del pan y en el amor. La fracción del pan que nos lo hará Eucaristía, ofrenda de amor para siempre; la fracción del pan que realizaremos con nuestra vida cuando nos hacemos pan, cuando nos fraccionamos para los demás, cuando nos hacemos los últimos y los servidores, cuando abramos los ojos de verdad para verle a El en el hambriento y en el pobre, en el que está solo y en el que está sometido a toda clase de sufrimientos, cuando trabajemos por la armonía y la fraternidad para crear la verdadera paz entre los hombres, cuando arranquemos de nuestro corazón toda malicia para mirar con ojos nuevos a todo aquel con quien nos crucemos en el camino, cuando seamos capaces de bajarnos de nuestras cabalgaduras de soberbia y de orgullo para ponernos humildes a los pies del hermano para curar sus heridas, cuando no nos importe sufrir la incomprensión de los demás porque nos hacemos los últimos porque hemos descubierto quizás lo que otros no han descubierto que nuestra verdadera grandeza está en hacernos los últimos y servidores de todos.
Es entonces cuando estamos proclamando que en verdad Jesús es nuestro Rey y nuestro Señor, porque queremos vivir en su Reino, porque queremos vivir esas actitudes y valores nuevos que nos ha enseñado en el evangelio, cuando hemos sabido despojarnos de tantos mantos que disfrazan la realidad de nuestro corazón para saber ser humildes y estar siempre a la altura del otro.
Venid, vosotros, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, escucharemos que nos dirá Jesús porque le hemos sabido descubrir de verdad y caminar siempre a su lado cuando hemos caminado al lado del hermano sea quien sea, pero que para nosotros será siempre un hermano.
Así proclamamos hoy que Jesús es Rey del Universo, es nuestro Señor por su Sangre derramada y por su Cuerpo entregado. Es nuestro Salvador, es el Camino y es la Vida, es la Verdad de nuestra vida y el sentido del hombre y del mundo. Por siempre yo cantaré tu nombre, Señor, porque tuyo es el Reino, el poder y la gloria por los siglos de los siglos.