sábado, 2 de diciembre de 2017

Madurez, equilibrio interior y paz para afrontar la responsabilidad del momento y no dejarnos aturdir por los agobios de la vida y vivir en plenitud el hoy de Dios en nosotros


Madurez, equilibrio interior y paz para afrontar la responsabilidad del momento y no dejarnos aturdir por los agobios de la vida y vivir en plenitud el hoy de Dios en nosotros

Daniel 7, 15-27; Sal. : Dn 3,82.83.84.85.86.87; Lucas 21, 34-36

Hay cosas que a veces nos aturden, nos dejan como embotados y ensimismados; algo impresionante que hemos contemplado, un suceso extraordinario e inesperado que nos sucede en la vida, preocupaciones por los problemas que nos vamos encontrando en el camino, una enfermedad que nos afecta mucho en un ser querido, cosas que nos van ensombreciendo en la vida y que van haciendo que nuestro pensamiento ande girando siempre en torno a ellas y parece que no hubiera otra cosa que nos preocupara. Nos cruzamos con las personas y no las vemos, nos hablan y no nos enteramos, vamos como encerrados por aquel acontecimiento o aquella preocupación.
También nos puede suceder cuando vivimos una vida muy liviana y absorta quizás en superficialidades que entonces no le prestamos a ninguna cosa que se nos presente en profundidad y que quizá pudiera hacernos pensar; pero son también los que se dejan arrastrar por vicios y malas costumbres que viven atados a esas cosas sin las cuales ya no se pueden pasar y no saben hacer ni pensar otra cosa.
Cuesta mantener el equilibrio, vivir con una sana libertad interior, saberle dar a cada cosa su importancia y su valor, tener tiempo para cada situación que se nos presente, liberarnos de ataduras, no dejarnos arrastrar por prejuicios, no perder la paz interior por muchas que sean las dificultades o las tormentas a las que tengamos que enfrentarnos en la vida, estar atentos a la vida para vivir la intensidad de cada momento y saber ser feliz con lo que somos o tenemos aunque siempre con deseos y ansias de superación y de lo mejor.
Todo esto que es muy humano y manifestará la madurez de nuestra persona todavía se ve engrandecido mucho más cuando en la vida queremos tener actitudes y posturas de verdadero creyente. Es saber descubrir, como quizá muchas veces hemos reflexionado, esa presencia de Dios en nuestra vida y escuchar la voz de Dios que nos habla desde esas situaciones invitándonos a una vida superior, a un crecimiento interior y a un saber sobrenaturalizar nuestra vida porque siempre está la gracia de Dios que nos acompaña y nos fortalece.
Hoy Jesús nos previene diciéndonos que no nos dejemos embotar nuestra mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida y se nos eche encima de repente aquel día. Y nos pide que andemos alertos y despiertos. Una referencia, es cierto, al día final de la historia donde será el juicio de Dios, pero una referencia también al día a día de nuestra vida. Como momento para el creyente es el día del Señor, porque en cada momento el creyente sabe descubrir y sentir esa presencia de Dios que viene a nuestra vida. Es el hoy de nuestra vida que es el hoy de Dios en nosotros.
Vivir y sentir esa presencia de Dios en nosotros; vivir y sentir cada momento con toda intensidad, con la intensidad de nuestra responsabilidad y de nuestro amor. Por eso nos pide estar despiertos, alertas, atentos; el que tiene una responsabilidad no se puede dormir, sino que ha de estar atento en aquello que hace, en aquello que se le ha confiado. Así nuestra vida, la responsabilidad de cada momento.
Atentos porque siempre tendremos la oportunidad de expresar nuestro amor; atentos porque con amor siempre hemos de ir al encuentro con los demás; atentos porque nuestra vida es servicio y esa es nuestra mayor riqueza, el bien que podemos hacer a los demás. Vigilantes y atentos, despiertos para ir logrando ese crecimiento interior, esa superación de nuestra vida, esa madurez y serenidad con que afrontamos los problemas y vivimos con paz la lucha de cada día.

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